Lo más impresionante del concierto que ofrecieron Barenboim y su formación multicultural el pasado domingo 31 de julio en el Teatro de la Maestranza -en otro momento comentaré el del día anterior en Ronda- fue el nivel técnico que ha alcanzado la West-Eastern Divan. La mejoría durante estos años ha sido abrumadora, en parte porque sus miembros han crecido en edad y –por ende- en destreza, y en parte porque el funcionamiento es similar al de la Orquesta del Festival de Bayreuth: en cada edición se procura garantizar que repitan los mejores de la anterior. En esta ocasión, y salvando unos trombones que no convencieron gran cosa, sonaron con un empaste, una agilidad y una precisión admirables, respondiendo además a las muy exigentes demandas –terroríficos pianísimos, fortísimos abrumadores- de su director. Pero es que además lo hicieron sonando a gran orquesta centroeuropea, y más concretamente a Staatskapelle de Berlín, es decir, a la mejor tradición alemana. Mérito tanto de los profesores procedentes de la mítica formación berlinesa que durante estos años han instruido a los chavales como a la pericia de un Barenboim que ha sabido modelar la materia prima para obtener ese sonido oscuro y empastado –con menos rotundidad y mayor calidez que la Berliner Philharmoniker- que es ideal para recrear la música de determinados autores, Beethoven el primero de ellos.
Desde el punto de vista interpretativo la sorpresa estuvo en Mahler. Cuando le escuché el Adagio de la Décima en Granada (enlace) con la Staatskapelle de Berlín no me gustó el resultado. Más adelante conocí la toma radiofónica y me replanteé un poco las cosas: siguió pareciéndome una interpretación flácida y no muy bien trazada, amén de inadecuadamente resignada, pero comprendí que esta página no tenía que interpretarse necesariamente mirando a Alban Berg y que el enfoque de Barenboim, con la vista puesta en Bruckner y Wagner, no dejaba de arrojar luces nuevas sobre la obra. Sea como fuere, tal interpretación ha quedado literalmente pulverizada por la que el de Buenos Aires está ofreciendo este año al frente de la WEDO, tanto por la filmación en París que ha estado disponible en internet (enlace) como por la del Maestranza. Yo diría que por esta última más aún. Desde luego, ha sido una de las mejores interpretaciones de Mahler escuchadas en el teatro sevillano, a la altura de la memorable Séptima de Chailly/Concertgebouw y desde luego muy por encima de la amanerada y relamida Primera de Abbado con la Filarmónica de Viena de 1992.
Barenboim no entiende este Adagio como una continuación del final de la Novena, y por eso bajo su batuta no suena como una lentísima y agónica despedida (opción de un Sinopoli o un Haitink, por citar a dos grandísimos recreadores de la pieza), sino como lo que realmente es: el inicio de un enorme fresco sobre el amor (el affaire de Alma con Gropius planea sobre la pieza) y la muerte. El espíritu tristanesco está con Barenboim muy presente,como también la espiritualidad anhelante del último Bruckner. Sigo prefiriendo un enfoque más escarpado, más rabioso, más terrible en el desgarrador doble clúster, pero resulta imposible no caer rendido ante una recreación fraseada con semejante dosis de humanidad, ternura y vuelo lírico. Y de elegancia, sensualidad y belleza sonora, habría que añadir, porque en los últimos años –lo he dicho ya varias veces en este blog- el argentino está enriqueciendo sus interpretaciones con una atención a estos aspectos que en otros tiempos dejaba un poco al margen para atender a lo que más le interesa, es decir, a la fusión entre intensidad expresiva y reflexión filosófica. Magnífico en sus decisivas intervenciones el concertino, Michael Barenboim.
En el resto del programa, Beethoven. La Primera Sinfonía no es obra de juventud sino de madurez, y como tal fue interpretada pese a que los efectivos orquestales de la WEDO se redujeron un tanto para esta página. En comparación con su recreación para el sello Teldec (enlace), esta interpretación ha girado de lo dionisíaco a lo apolíneo: se ha perdido –desdichadamente- parte de la fogosidad, la incisividad y el nervio que convertían a aquel registro en uno de los mejores de la discografía, pero se ha ganado en elegancia, en poesía, en hondura humanística y en calidez, además de seguir manteniendo su imaginativa flexibilidad. ¡Qué plasticidad en el tratamiento de la cuerda! ¡Qué dominio de la agógica! Admirable además la manera de desmenuzar la pieza y de atender a la polifonía de las voces internas.
La Quinta para terminar. Ya se la escuchamos en el Maestranza, y la dirección fue sin duda espléndida, pero por entonces la WEDO no tenía el nivel de ahora. Cerrando los ojo nadie pensaría que estamos ante una orquesta juvenil. Sonó fabulosamente, y muy a Beethoven; desde luego, mucho mejor que la Sinfónica de Sevilla cuando aborda a este compositor. La dirección de Barenboim, la leche. Me decía un amigo que le recordaba a la grabación de Furtwängler para EMI de 1954, es decir, canónica, sin arrebatos espontáneos ni descontroles, más madura que impulsiva, pero perfecta en su integración de fuerza, hondura y sinceridad. He vuelto a escuchar el célebre registro antes de escribir estas líneas. Bien, creo que Furt, que en estudio frasea con lentitud e incomparable delectación, logra ofrecer aún mayor profundidad humanística en el Andante con moto, pero su discípulo espiritual le iguala en un poderoso Scherzo y le supera en un Allegro con brio más inmediato, desasosegante y dramático, así como en un movimiento final que al inolvidable director alemán le quedaba un poco más hinchado de la cuenta y en manos de Barenboim alcanza, sin retórica alguna, una grandeza, una fogosidad y un carácter visionario incomparables. Un abrumador éxito de público –todo el mundo se puso en pie- corroboró que nos encontrábamos ante el mejor Beethoven orquestal de los veinte años de historia del Maestranza, excepción hecha del Concierto para piano nº 1 y de la Séptima Sinfonía que la Filarmónica de Berlín (mejor dicho, una plantilla reducida de la misma) ofreció en 1992 bajo la dirección de… Daniel Barenboim.
2 comentarios:
Cuando te comenté lo de la versión de Furtwángler en EMI no pretendía "emparejarlas" en concepto. Pero sí que me pareció que de ambas se desprende algo inatacable, inobjetable, canónico, sí. Vamos, que no puede ser de otra manera. Con la versión de Barenboim en Sevilla me sucedió eso, me parece difícil imaginar una interpretación de la Quinta más sincera, emocionante y genuinamente beethoveniana. Pero también sé que Daniel es capaz de hacerlo de otro modo, que será siendo, claro, igual de inatacable e inobjetable, a pesar de lo que digan algunos majaderos. J.S.R.
Es en el espiritu de la interpretacion donde conectan Furtwangler y Baremboim solo que este ultimo es mas sensual, mas amable, menos petreo y hace las introducciones de manera mas natural.
Para mi,la mejor Quinta que he oido en mi vida.
Respecto al Mahler, creo que no se lo acaba de creer, construye el edificio sonoro soberbiamente pero le falta un punto de implicacion.
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