Semejante desenfoque estilístico se vio ya claramente en el preludio, dicho con una falta de cantabilidad alarmante. En general toda la fiesta en casa de Violetta estuvo bien dirigida, de manera ágil y brillante, ralentizando un tanto en el dúo -lo que me parece acertado- pero añadiendo algunos “descubrimientos” el “sempre libera” que pudieron deslumbrar de cara a la galería, pero que no funcionaron desde el punto de vista dramático. Lento, flácido e interminable el cuadro primero del segundo acto, aunque el “Amami, Alfredo” estuvo muy bien realizado. Vistosa la escena en la casa de Flora, rematada con un concertante lleno de fuerza. El tercer acto se desarrolló con gris corrección, aunque -como ocurrió con el resto de la partitura- estuvo bien desmenuzado. La coda tras la muerte de la protagonista sonó mucho antes sinfónica que teatral. Lo dicho, puro Maazel. O la combinación de varios de los Maazel posibles, de un Maazel que además solo piensa en sí mismo: los desajustes con los cantantes fueron evidentes. No conociendo su grabación de los sesenta con la Lorengar, me convence bastante más la de 2004 con la Ciofi y, en menor medida, la de 2007 con la Gheorghiu (ambas disponibles en DVD). Aun así, ninguna de ellas me parece una gran dirección de Traviata.
Canceló Marina Rebeka y hubo que buscar una sustituta a penúltima hora. Hibla (pronúnciese “Jibla”) Gerzmava posee una magnífica voz de lírica pura, agradable en lo tímbrico, holgada por abajo -sin cambios de color- y un tanto apurada por arriba. Su legato es bueno y frasea con gusto, alejándose de todo exceso. Desgraciadamente su falta de dominio de los recursos belcantistas es evidente, y aunque Traviata no sea ya belcanto, sino Verdi puro y duro, sin ellos es imposible sacar el papel adelante. Y no solo en el “Sempre libera”, donde resolvió las agilidades de manera poco menos que ridícula, sino a lo largo de toda la partitura dada su escasa técnica para matizar en lo expresivo. Además sus movimientos en la escena son poco femeninos y su talento como actriz no es muy grande.
Más me gustó Vittorio Grigolo, de buena presencia escénica y voz hermosísima, si bien empañada, tan solo en el primer acto, con un exceso de vibraciones. Estilísticamente estuvo en su sitio y en lo expresivo se desenvolvió con corrección y cierto gusto, aunque para hacer un gran Alfredo le queda aún camino por recorrer. Muy sólido el Germont del joven Gabriele Viviani, que asimismo necesita madurar el personaje. Que sus intervenciones (que incluyeron la cabaletta, dicho sea de paso) coincidieran con los más plomizos momentos de Maazel no le ayudaron gran cosa. Muy correctos la Flora de Ekaterina Metlova, el Gastone de Javier Agulló y -sobre todo- la Annina de María Luisa Corbacho. Más desigual el resto.
Lo mejor, a mi modo de ver, la ya vieja producción escénica de Henning Brockaus, y no tanto por la simplemente correcta dirección de actores como por la escenografía de Josef Svoboda: hoy estará muy visto el recurso del espejo, pero sigue siendo muy efectiva la manera en que se van reflejando los diferentes “tapices” del suelo para ir así creando los sucesivos ambientes escénicos. En el último acto me pareció hermosísima la iluminación, realizada por el propio Brockaus, aunque tengo que unir mis voces a las que protestan por la idea final de reflejar al público encendiendo las luces de la sala. Aunque la verdad, a esas alturas la cosa ya daba igual: con un Maazel en el colmo de la irregularidad y un elenco vocal no muy allá, la función estaba hundida en el aburrimiento. Al menos para mí, claro está. Si quieren otras opiniones, pueden acudir al Blog de Atticus (enlace) y al de Titus (enlace), o buscar en la página de Beckmesser (enlace).
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