Seis veces grabaron
I Musici, siempre para el sello Philips,
Las cuatro estaciones de
Antonio Vivaldi. El binomio fue considerado en su momento el no va más en la interpretación musical. Actualmente, cuando la revolución historicista ha traído no ya aires frescos sino verdaderos vendavales de renovación, hasta el punto de que la portentosa grabación de Fabio Biondi para Opus 111 pasa hoy por moderada y se ensalzan recreaciones como la de Aarón Zapico y Aitor Heiva –el disco clásico que más me irrita de todos cuantos he escuchado–, las cosas que hacían los italianos pasan ante muchos como meras reliquias de otros tiempos felizmente superados. Muy bien, he escuchado los seis discos y me permito compartir con ustedes algunas impresiones no sin antes advertirles la pobreza de mis conocimientos en este repertorio frente a la sabiduría de otros críticos. Sí, precisamente los que ponen por las nubes a los Zapico y compañía. Si ustedes son de los que les entusiasman esas cosas, leer las siguientes lineas solo les puede mover a la risa despreciativa. Advertidos quedan.
El primer registro se remonta a
1954. Creo haber leído que fue la segunda grabación mudial de los cuatro conciertos vivaldianos. La verdad es que esta grabación, realizada con buen sonido monofónico, no ha envejecido nada bien en lo que a la interpretación se refiere. La sonoridad del grupo, muy compacta, resulta por completo admirable en lo técnico, como lo es también el virtuosismo de un
Félix Ayo de tan solo veintiún años de edad, al tiempo que todos se muestran musicales y capaces de destilar tanto sensualidad como intensidad dramática. Pero el fraseo resulta un tanto monocorde, algo rígido, ciertamente poco imaginativo, y todavía no muy atento a las posibilidades onomatopéyicas de esta música. Menos aún a los contrastes, quizá porque la visión es ante todo clásica, por no decir contemplativa. Francamente pobre el clave. Lo mejor quizá sea la tensión que consiguen en los movimientos extremos de
El Invierno, sobre todo en el primero, y lo peor el fraseo algo romanticoide del violín en el segundo movimiento de este mismo concierto, enfocado con excesiva blandura.
Pasamos a
1959, todavía con
Ayo como primer violín. Esta nueva interpretación en sonido ahora estereofónico –de no mucha calidad, ni siquiera en Blu-ray Audio a 192– poco aporta nuevo. Quizá ahora el fraseo sea algo más fluido y la tormenta veraniega esté un poco más lograda, al tiempo que el primer movimiento de
El Otoño resulta ahora menos natural, incluso un punto pesadote. Y es que los problemas de fondo –articulación monocorde y algo blanda, clave tímido, escasez de contrastes– siguen ahí, por no hablar de la excesiva dulzura del violinista vizcaíno en el segundo movimiento de
El Invierno. Quizá sea esta la grabación de la obra más vendida de la historia, pero a mi entender hoy se encuentra muy superada.
En
1969 tenemos liderando el grupo a
Roberto Michelucci. Parece mentira que en solo diez años la interpretación mejorase de manera tan considerable. Por descontado que los italianos permanecen fieles a su concepto eminentemente lírico, basado mucho antes en el carácter evocador de la melodía y en la sensualidad de la tímbrica que en los claroscuros o la variedad expresiva, equilibrado y no muy temperamental, pero ahora los tempi se han aligerado en casi todos los movimientos, la articulación ha perdido rigidez y el sonido del tutti ha adquirido transparencia sin perder belleza ni solidez. El clave de
Maria Teresa Garatti se muestra ahora más imaginativo y centrado en el estilo. Michelucci, por su parte, hace gala de un sonido hermosísimo y de un fraseo más adecuado que el de su predecesor para este repertorio, fraseando con una musicalidad de sobria intensidad, enorme elegancia y hondo lirismo. Puede sorprender el carácter sereno y contemplativo del Largo de
El Invierno –aquí el tempo es ligeramente más lento–, si bien en el tercer movimiento del mismo concierto, la incisividad en el fraseo y los acentos dramáticos, aun dentro de la sobriedad que caracteriza a toda la interpretación, adquieren la adecuada relevancia. Soberbia la toma para la época.
La etapa de
Pina Carmirelli fue la cumbre de todo el arte de I Musici, no tanto por su labor como solista –sus predecesores eran preferibles en este sentido– como por su excelencia a la hora de mejorar todavía si cabe (¡increíble depuración sonora!) el trabajo técnico del conjunto y, sobre todo, a la de enriquecer articulación y expresión sin perder personalidad. En su registro de
1982, el tempo vuelve a aligerarse –esta vez en todos los números–, el fraseo es más ágil y las tensiones sonoras están más marcadas, prestando mayor atención a los pliegues expresivos sin dejar llevarse únicamente por la contemplación paisajística ni la luminosidad mediterránea. En este sentido, el violín de Carmirelli no es el más hermoso ni el más ágil, pero sí el que ofrece más ricas inflexiones y acentos más lacerantes. Toma sonora de lujo para un registro que sigue siendo toda una referencia.
Garatti
combina –de manera muy sugerente– órgano y clave al continuo en la grabación de 1988 liderada por
Federico Agostini, esperando quizá I Musici que no parezca que, tan solo seis años después de su grabación anterior, están ofreciendo más de lo mismo. Aunque quizá sea
menos de lo mismo: Agostini quizá ofrezca un sonido más carnoso y una mayor agilidad que Carmirelli, pero desde el punto de vista expresivo, particularmente en su faceta de director, parece muy inferior al de su predecesora, de tal modo, que, junto con movimientos espléndidos como los dos extremos de
El otoño o el tercero de
El invierno se advierte una tendencia a limar aristas, a suavizar contrastes y a recrearse en una dulzura por momentos excesiva. No lo hace, pese a algún detalle amanerado en su labor solista que se podía haber ahorrado, a la hora de contemplar la lluvia tras los cristales, aunque en contrapartida los pizzicati del ripieno se encuentra mucho menos diferenciados que en las grabaciones precedentes. Y es que el conjunto tampoco parece, en general, tratado con la extrema depuración sonora de años atrás; por momentos, incluso, parece un punto apelmazado y con menor brillo, lo que en principio no parece deberse a una toma sonora realizada, con todas las anteriores, en La Chaux-de-Fonds.
En plena ebullición de las nuevas propuestas del historicismo –Antonini y Onofri revolucionan el panorama en 1994–, I Musici no podían permanecer por completo anclados en el pasado. En el registro realizado en
1995 con
Mariana Sirbu, el bajo continuo es sustancialmente renovado y, frente la labor en exceso monocorde de Garatti, se combinan de manera variada
Shizuko Noiri al laúd y
Francesco Bocarella al clave y al órgano aportando variedad e imaginación. Pero lo más importante es que con la Sirbu, de sonido prieto y fraseo firme, parecen volver la tensión y la luminosidad de antaño en combinación con ideas nuevas y numerosos detalles personales, no siempre acertados: a veces, como ocurre en el primer movimiento de
El otoño, están más cerca de lo rebuscado que de lo sanamente creativo. En cualquier caso, eso afecta más a la labor de la solista que al ripieno, que sigue con un discurso parecido al de antaño y sin recuperar el nivel de sus mejores tiempos. La toma es excelente, pero esa circunstancia apenas suaviza el sabor agridulce que nos deja el registro.
En fin, que a mí me parece que hay muchas cosas aquí que siguen vigentes: escuchen al menos las versiones de Michelucci y Carmirelli, verán como les gustan. Ah, mis interpretaciones en disco favoritas son las de
Gil Shaham con la Orpheus y la citada de Biondi.