lunes, 29 de febrero de 2016

Merecido Oscar a Morricone

Nos hemos levantado esta mañana con una buena noticia musical: oscar a Ennio Morricone, ochenta y siete años a sus espaldas, por The Hateful Eight. Aparte del que le dieron a título honorífico en 2007, es el primero que recibe por una sola película en una carrera extremadamente prolífica, extremadamente irregular y extremadamente longeva. ¡Ya iba siendo hora!


Merecidísimo oscar, habría que decir. Porque en una película dominada por los diálogos ingeniosos y los puntuales estallidos de violencia extrema que son marca de la casa Tarantino, el maestro romano escribe una partitura que renuncia a lo fácil, es decir, a apoyarse en el despliegue de esa vena melódica que en él es su fuerte o en las referencias directas a su etapa del spaghetti-western –aunque más de una hay–, para proponer un tejido de gran sobriedad tímbrica –cuerdas incisivas y maderas ocres– en el que ritmo, armonía y contrapunto van creando una atmósfera malsana que beneficia de manera muy considerable a la cinta. Todo ello, además, haciendo gala de una poderosísima personalidad en la escritura que ya quisieran para sí la inmensa mayoría de los que trabajan hoy para la gran pantalla, tan perfectos dominadores de los recursos musicales como igualitos entre sí.

Curiosamente, y aunque luego se ha deshecho en elogios, el director de la película se mostró en un primer momento altamente decepcionado por el resultado. Lógico: un cineasta cuyo trabajo se basa en el manejo de sus propios referentes cinematográficos –además de en lo abiertamente aurorreferencial, algo muy obvio en esta última película–, no podía sino esperar una mezcla de las bandas sonoras de los filmes de Sergio Leone pasadas por la turmix. De hecho, al final Tarantino se salió con la suya y metió con calzador fragmentos de otras bandas sonoras del autor, El exorcista II y La cosa, cinta esta última que a su vez es una de las más obvias referencias de Los odiosos ocho.

Comprendido o no por Tarantino, lo cierto es que el anciano compositor ha acertado plenamente con su enfoque y ha desplegado una muy notable inspiración a la hora de materializarlo. Así lo hemos reconocido la mayoría de los aficionados, los Globos de Oro y, hace una pocas horas, los oscars de Hollywood. ¡Enhorabuena, Don Ennio!

sábado, 27 de febrero de 2016

Sweeney Todd con Schrirmer y la Jenschel

Esta interpretación de Sweeney Todd, grabada en directo por los micrófonos de la Radio Bávara el 6 de mayo de 2012 y editada por el sello propio, está recibiendo críticas tibias e incluso negativas en Amazon. Mi visión, sin ser entusiasta, es bastante más optimista. Lo que ocurre es que esta interpretación acerca más que nunca la creación de Stephen Sondheim al mundo de la ópera, para lo bueno y lo no tan bueno, con orquesta y coro de gran tamaño y voces en su mayoría procedentes del ámbito operístico.


Lo que más me ha gustado es la dirección de Ulf Schirmer, quien se vale de la orquesta de la que es titular, la de la Radio de Múnich, para ofrecer una lectuta lenta, sombría y obsesiva, también con momentos cargados de fuerza, aunque desde luego más sinfónica que teatral. Creo que la valoración global es bastante positiva porque pone de relieve los aspectos más interesantes de la partitura, incluyendo la orquestación a cargo de Jonathan Tunick.

Mark Stone canta bastante bien, pero se le escapan bastantes pliegues expresivos de los que posee el personaje del vengativo y sanguinario barbero. Jane Henschel es a priori un lujo en el rol de Mrs. Lovet, y de hecho lo canta mejor que nadie; interpretativamente, aunque tenga su punto de ironía, se encuentra lejos de la visión cómica e histriónica de otras recreadores del papel, entre ellos la simpar Angela Lansbury de la producción original. Está bien, es una opción: la señora que hace pasteles de carne con los cadáveres de los hombres a los que su compinche rebana el cuello en la habitación de arriba no tiene que ser graciosa ante todo.

Lo menos afortunado es haber contado con un barítono para el rol del joven enamorado Anthony Hope: Gregg Baker está muy bien vocalmente, pero la pasta de su instrumento no encaja con el personaje. Rebecca Bottone resulta algo estridente en el rol de Johanna, mientras que Jonathan Best y Adrian Dwyer están muy bien como el Juez Turpin y el Beadle respectivamente. Estupendo el Pirelli de Ronald Samm. Pascal Charbonneau y Diana DiMarzio están soberbios en dos roles que suelen pasar desapercibidos, el niño Tobías y la mujer mendigo que resulta ser... No, no lo digo para quienes aún no conozcan esta obra. A estos últimos les recomiendo para acercarse a ella los tres DVD que comenté hace años. La edición de la Radio Bávara, que por cierto no suena todo lo bien que debería, es más para los especialmente interesados Sweeney Todd. Como quien esto firma.

jueves, 25 de febrero de 2016

El concierto para violín de Sibelius por Barenboim

Al hilo de la versión de Ferras/Karajan que comenté hace poco, he decidido escuchar seguidas las dos grabaciones en audio del Concierto para violín de Sibelius protagonizadas por mi admirado Daniel Barenboim: la de 1975 para Deutsche Grammophon con Pinchas Zukerman y la Filarmónica de Londres –primera grabación que tuve, todavía en vinilo– y la de 1996 para Teldec con Maxim Vengerov y la Sinfónica de Chicago. Me he llevado un chasco, porque las recordaba similares y ahora he encontrado importantes diferencias conceptuales entre ellas.


En la primera de ellas, el de Buenos Aires ofrece una dirección rabiosa y muy escarpada –aun lejos del carácter bronco, rabioso y alucinado de otros directores, léase Rozhdestvenski–, implacable en sus tensiones, en ese sentido más juvenil que madura, pero en cualquier caso sincera y con mucha fuerza. Claro que lo más asombroso es un Zukerman intensísimo y visceral, lleno de imaginación, de teatralidad y de sentido de los contrastes, capaz de volar con lirismo y de ser ensoñado pero, sobre todo, atento a la dimensión más amarga y rebelde de la página. No sé si es el violinista que más me gusta de todos cuantos he escuchado en esta página –probablemente lo sea–, pero sí puedo asegurar que el resultado es una interpretación de una inmediatez, una intensidad y un dramatismo impresionantes. La toma sonora es francamente buena para la época.


Veintiún años después las cosas han cambiado y Barenboim, aunque sabe ser poderoso cuando debe –tremenda la garra de los clímax– y aprovecha el tercer movimiento para hacer gala de su siempre desarrollado sentido de lo trágico, se muestra menos escarpado, quizá también menos vehemente, al tiempo que más atento al vuelo lírico –Adagio algo más lento y mejor paladeado–, más dado a la reflexión y más profundo. Más maduro, en definitiva, aunque se pueda preferir el enfoque más inmediato de la anterior ocasión. La orquesta aporta, además de virtuosismo en grado superlativo, una sonoridad oscura y densa en la cuerda grave que el director aprovecha de maravilla.

Por su parte, el entonces joven Vengerov sabe encontrar el punto perfecto de equilibrio entre la calidez humanista de la vertiente lírica de la página, por un lado, y el dolor y la tensión interna que asimismo demanda la partitura por otro, sin necesidad de acentuar ninguno de los dos extremos pero mostrándose conmovedor en grado extremo; todo ello, claro está, con un sonido carnoso y de enorme belleza, una agilidad incontestable y un fraseo de enorme concentración. Lástima que la toma sonora, como tantas realizadas por Teldec en el Orchestra Hall de Chicago por aquellos años, resulte algo turbia y difusa, aunque a cambio ofrezca una muy amplia gama dinámica.

No he podido repasar –estos días no tengo televisión conectado al equipo– el DVD que recoge la interpretación de Barenboim y Vengerov en Colonia un años más tarde; en su momento me gustó muchísimo. Me conformo con recomendarles a ustedes vivamente que escuchen estos discos.

martes, 23 de febrero de 2016

Nuevo encuentro de Argerich y Barenboim: Schumann, Debussy, Bartók

La primera reunión de Martha Argerich y Daniel Barenboim como dúo pianístico se saldó con un reparto salomónico: Mozart para ella, Schubert para él y Stravinsky como punto de encuentro entre estas dos personalidades interpretativas tan distintas. En el segundo encuentro, editado por Peral Music como descarga digital –no sabemos si en el futuro aparecerán disco compacto y DVD, como ocurrió con el anterior–, alcanzan por el contrario una fusión mucho más clara entre las dos formas de hacer. Una fusión que beneficia de manera considerable a la música.


Comenzó el recital, que tuvo lugar el domingo 26 de julio de 2015 en el Teatro Colón de Buenos Aires, con los Seis estudios en forma de canon de Robert Schumann, bellísima pieza escrita originariamente para piano con pedales y que aquí escuchamos en transcripción de Claude Debussy para dos pianos. La interpretación es un perfecto ejemplo de cómo cada uno de los artistas aporta lo que le falta al otro: Argerich aligera el sonido habitualmente denso de Barenboim y hace frasear a su colega con el carácter aéreo que demanda la música de Schumann, mientras que Barenboim controla la tendencia al nerviosismo de Argerich aportando una enorme concentración, al tiempo que suaviza el sonido percutivo de esta hasta hacerle obtener unos difuminados embriagadores. El resultado, una lectura de belleza sonora suprema, extraordinariamente poética, con toda la variedad expresiva que demandan los diferentes estudios, riquísima en matices y, por todo lo antedicho, en ese punto justo de equilibrio tan difícil de alcanzar que necesita la música schumanniana.


Sigue En blanc et noir, del propio Debussy. En su grabación de 1977 junto a Stephen Kovacevich para el sello Philips quedaba claro que una obra curvilínea como esta resulta ideal para el estilo felino de la Argerich, quien se preocupaba de acentuar las tensiones (¡qué modernidad la de la partitura!) pero también de ofrecer enorme concentración en el segundo movimiento; por desgracia, su toque resultaba en exceso percutivo para el impresionismo, mientras que tampoco terminaba de ofrecer la sensualidad, el sentido del misterio y la poesía que la obra demanda.

Ahora las cosas, sean por madurez de la pianista de Buenos Aires o por la compañía de Barenboim, han cambiado sustancialmente. La pulsación es mucho menos seca, más flexible y variada; la fuerza visionaria de los clímax siguen ahí, pero ahora se llega a ellos no tanto por trallazos de electricidad como por la acumulación subterránea de tensiones; el segundo movimiento, por su parte, ha perdido considerablemente en lentitud pero resulta más rico en sugerencias, también en inspiración y, en general, la lectura se eleva con mayor vuelo poético. Parecería que el resultado es insuperable si no fuera porque a las hermanas Labèque, en un estilo distinto –más tenso, más nervioso y más extremo en los contrastes– se le han escuchado dos grabaciones extraordinarias de esta obra.


Queda la descomunal Sonata para dos pianos y percusión de Bartók, y de nuevo hay que hacer aquí referencia al registro de Argerich con Kovacevich. En principio, el toque percutivo y fiero de la pianista de Buenos Aires parece ideal para esta obra, pero lo cierto es que su enfoque resultaba en aquella grabación, además de adecuadamente incisivo y electrizante, en exceso violento –también por parte de la percusión–, además de seco y un punto cuadriculado. El segundo movimiento, aun dicho con concentración extrema, resultaba antes frío que misterioso. Pues bien, aquí se produce otro considerable cambio a mejor, y en el mismo sentido que en la obra de Debussy: toque apreciablemente menos duro, fraseo más variado y abundante en matices. Los colores son más ricos, las texturas más sugerentes. Hay menos electricidad y mucho más atmósfera, sentido del misterio y vuelo poético –incluso en la breve coda hay una atractiva pincelada humorística–, sin que la interpretación deje de estar llena de nervio y de garra, de verse impulsada por una rítmica muy vigorosa –el sabor folclórico se hace evidente– y de estar marcada por los claroscuros.


Lo más curioso es que al escuchar la grabación por momentos puede parecer que Argerich está en el lado izquierdo, cuando viendo las filmaciones pirata que circulan en YouTube resulta que quien se encuentra en esa posición es Barenboim: tal es el grado de fusión interpretativa que alcanzan los dos artistas. Los percusionistas salen de la WEDO y son excelentes, pero la edición escamotea los nombres. Navegando por internet he podido localizarlos: Lev Loftus y Pedro Manuel Torrejón González. De Jerusalén el primero, y miembro de la Filarmónica de Israel. De Isla Cristina el segundo. ¡Ole!


Ah, en la descarga de Peral Music falta la maravillosa propina tchaikovskiana, pero aquí les dejo yo la piratada. Disfrútenla antes de que la quiten.

lunes, 22 de febrero de 2016

Labèque: Piano Fantasy

Termino el recorrido por el álbum Piano Fantasy de las hermanas Labèque. De música francesa, aparte del maravilloso disco dedicado a Bizet, Fauré y Ravel del que escribí hace unos días, se incluye su excepcional Concierto para dos pianos de Francis Poulenc en abril de 1989 junto a Seiji Ozawa y la excepcional Sinfónica de Boston. El maestro oriental realiza una labor formidable, no solo porque su batuta curvilínea, sensual y elegante, de refinado colorido, resulta la ideal para el repertorio francés, sino porque además ofrece enorme concentración en los pasajes más introvertidos de la página y –eso ya es más sorprendente en él– una buena dosis de electricidad en los extrovertidos.


Por su parte, Katia y Marielle despliegan una gama expresiva de enorme riqueza, desde el desenfadado cabaretero de no pocos pasajes hasta la magia onírica de otros, pasando por la coquetería, la delicadeza e incluso el sentido de lo ominoso. La misma variedad en la expresión, aun siempre presidida por una sutil y refinada poesía de sabor netamente francés, ofrecen las dos hermanas ya a solas en Capriccio d’apres Le Bal masqué, Élégie y L’Embarquement pour Cythere del mismo autor, como también en Scaramouche de Milhaud, en cuya Brazileira conclusiva se sienten, con su ritmo de samba, como pez en el agua. Problemas de espacio han dejado fuera la breve pero atractiva Sonata para piano a cuatro manos de Poulenc que venía en el disco original.

Bajo el título ¡España!, en febrero de 1993 grabaron un disco con obras de Manuel de Falla, Ernesto Lecuona, Isaac Albéniz y un señor de Osuna –pero residente en Francia– llamado Manuel Infante, cuyas Danses andalouses son la única pieza original para dos pianos de las incluidas; el resto, obviamente, son arreglos y transcripciones. Aquí las dos hermanas despliegan un sentido del ritmo, un salero, un garbo y un duende de tal calibre que la audición resulta en muchos momentos arrebatadora, pero… Pues sí, aquí hay un pero: tal es el grado de incandescencia que nuestras artistas, adoptando una postura algo tópica sobre lo español –desparpajo y carácter festivo por encima de otras consideraciones–, no terminan de paladear algunos pasajes o, sencillamente, desaprovechan las posibilidades expresivas que encierran.


The Tchaikovsky album se grabó en mayo de 1994, y es quizá lo menos interesante de la caja: a decir verdad, piezas como el Capricho italiano o la Marcha eslava demuestran su insustancialidad cuando pierden su orquestación, incluso recibiendo interpretaciones tan irreprochables como estas de las Labèque. Se disfrutan bastante más las selecciones de El lago de los cisnes y La bella durmiente, aunque lo mejor viene con la arrebatadora Fantasía en la menor de Scriabin, dicha con puro fuego visionario.

Queda George Gershwin, de quien se incluyen dos versiones de la Rhapsody in Blue, una para dos pianos solos –temprano registro de 1980– y otra con orquesta. En la primera de ellas hay que destacar el prodigioso de sentido del ritmo y del swing que tienen las Labèque, por no hablar de su capacidad para el matiz o del logro de inyectar nervio sin caer –como les pasa a muchos músicos de jazz cuando se acercan a este repertorio– en el nerviosismo; en la segunda se superan a sí mismas todavía con mayor creatividad y garra. Acompañan la Cleveland Orchestra y un Riccardo Chailly –grabación de 1985– que, sin ser muy personal ni creativo, dirige de manera irreprochable. No menos extraordinaria es la lectura del Concierto en fa –versión dos pianos solos–, demostrando nuestras artistas una singular capacidad para extraer sonoridades orquestales de los instrumentos.

Muy en resumen: una caja de seis compactos que merece muchísimo la pena.

domingo, 21 de febrero de 2016

El último Sibelius de Karajan, y un chollazo

Terminamos el repaso al Sibelius de Karajan con un registro ya tardío, de febrero de 1984, que yo no había podido escuchar hasta ahora aun siendo muy conocido en su momento. Ha llegado a mi poder en una copia del SACD editado en Japón, el cual se beneficia de un reprocesado realizado en 2014 que teóricamente –tengo serias dudas sobre las grabaciones de los primeros tiempos digitales trasvasadas a allta resolución– mejora el sonido original. En cualquier caso, suena de escándalo. El contenido incluye Finlandia, Vals triste, Tapiola y El cisne de Tuonela. Disco muy breve, pues, propio de unos tiempo en los que aún imperaba el vinilo.


La interpretación de Finlandia sigue una línea similar a la de las dos que ya tenía con la misma orquesta, pero esta es quizá la menos densa, rocosa y dramática de ellas; también la más claramente romántica y la que ofrece mayor depuración sonora. Sea como fuere, está dicha con una convicción y una comunicatividad irresistibles, además de con perfección técnica asombrosa.

El Vals triste recibe una lectura increíblemente detallista, refinada y bella en lo sonoro, de apreciable sensualidad y gran cantabilidad, que pierde un poco por cierta tendencia a la languidez y un clímax no todo lo alucinado que podría.

Con respecto a su registro para el mismo sello veinte años anterior, Tapiola ha perdido algo de la aspereza, la inmediatez y el sentido digamos “descriptivo” que le otorgaban a aquella su atractivo, pero ha ganado de manera considerable en refinamiento bien entendido, depuración sonora, sentido del misterio y carácter abstracto, dando como resultado una interpretación no solo perfecta en lo técnico, sino también muy esencial y “moderna” de esta música.

El cisne de Tuonela, para terminar, suena menos doliente que en los años sesenta, pero en cualquier caso se trata de una lectura  de belleza y refinamiento excepcionales, quizá aún mayores que entonces.

¿Saben lo mejor? Por un precio estupendo (¡13 euros en Amazon!) puede adquirirse, dentro de la serie 3 Classics Album, este compacto conjuntamente con el ya comentado del Peer Gynt de Grieg y el Pelléas de Sibelius, más la asombrosa, genial Cuarta de Nielsen que también pude traer por aquí. Si usted no tiene estos discos, no lo dude: con la excepción de la blanda lectura del Grieg, nos encontramos ante verdaderas cimas del arte de Karajan.

sábado, 20 de febrero de 2016

Danzas húngaras y eslavas por las Labèque

Prometí escribir –ya lo hice de las páginas “infantiles” de Bizet, Fauré y Ravel– sobre el resto de la cajita de seis compactos dedicada a las Labèque bajo el título Piano Fantasy. Lo hago en dos partes, empezando por las Danzas húngaras de Brahms y las Danzas eslavas de Dvorák, grabaciones de 1981 y 1990 respectivamente. Pues bien, las dos colecciones me parecen un prodigio de sentido del ritmo, de la melodía, de la chispa y de la frescura, también de la rusticidad popular, pero siempre aplicando una gran dosis de técnica –agilidad, sincronización, volúmenes, colores–, de imaginación y de flexibilidad, dentro del más exquisito gusto y del mejor servicio a la partitura.

 
Por concretar un poco, en Brahms podríamos subrayar la manera en que las hermanas logran imitar el sonido del címbalo en algunas de las danzas. Y en Dvorák podríamos destacar cómo hacen volar las melodías, ofrecen lirismo a raudales, indagan en los aspectos más sensuales e introvertidos de estas páginas y destilan las mayores esencias poéticas, particularmente en danzas como la op. 72 nº 2 o la op. 72 nº 8. Total, una maravilla de principio a fin. Otro día les hablo del resto de la caja.

viernes, 19 de febrero de 2016

El Sibelius de Karajan de los sesenta (y II)

Tras el doble compacto de la serie The Originals que ya comenté, continúo con el Sibelius de Karajan y la Filarmónica de Berlín grabado en los años sesenta.


En la serie Galleria puede localizarse el Concierto para violín realizado en 1964 junto a Christian Ferras: merece mucho la pena. Sin ser el del desdichado artista francés –terminó sus días suicidándose– el mayor virtuosismo de los posibles, hay que admirar su sonido bello y carnoso, su gran variedad expresiva y su muy apreciable aliento lírico. En cuanto a Karajan, y como era de esperar, ofrece una dirección de sonido opulento, siempre sensual, poderosa, aunque mirando antes a la dimensión romántica del autor que a la expresionista, y por ende no muy electrizante ni encrespada. Así las cosas, lo mejor es un formidable segundo movimiento, y lo menos conseguido un tercero trazado con naturalidad pero sin el carácter bronco, obsesivo y demoníaco, de danza macabra, que aquí resulta tan atractivo.

La impresionante lectura de Finlandia de 1964 se encuentra asimismo en ese compacto de Galleria, hoy descatalogado: sonoridad opulenta, empastadísima, densa y robusta, con gran presencia de una poderosa cuerda grave, para una interpretación que en su primera parte, recreada con especial lentitud, desarrolla una fuerza dramática y una atmósfera opresivas propias de una batuta genial, para en la segunda volverse épica, casi jubilosa, sin dejar ofrecer un himno muy emotivo y vibrante.

Queda el Vals triste de 1967, hoy por hoy la grabación de todas las comentadas más difícil de localizar en compacto. Esta es perfecto resumen de las características del Sibelius del maestro: ya un arranque algo decadente nos anuncia que nos vamos a encontrar ante una interpretación sonada con una belleza y opulencia deslumbrantes, cantada de manera admirable, pero un tanto narcisista, diríase que más lánguida que triste, aunque alcance gran fuerza en el clímax.

jueves, 18 de febrero de 2016

Imprescindible Ravel por las Labèque

Soy gran admirador de las hermanas Katia y Marielle Labèque desde la primera vez que las escuché en directo, allá a principios de los noventa en el Festival Internacional de Santander, pero hasta ahora no he tenido –gracias a una caja editada por Philips adquirida a muy buen precio– la oportunidad de acercarme de manera sistemática a su discografía. Y en ese recorrido he llegado a un disco que me ha parecido tan  fundamental que no me resisto a escribir unas breves líneas para recomendarlo calurosamente: Jeux d’enfats de Bizet, Dolly de Fauré y Ma Mère l’Oye de Ravel, en grabaciones realizadas en Londres en diciembre de 1985, cuando las hermanas eran todavía unas jovencitas. Pero unas jovencitas con un talento inmenso.


En las obras de Bizet y Fauré nuestras artistas demuestran poseer el estilo perfecto para este repertorio, alcanzando el punto justo –tan difícil de obtener– de morbidez y sensualidad, lo que en unión con una enorme sutileza en el fraseo, amplia variedad expresiva y gusto exquisito da como resultado unas interpretaciones colosales. Pero es el Ravel lo que me ha vuelto loco: un prodigio de sensibilidad, poesía, sensualidad e imaginación donde asombran la manera de mantener la concentración a pesar de la la lentitud –tremenda en el primer número–, la flexibilidad del fraseo, la sutileza de los matices poéticos –asombroso el final de Bella y Bestia– y, sobre todo, la increíble variedad del sonido con la que consiguen reproducir una paleta de colores orquestales tan amplia que no se echa en absoluto de menos la portentosa orquestación que realizó el propio autor.

Más adelante iré escribiendo sobre el resto del contenido de esta caja.

miércoles, 17 de febrero de 2016

El Sibelius de Karajan de los sesenta (I)

Como no hace mucho escribía por aquí acerca de una Segunda sinfonía de Sibelius a cargo del Karajan más narcisista y desmadrado, quiero ahora ahondar en cómo el salzburgués abordaba este repertorio haciendo un repaso de sus grabaciones con música del autor realizadas entre 1964 y 1967, es decir, en la primera madurez del maestro, para Deutsche Grammophon al frente de su Filarmónica de Berlín. Las he conseguido a través de un triple compacto editado en Japón, pues en Europa ahora mismo no es fácil hacerse con todas ellas. Empezamos por las más sencillas de localizar: en un doble compacto de la serie The Originals se ofrecen las sinfonías Cuarta a Séptima más El cisne de Tuonela y Tapiola.


Esa sinfonía lúgubre y ominosa que es la Cuarta recibe una lectura digamos que “romántica”, de gran vuelo lírico y honda emoción, que se beneficia del empaste poderoso y rotundo de la orquesta –aunque hay algún desajuste aislado– y de una batuta que sabe resultar suntuosa sin caer en lo pesante. Ahora bien, el resultado no parece lo suficientemente dramático ni desgarrado para una obra como esta,.

En la Quinta de nuevo impactan la robustez y la belleza del sonido, como también la capacidad para generar texturas densas y opresivas, así como la claridad del entramado orquestal, pero aquí Karajan cae en lo ampuloso y pesante, e incluso en algún momento del primer movimiento tiene alguna frase demasiado “amable”. A medio camino, pues.

Tras un comienzo estático y sin duda fascinante, Karajan ofrece una visión en exceso romántica de la Sexta sinfonía: necesita una mayor angulosidad en el trazo –no del todo virtuosístico, quizá– y una mayor incisividad sonora, así como un carácter más abstracto. Eso sí, al final el gran mago del sonido termina convenciendo por su sentido del color, amplitud melódica y comunicatividad.

Es la Séptima sinfonía la que recibe una lectura más satisfactoria de las cuatro: interpretación de un solo trazo, decidida, que acumula las tensiones de manera sutil pero implacable y despliega sonoridades tan poderosas como bellas –increíbles las “ondas” de la cuerda– sin caer en narcisismos sonoros ni en el espectáculo vacío, sino haciendo gala de la más absoluta sinceridad.

De altísimo nivel, asimismo, El cisne de Tuonela, interpretación de fascinante belleza, poética y evocadora antes que amarga o desolada, pero que no se queda en modo alguno en lo estático, sino que también ofrece una apreciable dosis de intensidad doliente. Aunque termina siendo Tapiola la obra con la que más sintoniza Karajan, aquella en la que más está dispuesto a acentuar tensiones, a marcar asperezas y a desplegar garra dramática sin recrearse en la belleza sonora, sino dejándose llevar por la fuerza expresiva.

martes, 16 de febrero de 2016

Harnoncourt se despide con una caricatura de sí mismo

El 5 de diciembre de 2015 Nikolaus Harnoncourt anunciaba su retirada por motivos de salud, pero el viejo zorro se guardaba un as en la manga para ofrecer una despedida a la altura de las circunstancias. Es decir, con la mayor provocación de toda una carrera llena de ellas: Quinta de Beethoven registrada en directo en la Musikverein vienesa entre el 8 y el 11 de mayo del pasado año, veinticinco años después de su muy personal pero –a la postre– coherente y en no pocos aspectos reveladora integral sinfónica para Teldec, solo que ahora con su orquesta de instrumentos originales de toda la vida, el Concentus Musicus Wien, y llevando mucho más lejos sus planteamientos interpretativos. Tanto, que los resultados parecen una grotesca caricatura de su propio modus operandi pergueñada por el peor de sus enemigos con ánimo de ridiculizarlo.

De este modo, si la Orquesta de Cámara de Europa de su registro de 1990 era relativamente pequeña, su Concentus Musicus suena canijo. Si entonces apostaba por una articulación incisiva y recortada, ahora frasea en plan pimpante, frivolón incluso, alejándose de cualquier atisbo de cantabilidad y efusividad lírica. Si buscaba subrayar los claroscuros teatrales, ahora se decide por contrastes dinámicos extremos que ríase usted del Karajan desmadrado. Si se interesaba en buena medida por el carácter belicoso y combativo de la obra, ahora hace aporrear a los timbales y bramar a los metales –que rajan de una manera considerable– como si estuvieran en la versión más salvaje de La consagración de la primavera. Y si buscaba un nuevo equilibrio de planos sonoros en el que los vientos cobraban protagonismo frente a la cuerda, ahora es que sencillamente en los tutti las líneas quedan desequilibradas, y a las maderas –con la excepción del flautín, que debía de tener un micrófono encima– a veces cuesta trabajo seguirlas, tal es el estruendo que arman los chicos del fondo.


Añadamos a todo esto continuos, injustificados, caprichosos y antimusicales parones –la coda final nos hace soltar la carcajada, tal es el sinsentido–, y tenemos el coctel perfecto para irritar no solo a los melómanos tradicionales sino también a los historicistas partidarios del estricto respeto al metrónomo. Aun así, no serán pocos quienes reivindiquen esta lectura como un descubrimiento en toda regla del carácter más rústico, popular, combativo (el maestro hace referencia en la carpetilla a la música al aire libre y a la Revolución Francesa) de Beethoven; también al más vulgar, descarado e incluso gamberro.

Ah, en el disco también viene la Cuarta sinfonía: como sus más descabelladas ideas se las reserva para la op. 67, aquí Harnoncourt se limita a ofrecer una interpretación llena de electricidad pero profundamente desequilibrada tanto en lo sonoro como en lo expresivo, lastrada por la violencia gratuita y con atisbos de cursilería en un Adagio más bien anodino. Mucho mejor su grabación de 1990.

¿Hace falta decir más? Pues sí: no se pierdan este disco. Pocas veces tiene uno la oportunidad de conocer un ejemplo así de terrorismo musical. Decididamente, Harnoncourt despide de la manera más harnoncourtiana: armando el mayor ruido posible.

lunes, 15 de febrero de 2016

Un clásico de Karajan: Grieg y Sibelius

Suites nº 1 y 2 del Peer Gynt de Grieg y el Pelléas et Mélisande –música incidental completa– de Jean Sibelius en grabaciones realizadas en la Philharmonie berlinesa en 1982 por el sello Deutsche Grammophon. Todo un clásico de Karajan y la Berliner Philharmoniker que hasta ahora no había escuchado un servidor. Lo he hecho, por cierto, en una copia de  un Super Audio CD japonés: sonido un punto frío, como era habitual en DG por aquellas fechas, pero de enorme calidad.


Peer Gynt es una música ideal para que el de Salzburgo haga toda una exhibición de su magia de batuta derrochando elegancia, rico colorido, preciosismo sonoro, nobleza en el fraseo y elevada cantabilidad. El problema es que, en su afán por seducir mediante la belleza en sí misma, o quizá porque su manera de entender la expresión resulta antes “burguesa” que “comprometida” –ustedes ya me entienden–, el maestro se olvida un tanto de inyectar la intensidad, la garra y la fuerza dramática que anida en los pentagramas. No solo eso: Karajan ofrece sonoridades en exceso pulidas, relamidas incluso, abundantes en portamenti y de un ultrarrefinamiento que no casa bien con el punto de rusticidad que demanda la música de Grieg, e incluso –Danza árabe– con el espíritu de la propia partitura.

Las cosas funcionan de manera más satisfactoria en Pelléas et Mélisande. De acuerdo en que el enfoque es antes lírico que dramático y que de nuevo Karajan hace exhibición de un virtuosismo sonoro sin parangón, pero aquí las sinceridad expresiva es mucho mayor, no hay preciosismos de cara a la galería y toda la enorme dosis de elegancia y refinamiento que destila la batuta se encuentra al servicio de una interpretación no solo increíblemente hermosa, cantada con delectación –los tempi son lentos– y un de un gusto exquisito, sino también llena de fuerza –impresionante el primer número–, de sentido del misterio y de poesía. Todo ello se encuentra materializado, además, por una orquesta sencillamente ideal –por músculo y oscuridad sonora– para el mundo de Sibelius. La otra interpretación que conozco de la suite completa, la de Berglund, no llega a semejante altura.

A la postre, un disco que hay que tener: pronto les diré un chollazo para hacerse con él.

domingo, 14 de febrero de 2016

Ritmo pierde el norte

Voy a añadir más leña al fuego de la pequeña polémica que ha surgido en el blog de Ángel Carrascosa en torno al Cazador furtivo por Thielemann. Mejor dicho: en torno a la crítica que sobre dicha filmación ha aparecido en la revista Ritmo. Pero no me parece conveniente hacerlo en su propio blog, sino en este espacio que es exclusivamente mío y en el que Ángel no tiene la menor responsabilidad. Pues bien, ahí voy.

El señor Gonzalo Pérez Chamorro, nuevo redactor jefe de la publicación, tiene todo el derecho del mundo a crear nuevos "críticos-estrella" que vaya cubriendo los espacios de la vieja guardia, como también a no sentir el menor remordimiento al dejarnos fuera a quienes considera prescindibles. También lo tiene a publicar cosas como que el Vals del Emperador del último concierto de Año Nuevo es magnífico –ya escribí aquí que a mí me pareció lamentable– o, agárrense, que las versiones de Sibelius a cargo de Sir John Barbirolli son "muy líricas, sutiles, románticas" –cuando para cualquiera que escuche con un mínimo de criterio son el colmo de la visceralidad expresionista–. O a manifestar una evidente tendencia a poner por las nubes la mayoría de los lanzamientos de Sony Classical, no casualmente uno de los sellos que más publicidad inserta en sus páginas.

Él tiene todo el derecho del mundo a hacer eso y más, y lo tengo a escribir que me parece que esta revista a la que durante tanto tiempo admiré, de la que tanto aprendí y con la que en su momento estuve tan orgulloso de colaborar, ha perdido completamente el norte. He dicho.

sábado, 13 de febrero de 2016

¡Cuidado, que viene!

He visto esta foto –extraordinaria, obra de un tal Werner Kmetitsch– y no me he podido resistir. Y es que Don Nikolaus se ha retirado de los escenarios por enfermedad, pero en el mundo discográfico sigue vivo y nos va a ofrecer su más gamberra, provocadora y desmadrada realización. Una auténtica bomba. Un Harnoncourt más Harnoncourt que nunca ofreciendo cinco tazas a quienes no quieren caldo. Pondrá a prueba la paciencia de los melómanos más tradicionales y probablemente despertará elogios desmedidos por parte de quienes ustedes y yo sabemos. Pronto comentaré ese disco. Mientras tanto, vayan preparándose: ¡cuidado, que ahí viene!



Los conciertos para piano de Shostakovich por Vinnitskaya (¡y Omer!)

Este registro dedicado a Shostakovich y protagonizado por la pianista rusa Anna Vinnitskaya se grabó en septiembre de 2014 al hilo del Festival Shostakovich celebrado en Dresde por iniciativa de la Staatskapelle de la capital sajona. Su peculiaridad es que para el Concierto para piano nº 1 la solista dirige desde el teclado a una formación como la Kremerata Baltica, a mi entender en exceso escuálida para este repertorio aunque ciertamente adecuada para ofrecer una visión más camerística de la pieza. En el Concierto nº 2 sigue estando ahí, aunque añadiendo los vientos de la orquesta que patrocina el evento, la mismísima Staatskapelle. Los resultados interpretativos son notables, pero solo eso.


Tanto en su labor al piano como dirigiendo a la formación de cámara fundada por Gidon Kremer –que se implica mucho en lo expresivo, sobre todo en la electricidad que demuestra en el último movimiento–, la joven pianista rusa demuestra en el Concierto para piano, trompeta y cuerda una sensibilidad certera a la hora de poder de relieve los aspectos líricos y dolientes de la obra, para lo que hace gala de un fraseo natural, flexible y concentrado al tiempo que se mantiene alejada de los juegos más o menos circenses. Esto último, quizá en exceso: para redondear la interpretación se hubieran necesitado contrastes más marcados, mayor incisividad y un cierto espíritu gamberro que no se encuentra en contradicción con el desgarro interno shostakoviano. También haría falta una vuelta de tuerca en lo que a pathos y tensión interna se refiere. La trompeta de Tobias Willner –Staatskapelle de Dresde–, se muestra antes atmosférica y doliente que mordaz, y por ende carece de toda la retranca necesaria.

En Concierto nº 2 Vinnitskaya vuelve a demostrar que le interesa mucho antes la expresión que el virtuosismo, mostrándose sensible y musical en todo momento, pero también vuelve a quedarse corta en variedad expresiva y sentido de los contrastes, ofreciendo un Allegro con empuje pero no del todo rico en matices para después pasar a un Andante muy lírico y evocador, pero en exceso “femenino”, carente de la congoja interna y de la riqueza de matices que han sabido ofrecer otros pianistas. Al Finale le falta un punto de desparpajo.


Dadas las características de la página, la solista deja esta vez la dirección a otra persona, y aquí aparece un viejo conocido de quienes frecuentamos el Palau de Les Arts: Omer Meir Wellber, presentado como director revelación en Valencia y luego caído en desgracia ante el público valenciano y la propia Helga Schmidt. Lo cierto es que aquí, en Shostakovich, no lo hace mal: comienza en exceso pimpante pero luego se va centrando para ofrecer una lectura intensa y decidida, ya que no muy imaginativa; el Andante, en perfecta sintonía con la solista, resulta tan hermoso y fluido como descafeinado.

Acompañada por un tal Ivan Rudin, Vinnitskaya completa el disco con el Concertino para dos pianos y la Tarantella para dos pianos, de 1953 y 1955 respectivamente, obras simpáticas pero muy menores que hubieran necesitado una dosis mayor de sal y pimienta para funcionar.

Ah, si alguien quiere saber cuáles son mis grabaciones favoritas de los dos conciertos, puede consultar mis discografías comparadas sobre el nº 1 y el nº 2.  Y si no desean perder el tiempo: Kissin/Spivakov para el Primero, Bernstein tocando y dirigiendo él mismo para el Segundo, Leonskaja/Wolff para los dos.

viernes, 12 de febrero de 2016

Danzas eslavas de Dvorák por Szell

Ya puestos, después de Kubelik y Dohnányi –y tras una mala experiencia pasando una noche en la clínica: mi postoperatorio ha tenido complicaciones que ya se van resolviendo– he escuchado las Danzas eslavas registradas por George Szell y su Orquesta de Cleveland para CBS a lo largo de una serie muy dispersa de fechas distribuidas entre 1962 y 1965. Yo ya conocía algunas en un acoplamiento antiguo, y lo cierto es que sonaban mal. Ahora ha caído en mis manos una copia del SACD editado en 1999 y la mejoría es espectacular. Supongo que las reedicciones posteriores hacen uso de este mismo máster.


Interpretativamente, las versiones me han parecido magníficas. Por descontado que en ellas se hace patente la personalidad del maestro húngaro: objetiva, rigurosa, más atenta a la arquitectura que al matiz, dramática antes que lírica y por completo ajena a preciosismos. Pero es que además en esta ocasión Szell abandona su habitual distanciamiento para implicarse de lleno en lo expresivo, inyectando energía magníficamente controlada (¡qué concentración tenía este señor!), fraseando con holgura suficiente para que las melodías vuelen, aportando una buena dosis de desparpajo y sentido del humor –con un punto de retranca, lo que está muy bien– y haciendo que la formidable orquesta suene con el punto apropiado de rusticidad bien entendida.

Cierto es que no llega al brío ni a la efervescencia de Kubelik, como tampoco a la sensualidad y delectación melódica de Dóhnanyi, pero supera al primero de los maestros y –como mínimo– iguala al segundo en claridad; en este sentido realiza, sin duda, un trabajo formidable, aunque su tratamiento de las texturas y de los planos sonoros –trompetas muy en primer término, por ejemplo– resulte a veces tan revelador como desconcertante. En cualquier caso, una interpretación sobresaliente que merece mucho la pena conocer.

miércoles, 10 de febrero de 2016

Danzas eslavas por Dohnányi

Como ya anuncié al comentar la interpretación de Rafael Kubelik, tenía que repasarme estas Danzas eslavas de Dvorák registradas en agosto de 1989 por Christoph von Dohnányi y su Orquesta de Cleveland para Decca. La memoria no me ha fallado: es una interpretación igualmente extraordinaria que, aun no siendo opuesta a del maestro checo, resulta distinta y complementaria.


Las interpretaciones de Kubelik son más rústicas, festivas y vibrantes, más cercanas al espíritu popular y de baile que da pie a estas maravillosas páginas, mientras que las del ex-marido de la Silja resultan más propiamente sinfónicas, están más paladeadas –74 minutos en total frente a los 70'54'' de las de DG–, también mejor diseccionadas y, sobre todo, poseen una carga mayor de vuelo lírico, melancolía y voluptuosidad, sin que eso signifique en modo alguno narcisismo o rebuscamiento. Escuchese la última de las danzas para comprobar hasta qué punto vuela la poesía de Von Dohnányi, por lo demás un verdadero maestro a la hora de modelar a la magnífica orquesta de la que por entonces era titular.

Punto y aparte merece la toma sonora, probablemente una de las mejores realizadas por Decca en aquellos años: transparente, carnosa, natural y brillante en el mejor de los sentidos. Busquen el disco, porque merece la pena.

martes, 9 de febrero de 2016

Harold en Italia por Gardiner

Empieza bien este Harold en Italia grabado por Gardiner y su Orchestre Révolutionnaire et Romantique en Londres en septiembre de 1994: sobria, decidida y con marcados acentos dramáticos. Por desgracia, en pocos minutos queda en evidencia las habituales limitaciones del maestro británico a la hora de resultar atmosférico o sensual, así como su tendencia a la sequedad, a la contundencia en los tutti y al distanciamiento expresivo. Tampoco es que la viola de Gérard Caussé –que había grabado previamente la página con Plasson– sea el colmo de la poesía. Aun así, bien.


La marcha de los peregrinos defrauda por su carácter un tanto frívolo, lúdico incluso, carácter que le sienta mucho mejor al tercer movimiento, dicho con frescura y encanto. El cuarto, finalmente, está dicho con brillantez y muy buen trazo, cerrando así una interpretación notable que gustará bastante a los más interesados por los instrumentos originales. Otra cosa es para algunos paladares resulte poco atractiva la sonoridad de estos, e incluso llegue a molestar la articulación historicista: me sé de más de uno que se puede poner de los nervios con las notas sin apenas vibrar de la viola.

Lo más interesante del disco es el infrecuente complemento. Tristia se compone de tres páginas para coro y orquesta escritas por Berlioz en diferentes momentos de su vida y sin relación directa entre sí, la primera de ellas sobre un poema de Tomás Moro y las otras dos inspiradas en Hamlet: muerte de Ofelia y marcha fúnebre final. La presencia del increíble Monteverdi Choir –los pianísimos hay que oírlos para creerlos– hacen que la interpretación, pese a su distanciamiento, resulte fascinante. Y tampoco vamos a negar que la seca electricidad de la que hace gala Gardiner sea de lo más adecuada para la tercera pieza del tríptico.

lunes, 8 de febrero de 2016

Los conciertos para piano de Prokofiev por Bavouzet y Noseda

Mi especial interés en Prokofiev me ha hecho acercarme a la integral de los cinco conciertos para piano y orquesta grabados por el pianista galo Jean-Efflam Bavouzet –primera cosa que le escucho– y el maestro italiano Gianandrea Noseda junto a la espléndida BBC Philharmonic entre 2012 (Primero, Tercero, Cuarto) y 2013 (Segundo, Quinto) para el sello Chandos. No ha merecido mucho la pena, la verdad.


Ya empieza decepcionando el Primero con un arranque plano y sin retranca, apreciándose que ni solista ni batuta van a sintonizar con el estilo de Prokofiev. Efectivamente, la lectura se decanta por un virtuosismo más o menos amable y apolíneo bastante insustancial, a la postre aburrido, aunque tampoco debemos desdeñar el lirismo que ambos procuran extraer –sin conseguirlo del todo– del segundo movimiento.

El segundo es una obra que exige un virtuosismo extraordinario –el piano es aquí protagonista muy por encima de la orquesta–, y hay que reconocer que Bavouzet toca con agilidad suficiente, frasea con flexibilidad –nada de mecanicismo ni de carreras de cara a la galería– y ofrece una línea sensual que resalta los aspectos más evocadores de esta página. En contrapartida, pasa un tanto de largo ante los más siniestros y dramáticos, y tampoco sintoniza con la peculiar ironía del autor; en general, necesita mayor variedad de acentos, contrastes más marcados y una dosis superior de chispa y garra. A Noseda, que descubre texturas muy interesantes en el primer movimiento, le pasa algo parecido.

Donde el maestro parece mostrarse más centrado es en el Tercero, y eso que un arranque particularmente suave y evocador hace pensar que la batuta se va a decantar por una visión mayormente lírica de la página. Por fortuna, poco a poco vamos descubriendo que no es así y Noseda se preocupa por ofrecer también las aristas tímbricas y la incisividad expresiva que demanda el universo de Prokofiev; aunque en general se va a echar de menos una idea clara del conjunto, termina enganchando hasta culminar en un final adecuadamente intenso. Interesa bastante menos la labor de Bavouzet, en general correcto pero poco variado en lo expresivo y con tendencia a quedarse en el mero virtuosismo.

De nuevo en el Cuarto la batuta se decanta antes por los aspectos líricos que por los incisivos o dramáticos, sin que tampoco termine de ser del todo intenso en ninguno de los dos aspectos, mientras que el pianista vuelve a mostrarse tan correcto y sensato como insuficiente a la hora de servir a Prokofiev. Necesita un toque más variado, más rico en colores, más comprometido en la expresión.

Habida cuenta de la línea interpretativa de los conciertos anteriores, podía preverse que en el muy anguloso, incisivo y fragmentario Concierto nº 5 los dos artistas podrían estrellarse, pero no es así y a la postre nos entregan una notable interpretación, centrada en lo expresivo y dicha con intensidad, aristada en su punto justo y muy bien expuesta; en todo caso, queda lejos la batuta del colorido y la garra de un Rozhdestvensky, y más aún el pianista del certero sonido, la imaginación y la asombrosa capacidad para las texturas –increíble cuarto movimiento– de Victoria Postnikova.

Precisamente el matrimonio ruso firmó para el sello Melodyia la que sigue siendo la interpretación de referencia pese a las deficiencias de su toma sonora. Esta de Chandos, que por cierto tampoco cuenta con un sonido todo lo extraordinario que era de esperar, no pasará a la historia.

domingo, 7 de febrero de 2016

Danzas eslavas por Kubelik

Primera vez en muchos años que escucho el que fue hace tiempo uno de mis discos favoritos, y primera vez que lo hago en compacto: las dos colecciones de las maravillosas Danzas eslavas de Dvorák grabadas por Rafael Kubelik al frente de su Orquesta Sinfónica de la Radio Bávara en diciembre de 1973 y junio de 1974 en la Herkulessaal de Múnich para Deutsche Grammophon. Ha vuelto a entusiasmarme.


La interpretación deja bien claras las señas de identidad del maestro, que resultan ideales para esta música: fluidez, naturalidad, elegancia por completo ajena a amaneramientos y una dosis muy considerable de frescura, desparpajo y entusiasmo. Los tempi son rápidos, eso desde luego, pero las melodías están muy bien paladeadas y vuelan con un lirismo luminoso y sincero que llegan de inmediato al oyente. Además Kubelik ofrece, como no podía ser menos, un sabor checo con su punto justo de rusticidad sonora y carácter de danza: no son las suyas versiones sinfónicas, opulentas, hiperrefinadas ni profundas, sino ante todo ágiles, directas y comunicativas, festivas cuando deben sin merma de la finura de trazo, además de magníficamente planificadas y tocadas.

¿Alguna insuficiencia? Quizá en alguna de las danzas se podría adoptar un enfoque más introvertido, melancólico y emotivo. Tendré que volver a escuchar un día de estos la grabación –escandalosamente buena en lo que a toma de sonido se refiere– de Christoph von Dohnányi en Decca, para comparar.

sábado, 6 de febrero de 2016

Los dos Harold de Maazel

En dos días consecutivos he tenido la oportunidad de escuchar sendas versiones del Harold en Italia de Berlioz a cargo de Lorin Maazel: la que grabó para Decca en 1977 con la Orquesta de Cleveland, de la que por entonces era titular, y la toma en vivo que editó Deutsche Grammophon en 1985 –el registro será del año anterior, supongo– con nada menos que la Orquesta Filarmónica de Berlín, formación con la que estaba estrechando unos lazos que decidiría romper más adelante, cuando los músicos no cuentan con él para convertirle en sucesor de Karajan.


En la grabación de Cleveland, por cierto de notable sonido, la gran técnica del maestro queda clara en el excelente trazo global, el magnífico tratamiento de los planos y la irreprochable sonoridad de la magnífica orquesta. Su olfato musical, en la convicción y la sinceridad expresiva –nada de amaneramientos ni excesos– que desprenden su aproximación. Por desgracia, en inspiración poética se queda algo corto, no terminando de profundizar en las diferentes atmósferas tan diferentes entre sí que propone la partitura. En la misma línea, notable pero no muy elevada ni emotiva, se encuentra la viola de Robert Vernon, nombrado poco antes primer atril de la formación norteamericana.


La interpretación de Berlín resulta algo diferente, porque aquí Maazel se toma las cosas con bastante más calma (41’45’’ frente los 40’07’’ de antes, aunque el segundo movimiento vaya ahora más rápido) y otorga un toque meditativo, sensual y melancólico a la obra que le viene muy bien. Claro que la diferencia no viene dada solo por los tempi, sino también por la idiosincrática sonoridad de la orquesta y por la musicalidad de sus solistas, particularmente de un Wolfgang Christ de sonido aterciopelado y elevado vuelo lírico. Se podrán preferir enfoques más extrovertidos y fogosos –pienso en Menuhin con Colin Davis, 1962–, pero esta interpretación me parece excelente y se completa con una muy buena obertura de El carnaval romano.

viernes, 5 de febrero de 2016

Praetorius, un gran disco

Pablo Heras-Casado parece tener dos personalidades distintas, cada una de ellas adscrita a un sello diferente: mientras para Harmonia Mundi anda regalándonos bodrios considerables –su Schumann es de juzgado de guardia–, para Archiv graba maravillas como El maestro Farinelli –disco que en realidad debería llevar el título mucho menos comercial de “Música en tiempos de Fernando VI”– o este que quiero recomendar ahora llamado Praetorius, que se dedica a tres compositores alemanes del primer tercio del XVII que comparten apellido: Hyeronimus Praetorius, su hijo Jacob y un tal Michael que ningún vínculo de sangre guarda con los anteriores. De Hamburgo los dos primeros y de Dresde el tercero de ellos.


No voy a comentar el disco, primero porque de este repertorio no sé nada, y segundo porque el propio maestro granadino nos pone al día admirablemente en el vídeo que pueden ustedes localizar en este enlace. Pero sí diré que los dos Magnificat y los nueve motetes que se incluyen son obras de enorme belleza que nos aclaran muchísimo sobre la transición entre Renacimiento y Barroco en tierras alemanas; que el Coro y la Orquesta Baltasar Neumann (¡qué tiempos aquellos en los que los escuchábamos en el Teatro Villamarta!) se mueven en su excelso nivel acostumbrado; que Heras-Casado demuestra un excepcional dominio de las masas corales, dejando bien claros cuáles fueron sus inicios como director en tierras andaluzas, y que acierta al subrayar las deudas con los Gabrielli mediante interpretaciones muy sensuales que se apartan de la presunta severidad germánica; y que la toma sonora es magnífica y sabe dejar en segundo plano, pero con buena presencia, a un conjunto de instrumentistas que saben dar prioridad a las voces y ornamentar con inteligencia cuando lo encuentran necesario.

Un gran disco. Si pueden, escúchenlo en la descarga HD audio: merece la pena.

jueves, 4 de febrero de 2016

Un recuerdo de la infancia: Peer Gynt por Fjeldstad

Hay cosas que a los mayores nos resultan indiferentes pero que a los niños les puede llamar poderosamente la atención. Seguro que ustedes albergan en algún rincón de su memoria objetos de su infancia que por algún motivo u otro ejercían sobre su mente un particular magnetismo. A mí me pasó, siendo todavía muy pequeño, con la portada de un disco en la colección de mi padre que ponía Peer Gynt – Oivin Fjeldstad – Orquesta Sinfónica de Londres. Cuando aprendí a leer los dos primeros nombres me quedaba contrariado por resultarme impronunciables, pero lo que realmente me atraía era la imagen de la portada, precisamente una ilustración de la obra de Ibsen en la que se ve al protagonista en la corte del Rey de la Montaña. No sabía de que iba el rollo, claro, pero la combinación de esa imagen con el contenido del disco, que en casa se ponía bastante, me debió dejar huella.


El vinilo aún lo conservamos, y precisamente lo tengo en este momento a mi lado. La portada es muy parecida a la que he tomado de internet, solo que la edición es española –discos Columbia– y de sonido monofónico, aunque el original fuera estéreo. La grabación, para ser concretos, se realizó en el hoy desaparecido Kingsway Hall de Londres entre el 17 y el 19 de febrero de 1958, con una toma digna para la época pero también un punto distorsionada y estridente incluso en la edición que he tenido la oportunidad de escuchar ahora, la realizada en Japón reprocesando el original a 96 kHz/24-bit. Se tuvo a bien incluir más música de la habitual: además de las Suites nº 1 y 2, se añadieron el Preludio y la burlesca Danza de la hija del Rey de la Montaña, aunque ésta colocada al final. Lo que no hay son solistas vocales ni coro.

¿Qué he ha parecido la interpretación? Pues desde luego no llega a la altura de aquella con la que muchos años más tarde de conocer el referido vinilo aprendí a amar esta música, la de Barbirolli para el sello EMI, pero aun así me ha parecido muy notable. La mayor virtud del maestro noruego es que su Grieg suena precisamente a eso, a Grieg, con toda su sana rusticidad y evitando pulir en exceso las texturas y ofrecer narcicismos sonoros. Pero tampoco es que se trate de una interpretación basta, en modo alguno: la música está bien paladeada en lo melódico, el fraseo es muy natural, se revelan detalles interesantes en la orquestación –en la Danza árabe, por ejemplo- y la celebérrima Cueva del Rey de la Montaña está tratada con adecuada sorna y planificando un amplísimo accelerando desde el arranque hasta su apoteósico final.

Un disco recomendable, desde luego, y muy superior al tan cacareado de Thomas Beecham, quien quitando su muy británico sentido del humor ofrece una recreación más bien pesadota y prosaica, dicho sea de paso. Eso sí, Barbirolli sigue siendo para mi gusto el número uno en esta música maravillosa. ¿El problema? La del Baronet se encuentra por todas partes, pero las de Fjeldstad  y Barbirolli son difíciles de localizar.

lunes, 1 de febrero de 2016

¡Me muero, me sale una hernia!

Bueno, mañana martes es el día: me operan de una hernia inguinal. Intervención sencilla que no posee la menor relevancia, pero para mí una experiencia terrorífica habida cuenta del pánico que me produce todo lo que tenga que ver con laboratorios, quirófanos, extracciones y temas quirúrgicos en general. También la excusa perfecta para poner aquí, por si alguien no lo conoce, este vídeo desternillante de una de mis cantantes favoritas sacado de aquella gala homenaje a Leonard Bernstein que vi por la tele cuando joven nunca se emitió íntegra ni se editó comercialmente, lástima y me dejó una huella que todavía dura.


Ah, como dicen que en los primeros días de convalecencia resulta muy difícil estar sentado, he dejado preparada una discografía del Don Juan de Strauss para permanecer unos días alejado del blog. Hasta pronto.

El Trío de Tchaikovsky, entre colegas: Capuçon, Soltani y Shani

Si todo ha salido bien, cuando se publique esta entrada seguiré en Budapest y estaré escuchando el Trío con piano op. 50.  Completada en ene...