Belá Bartók compuso el primero de sus tres conciertos para piano en 1926. Dos años atrás quedaba El mandarín maravilloso, pero a la Música para cuerda, percusión y celesta le quedaban aún diez para llegar. Estamos pues ante la etapa digamos "bestia" del compositor, aunque denominarla así puede llevar a engaño. En realidad, realizar un repaso por la discografía nos permite apreciar los tres grandes senderos que con esta genial partitura puede recorrerse y, con ello, entender en qué medida esta música ha de entenderse en un contexto más amplio.
Por un lado está la visión atmosférica, turbulenta y opresiva que enlaza con las "densidades centroeuropeas" y, a su vez, mira hacia el futuro. Por otro tenemos la posibilidad de marcar aristas, ritmos y violencia, no contradictoria con la opción anterior pero sí diferente: el expresionismo como opción estética, como deseo de romper con la tradición. Finalmente está la vía del folclore, del perfume magiar, incluso de la contemplación más o menos lírica. Todo ello está en la partitura, así que el intérprete de turno tiene que encontrar la manera bien de sintetizar los elementos, bien de apostar por una única vía, pero haciéndolo con tal convicción que no podemos poner reparos a su apuesta. Hay quienes lo han conseguido: de una manera u otra, esta partitura pertenece a Pierre Boulez y Daniel Barenboim, sean juntos o por separado.
Algunos de los textos siguientes ya fueron publicados en este blog. Otros son nuevos. En cualquier caso, lo interesante no es la puntuación que un servidor otorga del uno al diez, sino qué singulariza cada propuesta: solo a través de visiones bien diferenciadas podemos apreciar la riqueza de esta música.
1.
Anda. Fricsay/Sinfónica de la Radio de Berlín
(DG, 1960). Grabación prestigiosa y sobrevalorada. Fricsay acierta con la
sonoridad rústica de Bartók en el primer movimiento y con la generación de
atmósfera sensual y misteriosa en el segundo, pero la transición al tercero es
un disparate; lamentable este último por su blandura y deslavazamiento. A su
labor le faltan, además, una adecuada administración de los picos de tensiones
–sobre todo en el Andante– y depuración sonora, aunque esto se debe en parte a
la discreta actuación de una orquesta con insuficiencias y tendente a la
chapuza. Al pianista se le agradece un toque no demasiado percutido y un buen
olfato lírico, pero la parquedad en los matices, la pobreza de las dinámicas, la
ausencia de variedad expresiva y el escaso fuelle dramático pesan en su contra.
(6)
2. Rudolf Serkin. Szell/Sinfónica de Columbia (CBS, 1962). El maestro de Budapest propone una interpretación severa, áspera y malhumorada. Clarísima en el trazo, poco amable en la sonoridad y muy incisiva en la rítmica, apuesta por poner en primer plano los aspectos no ya angulosos, sino abiertamente inquietantes e incluso terroríficos, dejando en exceso de lado otros elementos de esta música, que también tienen su importancia. Serkin sigue el planteamiento a pies juntillas sin necesidad de que eso signifique falta de variedad en su toque ni caídas en el mero virtuosismo, que por su parte es grande. Lo de la formación sinfónica utilizada por CBS es un misterio, o no tanto: suena a Orquesta de Cleveland y la grabación se realizó allí mismo, así que deben de ser los chicos de Szell “disfrazados”. (8)
3. Peter Serkin. Ozawa/Sinfónica de Chicago (RCA, 1965). A punto de cumplir los dieciocho años estaba Peter Serkin cuando registró este registro. Visto de semejante manera, uno no puede sino descubrirse ante el hecho de que un chavalito fuera capaz de tocar estás dos obras con semejante nivel técnico. Pero si comparamos estas lecturas con las de otros pianistas, el hijo de Rudolf no sale del todo bien parado. Y no tanto porque su enfoque sea percutivo –esto parece moneda corriente en estas páginas, aunque no resulte lo ideal–, sino más bien por lo monocorde de su toque y lo limitado de su expresividad, resultando por lo general plano e insípido. Tampoco Ozawa –que contaba veintinueve– resulta ideal para el universo bartokiano: este universo requiere un sentido de la rusticidad y una tensión dramática que no casan bien con su batuta elegante, sensual y refinada. Así las cosas, los resultados interpretativos son irregulares. El primer movimiento aburre un tanto, animándose solo un poco hacia el final del mismo gracias a una batuta que por fin parece dispuesta a echar la carne en el asador. Mucho mejor el nocturnal Andante: aquí la batuta se mueve muy bien explorando atmósferas y haciendo que las portentosas maderas de la formación norteamericana suenen de manera particularmente curvilínea. La transición al tercero resulta lentísima y de enorme atractivo; a partir de ahí se queda la interpretación en una notable solvencia –director y pianista poseen un buen sentido del ritmo– sin terminar de ofrecer el empuje y la garra que la agitada página necesita. (7)
4.
Barenboim. Boulez/New Philharmonia (EMI, 1967). Alguien pudiera pensar que este primer encuentro discográfico entre dos
inmensos artistas tan diferentes entre sí podría resultar en un choque de
trenes. Pues no, todo lo contrario. Repárese en que Boulez -cuarenta y dos
años- es el Boulez de los sesenta, de sonoridad más ácida y expresividad más
inmediata que el mucho más abstracto, menos radical de sus años para Deutsche
Grammophon, y que Barenboim –aún no había cumplido los veinticinco– es el de su
combativa etapa juvenil, aquella de la severidad, la hondura dramática y la
renuncia a cualquier concesión. Entre los dos firman una interpretación negra, opresiva y asfixiante,
llena de mala leche, de tensión tan poderosa como soterrada y elevado sentido
de la atmósfera, en la que un piano poderoso y denso, no especialmente claro ni
variado en el toque, se enfrenta a una orquesta soberbia en la que las maderas
ofrecer ese “sonido Klemperer” tan particular y todas las líneas quedan
impecablemente desmenuzadas. La toma necesita un nuevo reprocesado cuanto antes.
(9)
5. Bishop-Kovacevich. Colin Davis/Sinfónica de Londres (Philips, 1975). No están muy allá ninguno de los dos artistas. El director atiende a la claridad, pero aun así algunos tutti resultan algo confusos. El piano se muestra poderoso, de apreciable destreza técnica, percutivo sin excederse, pero también algo monocorde y unilateral en lo expresivo. Entre ambos construyen una introducción adecuadamente amenazadora y un tercer movimiento espléndido, con garra y decisión, quedándose en el resto en lo notable: falta atmósfera. (8)
6. Pollini. Abbado/Sinfónica de Chicago (DG, 1977). El Abbado de los buenos tiempos deslumbra con una dirección mayormente incisiva y estridente, en la que los los soberbios metales de Chicago cobran protagonismo y se despliegan un alucinante sentido del color y de las texturas, por no hablar de un sentido del ritmo contagioso. Podría desplegar mayor riqueza conceptual apostando más por la sensualidad y el misterio, pero no vamos a negar que la sequedad del Andante posee su atractivo. ¿Y Pollini? Sobrado de tensión armónica, limpiezavigor rítmico, pero excesivamente percutivo y no muy variado en el sonido ni en la expresión. Aun así, disco a conocer. (9)
7.
Ashkenazy. Solti/Filarmónica de Londres (Decca,
1981). No es esta una lectura atmosférica sino vitalista, extrovertida, muy
angulosa, nerviosa en el mejor de los sentidos, de tímbrica incisiva sin
excesos y un enorme sentido del ritmo, así como impregnada de un fuerte sabor
popular que, sin dejar de lado el carácter dramático de la página, aporta
también una dosis de vitalidad, de frescura y hasta de cierto sentido del
humor. Como Pollini, Ashkenazy apuesta por lo percutivo bajo un perfecto
control de los medios, mas sin ofrecer suficiente variedad en el sonido. (9)
8.
Kocsis. Iván Fischer/Orquesta del Festival de
Budapest (Philips, 1985). Esta interpretación puede enganchar por su carácter
particularmente incisivo y efervescente, así como por su manera de conjugar un
marcado sabor folclórico con la carga dramática que la página posee, pero lo
cierto es que tanto la batuta como el solista terminan pecando de un exceso de
nervio –el primer movimiento resulta demasiado rápido– que conduce a la falta
de atmósfera, de sensualidad y de vuelo poético. En definitiva, una
interpretación tan vistosa como epidérmica. (7)
9.
Jandó. Ligeti/Sinfónica de Budapest (Naxos,
1994). Esta es una visión muy distinta de la habitual: distendida y
moderadamente luminosa, de gran sabor folclórico y apreciable sensualidad, y
por ende alejada de la tensión dramática; en determinados momentos –segundo
movimiento- resulta en exceso blanda en sus planteamientos. En cualquier caso,
mejor la centrada labor de Jenó Jandó que una batuta algo deslavazada y de
trazo grueso, poco atenta a la claridad y a la planificación minuciosa. (7)
10. Bronfman.
Salonen/Filarmónica de Los Ángeles (Sony, 1994). Francamente bien el pianista: ágil
e incisivo cuando hace falta, pero también variado en el toque, entre
lo percutivo y lo misterioso, además de concentrado en el fraseo. No convence
Salonen en el Andante: en exceso lineal y sin misterio. Mejor en los movimientos
extremos, dirigidos con agilidad, tensión, inmediatez e incisividad, aunque se
echa de menos claridad de líneas: parte de la culpa la tiene una grabación que
deja a la orquesta en segundo plano. (8)
11. Schiff.
Iván Fischer/Orquesta del Festival de Budapest (Teldec, 1996). El pianista de origen húngaro demuestra ser un gran recreador de su parte gracias a un toque
poderoso que sabe no quedarse en lo percutivo, a un temperamento tan sincero
como controlado y a una apreciable sensibilidad para el matiz. Junto a él, Iván
Fischer vuelve a ofrecer una dirección extrovertida, entusiasta, de apreciable
sabor folclórico y expresión lo suficientemente rica, incluso ofreciendo lugar
para lo luminoso. Por desgracia, el Andante se queda corto en misterio y, en
general, el tratamiento de la orquesta resulta poco depurado, aunque también es
verdad que algunos primeros atriles ofrecen solos de acertada intención
expresiva. (8)
12. Schiff.
Rattle/Sinfónica de la Ciudad de Birmingham (Medici TV, 1997). Otra vez
Schiff desplegando su talento, esta vez junto a un Rattle que ofrece una dirección
entusiasta a más no poder, rica en incisiva en el color y pletórica del sentido
del ritmo; ideal, por tanto, para poner de relieve lo que esta música debe al
folclore, aunque no tan atenta a la hora de explorar atmósferas ni de
clarificar el entramado orquestal. Una pena que la toma adolezca de compresión
dinámica. (9)
13. Zimerman.
Boulez/Sinfónica de Chicago (DG, 2001). He aquí una interesantísima visión que,
tanto en piano como en orquesta, ofrece una perspectiva digamos “antirromántica”,
esencial y despojada, que se aparta de manera voluntaria de lo expresionista
sin perder por ello carácter tenso e implacable; carece asimismo de la
atmósfera turbia y densa de otras recreaciones, empezando por la que años atrás
el propio Boulez hizo con Barenboim. Por lo demás, el genial compositor francés
se luce con un perfecto control de los medios que le permite obtener una claridad
alucinante y trazar unas dinámicas matizadísimas. No menos técnica es la de
Krystian Zimerman, quien se decide por un toque mayormente percutivo que no va
en demérito de la inmediatez expresiva. La orquesta suena con menos agresividad
y, por momentos, ofreciendo un carácter más luminoso que con Abbado y algunos
solos de vuelo lírico apreciable, aunque sea relativo: Boulez no permite bajar la
guardia. (9)
14. Pollini.
Boulez/Orquesta de París (YouTube, 2001). Esta filmación de precaria calidad
audiovisual tiene un morbo enorme: Boulez más Pollini. Clarísimo, decidido y de
apreciable inmediatez expresiva el primero, ya alejado las densidades de antaño.
De toque percutivo, limpio y decidido el segundo, quien a su vez frasea con
nervio tan intenso como controlado pero una vez más se queda corto en matices. Muy
adecuadas las maderas parisinas. (9)
15. Barenboim.
Boulez/Sinfónica de Chicago (audio en YouTube, 2005). Esta precaria transmisión
radiofónica nos permite advertir que gran parte de la rebeldía y tensión de la interpretación en estudio de los dos mismos
artistas deja paso a una visión más distanciada, de perfecta
arquitectura, en la que mejora de manera sensible la labor de un Barenboim haciendo
gala de un toque más
claro y variado. En cualquier caso, en seguida llegará un testimonio
técnicamente mucho más satisfactorio. (9)
16. Barenboim.
Boulez/Filarmónica de Viena (DVD Major, 2008). Definitivamente, la visión opresiva, rabiosa y visceral
de los sesenta ha dado paso a otra con menos garra, más distanciada, pero más rica en significaciones, en
la que hay que aplaudir especialmente a un Barenboim ahora mucho más matizado y más flexible, más
creativo en definitiva, aunque su esfuerzo físico en el primer movimiento se
deje notar. Impresionante el carácter atmosférico, entre sensual y opresivo,
del Andante, que va acumulando una fuerza dramática impresionante. Igualmente
hay que aplaudir las maderas curvilíneas de la orquesta y el perfecto control
de un Boulez quizá algo más distanciado de lo deseable, pero perfecto conocedor
de los entresijos de la partitura. (10)
17. Wang. Salonen/Sinfónica de la Radio de Suecia (YouTube, 2016). Veintidós años después de su registro en audio con Bronfman, Salonen repite y mejora su acercamiento inmediato y efervescente a la partitura ofreciendo un Andante más convincente, si bien la claridad sigue sin ser la máxima: de nuevo la calidad del audio, a la espera de que en alguna plataforma aparezca alguna copia decente, no ayuda. En cualquier caso, la estrella es Yuja Wang. La pianista china posee el toque ideal para esta música, percutivo y poderoso cuando debe serlo, pero capaz también de ser modelado con infinidad de matices y de destilar hermoso vuelo lírico, así como apreciable flexibilidad y un nervio –incluso nerviosismo en el movimiento conclusivo– que encaja bien con la propuesta de Salonen. Otra cosa es que su visión, contrastada pero poco interesada por la parte más densa de la música, termine de convencer a quienes entienden esta partitura desde la angustia existencial. (8)
18. Barenboim. Rattle/Filarmónica de Berlín (Digital Concert Hall, 2018). Han pasado diez años desde su filmación con Boulez, y ya desde los primeros compases se aprecia que Barenboim aún está dispuesto a dar una vuelta más de tuerca a la obra jugando con los ritmos sincopados bartokianos, con los acentos, con dinámicas y colores… Que de nuevo algún pasaje del primer movimiento le resulte digitalmente trabajoso importa poco ante semejante despliegue de compromiso, aunque es en el segundo donde se eleva a cotas inigualables de inspiración. ¡Qué manera de desplegar las texturas nocturnales! ¡Qué progresión hacia el clímax dramático de la parte solista! En tercero hay que descubrirse especialmente ante un sonido poderosísimo, denso a más no poder, pero también capaz de las mayores sutilezas, sin tener la necesidad de resultar percutivo ni de destacar cada nota con limpieza extrema: las “brumas germánicas” resultan bienvenidas. Todo ello lo hace el maestro sin quedarse en la mera exhibición de músculo, sino ofreciendo intensidad dramática del altísimo voltaje en perfecta sintonía con un Rattle implicadísimo en la expresión, dramático y escarpado a más no poder –terrorífico el clímax del Andante– sin que el tremendo despliegue de vehemencia haga peligrar una arquitectura planificada con portentosa perfección ni le haga olvidar la necesidad de ofrecer los más adecuados colores de una orquesta que resulta ideal para la obra, mucho más que la de Filarmónica de Viena: los primeros atriles son todos oírlos para creerlos, por no hablar de esa cuerda musculada y poderosísima que contribuye no poco a los referenciales resultados de esta recreación. (10)
19. Aimard. Salonen/Sinfónica de San Francisco (Pentatone, 2022-23). Por fin Salonen tiene la oportunidad de ofrecernos su testimonio con una ingeniería de sonido a la altura de las circunstancias, pero el resultado lo que hace es confirmar que, aunque solo de manera parcial, la falta de claridad de sus aproximaciones anteriores se debe en parte a una batuta más interesada por la efervescencia que por el análisis. Extraña que en el Andante vuelva a las prisas y la linealidad de la grabación con Bronfman. Por otra parte, su visión encajaba mejor con el carácter bullicioso de Yuja Wang que con un Aimard que se muestra moderado para lo bueno y para lo no tan bueno. Y es que el pianista francés, que hace gala de un toque denso y mucha atención a los reguladores, renuncia a ofrecer una visión combativa o vistosa para decantarse más bien por una suerte de clasicismo que hubiera conectado mejor con la dirección del Boulez tardío. ¿Algo soso? Sí. (8)