miércoles, 31 de diciembre de 2008

Año Nuevo en Viena por Jansons


CONCIERTO DE AÑO NUEVO 2006.
Obras de Lanner, Mozart, Eduard Strauss, Johann Strauss I, Johann Strauss II y Josef Strauss.
Orquesta Filarmónica de Viena. Dir: Mariss Jansons.
Deutsche Grammophon 00440 073 4142
DVD 121’29’’
DDD Universal
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Un soberbio Honneger, un mal Bruckner, un interesante Bartók, un notable Rachmaninov, un mediocre Respighi, un gran Shostakovich.... o un discreto Shostakovich. Tanto sus grabaciones discográficas como los live televisivos que nos llegan de la Bayerischen Rundfunks demuestran una vez y otra la irregularidad de Mariss Jansons, un artista talentoso pero con pocos logros realmente brillantes y sí demasiadas desigualdades (no sólo al pasar de un repertorio a otro sino también dentro de un mismo compositor) como para considerarle el grandísimo director que muchos viene pregonando desde hace tiempo.



Claro que algo le habrán visto a este señor, además de ser una al parecer bellísima persona, como para que le den el podio de la Concertgebouw o le encarguen el concierto de Año Nuevo de una Filarmónica de Viena que cada vez piensa menos en lo artístico -quién la ha visto y quién la ve- y más en el vil metal. En todo caso los resultaron fueron más satisfactorios de lo que algunos esperaban. Sobre todo porque el director letón hizo gala de una admirable virtud: el entusiasmo.

Sus versiones de las músicas de los Strauss estuvieron llenas de alegría, vitalidad y sentido del humor, situándose muy por encima de la rutina y la pesadez de un Mehta (que repite el año que viene), de la blandura e indiferencia de un Abbado y de la aséptica sequedad de un Harnoncourt. Pero por desgracia la energía de Jansons no va acompañada de la imprescindible dosis de transparencia, elegancia y sentido del color indispensables en esta música, y sí de una tendencia a la tosquedad, a la contundencia y al efectismo que termina lastrando sus resultados en comparación con los de un Ozawa -que por otra parte es más blando y distanciado- y los acerca hasta cierto punto a los del robusto y poderoso Muti.



Ni que decir tiene que ninguno de los citados ha logrado nunca hacer gala de ese sentido de la elegancia no decadente pero sí sofisticada, de esa fluidez en el fraseo y de ese punto de equilibrio entre chispa y melancolía que le da su sentido último a esta música y que es hoy patrimonio exclusivo de Lorin Maazel.

La edición técnica de este concierto de 2006, que incluyó los previsibles homenajes a Mozart en su aniversario, es soberbia tanto en lo visual como en la toma de sonido (¡fabulosa en DTS!), lo que permite que -a despecho de las insuficiencias apuntadas- se pueda disfrutar sobremanera del espectáculo. Y prescindir, si se quiere, de las inevitables coreografías de “sabor vienés”. Sea como fuere, los DVDs verdaderamente ineludibles de Año Nuevo siguen siendo los de Karajan, Kleiber y Boskovsky.
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Artículo publicado en el número de mayo de 2006 de la revista Ritmo.


PS. Tras la visita de Jansons, Zubin Mehta ha superado los mediocres resultados de su anterior presentación el 1 de enero y el anciano George Prêtre, inesperadamente, se ha situado entre los grandes recreadores de este concierto. Veremos qué tal lo hace mañana Barenboim.

Escuche el Mesías de Koopman ante de que lo quiten

PS (22/12/2012). He encontrado en YouTube la grabación comentada. Que la disfruten.
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La grabación radiofónica de este concierto de la Filarmónica de Nueva York se realizó hace un par de semanas y se encuentra disponible en la web de la orquesta (enlace) hasta el 9 de enero; no se puede descargar, aunque sí ser grabada con un programa tipo Total Recorder o similar. Suena francamente bien, aunque hay algunos saltos en la transmisión.


Yo lo hoy escuchado esta misma mañana y me he llevado una gratísima sorpresa. Y no tanto porque Ton Koopman sea capaz de hacer sonar a la New York Philharmonic casi, casi como una orquesta de instrumentos originales, pues el gran clavecinista, organista y director ya anteriormente había probado esa habilidad para "reconvertir" formaciones sinfónicas, sino porque se trata de una dirección sensacional de El Mesías. Al menos para mi gusto: creo que es la que más me gusta de todas cuantas he escuchado.

Koopman hace justo lo contrario que Harnoncourt en la lectura que escuché y comenté ayer mismo en este blog. Si el austríaco tomaba su Concentus Musicus Wien para aplicar unos parámetros más bien discutibles, digamos que a medio camino entre el historicismo más frío y lo "romanticoide", el holandés toma una orquesta "de las de toda la vida" y la pone al servicio de un concepto cien por cien "históricamente informado": tempi, fraseo, articulación y ornamentación están totalmente al día de lo que se ha avanzado en la interpretación del Barroco, sin la menor concesión a las sonoridades tradicionales. Y todo ello haciendo gala de una intensidad, una teatralidad y una expresividad realmente excepcionales.

Es posible que en su reciente grabación, que en este blog he elogiado repetidamente, Sir Colin Davis sea aún más emotivo y profundo, también más "musical" que Koopman, quien a veces se precipita un poco y puede resultar para ciertas sensibilidades un tanto pimpante. Aún así me quedo con el holandés, porque consigue cotas extraordinarias de comunicatividad sin salirse de unos parámetros estilísticos y expresivos, los del historicismo, que a mí me parecen los más adecuados para interpretar esta música.

Por lo demás, creo que Koopman se sitúa a distancia de todos sus compañeros de la interpretación barroca, salvo quizá de un más elegante -y más tímido- Trevor Pinnock. A Harnoncourt lo vapulea: compárese el horroroso "Aleluya" de este último con el del holandés para ver la diferencia entre la blandura más pastelosa y el júbilo más alejado de la retórica romántica.

Esta interpretación radiofónica flaquea un tanto por el lado de las voces. El tenor Jörg Dürmüller y el barítono Detlef Roth se limitan a cumplir, mientras que el gran Andreas Scholl defrauda con una voz que parece envejecida; sólo triunfa la cada día más cotizada Sunhae Im. El Westminster Symphonic Choir es muy bueno, pero no puede compararse con los mejores que han grabado la partitura. El clave (¿el propio Koopman?) es magnífico.

Desde luego yo lo tengo claro: si Koopman grabase esta obra con unos solistas y un coro de primera -la orquesta me da igual, aunque preferiría la suya propia-, sería mi versión favorita de El Mesías. Escuchen esta grabación neoyorquina, por favor, antes de que la quiten de la red. Y ahora a ver si Jacobs se anima de una vez a darnos una interpretación propia. ¡Lástima que no conservemos ninguna de Robert King! La que le escuché hace años en Sevilla me gustó muchísimo.

martes, 30 de diciembre de 2008

El segundo Mesías de Harnoncourt

Tenía ganas de escuchar este nuevo Mesías de Harnoncourt, grabado en vivo en el Musikverein vienés con magnífica toma de sonido por Deutsche Harmonia Mundi en diciembre de 2004, a ver si cambia la cosa con respecto al registrado para Teldec más de dos décadas atrás, que como ya indiqué el artículo colgado más abajo (enlace) me pareció más bien fallido. Pues no: más de lo mismo.


El ya mítico músico alemán, sin duda excepcional como teórico de la interpretación pero a día de hoy un tanto superado como director, vuelve a insistir en la fusión de los instrumentos originales de su Concentus Musicus Wien -en número reducido, con escaso vibrato y todo eso- con un fraseo en buena medida tradicional, todo ello para aplicar un concepto expresivo que deambula entre la frialdad, los ataques de violencia gratuita "made in Harnoncourt" y la blandura más trasnochada. Al menos en la primera parte, que por su temática navideña es la que más se presta al "pestiño"; en las otras dos el pulso dramático se encuentra mucho mejor sostenido e incluso se pueden destacar algunos efectos dramáticos de buena ley que, no obstante, no logran remontar el vuelo de una interpretación que se caracteriza por su falta de tensión interna, su incoherencia, su irregularidad y su deslavazamiento.

No todo es negativo. La orquesta realiza una formidable labor: no es lo mismo el Concentus Musicus de ahora que el de antes, claro está. El fabuloso Coro Arnold Schoenberg es un auténtico placer para los oídos, incluso aunque no convenzan los parámetros expresivos en los que le obligan aquí a moverse. Christine Schäfer, Anna Larsson, Michael Schade y Gerald Finley están estupendos, particularmente la primera y el último de los citados. Gracias a todos ellos la interpretación sube bastantes enteros. Pero era de esperar que, con lo que ha llovido desde su primera aproximación a esta obra maestra, Harnoncourt hubiera aquilatado su visión inicial con una realización más vigorosa, sincera y apasionada, con menos dulzonería y con una creatividad menos excéntrica. Desde una óptica parecida, y sin resultar tampoco ideal, Paul McCreesh lo ha hecho bastante mejor.

Recomendaría a los escépticos que escuchen la reciente interpretación de Sir Colin Davis que comenté hace unos días (enlace) y la comparen con ésta: la del británico parece en no pocos números, sobre todo en los de la primera parte, bastante menos "romántica" que la de su colega. Estoy seguro de que si nuestro músico hubiera realizado esta interpretación con una orquesta grande y la hubiese firmado con seudónimo, muchos aficionados hubieran dicho que se trata de una aburrida y trasnochada lectura a cargo de un dinosaurio de la dirección orquestal cuya inspiración resulta bastante irregular, cuando en realidad se trata de Harnoncourt haciendo de.... Harnoncourt.

A la gentuza que pasa por aquí

Simplemente recordarles que poquísimas veces en mi vida he escrito bajo pseudónimo en foros y sitios similares. La última vez fue hace ahora un año y aún me arrepiento. Desde entonces, cualquier intervención mía por escrito ha estado siempre firmada con mi nombre verdadero. Pero claro, como piensa el ladrón que todos son de su condición...

Algun día hablaré de los que utilizan dos, tres, cuatro y hasta cinco nombres diferentes para escribir en Internet, a veces llegando al ridículo de establecer conversaciones ¡con uno mismo! Aunque bien pensado, hay personas que no se merecen que les dedique más tiempo en mi vida. Prefiero hacer cosas más interesantes.

lunes, 29 de diciembre de 2008

La tetralogía Indiana Jones en CD

La aparición de esta cajita supone la materialización -si no ideal, al menos suficiente- de un sueño acariciado durante varios lustros por miles de aficionados a la música de cine: la edición "decente" en compacto de la las antiguas bandas sonoras de John Williams para las películas de Indiana Jones, a las que se añade aquí, claro está, la reciente de La maldición de la calavera de cristal (por otro lado la menos interesante de las cuadro desde el punto de vista musical). Y digo "decente" porque las ediciones que hasta ahora circulaban por el mercado dejaban mucho que desear.

El caso más sangrante era el de El templo maldito: sólo cuarenta minutos de música en una edición que había que comprar a precio de oro en la quinta puñeta, aunque en Españla se vio una fugaz edición en una colección de quiosco que nos sirvió a muchos para hacernos con la codiciada pieza. La última cruzada contenía sólo una hora y sonaba regular: ¡ADD en 1989! En busca del Arca Perdida sí conoció, aunque ya en fechas recientes, una edición medianamente digna.

Pero ahora las cosas están mucho mejor: los dos últimos títulos citados alcanzan una calidad de sonido superior (The Temple of Doom estuvo, desde el principio, fabulosamente bien grabada y mezclada), mientras que los tres compactos se han rellenado hasta completar una duración estándar de 75 minutos. Por desgracia La maldición de la calavera de cristal viene idéntica a la edición oficial del score, lo que no resulta muy de recibo: se podía haber respetado, como en las anteriores, el orden cronológico de cada uno de los tracks.

Mayor decepción viene por parte del disco adicional: los dieciocho minutos de entrevista con Lucas, Spielberg y el propio Williams no aporta nada de gran interés, mientras que los bonus tracks son solo treinta y cuatro minutos cuando podían haber sido muchos más. Además, alguno de ellos podía haber cabido perfectamente en el CD correspondiente a su banda sonora, algo que sin duda hubiésemos preferido todos los aficionados. Podía haberse hecho mucho mejor, sí, aunque habida cuenta el escaso respeto que las discográficas no especializadas guardan hacia las bandas sonoras, nos podemos dar por satisfechos.

Por lo demás la presentación es muy preciosa, y aunque está pensada mucho antes para los fans de Indiana Jones que para los de John Williams, se agradece la inclusión -sólo en los tres primeros títulos- de las plantillas completas de las orquestas utilizadas. La del primer título, como bien es sabido, fue la Sinfónica de Londres, que por aquellas fechas trabajaba bastante con el compositor. Las de los dos siguientes fueron orquestas "del estudio", y la coincidencia de muchos nombres en la una y la otra nos hacen pensar en una fuente común, que debe de ser la Filarmónica de Los Ángeles.

¿Y qué decir de la música? Pues que seguramente no es de primera fila, pero que a muchos nos sigue entusiasmando por la habilidad de su escritura, su brillantez, su colorido, su imaginación y, sobre todo, por su inmediatez descriptiva. Y también, por qué no, por su vuelo lírico: el "tema de Marion" es de una gran belleza. Todo ellos partiendo de una sensibilidad musical y dramatica de primer orden y, sobre todo, de una enorme capacidad para sintetizar influencias de lo más variopintas en un todo homogéneo y personal: la música de Williams no tiene nada que ver con el aburridísimo sinfonismo estandar que actualmente impera en Hollywood y que intenta compensar mediante decibelios lo que le falta de personalidad e imaginación.

A los fans de John Williams no tengo que decirles nada. Bueno, sí: que en lugar de descargarse estos discos se los compren, porque la caja se vende muy barata (actualmente se localiza por poco más de treinta euros) y viene muy bien presentada. Y a los que aún no se interesen mucho por las bandas sonoras, me atrevo a recomendarles que le dediquen un poco de tiempo a esta música. Total, a quien siga sin gustarle, siempre puede jugar a descubrir fuentes de inspiración: esto es Romeo y Julieta de Prokofiev, esto El caballero de la Rosa, esto la Música para cuerdas, percusión y celesta, esto otro Atmósferas... Y así.

Ah, quien quiera el tracklist completo, puede acudir al excelente blog sobre música de cine de Juan Ángel Saiz (enlace).

domingo, 28 de diciembre de 2008

El Macbeth de 1847, en Opera Rara

VERDI: Macbeth.
Glossop, Hunter, Tomlinson, Collins.
BBC Singers, BBC Concert Orchestra. Dir: John Matheson.
Opera Rara, ORCV301
2 CDs. 132’55’’
ADD Diverdi **


Opera Rara se decide a reeditar cinco grabaciones realizadas en los estudios de la BBC entre 1969 y 1983 con las partituras originales de otras tantas óperas de Verdi, y lo hace comenzando por Macbeth en la versión de 1847.

Merece la pena escuchar el aria original para soprano del acto segundo, la cabaletta del barítono que cerraba el tercero, el primitivo coro de apertura del cuarto y el arioso de la muerte del protagonista (recuperado en grabaciones como las de Leinsdorf y Abbado). Por lo demás nos encontramos ante una ópera más claramente de los “años de galera”, y por ende más homogénea, en la que no obstante ya se encuentran las visionarias escenas de las apariciones y del sonambulismo que han otorgado justificada fama a este título.

Grabada con buen pero no excepcional sonido en abril de 1979, esta lectura se queda en lo meramente aceptable. La wagneriana Rita Hunter compone una atípica y muy interesante Lady, pero Glossop -ya mayor- no logra superar sus consabidos problemas canoros. Collins ofrece un Macduff de elegante fraseo, mientras que el por entonces joven Tomlinson, ya con limitaciones, luce espléndida materia prima. La batuta es muy correcta, si bien le faltan estilo y creatividad.
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Artículo publicado en el número de abril de 2004 de la revista Ritmo.


sábado, 27 de diciembre de 2008

El Macbeth de Verdi en celuloide

VERDI: Macbeth. Nucci, Verret, Ramey, Luchetti, Barasorda, Antonacci.
Coro y Orquesta del Teatro Comunale de Bolonia. Dir: Riccardo Chailly.
G, 00440 073 4380 2 DVDs 132’ + 45’ (documental)
DDD Universal
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El audio de este doble DVD se corresponde con el registro grabado en Bolonia bajo la dirección de Riccardo Chailly en 1987 editado en su momento por Decca. Se trata de una muy buena lectura que, a pesar de su homogeneidad y alto nivel, no termina de resultar redonda.

Nucci, que por entonces acababa de debutar el papel, realiza una sólida composición en la que no logra disimular ciertas irregularidades canoras ni sus conocidas limitaciones expresivas; nada que ver con los modelos referenciales de Leonard Warren y Renato Bruson. Por descontado que la Verret está maravillosa, pero resulta difícil olvidar su más intensa y poderosa composición de los años setenta junto a Claudio Abbado. Ramey está muy bien -sólo eso-, Luchetti le pone muchas ganas a su notable Macduff y la por entonces joven Antonacci es toda una curiosidad como la dama de Lady Macbeth.

La batuta del milanés se muestra fluida y teatral, se halla muy atenta a los matices y muestra un admirable verbo italiano, aunque palidece al lado de las vibrantes y dramáticas aproximaciones de Muti y Abbado, como también de la oscura y alucinada -también un tanto germánica-de Sinopoli.

La imagen no es una realización televisiva, sino una película filmada en celuloide el mismo año en que se registraba el audio y exhibida en su momento en salas cinematográficas. La propuesta de Claude d’Anna resulta muy atractiva por rodarse en su totalidad en escenarios naturales y por acentuar la vertiente más oscura y sucia del drama de Shakespeare, un poco a la manera de lo que había hecho mucho antes Orson Welles en su personal acercamiento al mismo. Cuenta además con un excelente vestuario, una sugestiva fotografía de tonos azulados y un sentido de lo macabro inspirado abiertamente en Francisco de Goya.

Ahora bien, y pese a importantísimos aciertos parciales, el director francés no logra encontrar un lenguaje cinematográfico adecuado para realizar una narración naturalista de una historia que se expresa plenamente (¡y de qué manera!) a través de las fórmulas de la ópera decimonónica; el intento de otorgar fluidez al estatismo escénico no siempre resulta convincente. Pese a lo dicho, la compra de esta edición -completada con un espléndido “making of”- resulta absolutamente recomendable, como también lo es descargarse de Internet -es legal y gratuito- el video televisivo de la mítica producción de Strehler en La Scala dirigida por Abbado y protagonizada por Cappucilli y Verret; la calidad visual de la copia que circula es horrorosa, pero se trata de una función tan extraordinaria que en el improbable caso de que alguna vez se editara en DVD, sería primerísima opción para acercarse a esta obra maestra verdiana.
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Artículo publicado en el número de marzo de 2008 de la revista Ritmo.

viernes, 26 de diciembre de 2008

El Mesías: una aproximación a la discografía

El siguente texto acompañaba en su momento el artículo sobre El Mesías que presenté en la entrada anterior. Para escribirlo me escuché en su integridad las catorce versiones el oratorio que pude localizar en ese momento. Por ello, aunque la maquetación de la sección en la revista Ritmo obligaba a seleccionar cuatro interpretaciones concretas, presentando cada una con su carátula y con su ficha, no quise dejar pasar la oportunidad de hablar de cada una de ellas, aunque fuera muy superficialmente, y a trazar una especie de línea conductora en el texto donde se pudiera esbozar la evolución interpretativa de la más conocida obra haendeliana durante los últimos lustros.

A la hora de colgarlo en el blog, pensé en reformular, ampliar y actualizar texto, pero para hacerlo en condiciones tendría que dedicarle al asunto unas cuantas horas extra, entre ellas las destinadas a escuchar algunas de las interpretaciones discográficas más recientes. De ahí que haya preferido dejarlo tal y como estaba.

En todo caso hay que señalar al
gunos datos. Por ejemplo, que la interpretación de Leppard sigue descatalogada, si bien el interesado puede hacerse con una selección en la barata serie Apex. Que la filmación de Christopher Hogwood ya ha aparecido en DVD (Arthaus), aunque albergo dudas sobre la fecha real de grabación: Emma Kirkby me aseguró que era muy anterior a 1982, que es el año que aparece en mi copia en VHS. Que la de Pinnock, que para mi gusto sigue siendo la más recomendable con instrumentos originales, ha pasado a serie media. Que la de McCreesh, quizá la más interesante para los amantes de las voces, suena maravillosamente en formato SACD. Y que la tercera y última de Sir Colin Davis que comenté en una entrada anterior resulta (enlace) imprescindible para quienes no son alérgicos a las interpretaciones no historicistas del repertorio barroco.
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Donath, Reynolds, Burrows, McIntyre. Coro John Alldis, London Philharmonic/Richter. DG 453 028-2. 2 CDs. ADD.

Todavía se oye tronar a fundamentalistas de uno y otro bando en pro o en contra del historicismo. De nada les sirve: la historia sigue su curso, y dentro de unas décadas tales diatribas serán recordadas con irónica condescendencia. Personalmente soy partidario de la utilización de técnicas e instrumentos “históricamente informados”, que tantas cosas positivas han aportado, pero me quedo antes con los grandes músicos que con los mediocres. Y es que, habiéndose avanzado considerablemente en las formas, no se ha producido tal superación en lo que respecta al contenido expresivo: buenos y malos directores los hay por igual en una tendencia que en la otra. Así, no me interesan versiones como las de Christophers (Hyperion, 1986) o Parrot (Virgin, 1988), desinfladas y mortecinas, por mucho que estén acordes con los avances de la investigación.

Sí que despiertan mi interés las que logran extraer el enorme potencial de la obra, aunque formalmente hayan sido superadas y dejen insatisfecho en ese sentido. He aquí un ejemplo: la segunda que grabara Karl Richter, reeditada a buen precio y con sonido excelente. Una lectura marcada por el pathos, que viene dado tanto por la sincera e intensa dirección como por la calidez y comunicatividad de la entrañable Helen Donath.

Estilísticamente hoy se pueden -y hasta deben- hacer las cosas de otra manera, pero en 1972 esta versión debió de situarse en cabeza de la vanguardia, al distanciarse bastante de las maneras de los directores tradicionales, y por descontado del post-victorianismo a lo Beecham. La Filarmónica de Londres -excelente- es muy grande, la articulación no responde a lo que ahora sabemos sobre el estilo, eso es cierto, pero los tempi no parecen casi nunca lentos, las texturas son claras y transparentes y sólo en contadas ocasiones resulta pesante. En este sentido parece ilustrativa la comparación con la versión de Mackerras y la a priori más adecuada English Chamber (EMI 1966, con Janet Baker): a Sir Charles, gran músico y buen conocedor de Haendel, le suenan sus conjuntos mucho menos barrocos, a pesar de los adornos y de las originalidades del bajo continuo, que parecen fuera de lugar. Sí, una gran versión la de Richter.


Palmer, Watts, Davies, Shirley-Quirk. Coro y Orq. English Chamber/Leppard. Erato 2292-45447-2 (descatalogado). 2 CDs. ADD.

A mediados de los setenta existía ya plena conciencia de que había que ir recogiendo los avances de la musicología: orquestas y coros menos nutridos, tempi vivaces, texturas ligeras, articulación más marcada, vibrato limitado, mayor atención a la ornamentación, etc. Entre las versiones que apuntaron en esta dirección sigue brillando con luz propia la que en 1974 grabara el hoy olvidado Raymond Leppard.

Desde luego el tiempo no ha pasado en balde. Por poner un ejemplo, el bajo continuo puede resultar hoy discutible, pues pasa con suma facilidad de lo mecanográfico a lo cursi. Sin embargo la dirección, tan intensa y dramática como la de Richter, es formidable a la hora de ir introduciéndonos en los diferentes estados anímicos por los que nos lleva la partitura, alcanzando un equilibrio entre introversión y extroversión que no consiguen la mayoría de las versiones. Al fraseo elegante y fluido de Leppard responden a las mil maravillas una orquesta y un coro extraordinarios, así como unos solistas instrumentales portentosos. Voces algo desequilibradas: estupendas ellas, poco más que correctos ellos. Da igual. Esta versión hoy se halla incomprensiblemente descatalogada (¡y eso que suena de manera formidable!), pero es de suponer que algún día se reeditará. Cuando aparezca, ya sabe.

Considero oportuno citar la que poco después registrara Marriner al frente de su Academy (Decca, 1976). Una versión que en su loable huida de la pesantez y de la retórica vana, buscando transparencia y luminosidad, avanza sobre Leppard en lo formal, pero cae a menudo en lo intrascendente, lo frívolo e incluso lo pimpante. Aún así, una piedra miliar. De hecho, la primera de las versiones historicistas grabadas fue prácticamente un calco en lo conceptual de la de Sir Neville. Me refiero, claro está, a la de Christopher Hogwood (Decca 1979), quien no en balde había preparado la edición de aquélla y ejercido de organista. Su versión no termina de convencer por idénticas razones, pero no le podemos negar que dio un paso decisivo a la hora de plantear un acercamiento completamente nuevo y fructífero a El Mesías: instrumentos, voces y técnicas ya del todo ajustadas a lo filológico. Hoy, un clásico.


Auger, von Otter, Chance, Crook, Tomlinson. Coro y Orquesta The English Concert/Pinnock. Archiv 423 630-2. 2 CDs. DDD.

En 1982, el mismo año en que Hogwood grabó en la Abadía de Westminster para televisión un remake de su lectura (recomendable si apareciera en DVD), se registraban dos nuevas interpretaciones historicistas. Por un lado la de Gardiner (Philips), que no cae en la frivolidad y la coquetería digamos “femenina” de su colega. Al contrario, su íntima y recogida lectura resulta en exceso seca y austera, y a pesar de reconocer aciertos de primer orden -aquí está el Aleluya que más me gusta, con un Coro Monteverdi sensacional-, quien esto suscribe se aburrió escuchándola. Por otro la de Harnoncourt (Teldec), arriesgada a la hora de combinar instrumentos originales y sonoridades “tradicionales”; el resultado es incoherente, pues con frecuencia cae en una blandura y una morosidad detestables, pero apunta en una interesante dirección.

Dejando a un lado intentonas condenadas de antemano al olvido como las que en 1984 realizaran Marriner (EMI, esta vez en alemán) y Solti (Decca, con una Kiri Te Kanawa estupenda), llegamos en 1988 a la primera madurez interpretativa de El Mesías “moderno” de la mano de Trevor Pinnock. Sin plantearse un híbrido como Harnoncourt, el gran clavecinista supo ver que renovar la tradición no ha de implicar un ropaje sonoro diametralmente opuesto, y que la relativa timidez expresiva del historicismo pionero no era sino una especie de sarampión, es decir, algo tan molesto como necesario, dado que había que marcar diferencias.

La orquesta no le suena tan ácida como a sus antecesores; las texturas son tersas y luminosas; el fraseo fluido, rebosante de buen gusto y cantabilidad; bajo continuo imaginativo en el buen sentido; coro estupendo. Y lo más importante, trasmite emoción sincera, siempre dentro de una línea equilibrada y elegante -incluso contenida- antes que espontánea y vital. En cierto modo, esta versión es a la de Leppard lo que la de Hogwood a Marriner: su traducción a los parámetros del historicismo. La elección de las voces es sabiamente ecléctica: fabulosas Auger y von Otter, notable Chance, correcto Crook y -el único lunar-mediocre Tomlinson. Como la toma de sonido es modélica, me parece estupenda opción para quien se acerque por primera vez a la obra.


Gritton, Röschmann, Fink, Daniels, Davies. Gabrieli Consort and Players/ McCreesh. Archiv 453 464-2. 2 CDs. DDD.

El arriesgado -y entonces fallido- planteamiento de Harnoncourt había indicado un interesante sendero a seguir, pero hasta 1996 nadie se atrevió a avanzar decididamente desde el punto en el que éste dejó las cosas. Fue, quién lo diría, Paul McCreesh el encargado de hacerlo, llevando a la práctica lo que propone en sus notas del libreto: sin renunciar al respeto filológico, devolver a la más conocida obra haendeliana la grandiosidad y densidad de las lecturas tradicionales. Es la suya una versión dinámica, robusta y muy contrastada (y eso que las fuerzas congregadas siguen en número las del Foundling Hospital) que, al contrario que la mayoría de las historicistas, logra poner de relieve el importante componente teatral de la partitura.

El problema es que la del londinense no es una batuta de primera (de hecho, en 1998 le escuché en directo un Mesías bastante discreto). De ahí que, en su oscilación entre lo dramático y lo jubiloso, no siempre alcance el equilibrio preciso y caiga a menudo en uno de los dos extremos, en lo pesante o en lo pimpante (sobre todo en lo segundo). Además, se echa de menos una mayor atención al matiz.

Con todo, es una lectura a tener muy en cuenta tanto por sus aportaciones en lo conceptual como por sus valores puramente musicales, que no son pocos: la intensidad de la dirección, la contrastada calidad de orquesta y coros, el rico y elaborado bajo continuo -dos claves-, y el buen nivel solistas, entre los que destacan Röschmann, Fink y Davies. La excelencia del sonido termina de hacer interesante la compra.

Sin embargo, “mi” Mesías aún está por llegar. La musicología sigue avanzando y, quizá debido al monopolio interpretativo por parte de los artistas británicos, echo de menos versiones de mayor riqueza conceptual, que recojan los logros interpretativos realizados en otras parcelas de la música barroca. Recientes aportaciones como la de William Christie (Harmonia Mundi 1994, bella y camerística -versión de Dublín-, pero algo sosa y no todo lo francesa que hubiéramos deseado) apenas han renovado el panorama. Me imagino una versión fresca, espontánea, muy imaginativa, tan inglesa como mediterránea. ¿Alessandrini? ¿King, tal vez? Ya veremos.
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Artículo publicado en el número de enero de 2002 de la revista Ritmo.

jueves, 25 de diciembre de 2008

Por Navidad, El Mesías

El Mesías es a la Navidad lo mismo que los señores disfrazados de Papá Noel en la puerta de los grandes almacenes, el spray de nieve artificial y el arbolito con bolas de colorines y espumillón: un componente tan fastidiosamente ineludible como ajeno a la tradición latina del Portal de Belén, el turrón y los Reyes Magos. Una importación más -del mundo anglosajón, of course-, sólo que en este caso muy bien avenida, toda vez que la música que Haendel compusiera para su Nuevo Oratorio Sacro -así lo tituló en su estreno londinense para evitar, infructuosamente, las iras del puritanismo- es absolutamente maravillosa.

Difícilmente pudo el compositor imaginar que su creación iba a vincularse con el tiempo a las fiestas navideñas; de hecho, él mismo convirtió en tradición su interpretación el Martes Santo. Tampoco espiritualmente tiene mucho que ver esta obra con el catolicismo, pues a pesar de haber conocido su estreno en Irlanda, su concepción de la figura de Cristo responde plenamente a la de la iglesia anglicana, es decir, a un abstracto concepto teológico antes que a la materialización concreta y humana del mismo. Ni siquiera hay (salvo en un momento muy concreto, el del anuncio a los pastores) alusión directa alguna a la vida de Jesús.

Pero lo cierto es que la obra alcanza una extraordinaria universalidad. Esto sin duda se debe a la inspiración melódica y al portentoso dominio polifónico de Haendel, pero también a su inteligencia a la hora de fundir elementos de procedencia muy diversa para crear una innovadora fórmula de oratorio. Hemos de tener en cuenta que cuando en 1741 su admirador y colaborador literario Charles Jennens le animó a trabajar sobre un atípico -por escasamente narrativo- libreto que había realizado fundiendo pasajes del Antiguo y del Nuevo Testamento, el gran compositor se encontraba en un momento de relativa crisis profesional.

Tras haber marcado las pautas de la vida musical inglesa a lo largo de tres décadas, la ópera ya no le resultaba atractiva, -quizá por la competencia ejercida en Londres por otras compañías-, y encontró en el oratorio, género que ya había cultivado tanto en Italia como en Inglaterra (recordemos su trascendental Israel en Egipto, de 1738), una vía de escape lo suficientemente atractiva en lo creativo y en lo económico.

Los musicólogos han profundizado sobre el asunto, pero aquí sólo podemos señalar de manera superficial los elementos que recoge el autor de L’Allegro, il Penseroso ed il Moderato: el coral luterano, la integración de coro, orquesta y solistas vocales que se practicaba en diferentes centros católicos del sur de Alemania, la tradición anglicana, la música francesa y, finalmente, Italia.

Así por ejemplo, la estructura tripartita (grosso modo: Natividad, Pasión y Redención) deriva de la ópera italiana, como lo hacen las -sólo dos, pero muy relevantes- arias da capo incluidas. El componente pastoril (“Pifa”, aria “He shall feed his flock”) también tiene que ver con el mundo latino. La obertura está construida a la francesa. El protagonismo del coro, mucho mayor aquí que en la mayoría de sus oratorios, en gran medida se planteó con miras a satisfacer los gustos de la burguesía anglicana; obviamente se les ocultaría que algunos de los números corales procedían de dúos de amor que había compuesto tiempo atrás (entre ellos el bellísimo “For unto us a Child is born”).

Esta fusión de elementos es tratada de forma sumamente original. Así por ejemplo, la mayoría de las arias están desarrolladas de manera libre y creativa. Igualmente personal es la yuxtaposición abrupta -aunque dentro de una cuidadosamente planificada estructura tonal- de diferentes números de muy diferente carácter, recurso altamente teatral que Haendel usó con efectividad.

La orquestación y el número de ejecutantes de la obra ya variaba considerablemente en vida del autor, quien desde luego tenía una visión de la música mucho más pragmática que nuestra cerrada mentalidad burguesa, que tanto tiende a idealizar el hecho artístico. Todo variaba en función de la cantidad y calidad de los intérpretes disponibles. Así, la orquestación que realizó para el estreno en Dublín era reducida y extremadamente simple, seguramente para no encontrarse con ninguna sorpresa desagradable a la hora de completar las fuerzas sonoras.

La de las ejecuciones en el Foundling Hospital, a las que abajo nos referiremos, requerían ya unos conjuntos un poco más nutridos y variados. Dado que el compositor legó la partitura entonces utilizada en su testamento, sobre ella han podido trabajar muchos de los directores historicistas a la hora de recuperar las sonoridades originales. Originales, sí, pero no necesariamente históricas: en 1784, tan sólo 25 años después del fallecimiento de Haendel, ya se interpretaba con 526 músicos, y ahí no hay culpa que echarle a “deformación romántica” alguna.

Vamos, que no parece ser especialmente grave que el número de ejecutantes sea elevado. De hecho, el mejor Mesías que he disfrutado en directo se lo escuché en las Navidades del año 2000 a Robert King al frente de la Sinfónica de Sevilla y un coro que en determinados momentos clave de la partitura alcanzaba -con el concurso de participantes no profesionales- la cifra de 200 integrantes. Y puedo jurar que aquello sonó bien y muy, muy barroco.

La propia estructura de la obra variaba igualmente en función de la disponibilidad y posibilidades técnicas de los cantantes. Sobre la partitura original estrenada en Dublín, Haendel añadió, eliminó y alteró diversos números, e igualmente adaptó la asignación de las arias a determinadas cuerdas en función de las voces con que se contaba. De ahí que hoy el oyente pueda apreciar diferencias más o menos sustanciales en función de la edición seguida.

Terminemos realizando un repaso histórico. La obra fue compuesta en Londres, con la asombrosa celeridad habitual del compositor, entre el 22 de agosto y el 14 de septiembre de 1742, no se sabe muy bien si con Irlanda en mente desde el principio o más bien pensando en las temporadas londinenses. Su multitudinario estreno tuvo lugar en Dublín, el 13 de abril de 1742, Martes Santo, destinándose la sustanciosa recaudación a obras de caridad. El marzo siguiente tuvo lugar la presentación en el Covent Garden, donde recibió una fría acogida en gran medida provocada por ciertos fanáticos puritanos, escandalizados -en una actitud hipócrita y represora propia de las mentalidades estrechas- ante el hecho de que una obra en torno a la figura de Cristo se representase en un contexto profano.


Pero a partir de 1750 El Mesías iba a vincularse a lo litúrgico, al tiempo que volvía a adquirir tintes caritativos, ya que su autor decidió ofrecerlo en la capilla del Foundling Hospital con el fin de recaudar fondos para ayudar a esta institución consagrada a la acogida de niños abandonados. Desde entonces su éxito fue in crescendo. No menos de cincuenta y seis ejecuciones fueron ofrecidas en vida del compositor, buena parte de ellas dirigidas por él mismo o bajo su supervisión. Y tras la reorquestación realizada por Mozart, el incremento de su fama fue parejo al de la nómina de intérpretes, llegándose a congregar masas ingentes para determinadas ejecuciones; por ejemplo, la que tuvo lugar en el Palacio de Cristal de Londres en el centenario del fallecimiento de Haendel, con una orquesta de 460 componentes y un coro de 2.765 cantores.

Tal hipertrofia se mantuvo -no sin voces críticas- hasta las primeras décadas del siglo XX; afortunadamente, en los sesenta comenzó un proceso de recuperación de las condiciones apropiadas para su interpretación, al hilo de las investigaciones sobre el hasta entonces bastante olvidado repertorio barroco. Pero de eso vamos a hablar en la entrada siguiente.
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Artículo publicado en el número de enero de 2002 de la revista Ritmo.


PS. El texto se presenta aquí en su forma original, con apenas unas mínimas modificaciones, pero la discografiía que lo acompañaba la dejo para la próxima entrada.

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