Agnès Mellon, soprano. Ensemble 415. Dir: Chiara Banchini.
Harmonia Mundi, HMG 501933.34
2 CDs. 124’47’’
DDD
Harmonia Mundi Ibérica
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M
“Do you like Boccherini on period instruments?” Eso fue lo que me preguntó allá por marzo de 1993 durante una firma de autógrafos la soprano Nancy Argenta tras un concierto de la Orchestra of the Age of the Enlightenment en el sevillano Teatro Lope de Vega. Respondí entonces que sí. Hoy volvería a decir lo mismo, añadiendo que los instrumentos originales me gustan más que los “modernos” a la hora de interpretar la música italiano afincado en España. Pero añadiría para mí mismo, en plan pedante, que los instrumentos no deberían ser un fin en sí mismos, sino un medio expresivo; que la utilización de unos u otros no implica necesariamente una mejoría o un empeoramiento de los resultados; y que un mismo intérprete, aun manteniéndose dentro de un mismo enfoque, puede caer en evidentes desigualdades en función tanto de la naturaleza de la partitura como de la “inspiración” de que haga gala en un momento determinado.
Un ejemplo de lo dicho lo tenemos en este doble compacto, registrado el primero en 1988 y el segundo en 1991, protagonizado por Chiara Banchini y su Ensemble 415 que ahora se reedita en la serie Harmonia Mundi Gold. Me han gustado las interpretaciones de las cuatro sinfonías aquí recogidas, pero con algún reparo importante. La orquesta, que incluye nombres como los de Paul Dombrecht o Marcel Ponseele -oboes- o Joseph Borras –fagot- es magnífica y se beneficia del continuo imaginativo de Gordon Murray. La violinista suiza dirige con excelente técnica -con buen pulso y adecuado equilibrio de planos sonoros- y adoptando un enfoque que sabe encontrar el punto justo entre el Rococó y el Neoclasicismo en que, como Francisco de Goya por las mismas fechas, se mueve Boccherini: hay aquí encanto, vivacidad, delicadeza y coquetería, pero también un buen sentido de la densidad sonora, de la tensión interna e incluso de un austero distanciamiento cuando corresponde. En este sentido resulta ilustrativa la comparación con las interpretaciones de otras cuatro sinfonías del compositor realizadas, sin director, por Akademie für Alte Musik Berlin para el mismo sello discográfico en 1996: los berlineses, de sonoridad más ácida y afilada en la cuerda, ofrecen recreaciones mucho más vitalistas, enérgicas y contrastadas, pero pierden en lo que a elegancia y vuelo lírico se refiere, como también en claridad de líneas.
¿Reparos? A Banchini se le va un poco la mano a la hora de mirar al Rococó en los movimientos centrales, como ocurre en la Sinfonía op. 35, nº 3, G. 511 -aunque están muy bien recreadas las alusiones de los pizzicatti al mundo guitarrístico- y, más aún, en la Sinfonía op. 12 nº 4 , “La casa del Diavolo”, cuyo Andantino con moto no solo carece de poesía sino que incurre en lo pimpante; los dos últimos de esta obra resultan por el contrario adecuadamente adustos y dramáticos, recogiendo así el espíritu “Sturm und Drang” de la partitura, de manera particular en el último, una copia casi literal del descenso a los Infiernos del Don Juan de Gluck.
La juvenil y puramente italiana Sinfonía en Re menor, G. 490 recibe por su parte una espléndida interpretación fresca, teatral y contrastada en los movimientos extremos y con adecuada concentración en el central, a la que aun así le falta un punto de emotividad, mientras que en la Sinfonía op. 35 nº 4, G. 512 Banchini triunfa logrando, esta vez sin objeción alguna, aunar galantería con austeridad sin perder el equilibrio.
Las cosas funcionan bastante menos bien en el segundo disco, al menos en la versión original, esto es, exclusivamente con soprano, del Stabat Mater, precisamente la partitura que le escuché a Nancy Argenta en el concierto arriba referido. Aquí Agnès Mellon deja que desear: su peculiar línea aporta inocencia, pero la artista francesa termina siendo muy plana e indiferente en lo expresivo, cuando no insulsa. El reducidísimo conjunto instrumental se mantiene en el más sobrio distanciamiento neoclásico: el resultado aburre. Nos encontramos finalmente con el Quinteto op. 31/4 G. 328, una obra muy atractiva, variada anímicamente, por momentos de intensa profundidad, que recibe aquí por parte de Chiara Banchini, Enrico Gatti, Emilio Moreno, Roel Dieltens y Hendrike ter Brugge un tratamiento del más sobrio, elegante y marmóreo neoclasicismo. ¿Frialdad, de nuevo? Yo diría que sí, aunque alguien podría replicar que lo mismo ocurre con la arquitectura de Juan de Villanueva. Pues eso.