miércoles, 28 de febrero de 2024

Christian Tetzlaff me hace sufrir muchísimo. Karina Canellakis, no tanto.

La celebración hoy 28 de febrero del día de Andalucía nos ha permitido a muchos profesores disfrutar de un puente de cinco días. Así las cosas, y aunque el brazo izquierdo funciona regular a la hora de manejar equipajes, por no hablar de esos temidos momentos de quitarme y ponerme abrigos, jerséis y pijamas, preparé un viaje a Viena junto a la amiga y colega que suele acompañarme en estas ocasiones.

Una maravilla, en principio: cinco conciertos en la Musikverein y un recital de piano en la Konzerthaus, más las visitas a iglesias, museos y tal. Pero la vida da muchas vueltas. Hace un par de semanas recibí palos muy duros en tres ámbitos completamente distintos de mi vida. Incluso puedo añadir un cuarto que tuvo que ver con las desafortunadas consecuencias que se derivaron de un corte de tráfico. Por azares del destino, los golpes fueron llegando no ya de manera consecutiva, sino incluso superpuesta en el tiempo. Si a todo eso sumamos un estrés laboral tremendo –no es culpa de mi entorno de trabajo, sino de haberme cargado yo mismo de un exceso de tareas en mi retorno a las aulas–, comprenderán ustedes que el autor que emborrona estas líneas haya llegado a pasarlo francamente mal.

Al final, lo que iba a ser un viaje "de placer" se ha convertido más bien en un viaje "de terapia", de distracción. Intenté reírme de mí mismo y de los ataques de mis haters en dos las anteriores entradas, como también hablar en ellas de la fascinación que me produce visitar los lugares en que, en un plazo de tres o cuatro décadas, coincidieron algunos de los más interesantes personajes del mundo de la cultura que se hayan conocido. Y no solo del de la música.

¿Ha funcionado la terapia? Solo de manera parcial. He vivido en estos días vieneses momentos maravillosos que tuvieron que ver con la música y con la gastronomía (¡también con la alegría de que el libro de Barenboim está ya imprimiéndose!). Momentos muy bonitos. Momentos más bien grises, pese a las bellezas que se desplegaban a mi alrededor. Y también momentos marcados por una intensa melancolía, por no hablar por la desazón que me ha producido el comportamiento de determinadas personas que no parecen dispuestas a arreglar las cosas entre nosotros. No, no puedo decir que globalmente haya sido un viaje alegre ni relajante.

Todas estas circunstancias, claro está, han influido mucho en mi percepción de los seis conciertos. Y de ellos quiero escribir algo. Les ruego me permitan empezar por el último, el de ayer martes a las siete y media en la Musikverein con la Filarmónica de Londres, Karina Canellakis y Christian Tetzlaff. A la postre, el que más me ha emocionado, por la sencilla razón de que el plato fuerte de la velada era una página que encajaba a la perfección con mi estado de ánimo, y que desde hace ya mucho me ha desgarrado el alma: el Concierto para violín nº 1 de ese genio que fue Dmitri Shostakovich

Lo pude escuchar –ahí las entradas eran relativamente baratas– en primera fila, a tres metros escasos del solista. Y este me hizo sufrir mucho, muchísimo, solo que en el mejor de los sentidos. Desde que le vi en enero de 2001 en el Villamarta junto a Daniel Harding haciendo Brahms, el de Hamburgo ha madurado una barbaridad. Conocía su admirable grabación esta Op. 77 con John Storgards –tengo que actualizar mi discografía comparada–, y esta de Viena no le ha ido a la zaga. Su agudo afilado –sin llegar al extremo de Perlman– es ideal para la obra. Su compromiso expresivo, muy elevado: ¡qué tremendos gritos de dolor hacía proferir a su violín cada vez que en el Scherzo sonaba la "firma" DSCH! Y su enfoque atento tanto al lirismo como a la virulencia no admite discusión, con independencia de que el melómano pueda preferir aproximaciones más escoradas hacia uno de los dos extremos. La larguísima Cadenza (¡qué escasa piedad del compositor hacia el solista!) la resolvió con pasmoso virtuosismo, si bien aquí cosas aún más profundas se hayan escuchado. Su triunfo entre el respetable, cualquier caso, fue monumental y merecidísimo.

¿Y la señora Canellakis? La neoyorquina había empezado la velada con el bellísimo preludio de Jovánschina: ni sonido a Mussorgsky, ni especial lirismo en las secciones extremas, ni inquietud en la central. Se le aplaudió poquísimo. El Shostakovich lo hizo bastante mejor, muy centrado en el estilo y bastante intenso, aunque también con alguna caída puntual en la precipitación y hasta en la vulgaridad.

Claro, lo interesante del asunto era ver cómo hacía la Cuarta de Brahms allí en la Musikverein, donde las doradas cariátides han escuchado el asunto a gente como Karl Böhm, Carlos Kleiber, Leonard Bernstein o Carlo Maria Giulini, todos ellos con la orquesta a la que "pertenece" la obra, la Wiener Philharmoniker. Pues miren, Canellakis salió medianamente airosa del empeño. Si comparamos con las genialidades a las que acabo de aludir y que todos los melómanos tenemos en mente, pueden reprochársele la falta de verdadero sonido brahmsiano, la relativa parquedad de los matices y el desaprovechamiento de muchas frases. También la ausencia de ese particular lirismo agridulce que necesita el segundo movimiento, o el excesivo escoramiento a lo puramente lúdico en el tercero. A mí me emocionó solo a ratos.

Ahora bien, lo que no voy a negar es que hubo un muy sólido trazo global, tensión bien controlada, brillantez que supo compaginar con el trazo fino y renuncia tanto a la blandura como al rebuscamiento. Dicho de manera; fue una Cuarta de Brahms más vistosa que profunda, típica de una batuta joven, preparada y con talento, pero aún con un camino por recorrer para alcanzar la plena madurez. ¡A ver, que cuarenta y dos años son, salvando casos especialísimos, muy pocos para alcanzar la excelencia en la dirección de orquesta! Se aplaudió mucho, aunque al parecer no lo suficiente para la directora y su equipo: prefirieron no tocar la danza húngara que tenían en los atriles preparada como propina.

Una cosa más: desde mi asiento en el lado izquierdo de la primera fila de butacas, en la Filarmónica de Londres solo veía mujeres, mujeres y más mujeres. Y eso me alegró una barbaridad, sobre todo porque estábamos en una sala en la que se cometió no ya la injusticia, sino la bochornosa infamia de que la "orquesta reina" arriba citada no permitiera a las señoras acceder a sus asientos. Y eso fue hasta hace muy, pero que muy poco tiempo. Por cierto, que tanto las chicas como los chicos –que haberlos, también los había– de la London Philharmonic estuvieron ayer fenomenales. Estaremos atentos a ver cómo se siguen desenvolviendo con esta que es su recientemente renovada titular.

PS. La foto de los artistas la he tomado del Facebook de la norteamericana. La mía es del intermedio de ayer.

domingo, 25 de febrero de 2024

Otro que me dice que estoy loco

Esta mañana pasé cerca de la cafetería en la que estuve merendando con el psiquiatra tan pesado del que les hable en la anterior entrada. Bueno, pues se me acercó un señor feucho y desgarbado que, al parecer, también acostumbra a merendar allí, y que a su vez es paciente del señor Freud. Me confesó que, de manera muy indiscreta, había estado escuchando toda la conversación desde una mesa cercana, y que que a su parecer, efectivamente estoy como una cabra. Pero lo que quería decirme es que no me preocupase. Que aquí en Viena a él también le consideran como una persona demasiado peculiar. Que nada malo encuentra en ello, pese a estar él particularmente dolido por el hecho de que digan que su música, porque este hombre es compositor, no vale un pimiento. Añade que está hasta el gorro de que digan que suena grotesca, vulgar y desmedida; de que aquí solo le quieran para dirigir en la ópera, y de que ni siquiera en esto le terminan de tratar como cree que se merece.

Me confiesa que cualquier día se larga Nueva York, que seguro que allí le va a ir mejor. Eso sí, me ha animado a pasarme esta noche por la Musikverein, porque la Wiener Symphoniker hace su Segunda sinfonía, que al parecer está muy chula. ¡Hay coro y todo! Así que bueno, aunque acabo de salir de allí de escuchar a la English Chamber, le voy a hacer caso a este hombre, que por cierto vaya pinta triste que tenía. Verán, es que nuestro doctor también es muy cotilla y me ha soplado que su joven esposa Alma la engaña con otro. La vida... 

sábado, 24 de febrero de 2024

No me fío de este psiquiatra, pero qué bien merienda el jodío

Después de diez de los peores días de mi vida (desdichadamente, no es broma ni exagero), he decidido buscar la ayuda de un psiquiatra que me han recomendado vivamente. Al parecer, es un auténtico genio. Eso sí, he tenido que venir hasta Viena. Hemos quedado en su cafetería favorita, Cafe Landtmann, muy cerca de su domicilio, y hemos charlado un rato.

La verdad es que no me ha convencido: ha empezado con no sé qué del complejo de castración, de tener que analizarme los sueños y de no sé cuántas zarandajas más. Qué quieren que les diga, tengo la sensación de que está un poquito anticuado. Eso sí, los gustos gastronómicos de este tal Doctor Freud me han parecido excepcionales: no vean ustedes cómo estaban la tarta de castaña y el Franz Landtmann Kafee. 

jueves, 22 de febrero de 2024

Dos Novenas de Bruckner por Welser-Möst

Si no me vuelve a dar un jamacuco  –estos últimos días he llegado a tener problemas serios de salud–, pronto podré escuchar en directo la Novena de Bruckner a la Filarmónica de Viena. O sea, mi sinfonía favorita de todos los tiempos con la orquesta más indicada para sus particulares demandas. Y en la Musikverein, nada menos. El problema (¡ay!) es que dirige Frankie "Worse Than Most". Por ello he decidido ver no una, sino dos filmaciones de la obra dirigidas por él disponibles en la problemática plataforma de streaming Symphony. Y me alegro de haberlo hecho, porque  sabiendo lo que me voy a encontrar ya no voy a salir con cabreo: probablemente va a tratarse de una mala interpretación.

Las lecturas referidas de Welser-Möst son las dos del año 2022: una con la Filarmónica Checa en el Rudolfinum de Praga y la otra con la Real Filarmónica de Estocolmo. Quizá la segunda me haya parecido un poco menos mala, pero ambas son, a la postre, bastante similares. ¿Por qué no me han gustado? Primero, por su evidente falta de idioma bruckneriano. Segundo, por la tremenda discontinuidad de la arquitectura: todo consiste en una yuxtaposición en segmentos, unos mejor interpretados que otros, que no se encuentran organizados dentro de una arquitectura coherente de tensiones y distensiones. Tercero, por la tendencia del maestro al fraseo frívolo, por momentos saltarín (¡esa introducción!) y ayuno de ese sentido de la sensualidad agónica que caracteriza al genial compositor. Cuarto, por la tendencia a exponer los momentos más escarpados bien precipitándose, bien como una simple acumulación decibélica.

Así las cosas, el maestro austríaco –ya recuperado de su cáncer: le deseo una vida larga y feliz– ofrece un primer movimiento de manifiesta mediocridad en el que se alternan momentos buenos –los menos–, momentos aceptables y momentos malos, para luego pasar a un Scherzo que estaría bien si no fuera por un lamentable Trío. En ambas interpretaciones se salva el Adagio, que al menos alcanza la corrección: aquí sí hay cantabilidad en el fraseo y cierto sentido de misticismo, como también fuerza visionaria en los momentos en que corresponde. Ya ya está, porque aun así queda muy lejos de los grandes recreadores de este movimiento, Giulini con la Filarmónica de Viena en primerísimo lugar. En fin, esto es lo que hay.

miércoles, 21 de febrero de 2024

Variaciones para orquesta, de Schönberg: discografía comparada

Las Variaciones para orquesta de Arnold Schönberg, estrenadas nada menos que por Furtwängler, fueron escritas entre 1926 y 1928. O sea, bastante después de las Tres piezas para orquesta de su discípulo Alban Berg, circunstancia que me parece significativa. Verán ustedes, dice la Wikipedia que esta fue su primera composición dodecafónica para gran conjunto instrumental, pero a mí me parece que, al igual que la labor creativa del discípulo hubiera sido absolutamente imposible sin el maestro, esta Op. 30 del maestro se ve en cierto modo influida las pesquisas de su pupilo. Y no es solo "atmósfera malsana vienesa". O quizá sí, y lo mío no sean más que tonterías.

En cualquier caso, la cosa consiste en una introducción, un tema, nueve variaciones breves y un dilatado final. Hay que escuchar la obra muchas veces para empezar a enterarse del asunto. ¿Merece la pena? ¡Ya lo creo! Les invito a hacerlo en compañía de los señores que se relacionan a continuación, con una sola advertencia que es la que hago siempre: ni caso de las puntuaciones del uno al diez. Las pongo porque a la gente le gusta tenerlas ahí para ver las cosas más claras. Tampoco les den mucha importancia a lo que yo diga, excepto a una cosa: ¡anímense y adéntrense en estas fascinantes Variaciones!


1. Mehta/Filarmónica de Los Ángeles (Decca, 1968). Escucho esta grabación, la primera cronológicamente hablando, después de las que vienen a continuación. Es decir, que ya tengo el listón colocado a mucha altura. Y me caigo del asombro. Porque a sus treinta y dos años el señor Mehta demuestra una técnica de batuta descomunal que le permite, al frente de una orquesta que tampoco era la mejor del mundo, realizar un trabajo de auténtico relojero: claridad, refinamiento tímbrico y organización de las tensiones son de primerísimo nivel. Hay además vida, frescura y comunicatividad dentro de una visión que en absoluto es "romántica", pero que tampoco necesita forzar la parte visceral de la partitura. Quizá debería haberlo hecho en algún momento: al final le falta un poco de fuelle. En cualquier caso, grandes aplausos para él y para los de Los Ángeles. ¡Y no digamos para los ingenieros de sonido! (9)

 

2. Karajan/Filarmónica de Berlín (DG, 1974). A medio camino entre posromanticismo e impresionismo, Don Heriberto plantea una recreación contrastada y comunicativa, aunque sin el sentido del misterio, la variedad expresiva y –por sorprendente que parezca– la depuración sonora que había alcanzado Mehta, y a la que conseguirán otros maestros. Dicho esto, y sin convencerme del todo, hay que escuchar esta recreación. Dice cosas distintas a las otras. (8).

 

3. Solti/Sinfónica de Chicago (Decca, 1975). Nada que ver con lo de Karajan. Aquí Solti es un auténtico volcán en erupción que ofrece una lectura marcadamente expresionista, visceral y sincera a más no poder, brillante en el mejor de los sentidos, así como altamente comunicativa sin por ello perder de vista el estilo. Más bien al contrario. El milagro es que nada de esto supone nerviosismo, precipitación ni merma en la claridad: tan grande el el virtuosismo de los chicagoers, y tan portentosa la técnica de batuta de Sir Georg, que toda la lectura es un prodigio de transparencia, de colorido –incisivo, sin que falte sensualidad cuando hace falta–, de refinamiento y de claridad. ¿Falta algo? Sentido del misterio. La toma, realizada en el Medinah Temple, es maravillosa para la época. (10)

 

 

4. Boulez/Sinfónica de Chicago (Erato, 1991). Es el autor de Notations quien mejor explica esta obra. Lo hace ofreciendo una lección magistral de arquitectura, transparencia y control de las tensiones, siendo asimismo capaz de descender a detalles de extrema sutileza tímbrica para, a continuación, desplegar enormes dosis de violencia. La diferenciación entre cada una de las variaciones está plenamente conseguida, y el estudio de las dinámicas es admirable. Sólo se echa de menos un más desarrollado sentido del color, así como del sentido del misterio. Su recreación, a la postre, no es la más “emocionante”, pero sí altamente seductora. La orquesta está para ponerle un monumento, aunque no le beneficie una toma que no es superior a la que recogiera su ejecución bajo la batuta de Solti. (9)

 


5. Craft/Orquesta Philharmonia (Naxos, 1998). Sorprende que, mostrándose más bien lírico en otras de sus interpretaciones tardías de este repertorio, Robert Craft se muestre incisivo, vehemente y nervioso como el que más. Pero no divaguemos: aquí hay vida, sentido de los contrastes y trazo cuidadoso. Una pena que se le escape la sensualidad tímbrica que anida en los pentagramas. Buena toma realizada en Abbey Road. (8)

 
6. Nagano/Sinfónica Alemana de Berlín (Harmonia Mundi, 2004). Vuelta a la visión angulosa, incisiva, vehemente y –a la postre– hiperexpresionista de un Solti, pero sin que, por mucho que el trazo sea cuidadoso, se alcance en modo alguno la depuración sonora ni –menos aún– el autocontrol de un Sir George que sabía indagar con más acierto en los pliegues expresivos de la partitura. La toma es de calidad, pero para ser ya del siglo XXI se podía esperar algo más. (8)


7. Barenboim/WEDO (Blu-ray CMajor y CD Decca, 2007). Aunque en principio la tímbrica incisiva y la aproximación visceral del de Buenos Aires pueden recordar a Nagano, creo que el verdadero referente de su aproximación es Pierre Boulez, tanto por la depuración sonora con que plantea las cosas –todo está medido al milímetro– como por su capacidad para diferenciar expresivamente cada una de las variaciones. Tampoco anda lejos de Solti al apartarse de cualquier distanciamiento analítico y “humanizar” lo más posible la página. A veces alcanza un altísimo grado de efervescencia, en otras despliega un colorido rico, sensual y plagado de sugerencias. ¿El sentido del misterio? Aquí lo hay, pero me parece que ni la suya ni ninguna otra batuta, hasta el momento, ha sido capaz de desarrollarlo plenamente. En cuanto a la WEDO, responde entregadísima sin ser el prodigio de Chicago. Una advertencia: el Blu-ray suena, en el formato multicanal, mucho mejor que el CD, pero en él hay que soportar unos aplausos a destiempo que venturosamente han sido eliminados en la edición solo en audio de Decca. (10)

lunes, 19 de febrero de 2024

Asunto zanjado, y blog abierto a comentarios

No volveré a leer nada de lo que cierto señor escriba, ni él volverá a leerme a mí en absoluto. Y por ende, se acabó cualquier polémica entre nosotros para siempre jamás.

Y borro –ya he borrado– cualquier referencia a su persona en mi blog, directa o indirecta –si algo se me ha escapado, lo corregiré–. He recibido la promesa de que él va a hacer lo mismo de manera inmediata. Punto y final.

Además, el blog vuelve a estar abierto a comentarios. Eso sí, moderados por mí y solo a personas registradas en Google. No admitiré bajo ningún concepto ataques a quienes ustedes ya saben, como tampoco a mi persona ni a mis opiniones políticas.

sábado, 10 de febrero de 2024

Un cumpleaños y un deceso

El pasado jueves 8 cumplió noventa y dos años John Williams, el mejor y más querido de los compositores de música sinfónica de las últimas décadas por mucho que los pedantes de turno duden de la calidad de su creación. Mal que les pese, ahí sigue vivo y en activo. Sus fans nunca hemos dudado, y el tiempo ha terminado poniendo las cosas en su sitio: su música es cada vez más interpretada por las grandes orquestas del orbe. Te queremos, John.

Dos días antes, aunque la noticia saltó ayer, se nos despedía uno de los grandes amigos del compositor de Star Wars: Seiji Ozawa. Contaba ochenta y ocho. Ya estaba retirado desde hace tiempo, pero no por ello la noticia es menos triste. Fue uno de los grandes de la batuta, cosa que los ecuánimes señores de Scherzo Rafael Ortega Basagoiti y Enrique Pérez Adrián decidieron obviar en su libro Música, Maestro: de las 426 páginas del volumen, ni una sola línea al artista oriental. Prefirieron hablarnos en su lugar de gente tan interesante como Jesús López Cobos o su hijo François López Ferrer (¡aún sin ningún disco en el mercado!), más de una larga lista de directores que no han tenido ni una mínima parte de la relevancia a nivel mundial que alcanzó el bueno de Seiji. ¡Qué bochorno!

jueves, 8 de febrero de 2024

Janet Baker, la haendeliana más excelsa

Una triple razón –laboral, médica y de prudencia en carretera ante la borrasca Karlotta– me impide acudir al Teatro de la Maestranza a escuchar la Alcina de Haendel que se está haciendo con la Orquesta Barroca de Sevilla. Para quitarme la espina esta noche, un disco grabado por Philips en 1972 en el que Janet Baker se eleva a lo más alto del canto haendeliano.

Cierto es que, en lo que a este repertorio se refiere, a ese gran músico que fue Raymond Leppard –demasiado british, por no decir un tanto plano y falto de estilo– el tiempo le ha puesto irremediablemente en su sitio, pero lo de la mezzo no tiene nombre. No me vengan con el tema del peso de la voz, del vibrato y de la ornamentación, porque no cuela. Ni una sola cantante posterior a ella ha alcanzado tan irrepetible mezcla de depuración canora y emotividad. Suena a tópico, pero es lo que creo: la mayoría son vocecitas. Esto es canto con mayúsculas. Del más grande jamás escuchado.

domingo, 4 de febrero de 2024

Recital de Camarena en el Maestranza: brevísima crónica

Completamente desbordado de trabajo, dejo unas líneas mínimas sobre el recital de ayer sábado 3 de febrero que ofreció Javier Camarena en Sevilla cerrando su gira de presentación del disco dedicado a Paolo Tosti. Espero ofrecer en unos días una crónica algo más larga y, creo, de diferente enfoque.

Comenzó decepcionando de manera relativa el tenor mexicano: aunque su superlativa técnica estaba ahí, la emisión aparecía algo enturbiada. Conforme pasaban los minutos el problema se fue arreglando –aunque estuvieron ahí hasta el intermedio– y convenció haciendo gala de una línea de canto tan elegante como cálida y de una pasmosa comunicatividad. Ahora bien, astutamente había dejado para esa primera parte las canciones menos interesantes y él tampoco terminó de implicarse en ellas. Y claro, esta música es la que es, así que la audición se hizo un poco cuesta arriba.

Tras el descanso, un buen ramillete de canciones en inglés –lástima su dicción: recordaba a los políticos españoles– en los que los problemas vocales se solventaron y la voz ya estaba caldeada. Era el momento se sacar la artillería pesada, y así llegaron las canciones más hermosas. Todas ellas fueron interpretadas con intensísima expresividad y mucho de exhibicionismo bien entendido, hasta el punto de que buena parte del no muy respetuoso respetable le cortó después de uno de sus –fulgurantes, descomunales, irrepetibles– agudos llenoa de carne, timbradísimos y de seguridad pasmosa. Un cuarto de hora absolutamente excelso que fue seguido de cuatro propinas que no olvidaré mientras viva. El pianista, magnifico, destacó por la concentración de su fraseo y atención a las dinámicas. Triunfo apoteósico, descomunal y por completo merecido.


PS. La fotografía es de Guillermo Mendo y me la ha facilitado el Teatro de la Maestranza.

El Trío de Tchaikovsky, entre colegas: Capuçon, Soltani y Shani

Si todo ha salido bien, cuando se publique esta entrada seguiré en Budapest y estaré escuchando el Trío con piano op. 50.  Completada en ene...