domingo, 2 de noviembre de 2025

Dos vídeos del Réquiem de Verdi por Abbado: Roma y Milán

Hoy 2 de noviembre, Día de Difuntos, que querido ver dos vídeos del Réquiem de Giuseppe Verdi por Claudio Abbado, sendas retransmisiones televisivas de deficiente calidad disponibles en YouTube: uno de 1970 con la Orquesta de la RAI en la Basílica de Santa María sopra Minerva de Roma –edificio gótico junto al Panteón–, y el otro de 1981 con los conjuntos de la Scala de Milán en Budapest, este último un año posterior a su primera grabación oficial en estudio para DG. Pese a lo mal que se oyen, ambas merecen mucho la pena.

Empezamos por la interpretación romana. Aunque su madurez interpretativa vendría un poco más tarde –para inmediatamente después decaer sin remedio–, el Abbado de finales de los sesenta y principios de los setenta tuvo un atractivo muy especial por su mezcla de sinceridad, concentración e intensidad expresiva. Intensidad que no es la misma que, en este Réquiem verdiano, va desde Toscanini hacia Muti pasando por Karajan. No se basa su acercamiento en el vigor rítmico, la fiereza de los ataques, los contrastes dramáticos ni la agresividad, aunque tampoco se quede precisamente corto en voltaje dramático. La fuerza viene de otro lado, es más interna que externa, y se encuentra acompañada de una amplitud en el canto y de un interés por lo místico que en los citados maestros se encuentra ausente. Priman, en cualquier caso, la extroversión la fuerza y el conflicto en su lectura. Es verdad que hay alguna vulgaridad –Sanctus–, acentuada por las limitaciones de la orquesta romana, y que aún podrá redondear los resultados en el futuro con un concepto más equilibrado, pero esta es ya una dirección de primera.

Y de primera es también el cuarteto. Renata Scotto está aún en plena forma vocal –no lo pasa tan mal como la mayoría– y despliega toda esa conmovedora expresividad que asociamos a su arte. Marilyn Horne, como era de esperar, se encuentra comodísima en la franja grave y canta con una autoridad impresionante. Luciano Pavarotti no se implica demasiado, pero imposible resistirse ante una de las voces de tenor más maravillosas que se recuerdan ni a un canto italiano cien por cien. Nicolai Ghiaurov da una descomunal lección de canto e intensidad expresiva, cierto es que desde una óptica más operística que devota: da verdadero miedo escucharle. De la filmación televisiva, pobremente realizada, hay dos versiones en YouTube: una lleva el sonido desincronizado, la otra recorta el formato a 16:9. Escoja usted la que desee, pero no se pierda este testimonio.

Tampoco hay que perderse el de Budapest. Abbado repite su soberbia dirección del año anterior en estudio con los mismos conjuntos: llena de fuerza y garra, también con su punto siniestro cuando debe, pero al mismo tiempo muy hermosa, concentrada y espiritual. Eso sí, en vivo las fuerzas escalígeras dejan muy en evidencia sus limitaciones. El tenor Peter Kelen es muy poquita cosa: la voz a veces suena muy bella y él le pone voluntad, pero no tiene nada que hacer frente a los otros solistas. Ghiaurov está como en el citado registro para el sello amarillo, ya tocado vocalmente pero más artista que nunca. Shirley Verret pasa de la parte de mezzo –en el disco– a la de soprano, con los resultados esperables: cambios de color, agudos tirantes y relativa comodidad en la zona grave, todo ello generando una tensión que no le sienta nada mal al Libera Me, en el que la artista se atreve a saltar sin portamento al sobreagudo. Por lo demás, expresividad intensa y arte consumado.

Queda Elena Obratsova: sencillamente portentosa, incomparable. Nunca en esta parte se ha escuchado una interpretación tan cómoda en lo vocal –el instrumento es una gloria por pasta, volumen y belleza–, pero lo que impresiona es la fuerza dramática que imprime a sus intervenciones: ¡menudo Liber Scriptus el de esta señora! Aunque fuera solo por ella, ese vídeo es obligatorio para los amantes del canto. 

sábado, 1 de noviembre de 2025

Gran triunfo de Kirill Petrenko con Janácek, Bartók y Stravinsky

Quienes siguen este blog ya saben la opinión que tengo de Kirill Petrenko: un señor con una técnica de batuta descomunal, mayor que la de cualquiera de los anteriores titulares de la Berliner Philharmoniker –Karajan incluido– y un gusto bastante discutible, por decirlo de manera suave, como director del repertorio clásico y romántico. Pero lo cierto es que en el programa berlinés de esta semana, que he seguido a través de la Digital Concert Hall, ha dado la campanada.


En primer lugar, las Danzas Lachianas de Leos Janácek. Estrenada en 1889 y arreglada en 1925, se trata de una página aún poco personal pero deliciosa, que posiblemente debería tocarse y grabarse más de lo que se hace. Yo solo conocía la grabación de Huybrechts en Decca, y para la ocasión he querido escuchar la de Hrusa en Supraphon. Esta de Petrenko me ha parecido netamente superior: quizá la poesía pueda volar más lejos, pero hay entusiasmo, brillantez bien entendida y contagioso impulso rítmico, amén de una sonoridad compacta y suntuosa como pocas.

Con la suite de El mandarín maravilloso de Bartók nuestro artista demuestra que el expresionismo sonoro es lo suyo. Felicísimos resultados: el dominio del ritmo, de los timbres y de las texturas, unido a un enorme impulso vital y a una manifiesta convicción en lo que se hace, encuentra la más increíble materialización por parte de una orquesta en estado de gracia. Eso sí, con un poco menos de velocidad hubiera podido atender mejor a los aspectos atmosféricos y fantasmagóricos de esta música, como también a la “cosa erótica” del asunto, que la tiene. La fundamental escena de la entrada del Mandarín no está del todo lograda. En cualquier caso, enorme altura interpretativa bien recogida por una toma mejor de las que suele ofrecer esta plataforma de streaming.

Petrushka de Stravinsky supone el triunfo absoluto de Petrenko y los suyos en una interpretación dicha no solo con el virtuosismo supremo en ellos esperable, sino también con enorme acierto expresivo. ¿Bajo qué parámetros, habría que preguntarse? Pues el de la más pura ortodoxia, lo que significativamente no coincide con el carácter sombrío y la cierta agresividad con que dirigía el propio Stravinsky. Tampoco se interesa por “humanizar” a las marionetas, ni por explorar atmósferas. La suya es una visión eminentemente alegre, llena de ritmo y color, de humor muy desenfadado, apreciable sabor folclórico y una buena dosis de carácter caricaturesco, lo que significa no prescindir de las aristas. Hay también descaro, sentido teatral y gran refinamiento tímbrico, pero sin narcisismo alguno ni perder de vista el trazo global.

Las intervenciones de los primeros atriles son casi todas portentosas en la expresión, aunque merece citarse de manera especial el muy efervescente piano de una solista cuyo nombre no he podido averiguar. La reacción del respetable es tan entusiasta que Petrenko tiene que volver a salir a saludar una vez la orquesta ha abandonado el escenario. Se comprende: desde el momento en el que la plataforma la suba definitivamente, ha de ser considerada como una interpretación de referencia.

Dos vídeos del Réquiem de Verdi por Abbado: Roma y Milán

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