Un cajón de sastre para cosas sobre música "clásica". Discos, conciertos, audiciones comparadas, filias y fobias, maledicencias varias... Todo ello con centro en Jerez de la Frontera, aunque viajando todo lo posible. En definitiva, un blog sin ningún interés.
A lo largo de este mes de julio he vivido tres cosas que nunca pensé que fuera a experimentar: visitar Creta y Micenas, romperme un hueso de tal forma que el quirófano se hace ineludible… y escuchar en directo a Tom Jones. Añadiría un cuarto: presenciar el milagro de que este señor, a sus ochenta y tres años recién cumplidos, se conserve en plenas facultades vocales físicas e interpretativas. Si alguien me dice hace allá por 1996, cuando aparecía en la película Mars Attack ya como vieja gloria de Las Vegas, que en 2023 Jones iba a estar así –y que yo iba a tener la posibilidad de presenciarlo–, me hubiera hartado de reír.
Y es que en el concierto de ayer domingo 30, dentro del Festival Tío Pepe de Jerez de la Frontera, no se pudo decir eso de “hemos venido a ver al mito, que no anda bien de voz pero al menos conserva las tablas”. Nada de eso. Tom Jones estuvo estupendo en lo vocal –no importó que la afinación vacilada en un par de momentos– y absolutamente pletórico en la expresión. Cantó con la misma garra, comunicatividad y virilidad bien entendida que siempre le han caracterizado. Cierto que con esos tics que le hacen inconfundible y sin los cuales no sería él mismo, pero sin intentar ponerse por encima de las canciones a las que sirve.
La comparación con Raphael –tres años más joven– es ineludible, porque este cantó en Jerez el viernes –dicen que regular– y tuvo que cancelar el sábado. Sin quitarle mérito alguno, que los tienen en abundancia, el de Linares anda mucho menos bien de voz –le escuché hace pocos años en el Villamarta– y ha sido siempre un cantante amanerado, cuando no relamido, que lleva las partituras al terreno de sus particulares manierismos. Tom Jones sigue siendo un torrente vocal y un dechado de sinceridad, arrojo y fuerza expresivas. No hay color.
El concierto ni siquiera fue lo que yo pensaba. Imaginaba que iba a girar en torno a su último disco, Surrounded By Time (2021), espléndido no tanto por él como por la magnífica labor del productor Ethan Johns: una propuesta personal y no poco psicodélica que nos presenta al Tom Jones menos extrovertido y más intimista. Pensaba eso, que con semejante propuesta guardaría fuerzas para luego rematar la faena con algunas de sus más célebres canciones y así salir por la puerta grande.
Pues no. Aunque comenzó con I'm Growing Old, que sí pertenece a su más reciente publicación, a la media hora ya habíamos escuchado It’s Not Unusual, What's New Pussycat y Sex Bomb. Todos sus fans, contentísimos. ¿Se podía ir a más? Pues sí, porque a partir de ahí combinó no pocas de las canciones de Surrounded By Time, en arreglos muy distintos a los del disco, con canciones suyas y de otros artistas, realizando así un recorrido que iba de Michel Legrand a Bob Dylan pasando por Joe Cocker (¡sensacional You Can Leave Your Hat On!), pero sin olvidarse de incluir cosas como Delilah, y desenvolviéndose a la perfección –nada nuevo para sus seguidores– en todos y cada uno de los géneros abordados. Todo ello lo hizo el cantante entregándose por completo en lo artístico –o sea, dejándose la voz– y consiguiendo una excelente relación por el público, con el que mostró risueño y nada divo. En definitiva, nada de venir a hacer una faena de aliño y volverse a su tierra.
Espléndida la banda: tres guitarristas, batería y teclista, este último sirviéndose de un órgano Hammond de esos que adoramos los nostálgicos. Luminotecnia y pantallas, ideales: nada de marear al personal con efectos innecesarios. Con el público –extranjero buena parte de él– entregadísimo, el galés cerró la hora y tres cuartos de música con absolutamente descomunales (repito: descomunales) recreaciones de Johnny B Goode y Great Balls of Fire, de esas que solo están al alcance de los más grandes. Sir Tom Jones es uno de ellos. Actualmente, quizá el que más.
PS. He escrito esta entrada con el dictado de voz, porque el brazo sigue mal. ¡Qué remedio!
Lo peor, está más o menos claro: una cosa llamada La batalla de Vitoria, o La victoria de Wellington, op. 91, compuesta allá por 1813 para celebrar la derrota napoleónica. Fue un tremendo éxito en su momento, al parecer. La grabación de Karajan y la Filarmónica de Berlín de 1969 fue una de las primeras cosas de música clásica que escuché en mi vida, pero la obra nunca me gustó. Hoy he vuelto al mismo registro, esta vez en una pista de estupendo sonido procedente de SACD. Maestro y orquesta hacen un formidable trabajo, desde luego, pero no hay nada que hacer. La obra es un bodrio descomunal, uno de los más grandes escritos por un compositor famoso.
Sobre lo mejor salido de la pluma del de Bonn se puede discutir bastante, pero les confieso que su Gran fuga –ya saben, originalmente un movimiento desgajado de su Cuarteto nº 13– es una de mis obras favoritas de todos los tiempos. La he escuchado también esta mañana, por partida doble. No conocía la versión de Karajan y los berlineses, grabación para DG de 1964. ¿Romántica? No: romanticoide. Hinchadísima, exagerada en su músculo sonoro, lentísima a ratos, falta de unidad en su desarrollo, narcisista y rebuscada en la expresión, a ratos de una severidad muy impostada, a veces de insufrible blandura. Eso sí, la belleza puramente externa resulta asombrosa.
Para terminar, Klemperer 1956. Como siempre, el de Breslau ofreciendo la cuadratura del círculo al combinar la racionalidad extrema con la más alta temperatura expresiva. Es decir, el más alto grado de análisis posible con un dolor existencial al borde de lo insoportable. Todo ello haciendo gala de un increíble control de la forma y de una tensión interna sin desmayo; y también, claro está, con la insustituible colaboración de una orquesta rocosa y empastada como ninguna, pero siempre de una claridad extrema. Por cierto, ¡cómo suena tras el reprocesado de este mismo año!
Gracias a la labor de los cirujanos D. Francisco Javier Rodríguez Domínguez y D. Antonio Manuel Alvarado Bonilla, doctores a los que estoy infinitamente agradecido, llevo ya cuarenta y ocho horas en casa, junto a la mejor cuidadora posible: el esfuerzo realizado estos días por mi madre, que pasó las tres noches en el hospital conmigo –un infierno la primera de ellas, por el dolor– y me ayuda en muchas cosas, está siendo tremendo. Mi padre y su hermano, cada uno con sus limitaciones, también se han comprometido mucho.
Ya me han dicho que la recuperación no va a ser completa al cien por cien, toda vez que la cabeza del húmero estaba rota en varios pedazos. También que podría
producirse necrosis. En ese caso, habría que intervenir otra vez y poner
una prótesis. No quiero ni pensarlo. Pero también me consta que las
cosas en el quirófano han salido muy bien para lo complicada que era la fractura: estos doctores me han dado mejor
pronóstico que el que me atendió –impecablemente– en la capital de Chipre. Por supuesto, me queda un mes llevando cabestrillo y no sé cuánto tiempo (¿días, semanas?) con dolor casi continuo, sobre todo por las noches.
Ahora comienza un muy lento proceso de rehabilitación. El brazo izquierdo no puedo apenas moverlo. La mano sí, pero muchas cosas del día a día no soy capaz de hacerlas. Cortar un filete, por ejemplo; o atarme los cordones. Es lo que tiene que vivir cualquier persona con cabestrillo o escayola, experiencia que tal vez usted mismo haya vivido. En mi caso, debo concretar que escribir estas líneas en el teclado del ordenador resulta insufrible con semejante dolor. Es mejor ir despacito y teclear lo más posible con la mano derecha.
No hace falta decir que estas circunstancias van a limitar mucho mi actividad en el blog: intentaré escribir entradas breves. También que va a ralentizar algo la terminación del libro de Barenboim; las segundas correcciones las estoy haciendo a mano, sobre el manuscrito impreso. Sea como fuere, aquí sigo. Gracias a todos los que habéis estado ahí. De corazón.
Escrita entre 1906 y 1907, la Segunda Sinfonía de Rachmaninov es hoy una de las favoritas del público, pero no tanto entre los presuntos especialistas. Por fortuna, ya no ocurre lo que en tiempos pasados, cuando se amputaban compases alegremente hasta abreviar de manera sustancial su duración. A continuación recojo mis apuntes sobre las grabaciones que he venido escuchado. Entre ellas, solo las tres primeras (Sanderling '56, Ormandy '59 y Svetlanov '73) ofrecen cortes. Las demás presentan la partitura en su integridad. Son sus movimientos: 1. Largo — Allegro moderato; 2. Allegro molto; 3. Adagio; 4. Allegro vivace
1. Sanderling/Filarmónica de Leningrado (DG, 1956). Al frente de una magnífica orquesta, Sanderling ofrece una muy hermosa, sincera, encendida y entusiasta versión de enfoque mucho antes extrovertido que melancólica u otoñal, pero en cualquier caso ajena al efectismo y la vulgaridad. El problema es que la fogosidad de la batuta supone a veces cierta precipitación e incluso falta de claridad, echándose de menos un fraseo más paladeado en determinados pasajes, empezando por la propia introducción. Buen sonido monofónico. (8)
2. Ormandy/Orquesta de Philadelphia (CBS-Sony, 1959). En el que fue probablemente el primer registro estereofónico de la pieza, el ya veterano maestro de origen húngaro dio buena cuenta de su profundo conocimiento de la música del autor –recuérdese que habían colaborado juntos– con una lectura tan viril, fogosa y brillante como la de su colega Sanderling, pero fraseada con mayor concentración –solo se desborda un tanto el último movimiento–, mejor diseccionada y dotada de una adecuada voluptuosidad a la que no es ajena la asombrosa calidad de la orquesta de la que era titular. En cualquier caso, a la interpretación le falta un último punto de magia poética. El solo
de clarinete del tercer movimiento no resulta del todo emotivo. La toma sonora sí que está a la altura. (8)
3. Svetlanov/Bolshoi (Mobile Fidelity, 1973). Al frente de la orquesta del mítico teatro de la que pocos años antes había sido titular –magnífica la cuerda, menos bien el resto– un Svetlanov ya entrado en la cuarentena pero aún lejos de las particularidades creativas –entre la genialidad y el amaneramiento– de su última etapa, registró una lectura algo desequilibrada, no del todo poética, que resulta muy atractiva por su nervio, electricidad y carácter escarpado, lo que no le impide ofrecernos un adagio admirablemente paladeado y de especial electricidad. Lástima que en el último movimiento haya un tanto de barullo y que la toma sonora, opaca y con escasa gama dinámica, no sea la mejor posible. (8)
4. Ormandy/Philadelphia (RCA, 1973). Haciendo uso por fin de la edición completa de la partitura, el maestro iguala y hasta por momentos supera su lectura catorce años anterior arriba comentada. Ya desde la concentrada introducción se observa como gran virtud de esta nueva interpretación el sonido áspero y rocoso de la orquesta, basado en una sensacional cuerda grave, así como la gran atención de la batuta a la hora de diseccionar la escritura. Magnífico el primer movimiento, con voluptuosidad y decadentismo en su punto justo. Admirable también el segundo pese a que hay portamenti algo excesivos. El tercero no es particularmente lento ni nostálgico, pero sí muy emocionante, alcanzando clímax de gran intensidad. Irreprochable el cuarto, enérgico pero sin excesos. (9)
5. Previn/Sinfónica de Londres (EMI, 1973). En la que fue su segunda grabación de la obra, el joven maestro ofreció una interpretación de lo más ortodoxa que supo conjugar la parte melancólica de la partitura con la más extrovertida, todo en su punto justo, haciendo gala de un gusto exquisito y construyendo muy bien la arquitectura de la obra. Particularmente extraordinario es el Allegro vivace conclusivo, tan lleno de fuerza como ajeno a efectismos o precipitaciones, amén de inmejorablemente paladeado y transparente a más no poder. En los movimientos anteriores, sin duda magníficos, hay quien puede echar de menos un punto extra de emotividad. En cualquier caso, un clásico de indispensable conocimiento. (10) 6. Ormandy/Philadelphia (DVD Euroarts, 1979). La solvencia y elocuencia de la batuta son innegables, como también su conocimiento del estilo, su sinceridad y su loable alejamiento de lo amanerado, pero por desgracia en esta filmación Ormandy se muestra mucho más acertado en los movimientos pares, brillantes, encendidos y muy bien trazados, que en los otros dos, que le quedan un tanto superficiales y rutinarios, necesitando de una mayor dosis de imaginación, personalidad y atención al matiz expresivo. (8)
7. Ashkenazy/Concertgebouw (Decca, 1981). Beneficiada por una soberbia orquesta y una extraordinaria toma sonora, nos encontramos ante una lectura de gran ortodoxia en un planteamiento a medio camino entre el del Previn de los setenta y el de Maazel, es decir, lírica y emotiva sin ser otoñal, pero también con nervio, tensa y escarpada, así como dotada de un toque de rusticidad muy adecuado. Por fortuna la intensidad de la batuta, evidente en todo momento, no le conduce al descontrol ni estropea una estupenda planificación. (9)
8. Maazel/Filarmónica de Berlín (DG, 1982). Dueño de una técnica portentosa que logra trabajar a la orquesta de Karajan con enorme depuración sonora, clarificando texturas y construyendo las tensiones de manera admirable, Maazel ofrece una arriesgada, personal y reveladora interpretación que deja a un lado la vertiente más sensual, melancólica y ensoñada de la partitura para centrarse en sus aspectos más aristados, impetuosos e incluso rebeldes. De esta manera, los dos primeros movimientos suenan con cierta aspereza y están dicho desde el dramatismo más extrovertido, mas siempre bajo control; por descontado, no hay un solo portamento, y sí una intensidad llena de anhelo. Las mismas características presiden un tercer movimiento mucho menos decadente que lo habitual, pero lleno de apasionamiento y magia poética. El nivel sólo baja un tanto en el último, algo precipitado y sin el suficiente vuelo lírico en determinados pasajes, aunque lleno de brillantez. Espléndida la toma. (9)
9. Previn/Royal Philharmonic (Telarc, 1985). La crítica española se dividió un tanto ante esta interpretación absolutamente otoñal, plácida y melancólica. Sin duda rezuma un exquisito gusto y se muestra ajena a la retórica y a la dulzonería, aunque hemos de reconocer que se puede echar de menos una mayor dosis de fuerza, incisividad y variedad expresiva en los dos primeros movimientos. El Adagio es por el contrario sublime, de una lentitud, concentración y vuelo lírico incomparables, aun siempre en una línea más serena que rebelde. El cuarto es espléndido, muy ortodoxo y de gran claridad, dicho sin apresuramientos, si bien podríamos echar de menos mayor electricidad si lo comparamos con lo que el propio Previn había hecho para EMI. (9)
10. Rozhdestvensky/Sinfónica de Londres (Pickwick, 1988). Intensísima y apasionada pero al mismo tiempo perfectamente construida lectura, en una línea áspera, viril y sin la menor concesión no ya a la blandura, sino también a la ensoñación o a la melancolía, aunque no por ello deje de ser poética y comunicativa. Lo menos extraordinario es el segundo movimiento. Admirable la orquesta, cuyas grabaciones con el maestro ruso se revalorizan cada día que pasa. (9)
11. Sanderling/Orquesta Philharmonia (Teldec, 1989). Tras una introducción radicalmente opuesta a la de su grabación anterior, es decir, lenta y muy gótica, Sanderling desgrana una interpretación puramente otoñal y melancólica, de extraordinario vuelo lírico y altamente contemplativa, pero intensa y llena de emoción sincera. Lo mejor es el primer movimiento, lentísimo y de sublime belleza, matizado minuciosamente pero sin narcisismos. Los dos siguientes son magníficos, y el Allegro vivace sorprende por su lentitud y alejamiento del júbilo gratuito, estando aun así lleno de tensión y brillantez. Imprescindible. (10) 12. Bychkov/Orquesta de París (Philips, 1990). Resulta interesante el arranque, muy lento, como si la partitura se estuviera desperezando. Por desgracia cuando llega el Allegro moderato la batuta sigue como dormida, tardando bastante en encontrar energía. Sobran además portamenti y molesta el estrépito del final, particularmente un timbalazo de lo más hortera. Bychkov basa la interpretación del segundo movimiento en acelerar las partes dinámicas y ralentizar las introvertidas, acercándolas en exceso a lo ensoñado. El tercero resulta más bien dulzón y carece de progresión dramática hacia los clímax. El cuarto está bien, y estaría mejor con más arrebato y menos excesos de la percusión. La orquesta defrauda: violín de sonido debilucho y clarinete áfono. La claridad tampoco es la deseable. (5)
13. Temirkanov/San Petersburgo (RCA, 1991). El primer movimiento consigue a la perfección la atmósfera brumosa, melancólica y anhelante de la partitura sin caer en la blandura, ofreciendo además un admirable sentido del color, sobre todo para los tonos ocres, pero falla la arquitectura, no siempre tensa, culminando en un final algo bruto. El Allegro molto, llevado con rapidez y energía, se encuentra rubateando con acierto, pero sin mostrar siempre toda la imaginación deseable. Muy cálido, emotivo y ensoñado el Adagio, beneficiado por la bellísima sonoridad de la cuerda, aunque hay algunas frases demasiado tímidas. Espléndido finalmente el Allegro vivace, lleno de fuerza y también de poesía, con flexibilidad en su punto justo, aunque no con toda la claridad posible. (8)
14. Dutoit/Philadelphia (Decca-Newton, 1993). Magnífica interpretación de línea lírica, serena y ensoñada, muy poética, no necesariamente otoñal, pero en cualquier caso sin asomo de blandura. El primer movimiento, lento y muy sensual, poco escarpado, asombrosa por la plasticidad con que está trabajada la orquesta, lo que no le impide llevar buen pulso y evitar lo decadente. Muy ortodoxo el segundo, no particularmente electrizante, sobresaliendo la belleza y sensualidad con que está paladeado el tema lírico. El Adagio no resulta particularmente agónico ni intenso, pero destila belleza por los cuatro costados, progresando con naturalidad y pulso firme, sin necesidad de forzar nada. Allegro vivace de nuevo muy ortodoxo, pero también alejado del escándalo gratuito, procurando poner de relieve los aspectos más líricos sobre los épicos y estando siempre guiado por la emotividad sincera. (9)
15. Gergieg/Orquesta del Kirov (Philips-Newton, 1993). Sigo sin ver qué tiene Gergiev para llegar a donde ha llegado. En este Rachmaninov, descatalogado hace tiempo y ahora recuperado por Newton Classics, el estilo es el correcto y el planteamiento expresivo acierta al no descuidar ni la parte lírica ni la más extrovertida, pero la batuta dirige con brocha gorda y escaso sentido de la cantabilidad. El resultado es una versión poco tensa en el primer movimiento y en conjunto bastante superficial e insincera, adornada además con diversos efectismos para aparentar emoción. La toma sonora no está a la altura de lo deseable en un sello como Philips. (6)
16. Pletnev/Nacional Rusa (DG, 1993). En esta ocasión el otras veces mediocre Pletnev se muestra muy aseado y solvente, ofreciendo una interpretación que sabe aunar elegancia y temperamento sin caer en blanduras ni efectismos, si bien se echa en falta una visión más clara del contenido expresivo, más calidez y una mayor atención al matiz, sobre todo en un Adagio rutinario y precipitado. (7)
17. Jansons/San Petersburgo (EMI, 1993). El maestro letón decide olvidar las brumas y ofrecer una lectura extrovertida, brillante y de buen pulso, pero termina confundiendo semejante planteamiento con dejar a un lado tanto el análisis del entramado orquestal como el aliento lírico de la partitura, pasando de prisa y corriendo sobre sus múltiples bellezas, especialmente en los dos primeros movimientos, que interpreta de manera rutinaria y con tendencia al escándalo gratuito. En el Adagio por fin aparece la emoción, aunque le suene más a Tchaikovsky que a Rachmaninov y, a la postre, no termine de profundizar en él. Mucho mejor el cuarto movimiento, dicho con tanta brillantez como entusiasmo. (7)
18. Svetlanov/Sinfónica Estatal de la Federación Rusa (Canyon, 1995). Relativa decepción para tratarse de un artista que en sus últimos años nos dejó verdaderas joyas interpretativas. La obra está muy bien dicha, y además con evidente entusiasmo, gran claridad y sin precipitaciones, pero la emoción auténtica no surge y demasiadas excentricidades y amaneramientos, aun sin llegar a lo narcisista, se interponen entre el oyente y la partitura. Lo único que termina de convencer es un cuarto movimiento realmente brillante. (7) 19. Previn/Sinfonica de Londres (MP3 Andante, 2002). Este registro estuvo distribuido legalmente a través de la red, con sonido muy mejorable, por la desaparecida página "Andante". Lo incluimos porque se trata de una extraordinaria lectura, aunque curiosamente se encuentra mucho más cercana a la que hizo Previn en los setenta que a la de los ochenta, lo que quiere decir que no es especialmente melancólica al tiempo que alcanza una buena dosis de tensión interna, fuerza dramática y apasionamiento, más incluso que su grabación con la misma orquesta. Elocuencia, idioma y perfección en la arquitectura están garantizadas. Muy apasionado el Adagio, menos sereno y concentrado que el de Telarc, pero quizá más emocionante aún. Sensacional el final de la obra, con un clímax poderoso y dramático como quizá ningún otro. (10)
20. Iván Fischer/Festival de Budapest (Channel Classics, 2003). La batuta coloca todo en su sitio, procura ser transparente, ofrecer elegancia y no caer en excesos, pero los dos primeros movimientos resultan muy rutinarios e insípidos, pasando Fischer por encima de todas las bellezas de la partitura. Incluso hay portamentos excesivos y una sonoridad algo liviana que no encaja con la necesaria rusticidad de este autor. En el Adagio le pone más empeño, pero la flexibilidad de la agógica es más insincera que otra cosa. El cuarto sí está muy bien. (6)
21. Pedro Halffter/Sinfónica de Sevilla (RTVE, 2006). El pabellón español queda bien alto con este interpretación extrovertida, emotiva y fogosa, que no descontrolada, un tanto en la línea de la de Maazel pero sin llegar a resultar tan aristada ni electrizante, aunque a cambio se encuentre más atenta a la vertiente poética de la partitura. Sobresale en este sentido un Adagio sublime que alcanza un raro equilibrio entre apasionamiento anhelante, vuelo lírico y ensoñación poética. El cuarto pocas veces se ha escuchado tan jubiloso, si bien con unos tempi algo más reposados se podía haber ganado en claridad. Los pares, dentro de su magnífica ortodoxia, no aportan nada en especial, e incluso el segundo puede resultar algo cuadriculado. La orquesta se encuentra trabajada con notable plasticidad, pero las maderas se quedan algo cortas. La grabación es corta de dinámicas, sufre saturaciones en los tutti y está plagada de clicks. (9)
22. Paavo Jarvi/Sinfónica de Cincinnati (Telarc, 2006). El sobrevalorado maestro estonio se toma demasiado a pecho su deseo de borrar todo rastro de decadentismo, brumosidad y ensoñación de la partitura, hasta el punto de que los los primeros movimientos, pese a estar trazados con empuje y con una sonoridad rocosa que resulta atractiva, resulta precipitados y muy superficiales. Mucho mejor el Adagio, intenso, dramático y bien paladeado, aunque sin atmósfera y a la postre no del todo emotivo. El cuarto posee mucha fuerza, pero de nuevo hay pasajes leídos de manera superficial. En conjunto, una versión que intenta ser renovadora pero que por eso mismo no acierta en el estilo, y a la que además le falta una idea clara detrás. La toma sonora es algo borrosa. (7) 23. Bychkov/Sinfónica de la WDR de Colonia (DVD Arthaus, 2007). Todo está en su sitio, el idioma es el correcto, la batuta se muestra entusiasta y la orquesta un muy digno nivel, aun no siendo gran cosa el oboe. El problema es que, como ya ocurriera en la grabación del maestro para Philips, a la que en cualquier caso mejora, tras una espléndida introducción no se acaba de alcanzar el vuelo poético deseado, y se cae puntualmente en portamentos discutibles y algunas otras blanduras. Además la dirección es algo gruesa, sobre todo en una verbenera coda. (7)
24. Ashkenazy/Sinfónica de Sidney (Exton, 2007). Interpretación rápida, directa, sincera, realizada de un solo trazo, ajena a amaneramientos y de una comunicatividad admirable. El primer movimiento comienza un punto adusto, ajeno a brumas, pero luego termina convenciendo por su fuerza interior. Maravilloso un Adagio extrovertido, magníficamente trazado en sus tensiones y emocionante a más no poder. Los movimientos pares están llenos de entusiasmo. Por desgracia la batuta, muy atenta a clarificar todas las líneas, no logra paliar las evidentes insuficiencias de la orquesta, y de ahí que la grabación del maestro con la Concertgebouw siga siendo preferible. (9)
25. Pappano/Orquesta de la Academia Nacional de Santa Cecilia (EMI, 2009). Como también se ha visto en su grabación de los conciertos para piano, el maestro no termina de sintonizar con Rachmaninov. Por ejemplo, el primer movimiento está muy bien tensado pese a su lentitud, y se encuentra muy atento a las sonoridades graves, pero resulta en exceso pulido, amén de algo más delicado de la cuenta en las secciones líricas. Con todo, hay en él algún interesante descubrimiento en la orquestación. No le queda mal el segundo, a pesar de sus abundantes portamenti y de unas transiciones algo caprichosas. El problema llega con el Adagio, excesivamente delicado, frágil y hasta blando, careciendo de verdadera intensidad. Magnífico, eso sí, un Allegro vivace tan impetuoso como brillante. La toma sonora no es gran cosa. (7)
26. Sokhiev/Filarmónica de Berlin (Berliner Philharmoniker Digital Concert Hall, 2010). ¿Qué habrán visto en el joven Sokhiev? El sonido de esta orquesta es ideal para la obra, pero el vuelo poético no despega en ningún momento y la sensación de rutina se impone. Falta estilo, falta implicación emocional, falta efusividad, falta esa particular morbidez en el fraseo. Solo es admirable el cuarto movimiento, brillante y poderoso, dicho con entusiasmo. Por otra parte, hay que celebrar la claridad general y reprochar algún portamento fuera de tiesto a estas alturas. (7) 27. Rattle/Filarmónica de Berlín (DVD Euroarts, 2011). Como ya escribí cuando comenté este concierto ofrecido en el Teatro Real de Madrid, "Rattle lo ha hecho bastante mejor que Tugan Sokhiev con esta misma formación. Personalmente solo reprocharía la tendencia de la batuta a endulzar aún más lo que ya de por sí es dulce, amanerando alguna frase aislada o acentuando –segundo movimiento– e incluso añadiendo –cuarto– algunos portamenti. Por lo demás, una interpretación 'romántica' en el buen sentido, magníficamente trazada, intensa y comunicativa, muy bien paladeada en el sublime Adagio y sabiendo ser brillante sin caer en el efectismo en el Allegro vivace conclusivo". (9)
28. Nézet-Seguin/Orquesta de Philadelphia (DG, 2018). El maestro canadiense realiza la apuesta más fuerte y arriesgada: la de la dulzura, la ensoñación y el decadentismo. Elemento imprescindibles en la música del autor, pero que con solo un punto de más pueden echar por tierra los resultados. Yannick se arriesga, decía. Y acierta, porque no llega –se queda muy cerca– a lo blando ni a lo empalagoso, al tiempo que trata a la orquesta con una plasticidad verdaderamente asombrosa y un dominio de la agógica –de flexibilidad extrema– propio de los más grandes maestros. Hay belleza, mucha belleza en su lectura, pero también sinceridad expresiva, de manera particular en un inspiradísimo tercer movimiento, y aunque personalmente prefiero enfoques con un poco más de rusticidad y menos portamentos, he escuchado con muchísima emoción su propuesta, que pasa a convertirse en una de mis favoritas. La toma es increíble, sobre todo si la audición se realiza en Dolby Atmos. (9)
29. Kirill Petrenko/Filarmónica de Berlín (Digital Concert Hall, 2021). El maestro ruso ofrece una soberbia demostración de técnica de batuta no ya a la hora del empaste, la afinación y el equilibrio de planos, sino a la de planificar reguladores, controlar tensiones, desplegar colores y ofrecer toda suerte de matices, todos ellos increíblemente bien llevados a la práctica. Pero también incurre en ese gusto por las sonoridades en exceso ingrávidas, a esa tendencia a lo blando y a lo desmayado, a ese preciosismo insincero y falto de carácter, que en cierto modo le emparenta con el peor Abbado, esto es, precisamente el de su titularidad berlinesa. En cualquier caso, la sangre no llega al río como sí lo hace en otras recreaciones del actual titular, la musicalidad de los solistas queda fuera de toda duda y el cuarto movimiento –mucho más logrados que los restantes– es a todas luces magnifico. (8)
Un día en Creta, dos en el Peloponeso, una semana de curso Erasmus en Chipre, y tres días más adicionales en Atenas que incluían un concierto con Eschenbach y Lang Lang. Estaba ilusionado y les fui poniendo al corriente. Por desgracia, el jueves al mediodía una rampa con pequeños escalones en una estrecha calle de Nicosia me rompió no solo el viaje, sino también el húmero izquierdo y en cierto modo mi propia vida.
La repatriación exigió papeleo y fue bastante kafkiana, sobre todo porque estaba en el hospital central chipriota con poca batería y respondiendo a las exigencias de llamadas telefónicas y papeles diversos por parte del seguro. Preferí dormir en mi hotel, y así lo hice. La mañana del viernes, mientras esperaba con verdadera ansiedad que el seguro me facilitara un billete de vuelta –solo hay dos vuelos semanales de Atenas a Sevilla–, quise seguir participando en el curso aun con la cabeza del húmero fragmentada en varios pedazos difíciles de pegar.
Finalmente, doble viaje en avión para que mi hermano me recogiera en Sevilla. Ya estoy en casa, con mi madre, empezando a salir de la pesadilla. En el hospital me han hecho las pertinentes pruebas del preoperatorio. Dormir en mi cama y escuchar algunos discos me ha servido de alivio.
Doler, duele bastante; muchísimo cuando hago determinados movimientos. Escribir en el ordenador es muy complicado. La buena noticia es que esperan operarme esta misma semana. La mala, como ya me dijeron en Chipre, que esto me va a dejar secuelas de por vida y que no recuperaré nunca por completo la movilidad del brazo izquierdo.
Una cosa más. Estos últimos días he encontrado afecto y cariño por parte de muchas personas, a veces de quien menos me imaginaba. Y también desinterés, incluso desprecio, por parte de otras a quienes he querido mucho y en las que he tenido plena confianza durante años. Así es la vida. Duele.
Hoy resbalé en una callejuela de Nicosia, la capital de Chipre. Cabeza del húmero astillada. Retorno a casa para someterme a cirugía lo antes posible. Me quedo sin visitar Atenas en condiciones, cosa que iba a a hacer a la vuelta. Al menos el sábado tomé un rápido aperitivo en el Museo Nacional y en la Acrópolis. Aquí van algunas fotos.
Tras ver Olimpia, el camino mas corto era volver por el mismo sitio hasta la gran autopista que cruza el Peloponeso de norte a sur. Una paliza de coche. Intenté llegar lo más cerca posible de Atenas, así que me quedé en la moderna Corinto. La ciudad actual no tiene nada en especial, pero a la mañana siguiente pude visitar las ruinas de la antigua ciudad.
Lo más conocido el el templo de Apolo, griego de época arcaica, pero
la mayoría de lo que ver es ya romano. Las dimensiones del foro son
impresionantes.
A destacar que, según una tradición al parecer bastante certera,
puedes ver exactamente el lugar en el que San Pablo fue juzgado -y
absuelto- por las autoridades de la ciudad. En cualquier caso, no quise
permanecer allí mucho tiempo, porque mi ilusión era visitar el
Monasterio de Dafni, cercano a Atenas.
El conjunto fue muy afectado por el terremoto de 1999 y aún se encuentra
en obras. Llegar no es del todo fácil, pese a que se encuentra al lado
de la carretera principal. Tampoco los horarios ponen muchas
facilidades. Pero llegué. Y allí estaban, esperándome, algunos de los
más maravillosos mosaicos de la Segunda Edad de Oro. Las fotografías no son gran cosa, aunque espero que les den a ustedes una idea de lo que allí pueden encontrar.