Jaén
Barenboim nos sorprendió saliendo micrófono en mano para anunciar que la Sinfonía nº 1 de Beethoven no iba a ser interpretada por la West-Eastern Divan Orchestra, sino por una nueva formación destinada a entrenar a jóvenes músicos para que estos, en el futuro, puedan ir pasando a formar parte de su hermana mayor. Así que bajo el nombre de Orquesta Al-Andalus llegó al escenario una treintena de chavales de edad realmente reducida (la media estaba en torno a los 16 años) que jamás se habían presentado ante el público y que evidenciaron un más comprensible nerviosismo al verse ante semejante situación.
El rendimiento técnico, si bien muy lejos del de la “verdadera” WEDO, fue estimable dadas las circunstancias referidas y una más a tener muy en cuenta: el maestro no se limitó a ofrecer una lectura de la obra que sonara de manera más o menos digna, sino que exigió una interpretación en toda regla, con todos los matices habidos y por haber. Me hubiera gustado que Barenboim adoptara una articulación distinta para una formación de este tamaño, pero en cualquier caso el espíritu de Beethoven se hizo presente en esta valiente tentativa de los chavales y su director. Confiamos en que los resultados conseguidos (¡en tan solo una semana!) con estos chicos hasta ahora inexpertos vayan fructificando en los próximos años, porque talento no falta precisamente.
Para la Segunda y Cuarta sinfonías del genial sordo sí que tuvimos a la orquesta “adulta”. Una orquesta que en la noche del 3 de agosto evidenció algunas pifias y desajustes, pero que se mostró con un nivel técnico aún superior al de otros años. A esta circunstancia no debe de ser ajeno el cambio en el primer violín: esta vez el hijo de Barenboim, que desde luego es muy buen músico, se movió unos asientos más atrás, mientras que un joven grandullón que en los últimos Guy Braunstein y es, como bien sabemos los abonados a la Digital Concert Hall de la que aquí hemos hablado repetidamente (enlace), el principal concertino de la mismísima Filarmónica de Berlín. ¡Menudo lujo!
Las interpretaciones respondieron, en líneas generales, a lo que ya conocemos por su integral sinfónica (enlace), así que pasamos de largo ante cuestiones generales y vamos a por lo concreto. La Segunda me pareció una muy buena interpretación, pero alejada del milagro de su registro de estudio. Al menos en lo que al primer movimiento se refiere, que ha perdido buena parte de su fuerza y tensión emocional. El Larghetto, por el contrario, me pareció memorable, y me trajo a la mente a las interpretaciones barenboinianas más recientes los movimientos lentos de las sonatas de Beethoven, sobre todo en la ductilidad del fraseo y en esa particular mezcla de espiritualidad y sensualidad que tanto deben al Tristán.
De la Cuarta se ofreció una interpretación portentosa de principio a fin, a la altura de su maravilloso registro de estudio aunque en una línea no del todo similar, con algo menos de tensión dramática y algo más de… ¿ternura? No sabría explicarlo muy bien, pero el Adagio se acercó mucho al más excelso que conozco, por descontado el de Furtwängler en estudio (EMI). Lástima que la acústica del Teatro Infanta Leonor hiciera a la orquesta sonar algo apagada y distante, porque debe de haber sido una de las mejores veladas sinfónicas que se han escuchado en la capital jiennense en años.
Córdoba
No es la mezquita-catedral cordobesa el mejor de los escenarios para un concierto sinfónico, al menos en lo que a la visibilidad se refiere, pero como explicamos en las notas al programa (enlace) la presencia de Barenboim y sus chicos en tan emblemático edificio debe entenderse desde un punto de vista fundamentalmente simbólico. En cualquier caso la orquesta se escuchó bastante bien (las bóvedas barrocas de escayola que se conservan en la ampliación de Almanzor ejercieron de concha acústica), y si algo hay que lamentar, aparte de las tensiones generadas en la larga cola por las personas que no sabían que había que obtener una invitación para entrar, fue el terrible calor que todos pasamos allí dentro, máxima cuando el espectáculo empezó con tres cuartos de hora de retraso y no hubo descanso. Dudo que alguna vez estos músicos hayan tocado en condiciones ambientales tan infernales. ¡Y cómo tocaron! No solo es que esta vez no hubo casi ningún gazapo de los que se deslizaron la noche anterior, sino que respondieron con una destreza pasmosa a las casi imposibles demandas de un Barenboim que, como me decían unos amigos, dirigió exactamente igual que si hubiera tenido delante a la Filarmónica de Berlín.
La Sinfonía Pastoral me gustó más que la suya del disco: el movimiento final quizá no acumuló una intensidad tan visionaria, pero los dos primeros supusieron un derroche de poesía, siempre dentro de una visión estática y espiritual, muy contemplativa pero en absoluto otoñal ni -menos aún- blanda o ridículamente pastoril. El tercero estuvo muy bien, mientras que la tormenta, más que electrizante, resultó más bien ominosa. Impresionó la plasticidad con que la batuta moldeó a la orquesta con verdadero sonido beethoveniano, como también las intervenciones de unas maderas en estado de gracia. ¿Fue consciente el público cordobés de estar escuchando una Pastoral difícilmente superable hoy por hoy, ahora que no tenemos a los Giulini, Sanderling y compañía?
En cualquier caso se aplaudió mucho, y más aún tras una Séptima que fue superior no ya a la del propio Barenboim en estudio, sino a su impresionante recreación tras la caída del Muro de Berlín de la que ha hablado Ángel Carrascosa en su blog (enlace). La línea es la misma, fogosa y temperamental pero siempre controlada, alejada de cualquier mecanicismo, pero el concepto ahora se ha enriquecido. La flexibilidad es mayor, el fraseo es más creativo y los aspectos dionisíacos de la genial partitura se ven equilibrados por una gran atención no ya a lo dramático, sino también a lo amoroso, a lo inquietante o a lo reflexivo.
Increíble, por decir algo, el tratamiento de los tríos del scherzo. Qué manera de trabajar la dinámica, con tanta sutileza como creatividad. Qué reguladores. Y qué brillantez la alcanzada en el Allegro con brio final, sin convertirlo en una carrera desbocada. Por no hablar, claro está, de la soberbia planificación polifónica y de la tímbrica tan adecuada al compositor. Braunstein, por su parte, espoleó a la sección de cuerda con un entusiasmo desbordante y respondió a la perfección a las exigencias del director. No es fácil que los que sudábamos en la catedral cordobesa volvamos a escuchar en directo una interpretación de semejante calibre. Al final, entusiasmo desbordante del respetable.
Por cierto, entre las dos mil doscientas personas presentes en la sala solo vi a cuatro miembros de la crítica especializada: mis colegas de Ritmo Ángel Carrascosa y Gonzalo Pérez Chamorro, mi apreciado colega cordobés José Amador Morales y el incansable granadino José Antonio Cantón, otro de mis viejos conocidos. De Sevilla, ninguno. Y para terminar, por cortesía de RTVE, ofrecemos el primer movimiento de la Pastoral en su integridad -aunque me temo que con algunos saltos- en la interpretación de la noche siguiente en la Plaza Mayor de Madrid.
8 comentarios:
Respecto a los criticos, no te olvides que en este mundo del "criticar por criticar" hay mucho arribista metido que solo va por la foto y las entradas gratis, y por ende, para estar en un mundillo que a veces le es ajeno,pero que queda bien para la foto.
Y Cordoba queda muy lejos para algunos y si no hay prebenda la musica no le interesa a su menda.
Absolutamente de acuerdo. Por cierto en el caso de Córdoba no hubo prebenda alguna... ni falta que hacía.
(Bueno, en realidad sí: me permitieron molestar a Barenboim un momentito al terminar el concierto para pedirle un autógrafo, y ya está).
[Ya lo dijo el poeta: "Córdoba, lejana y sola", sí.]
Fernando, me parece que si en el primer párrafo, el sintagma "sin duda" se hubiera visto sustituido o acompañado por un sencillo "en mi opinión" todo lo demás se leería con menos embarazo. Sin acritud.
Hombre, Pablo, es que en esto de la crítica se da por sentado que todo lo que se escribe es "en opinión del firmante". Estar todo el tiempo diciendo "a juicio de quien suscribe" o "a mí me parece" resultaría redundante.
Lo que quiero decir con que "Barenboim es sin duda el más grande intérprete beethoveniano de los últimos cien años" es... que a mí me lo parece, sin la menor duda, habida cuenta de los parámetros por los que se rige mi juicio crítico. Otra cosa es que la afirmación a alguien le parezca muy exagerada y a partir de ahí todo lo escrito en adelante se lea "con embarazo".
Es como si escribo que Velázquez es el más grande pintor de la historia. Desde luego así lo pienso y lo afirmo (y conmigo serán miles, como con lo de Barenboim), pero habrá quienes me tilden de exagerado y pongan en ese podio (esto de las clasificaciones ya sé que es una tontería), qué sé yo, a Rembrandt o a Miguel Ángel. Yo defiendo mi opinión, ellos la suya. Si luego alguien siente embarazo porque yo escriba que El aguador de Sevilla es una obra maestra absoluta, y atribuya semejante calificación a mi discutible sensibilidad... pues bueno, qué le voy a hacer. Un saludo.
Empiezo negando la mayor. La opinión del crítico es lo menos importante de su trabajo (todo el mundo tiene una opinión sin necesidad de hacer crítica). Antes que un opinador, el crítico es un informador y alguien que pone en relación unas cosas con otras, que contextualiza lo que oye en su adecuado entorno estilístico e interpretativo. La labor del crítico tiene más que ver con lo objetivo que con lo subjetivo.
En segundo lugar, si te parece que Barenboim es el mejor beethoveniano del último siglo debes decirlo así. Cuando se opina de algo no hay que estar siempre diciendo "en mi opinión" o "según mi criterio", pero hay veces en que es necesario hacerlo, porque el contexto lingüístico no permite al lector discernir si opinas o informas. Y tu frase de referencia es cristalina al respecto: "En cualquier caso mi nivel de exigencia ante el que es sin duda el más grande intérprete beethoveniano de los últimos cien años". "Mi nivel de exigencia ante el que es sin duda" está relacionando tu experiencia personal con algo que parece establecido ("ES": busca, si no conoces, el poema de Benedetti sobre el ser y el estar, indistinguido para los angloparlantes), algo que parece no tener nada que ver con aquélla (con tu experiencia) y, por tanto, no permite pensar en otra cosa que no sea lo que yo leí: que debe de existir un consenso al respecto de lo tratado del que no he sido convenientemente informado hasta leerte a ti. Era tan fácil como cambiar el copulativo "ser" por el también copulativo "parecer" en su forma reflexiva, "es" por "me parece", y todo lo demás se lee ya de otra forma, más relajada, sin esa sensación de que te descubran lo obvio, a ti, pobre ignorante acerca de la naturaleza de la música beethoveniana. Es algo que no tiene nada que ver con las exageraciones de un punto de vista (a veces, al crítico le gusta algo tanto o le gusta tan poco que esa consideración subjetiva y personalísima termina filtrándose en lo que escribe, parece inevitable, aunque habría que hacer esfuerzos por evitarlo), sino con la verosimilitud, con dejar clarísimo al lector hasta dónde llega la información y dónde comienza la pura opinión. Uno se encuentra en el primer párrafo de un texto la afirmación indubitable de que Fulanito es es el más grande intérprete de Menganito en los últimos no sé cuántos siglos y apenas le quedan otras opciones que dejar de leer en el acto; seguir leyendo con la mirada sesgada y el gesto retorcido; o, si comparte la causa (jaja, ya lo decía yo, qué listo soy y lo que sé sobre el "auténtico" Menganito), irse directamente a la cómoda a por el babero del abuelo. Reacciones que, desde mi punto de vista, no debería provocar jamás una reseña crítica, dicho todo ello una vez más con todo el respeto que sabes que te tengo. Saludos.
Tus comentarios son sabios e inteligentes, Pablo, y los comparto en buena medida, sobre todo en lo que al uso de los verbos se refiere.
Aun así disiento en algo fundamental: la crítica artística es subjetiva... o no es crítica. ¿Clasificar, contextualizar, relacionar? Por descontado. Pero solo con eso no se hace crítica. Ni siquiera se hace Historia del Arte.
Por ejemplo, tengo un viejo amigo que es un verdadero experto en el uso de la estampa en la escuela de pintura sevillana. La cantidad de descubrimientos que ha realizado es admirable, al menos en lo que a las fuentes de los grandes pintores que todos tenemos en mente respecta. Pero luego, una vez hecho este trabajo puramente objetivo, científico, no le queda más remedio que dar un paso más y realizar una valoración subjetiva que se basa únicamente en el criterio del gusto. ¿Hay datos "científicos", cuantificables, mensurables, que permitan afirmar que Velázquez fuera un genio mientras que su suegro Francisco Pacheco se quedó en la pura mediocridad? Sin embargo existe un consenso claro de que es así.
Si yo afirmo que J. S. Bach es "sin duda el más grande compositor del Barroco", ¿estoy diciendo una barbaridad? ¿Debería escribir mejor que "me parece el más grande"? ¿Se escandalizaría alguien por que escriba lo primero en lugar de lo segundo? Seguro que no, aunque hay quienes puedan disentir de la afirmación. ¿Hay datos objetivos que permitan ofrecerle al bueno de J. S. tal trono? ¿La cantidad de obras que escribió? ¿El -más bien escaso- reconocimiento recibido en su propia época? ¿El reconocimiento que ha tenido después? ¿O se trata más bien de una valoración basada en el gusto, en un gusto más o menos consensuado con el paso del tiempo?
Volviendo a Barenboim, ¿es un disparate afirmar que es el más grande Beethoveniano del siglo XX, de lejos? Espero que en post anteriores haya quedado claro mi razonamiento, basado en dos argumentos: la sintonía especial entre la esencia de la música beethoveniana y el modus operandi ("como los delincuentes famosos", dirían Les Luthiers) de Daniel Barenboim, por un lado, y el enriquecimiento que como artista le supone haber interpretado paralelamente todo su corpus pianístico y la mayor parte de su escritura sinfónica, por otro. Puede preferirse otra línea interpretativa, o en determinadas obras escoger mejor a tal pianista o tal director, por descontado, pero no conozco a ningún artista que haya tocado tanta cantidad de obras de Beethoven alcanzando una media de calidad tan alta. Y creo que hoy existe consenso al respecto, como también existe consenso en que, qué se yo, Rubinstein y Arrau son los más grandes chopinianos del siglo XX, o Fischer-Dieskau el más grande liederista.
Otra cosa, claro está, es que algunos anden empeñados a estas alturas en que "Barenboim es un correcto pianista metido a director", calificación que le leí a principios de los noventa a uno de los más célebres críticos españoles en una de las más importantes revistas especializadas. Entonces apaga y vámonos.
La jerarquización sí es un trabajo crítico, pero se trata de una labor básicamente objetiva. En el momento en que el criterio para considerar a un artista superior a otro se convierte en un mero capricho del gusto es cuando el canon se convierte en imposible. Es la cuestión eterna sobre las "verdades" artísticas. Los relativistas extremos piensan que en materia de arte es imposible afirmar que ninguna cosa sea superior a ninguna otra, y es porque aplican exclusivamente el criterio del gusto, esto es, de la subjetividad. Yo sí creo que, en cada contexto civilizatorio, y aun con matices, puede decirse que una obra de arte es mejor que otra, y ello más allá de la "dictadura" del gusto.
Velázquez es superior a Pacheco porque en el despliegue histórico del arte de la pintura, en el discurrir diacrónico de las reglas que el mismo arte fue conformando, Velázquez supo combinar con mayor audacia, más variedad y más riqueza técnica y expresiva los elementos característicos de su disciplina y, con esto, logró que sus obras generaran más interpretaciones y una mayor riqueza de lecturas diferentes en el tiempo. Pero hacer este tipo de afirmaciones no es siempre tan sencillo; se trata además de una actividad que tiene sus límites. Por ejemplo: si el elemento comparativo para Velázquez fuera Rembrandt, yo no podría afirmar tranquilamente que uno es mayor artista que otro. Aquí es donde entran el gusto y la subjetividad. Y aquí es donde el crítico tiene que utilizar el "en mi opinión".
Lo mismo de Bach: yo estoy en disposición de afirmar, en términos absolutos, que Bach es mejor músico que David Bisbal o que Bach es uno de los más grandes músicos de Occidente, pero no puedo decir que "es el más grande del Barroco" sin aclarar que eso es una opinión personal. Por supuesto que la crítica no tiene por qué renunciar a pisar este terreno de las opiniones subjetivas, pero ese me parece siempre el más irrelevante de los que puede tratar la pluma de un crítico, quien, en cualquier caso, debe siempre de aclarar, explícita o ímplícitamente, por el contexto lingüístico, que es desde ese territorio desde el que se expresa.
Y perdón por el rollo, pero es un tema que me interesa especialmente y sobre el que he discutido mucho mucho.
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