Visionado por segunda vez el debut de Pablo Heras-Casado al frente de la Berliner Philharmoniker (enlace), confirmo dos cosas. Una, que este señor tiene un talento que le chorrea por las orejas. Dos, que es el tipo de director que a mí me gusta, esto es, un maestro personal, arriesgado, con cosas que decir, e interesado mucho ante por el drama, la tensión sonora y el planteamiento de conflictos que por seducir al personal con sonoridades más o menos melifluas, más o menos grandilocuentes.
Su Mendelssohn, en este sentido, está muy lejos de la cursilería blanda, superficial y amanerada con que hoy nos obsequian no solo directores de la calaña de Thomas Fey, sino también gente tan seria y talentosa como un Riccardo Chailly: a mi modo de ver la Tercera de Heras-Casado está muy por encima de la que grabó hace poco el italiano en Leipzig. Le falta al granadino, eso sí, un último punto de emotividad y lirismo en el primer movimiento, sobrándole quizá algo de brutalidad en el segundo, pero da gusto escuchar los dos últimos planteados de esta manera amarga, dramática, punzante y hasta rebelde. De hecho, por seguir con las comparaciones, tanto esta Escocesa como su no tan interesante pero en cualquier caso muy notable interpretación de Las Hébridas me parecen más convincentes que la de un antiguo titular de la Filarmónica de Berlín, un tal Karajan, quien haciendo gala de una magia sonora a la que ni Heras-Casado ni la mayoría de sus colegas de hoy pueden acceder, se dejó llevar por un narcisismo sonoro y una insinceridad a las que el maestro andaluz permanece venturosamente ajeno.
Magnífica su recreación de la Cuarta Sinfonía de Karol Szymanowski, admirable página de carácter concertante que debería estar mucho más presente en los atriles de las orquestas. El enfoque de Heras-Casado es muy diferente del que ofreció el actual titular de la formación berlinesa al frente de la Sinfónica de Birmingham (EMI, 1996), pues sustituye la sensualidad por el drama, y el hedonismo en las texturas por timbres incisivos y escarpados, ofreciendo así una visión más bien amarga de una partitura que para Rattle parecía más bien jubilosa. A la excelencia de los resultados no se muestra ajeno Marc-André Hamelin, pletórico de virtuosismo y en perfecta sintonía con el planteamiento del director. De propina, el pianista canadiense ofrece una breve mazurca del propio Szymanowski.
Lo que más me ha vuelto a impresionar ha sido lo que ha hecho el de Granada con las Quatre dédicaces de Luciano Berio, una página que, según leo en la red, no es sino el título dado por Pierre Boulez en 2007 a un grupo de piezas independientes escritas entre 1978 y 1988. Músicas densas, herméticas, sin concesiones, que son recreadas con un enorme sentido de la tensión sonora sin caer en el distanciamiento expresivo ni en la mera intelectualidad. Que el formidable nivel de la orquesta berlinesa sea en gran medida responsable del éxito no impide que aplaudamos a Pablo Heras-Casado con el mismo entusiasmo que, como dijimos en su momento (enlace), lo hizo el público de la Philharmonie el pasado 22 de octubre.