Actualización.
21-03-2012. Esta entrada se publicó originalmente el 15 de mayo de 2010. Añado ahora comentarios sobre las interpretaciones de Chailly, Svetlanov’02 y Valcuha, de referencia la segunda de las citadas.
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Tchaikovsky compuso su Sinfonía nº 1, Sueños de Invierno, en 1866, cuando contaba veintiséis años de edad. Por ende es lógico que en su escritura se evidencie una personalidad no del todo formada aún, lo que no impide que la partitura apunte con claridad el talento del joven compositor, albergue una admirable belleza melódica y se escuche con mucho placer. La partitura se divide en cuatro movimientos, los dos primeros de los cuales poseen contenido programático.
1. Ensueños de un viaje de invierno. Allegro tranquillo.
2. Tierra de desolación, tierra de niebla. Adagio cantabile ma non tanto.
3. Scherzo. Allegro scherzando giocoso.
4. Finale. Andante lugubre. Allegro maestoso.
Aunque esta obra no ha recibido especial atención discográfica fuera de las integrales de las sinfonías, por fortuna cuenta con interpretaciones de muy alto nivel. Recogemos a continuación buena parte de las que circulan actualmente por el mercado. Me hubiera gustado incluir en la comparativa la antigua de Leonard Bernstein y la muy reciente de Vladimir Jurowski con la Filarmónica de Londres, pero no me ha sido posible escucharlas.
1. Maazel/Filarmónica de Viena (Decca, 1964). A sus treinta y cuatro años, el tan talentoso como a la postre muy irregular Lorin Maazel era capaz de volcarse en una partitura poco habitual por entonces en el disco para ofrecer una interpretación fresca, directa y de un solo trazo, antes juvenil que otoñal, sobria y ajena a amaneramientos, aunque también muy brillante, en la que supo aunar la increíble belleza de la Filarmónica de Viena con una sana y muy adecuada rusticidad sonora. Cierto es que el segundo movimiento podría resultar más emotivo y albergar más magia, pero en compensación su clímax alcanza altas cotas de dramatismo. (9)
2. Dorati/Sinfónica de Londres (Mercury, 1965). El director húngaro tuvo la suerte de contar con una buena orquesta -trompetas algo estridentes- y con una toma sonora notable para la época, pero la inspiración apenas hizo acto de presencia. Siendo animado y flexible el primer movimiento, globalmente resulta bastante precipitado y parco en lirismo. El segundo está dicho completamente de pasada. En el tercero Dorati se sosiega y logra exponer la arquitectura de modo admirable, si bien la poesía solo aparece en el trio, que está fraseado con una belleza, una elegancia y una dulzura admirables. La rutina vuelve con un cuarto movimiento tan vistoso como superficial. (7)
3. Markevitch/Sinfónica de Londres (Philips, 1966). Aunque comparte con Dorati no solo la orquesta sino también la rapidez en los tempi, Markevitch sí sabe ofrecer la sinceridad y el apasionamiento deseables en esta lectura extrovertida, de sonoridad adecuadamente rústica, magníficamente desmenuzada y llena de entusiasmo, hasta el punto de que el primer movimiento quizá sea algo más rápido de la cuenta. En el segundo las melodías se cantan con intensidad y aportando un cierto sentido anhelante muy atractivo. El tercero es ágil y dinámico, con un trío sensacional de gran cantabilidad. Espléndido y muy bien trazado el final, concluyendo con una coda electrizante. (9)
4. Tilson Thomas/Boston (DG, 1970). Parece que esta partitura sienta bien a algunos jóvenes, pues con tan solo veintiséis años Michael Tilson Thomas debutaba en el mundo del disco demostrando su enorme técnica en una lectura en la que, aprovechando al máximo el potencial de la maravillosa Sinfónica de Boston, desmenuzaba y exponía con admirable claridad la arquitectura sabiendo aunar elegancia, refinamiento, vuelo lírico y fuerza expresiva. En este sentido, los movimientos impares son verdaderamente irreprochables. En el segundo, por desgracia, se alternan pasajes de admirable cantabilidad con otros tratados de una manera pimpante que por momentos roza la cursilería, mientras que en el cuarto su deseo de ser original le lleva a plantear algunos juegos en la agógica que no terminan de convencer. El sonido es espléndido para la época. (8)
5. Muti/New Philharmonia (EMI-Brilliant, 1975). El milanés recuerda a Markevitch por su sonoridad rústica, su electricidad, su preferencia por la rapidez de los tempi y su total renuncia a los devaneos sonoros, pero la falta de morbidez en el fraseo y sensualidad en esta interpretación mediocremente grabada por los ingenieros de EMI se deja notar. El primer movimiento resulta así un tanto nervioso. En el segundo la cuerda no frasea con cantabilidad, aunque al menos hay algún subrayado dramático interesante. El tercero funciona de manera muy correcta, siendo admirable el virtuosismo de batuta y orquesta. En el cuarto hay irregularidades, pues encontramos una transición con poca fuerza y algunos pasajes sin mucha tensión, mientras que otros convencen por su brillantez, particularmente la coda final. (7)
6. Rostropovich/Filarmónica de Londres (EMI, 1976). El genial violonchelista nunca tuvo un repertorio muy amplio como director, pero en las ocasiones en que subía al podio acostumbraba a sentar cátedra. Aquí se lució con una recreación de carácter otoñal pero en absoluto blanda o ensimismada, paladeada -muy lentamente- con una cantabilidad fuera de lo común y con ese hondo sentido humanista que caracterizó siempre sus interpretaciones. En cualquier caso hay paladares que podrían preferir el primer movimiento con un poco más de garra y extroversión. Pocos reparos, por el contrario, se le podría poner al Adagio cantabile ma non tanto, que alcanza un clímax de intensísima emoción. Genial a todas luces el Andante lugubre que introduce el cuarto movimiento, como también lo es el pasaje sombrío antes del gran clímax final. La interpretación concluye con tanta grandeza como convicción. (10)
7. Karajan/Filarmónica de Berlin (DG, 1979). Volcado como siempre en la seducción de los sentidos, Karajan extrajo de su fabulosa orquesta las sonoridades más bellas y opulentas que uno imaginarse pueda para ofrecer una lectura cálida, efusiva, refinada y un punto otoñal, en la que sobresale un intenso y muy comunicativo Adagio cantabile ma non tanto. Al Scherzo le falta un punto de viveza y le sobra cierta dulzura en su trío. Al maestro, por fortuna, no se le va la mano en el final, pues sabe ofrecer toda la brillantez posible sin caer -como le pasaba en otras ocasiones- en la retórica. (8)
8. Haitink/Concertgebouw (Philips, 1979). El siempre objetivo Haitink alcanza el punto justo de equilibro entre extroversión e introversión, entre un enfoque juvenil y una óptica otoñal, sin cargar nunca las tintas en uno u otro sentido. Haciendo gala de un fraseo muy natural pero al mismo tiempo muy estudiado, traza la versión con excelente pulso, un gran sentido del color y una irreprochable claridad. El primer movimiento tiene vida pero también su poso de introversión. El segundo, muy paladeado, es antes poético e intimista que dramático. El tercero se ha escuchado otras veces más animado, siendo quizá un punto soso, pero a cambio ofrece una buena dosis de lirismo. El cuarto está dicho con excelente gusto y un vigor muy convincente. (9)
9. Chailly/Concertgebouw (RCA, 1985). Al frente de una orquesta de asombrosa maleabilidad, y consiguiendo un perfecto equilibrio entre lo juvenil y lo otoñal, un Chailly de treinta y cuatro años –los mismos que tenía Maazel cuando registró esta sinfonía- ofrece una versión sensata y ortodoxa, de excelente trazo, fraseada con enorme naturalidad, sensual en su colorido, llegando sin esfuerzo hasta el clímax dramático del segundo movimiento –globalmente muy lírico pero no del todo profundo- y sabiendo ser brillante sin necesidad de frenesí ni de decibelios extra en el final. Falta un ultimo grado de poesía, de creatividad, como también quizá un punto más de rusticidad sonora. Tampoco la claridad es la mayor posible, lo que quizá se deba en parte a una toma sonora, de origen radiofónico, que no está a la altura de la época. (8)
10. Jansons/Oslo (Chandos, 1985). La excelencia de la toma sonora es lo único realmente destacable en esta interpretación de corte clásico, lírica y sin arrebatos, quizá en exceso ensoñada, a la que la faltan fuerza y tensión interna y le sobra cierto ensimismamiento que -por fortuna- no llega a desembocar en blandura. Bella pero un tanto sosa, impersonal y no muy emotiva recreación, pues, de un Jansons que no termina de convencer ni en las secciones líricas ni en la más extrovertidas. (7)
11. Svetlanov/Sinfónica Estatal de la URSS (Canyon, 1990). Al frente de una orquesta de magnífica cuerda y metales algo broncos, el director moscovita ofrece una lectura -registrada en vivo en Japón- de muy buen pulso, hermosamente sonada y fraseada con notable elegancia, pero un tanto superficial y carente de pathos. Así las cosas, tras un Allegro tranquillo irreprochablemente expuesto ofrece un Adagio liviano y dicho un tanto de pasada, lo que también ocurre con el trío del scherzo, que por desgracia tiende a lo ingrávido. En el final hay que destacar la manera en la que la batuta sabe subrayar su sabor folclórico, aunque en la coda se precipita y cae en lo efectista. (7)
12. Abbado/Chicago (Sony, 1991). La enorme técnica de la batuta de Abbado y el virtuosismo increíble de los músicos de Chicago garantizan que nos encontramos ante una versión irreprochablemente planificada y expuesta, pero por desgracia el italiano, que cuando llevó al disco esta partitura había entrado ya plenamente en su prolongada decadencia artística, no termina de frasear ni con la garra dramática ni con el lirismo deseables, faltando un último punto de emotividad, calidez y compromiso expresivo. Sobran además algunos portamentos en un segundo movimiento que se queda un tanto en la superficie, mientras que el final resulta más brillante que sincero. (7)
13. Pletnev/Nacional Rusia (DG, 1996). Es de agradecer que el polifacético artista ruso se tome las cosas con calma y, haciendo uso de unos tempi de muy considerable lentitud, decida ofrecer una versión meditativa en la que, alejándose de cualquier tipo de devaneo sonoro, la arquitectura se expone con meridiana claridad y las melodías se paladean con delectación. El problema es que Pletnev, batuta de segunda donde las haya, además de quedarse corto en el sentido del color y de no matizar lo suficiente en lo expresivo, se muestra incapaz de inyectar tensión sonora a la partitura, con lo cual el resultado termina siendo tan flácido como aburrido, especialmente en el tercer movimiento y en el arranque del cuarto. (6)
14. Svetlanov/Sinfónica de la BBC (ica Classics, 2002). La recuperación de este live realizado en el Barbican Hall resulta un verdadero hallazgo, porque el maestro ruso corrige los errores de su grabación -también en vivo- de 1991 y redondea una interpretación que, siempre en una línea mucho más lírica que electrizante -más cerca de Rostropovich, al que casi alcanza, que de Markevitch-, se encuentra transida por una sobrecogedora belleza, particularmente en un Adagio ahora mucho más sincero, profundo y conmovedor, todo ello haciendo gala de la misma elegancia de entonces y de una muy particular atención a la polifonía de las diferentes líneas instrumentales. Una circunstancia añade a este registro un carácter particularmente conmovedor: Svetlanov falleció pocas semanas después de este concierto londinense. (10)
15. Juraj Valcuha/Filarmónica de Berlín (Berliner Philharmoniker Digital Concert Hall, 2011). Interpretación lenta, muy bien paladeada y admirablemente desmenuzada que opta por una visión particularmente introvertida de la obra, lo que significa que en determinados pasajes -sobre todo en el primer movimiento- se van a echar de menos chispa, electricidad y garra dramática, ofreciéndose a cambio momentos de una cantabilidad muy dulce -que no dulzona- absolutamente conmovedora. A ello contribuye en buena medida los solistas de la orquesta, que encuentran en el segundo movimiento inmejorables oportunidades para dar buena cuenta de su musicalidad. (8)