Artículo publicado en el número de noviembre de 2010 de la revista Ritmo.
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Siendo lo habitual encontrarnos con series medias que recortan gastos en aspectos “suntuarios”, Harmonia Mundi da una lección de honestidad y recupera en su serie HM Gold verdaderas joyas de su catálogo -y algún garbanzo negro- con una presentación que supera abiertamente (papel, diseño, ilustraciones) la de los originales, y encima lo hace con un precio inferior al que suelen tener estas reediciones, acercándolo al de las series baratas. ¡Chapeau! Esta nueva entrega vuelve a alcanzar un nivel interpretativo altísimo.
En los Conciertos de Brandeburgo que registró en 1997 ese notable conjunto de instrumentos originales que es la Akademie für Alte Musik de Berlín se hizo una auténtica declaración de principios: frente a la luminosidad aérea del mundo italiano y a la sensualidad galante de lo francés, se realizó un apuesta por abordar estas joyas desde la tercera de sus raíces estilísticas, es decir, el espíritu germánico. Hay aquí poco de encanto, de coquetería o de frivolidad bien (o mal) entendida, y mucho de densidad, energía, tensión dramática y aspereza sonora. No en todos los conciertos las cosas funcionan igual de bien -a veces sería preferible una poesía más cálida, menos sombría-, pero el resultado es atractivo.
Con un disco Bartók registrado en 1996 junto a la excelente pianista Florent Boffard (Sonata nº 1 y Sonata para violín solo), Isabelle Faust hacía su debut en el mundo fonográfico. Harmonia Mundi recupera ahora este compacto junto a otro dedicado al mismo autor grabado tres años más tarde -con Ewa Kupiec de acompañante- para que comprobemos cómo sin poseer un sonido grande ni muy carnoso, pero sí firme, capaz de adelgazarse hasta al límite y de ofrecer sugerentes coloraciones, se puede realizar un Bartók de gran interés: misterioso y sugerente, con frecuencia fantasmagórico, a veces teñido de una delicada poesía, también de rusticidad cuando es necesario, pero no muy dramático ni desgarrado, y que por ende brilla en los momentos más sutiles y menos extravertidos de esta música genial.
Un fiasco la Missa Solemnis registrada en público en 1995, toda vez que en el que era su primer acercamiento al mundo beethoveniano -hoy día interpreta al sordo bastante mejor-, Philippe Herreweghe no supo controlar el entusiasmo de su batuta y ofreció una lectura agitada y convulsa, pimpante a ratos, además de poco atenta a la claridad del entramado orquestal (el comienzo del Gloria es un galimatías), que por si fuera poco se ve perjudicada por la discreta calidad que tenía por entonces la Orquesta de los Campos Elíseos (las trompas son puro bramido), un violín no muy allá, un tenor que tiende a la blandura y una toma sonora confusa. La plasticidad del tratamiento coral no salva a esta interpretación.
En los dos compactos con obras corales profanas de Brahms -producción irregular pero llena de belleza- , en el segundo de los cuales se cuenta con el concurso excepcional de Alain Planès a un pianoforte de 1870, el maestro Marcus Creed demuestra no atender únicamente a lo que parece preocuparle a Gardiner en sus recreaciones de este repertorio, es decir, a la afinación, el empaste, el equilibrio polifónico y la belleza canora, sino también a la hondura expresiva y a esa “oscura calidez” sonora tan peculiar del universo brahmsiano. Los resultados, excepcionales.
Si la espléndida versión que en 1987 grabó Trevor Pinnock para Archiv de los Concerto Grossi de Corelli supuso el redescubrimiento de esta maravillosa colección desde la óptica del historicismo, la que en 1991 dirigieron al alimón la violinista Chiara Banchini y el clavecinista Jesper Christensen al frente del excelente Ensemble 415 supuso un paso adelante apostando por una orquesta nutrida, un continuo particularmente imaginativo, unos tempi más deliberados y la sustitución de buena parte de la luminosidad que ofrecían los chicos de The English Concert por una sonoridad más densa y un enfoque que no excluye los tintes dramáticos, todo ello sin acercarse jamás (¡qué diferencia con otros grupos consagrados a este período!) a la extravagancia ni al amaneramiento.
Notable alto para los Nocturnos de Chopin que grabó Brigitte Engerer a principios de los noventa. Una lectura moderada en los pedales y en el rubato -pero no aséptica-, hermosa y delicada en la pulsación -más no cursi ni ingrávida-, toda ella fraseada con concentración, calidez y sinceridad. Falta un poco de arrebato en algunos momentos concretos, y en general se echa de menos algo más de creatividad, pero la sinceridad del despojado pianismo de la artista francesa se termina imponiendo.
Parecidas características comparte su compatriota Alain Planès en su acercamiento a la obra para piano solo de Leos Janácek. Su enfoque no es idiomático, porque se echa de menos esa angulosidad tensa y obsesiva que caracteriza la creación del genial compositor, pero a cambio nos descubre, recurriendo a unos tempi que tienden a la lentitud y haciendo gala de una pulsación sutil, los aspectos más atmosféricos, ambiguos y misteriosos de esta música, a la que acerca descaradamente hacia el universo francés: por momentos parece que estamos escuchando a Satie.
La colección de arias y cantatas -basadas la mayoría en bellísimos textos de Martin Opitz- que en 1636 publicó Caspar Kittel (1603-1939) resulta de sumo interés para conocer la transición de la música vocal renacentista a la barroca en Alemania, pues en ellas se funde la tradición germánica con las novedades que el compositor, una especie de Monteverdi centroeuropeo que realiza su particular transición del “stile antico” al “stile nuovo”, había podido conocer en tierras italianas. René Jacobs defiende estas hermosas páginas con su particular mezcla de conocimientos filológicos y calidez expresiva al frente de un soberbio equipo de instrumentistas (los Valetti, Balestracci, Cremonesi y compañía) y de un equipo canoro bastante digno (las exigencias técnicas son considerables) en el que destaca la voz de Bernarda Fink.
En el Vespro de la Beata Vergine que grabó Herreweghe en 1986 hay que apreciar las suntuosas intervenciones de los dos coros del maestro belga, la Chapelle Royale y el Colegium Vocale de Gante. El conjunto instrumental realiza una estimable labor en la que muestra ya un buen conocimiento de lo que va a ser la interpretación monteverdiana de tiempos recientes, pero otros han llegado después más lejos en cuanto a virtuosismo y creatividad. Lo menos bueno es el equipo de solistas vocales asociados a Herreweghe por aquella época, algunos muy sólidos y otros insuficientes por la técnica o por la expresión.
En 1994 Andreas Scholl se presentaba en el mundo del disco con este precioso recital que realiza un muy didáctico recorrido (magníficas las notas del libretillo) por las canciones para voz solista del barroco alemán, desde el relativo encorsetamiento de Johann Nauwach hasta los planteamientos más digamos operísticos de un Johann Philipp Krieger. En él demostró que ser contratenor no es sinónimo de desigualdades tímbricas ni de amaneramientos expresivos, y contó con la colaboración de un espléndido equipo de instrumentistas en el que sobresalen el laúd de Karl Ernst Schröder y el violín de Pablo Valetti.
El acercamiento a Schumann de Werner Güra -irreprochable dicción, gusto exquisito- puede calificarse como eminentemente lírico, tanto por la naturaleza de la voz del tenor alemán, muy bella y blanqueada a discreción para obtener sugerentes matices expresivos, como por un enfoque introvertido que renuncia a la luminosidad de -por ejemplo- un Wunderlich, pero tampoco carga las tintas en los aspectos más sombríos y dramáticos de los Liederkreis op. 39 y del genial Dichterliebe. Soberbio el acompañamiento, imaginativo y comprometido, de Jan Schultsz.
Para terminar, un precioso disco grabado en 2003 con motetes, antífonas y partes de misa de Tomás Luis de Victoria en transcripciones para voz y cuerda pulsada, algunas de las cuales proceden de tiempos del compositor y otras han sido realizadas ex profeso por el sevillano Juan Carlos Rivera. Éste da al mismo tiempo una lección de transparencia, delicadeza y buen gusto al laúd y la vihuela, mientras a su lado Carlos Mena luce una voz bellísima y homogénea, apreciable sensatez a la hora de ornamentar y una expresividad tan sincera como llena de unción.
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J. S. BACH: Conciertos de Brandeburgo.
Akademie für Alte Musik Berlin.
HMG 501634.35
2 CDs. 92’33’’
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BARTÓK: Sonata para violín solo. Sonatas para violín y piano nº 1 y 2. Rapsodias para violín y piano nº 1 y 2. Danzas folclóricas rumanas.
Ewa Kupiec y Florent Boffard, piano. Isabelle Faust, violín.
HMG 508334.35
1 CD. 114’59’’
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BEETHOVEN: Missa Solemnis.
Rosa Mannion, Birgit Remmert, James Taylor, Cornelius Hauptmann. Coros de la Chapelle Royale y del Collegium Vocale Gent. Orchestre des Champs-Élysées. Dir: Philippe Herreweghe.
HMG 501557
1 CD. 77’23’’
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BRAHMS. Canciones corales profanas. Lieder und Gesänge. Quartette für Chor und Klavier. Zigeunerlieder.
Solistas. Alain Planés, pianoforte. RIAS Kammerchor. Dir: Marcus Creed.
HMG 501592.93
2 CDs. 126’05’’
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CORELLI: Concerti Grossi, op. 6.
Ensemble 415. Dir: Chiara Banchini y Jesper Christensen.
HMG 501406.07
2 CDs. 146’42’’
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CHOPIN: Nocturnos.
Brigitte Engerer, piano.
HMG 501430.31
2 CDs. 116’18’’
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JANÁCEK: Sonata. En el sendero cubierto. En la niebla. Recuerdo.
Alain Planés, piano.
HMG 501508
1 CD. 75’05’’
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KITTEL: Arias y cantatas.
Johanna Stojkovic, Bernarda Fink, Gerd Türk, Jeremy Ovenden, Martin Snell. Conjunto instrumental. Dir: René Jacobs.
HMG 505247
1 CD. 72’08’’
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MONTEVERDI: Vespro della Beata Vergine.
Solistas. Les Sacquebutiers de Toulouse. Collegium Vocale Gent. La Chapelle Royale. Dir: Philippe Herreweghe.
HMG 501247.48
2 CDs. 79’27’’
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SCHOLL: Canciones barrocas alemanas. Obras de Nauwach, Albert, Fischer, A. Krieger, J. F. Krieger, Hammerschmidt, Hagen y Görner.
Conjunto instrumental. Markus Märkl, clave. Karl Ernst Schröder, laud. Alix Verzier, violonchelo. Andreas Scholl, contratenor.
HMG 501505
1 CD. 70’21’’
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SCHUMANN: Liederkreis, op. 48. Dichterliebe, op. 48.
Jan Schultsz, piano. Werner Güra, tenor.
HMG 501766
1 CD. 56’03’’
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VICTORIA: Et Jesum. Motetes para voz sola. Carlos Mena, contratenor. Francisco Rubio Gallego, corneto. Juan Carlos Rivera, laúd y vihuela. Carlos Mena, contratenor.
HMG 507042
1 CD. 60’05’’
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Harmonia Mundi Ibérica
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