Pues bien, gracias al grupo de correo Concertarchive (enlace) he podido escuchar un par de retransmisiones radiofónicas que nos muestran, con una excepción que luego comentaré, a un director de muchísimo calibre. Entusiasmado, le pasé las grabaciones a Ángel Carrascosa -una de ellas, la de Chopin, sin decirle quiénes eran los intérpretes- y le encantaron: en su blog ha dejado unos comentarios cuya lectura es muy recomendable (enlace). Y como precisamente hoy el granadino debuta en el Teatro Real con Ascenso y caída de la ciudad de Mahagonny no quiero dejar de ofrecer aquí mis propias impresiones sobre los dos conciertos referidos, a la espera de poder ir yo mismo a la obra de Weill y escuchar por fin a Heras-Casado en directo.
El primero de los conciertos referidos tuvo lugar en Copenhague el 8 de abril de 2010, debut del granadino al frente de la solvente -pero en absoluto excepcional- Sinfónica de la Radio Nacional Danesa. Se abrió el programa con una página poco conocida de Nielsen, Pan y Syrinx, de la que el joven maestro ofreció una lectura brillante y llena de fuerza, atenta a los aspectos expresionistas de esta música y con unas intervenciones solistas muy bien intencionadas en lo expresivo. Lo único que hay que lamentar es que la retransmisión radiofónica, como suele ocurrir en estos casos, comprima la gama dinámica.
A continuación venía el Segundo Concierto de Chopin (el primero en el tiempo, y el menos valioso de los dos). No recuerdo haber escuchado una dirección tan extraordinaria como la de Pablo Heras-Casado. Paladeando la partitura con lentitud y enorme concentración, y desmenuzando la escritura con tal minuciosidad que se escuchan cosas nuevas, el granadino ofrece una visión viril, decidida, tensa y dramática, totalmente alejada del preciosismo o la delicadeza mal entendida, en cuyo segundo movimiento nos conmueve en lo más profundo al tiempo que abre angustiosos interrogantes en su sección central.
El pianista es el turco Hussein Sermet. Nunca le había escuchado, la verdad, aunque se trata de un señor ya maduro con una buena trayectoria a sus espaldas. Me ha dejado de piedra: su manera de aunar sobriedad y cantabilidad, desmenuzando cada nota con sentido (nada que ver con lo mecánico o con el virtuosismo de cara a la galería) e inyectado una enorme fuerza interior es la de un grandísimo intérprete de Chopin. Me ha gustado muchísimo el modo en que plantea los dos movimientos extremos, con virilidad y decisión (puede que alguien eche en falta un poco más de emotividad en el primero de ellos y de sentido del humor en el último), pero donde roza el cielo -ya lo dijo Carrascosa en su comentario- es en el Larghetto, que en sus manos alberga, en perfecta sintonía con la batuta, una palpitación y hasta un dolor interno fuera de lo común. Para mí no hay duda: si esta interpretación saliese en disco compacto o en DVD sería mi favorita de la discografía. Y filmada debe de estar, porque en Youtube tienen ustedes completa la segunda parte del programa, de la que aquí les dejo una muestra.
Pese a que la orquesta se queda corta, nos encontramos ante una interpretación de Los Planetas planteada con toda la brillantez y el colorido que la partitura demanda -pero sin un gramo de retórica-, y trazada además con buen pulso y evidente entusiasmo, ya que no con particular personalidad. Marte posee la garra dramática necesaria sin caer en lo enfático. Venus resulta menos contemplativa y más emocionante de lo que suele, aunque a violín y violonchelo les sobren portamentos. Tras un ágil y animado Mercurio, en Júpiter hay que admirar su grandeza sin grandilocuencia y su lirismo emocionante, nada hinchado. Seco e implacable -aunque no del todo opresivo-, Saturno se ve lastrado por una sección de metales en baja forma. En Urano el maestro acierta a evitar lo meramente lúdico, aunque aún se le puede sacar mayor partido a la página, mientras que en Neptuno se pueden echar de menos el misterio, la magia sonora y el refinamiento que son capaces de obtener los grandes alquimistas sonoros (Karajan a la cabeza de ellos) que se han enfrentado a esta página. En cualquier caso nos encontramos ante una muy notable recreación de la celebérrima partitura de Holst, claramente por encima de la media.
El otro concierto es aún más reciente, del 22 de agosto pasado, y tuvo lugar nada menos que en el Concertgebouw de Amsterdam. Desdichadamente la Orquesta Filarmónica de Cámara de la Radio de Holanda se ve lastrada por serias limitaciones que quedan por completo en evidencia en una obrita genial e increíblemente difícil de interpretar: la Sinfonía Clásica de Prokofiev. Los violines, en concreto, resultan lamentables. En cuando a la dirección, es de admirar su planteamiento decidido y con excelente pulso, elegante pero no blando, ágil pero no pimpante. En cualquier caso, insisto, la obra se las trae, y Pablo Heras-Casado no se cuenta entre los poquísimos maestros (Guilini, Celibidache y, en menor medida, Rostropovich, Ozawa y Muti) que han salido airosos del empeño. En el primer movimiento no ha prestado la atención debida a todas las líneas melódicas, algunas de las cuales apenas se escuchan. El segundo lo resuelve con corrección, pero falta poesía. Mejor sin duda el tercero, más bien ligero pero no superficial, aunque sin toda la retranca que debería. Algo parecido ocurre en el cuarto: la mala leche de la partitura se le escapa.
El programa continuaba con el Segundo concierto de Beethoven, contando como solista con un viejo conocido de la melomanía: Stephen Kovacevich. El veterano pianista californiano ofrece un sonido hermoso, frasea con cantabilidad y presta atención al matiz, pero su enfoque resulta superficial, de un clasicismo amable y delicado que elude los elementos más densos de esta música, por lo que a la postre resulta plano y un tanto aburrido. La batuta de Heras-Casado sigue la misma línea de un Beethoven ajeno a grandes conflictos, pero sabe evitar la frivolidad y la timidez expresiva del pianista, ofreciendo una lectura que alberga fuerza, calidez y comunicatividad.
Quinta de Schubert para completar el programa, nada menos. De entrada sorprende escucharle un Schubert así a alguien vinculado al mundo historicista o semi-historicista. Es decir, un Schubert absolutamente en la tradición, alejado de cualquier planteamiento que derive de algún modo u otro de los instrumento originales. Un Schubert que podía estar realizado por cualquiera de las más célebres batutas de los años sesenta o setenta, un Schubert que, de no estar firmado por quien lo firma, es decir, por un señor que ha trabajado polifonía renacentista y se declara discípulo de Harry Christophers, sería inmediatamente condenado por esos talibanes que de entrada anatematizan cualquier interpretación no receptiva -en todo o en parte- a la renovación filológica de los últimos lustros.
Pero lo importante, en fin, no es que el Schubert de Pablo Heras-Casado sea tradicional, porque eso no lo hace mejor ni peor, sino que es un Schubert magnífico dentro de un clasicismo bien entendido, es decir, de perfecto equilibrio entre forma y fondo, denso en lo sonoro al tiempo que ágil en la articulación, alejado tanto de la pesadez como de esos sonidos livianos ahora tan de moda, cuidadoso con las diferentes voces y, sobre todo, dotado de una calidez, un legato y un vuelo lírico para derretirse; destacan en este sentido el segundo movimiento y el trío del tercero, de una belleza conmovedora. Todo ello, además, sin dejar de lado el aliento dramático que de manera subterránea recorre estos pentagramas, situándose así lejos de intérpretes (¡y críticos!) que quieren ver únicamente amabilidad galante en la música schubertiana. Puede que le falte a la interpretación algo más de tensión interna en general, así como un punto de sal y pimienta, para llegar a lo excepcional, pero que un señor de treinta y tres años, andaluz por más señas, sea capaz de ofrecer una Quinta de Schubert a la altura -o casi- de los grandes maestros resulta poco menos que asombroso. Así que mucho ojo con Pablo Heras-Casado: podemos estar ante una de las grandes batutas del siglo XXI.