No conozco ninguna lectura del Daphnis et Chloé, del que aquí se ofrecen solo las suites nº 1 y 2 pero con la acertada inclusión del coro, que me fascine aún más que la presente. Y el Amanecer me parece una de las interpretaciones más increíbles de cualquier página raveliana que yo haya escuchado: el increíble dominio de las texturas por parte de la batuta, su rico y sensualísimo colorido, su capacidad para que se escuche absolutamente todo sin que decaiga el pulso –los tempi, por descontado, son lentos–, su sentido orgánico del fraseo hasta alcanzar clímax que saben aunar espiritualidad y erotismo, su magia sonora y poética, convierten la audición en una verdadera experiencia. La toma, realizada en la Philharmonie en 1987, resulta más que suficiente y ofrece una amplia dinámica.
Las otras dos tomas, asimismo notables pero por debajo de los estándares de la época, fueron realizadas en la Herkulessaal en 1979 y 1984 respectivamente. Podría decirse que La Valse experimenta aquí un redescubrimiento, tantas son las cosas nuevas que se escuchan: los tres primeros minutos son un verdadero prodigio en lo que a disección del tejido orquestal se refiere. De verdad que hay que escucharlo para creerlo. ¡Menuda técnica de batuta tenía este señor! Otra cosa es que a lo largo de toda la interpretación se aprecie más de un detalle rebuscado, incluso caprichoso, que quiebra el trazo global y llama en exceso la atención. Como en tantas otras ocasiones, hay que entrar en el juego de Celi para disfrutarlo plenamente. Tras varias audiciones lo he conseguido y he quedado atrapado por la expresividad que Celi obtiene de las maderas muniquesas, por su dominio de la flexibilidad agógica y por su capacidad para sonar con levedad y morbidez sin caer en lo trivial. Y también, como no podía ser menos, por su incomparable sentido de la atmósfera, que en combinación con un desarrollado humor negro permite al maestro ofrecer una recreación no por sensual menos inquietante.
Le tombeau de Couperin recibe una interpretación de referencia. Nunca me había gustado tanto esta página, quizá con la excepción de Cluytens, como bajo la batuta de un Celi inspirado a más no poder. Elegancia, delicadeza, ternura, melancolía, colorido pastel, clasicismo un punto indolente pero lleno de poesía... Todos los tópicos de la música de Ravel se hacen aquí presentes con absoluta convicción, sin que ninguno de ellos implique devaneos con lo frívolo o lo amanerado. Y hay también espacio para el misterio –sección central del Menueto– e incluso para lo bullicioso –Rigodón final–, aunque ciertamente el interés del maestro no esté en poner en evidencia las referencias clavecinísticas. Sea como fuere, un milagro.
En fin, un disco magistral y revelador cuya audición resulta imprescindible para todo buen melómano. Y todavía hay por ahí un Prokofiev en la recámara que algún día me gustaría comentar.