Vengo del Villamarta sin palabras. A mi entender, Javier Perianes ha ofrecido el mejor recital pianístico que se ha escuchado en el teatro jerezano desde su reapertura allá por 1996, incluyendo las veladas memorables de artistas como Torres-Pardo, Ashkenazy, De Larrocha, Achúcarro, Sokolov o el propio Perianes. Un Perianes abiertamente genial, que si ya hace tiempo alcanzó la excelencia técnica, entra ahora en una absoluta madurez interpretativa que le sitúa en lo más alto. Miren ustedes, acabo de completar una discografía comparada de la Sonata nº 2 de Chopin –ya buscaré algún momento para publicarla–, y la que ha ofrecido hoy el de Nerva (¡primera vez que la tocaba en público!) me ha gustado más que las de gente como Rubinstein, Michelangeli, Gilels, Argerich, Barenboim, Ashkenazy, Pollini, Pogorelich o Gavrilov, tanto como la de Grimaud y solo un poco menos que la genial, visionaria y arriesgadísima, por ello mismo muy discutible, de Evgeny Kissin.
¿Y cómo fue la interpretación de Javier? Pues ortodoxa por los cuatro costados, idiomática a más no poder (¡qué dominio del rubato chopiniano!), hosca y dramática sin que el nerviosismo –gran problema para unos cuantos de los arriba citados– hiciera el menor acto de presencia, y de una magia poética incomparable, lo cual tiene mucho que ver con la naturalidad de su toque, la variedad de acentos y, muy especialmente, la enorme concentración de su fraseo. De este modo, supo reflejar la ansiedad y el desasosiego del primer movimiento evitando precipitarse y dejar a la música respirar con holgura; desplegó músculo en un Scherzo, cuyo trío destiló un hermosísimo lirismo; voló con la más excelsa inspiración en la sección intermedia de una marcha fúnebre honda y severa, en absoluto consoladora; y en ese extrañísimo, visionario movimiento conclusivo apostó por mirar al impresionismo sin dejar de perfilar con la más absoluta limpieza todas y cada una de las notas. No exagero: versión de referencia. Parece que grabará la obra en diciembre, así que ya podrán ustedes verificar si están de acuerdo conmigo.
La velada arrancaba con la Sonata op. 12 “Marcha fúnebre” de Beethoven. Su versión discográfica la comenté aquí mismo. Resumo lo entonces dicho: impresionante recreación paladeada con lentitud y una concentración increíble. Añado ahora que el segundo movimiento me gusta más dramático y contrastado, también con más músculo, pero que dado el carácter apolíneo de su lectura, tal opción no hubiera sido la más conveniente. Desde el punto de vista técnico, increíble: Javier sabe aprovechar todos y cada uno de los resortes del instrumento para ponerlos al servicio de la expresión. La plasticidad de su sonido, la limpieza digital, la gradación de las dinámicas, la riqueza de colores... Para descubrirse.
Sonata nº 31 op. 110 del de Bonn cerrando el programa. La comparación con la que le escuché a Barenboim en Granada este verano, o con la filmación en Salzburgo unas semanas posterior, resulta inevitable. Me quedo con el sonido del de Buenos Aires, más denso, cálido y rico en armónicos. Pero tocar, lo que se dice tocar, Perianes lo hace mejor. En los dos primeros movimientos el veterano maestro, que a estas alturas se las sabe todas en este repertorio, va más bastante más allá. Ahora bien, cuando por fin llega el meollo del asunto Perianes no se queda atrás: más humanístico y doliente el argentino, también más trascendido, más “clásico” y elegante el andaluz, pero no menos lento y concentrado en el fraseo, no menos hermoso en su canto y de no menor vuelo poético. El crescendo lo plantea con valentía (¿por qué lo hacen de manera tan tímida los sobrevalorados Gould, Backhaus, Kempff o, ya en tiempos recientes, Igor Levit?), y la fuga se va desarrollando con asombrosa transparencia hasta alcanzar una conclusión que, sin llegar a ser paroxística, resulta serena y luminosa. Dudo que haya un solo pianista, Barenboim aparte, que logre hoy día ofrecer una recreación de esta penúltima sonata beethoveniana a semejante altura.
El abrumador éxito entre el respetable le llevó a ofrecer una sentida mazurca de Chopin y una lectura de La maja y el ruiseñor –Granados salió del programa inicialmente previsto por culpa del COVID– de una depuración sonora extrema y sensibilidad maravillosamente femenina. Si sigue creciendo como artista a este paso, Perianes va a llegar al infinito. Y más allá.