Hace ahora once años que Teldec grabó (mayo-julio de 1999) la integral de las sinfonías de Beethoven protagonizada por Daniel Barenboim y su Staatskapelle de Berlín. Se ofreció a un precio muy barato y vendió bastante. La polémica estuvo servida desde el principio, circunstancia que se entiende no solo por las controversias que suelen acompañar al pianista y director argentino, sino también por la sustancial renovación que por entonces ya se estaba realizando de los modos interpretativos beethovenianos no solo en el terreno de los instrumentos originales, sino también en orquestas y directores hasta entonces anclados en la tradición.
No en balde por las mismas fechas en que salía al mercado aparecía también un nuevo registro de Claudio Abbado con la Filarmónica de Berlín que, aun resultando abiertamente mediocre, cuando no detestable, fue recibido por algunos como un soplo de aire fresco –y no solo por el uso de la nueva edición de las partituras a cargo de Jonathan del Mar- frente a la presuntamente rancia tradición defendida por el de Buenos Aires. Poco antes David Zinman se había atrevido con una integral bastante arriesgada en el sello Arte Nova, y algo más tarde llegaría Rattle con su tan interesante como irregular realización junto a la Filarmónica de Viena para plantear interrogantes que en fechas recientes están volviendo a dejar en el aire gente como David Zinman, Paavo Järvi, Philippe Herreweghe y hasta Vladimir Jurowski.
Pasado todo este tiempo he tenido la oportunidad de volver a escuchar la integral, esta vez en el formato para el que originalmente fue pensada, el de DVD-Audio, un sistema fabuloso que por desgracia está hoy desaparecido (por fortuna en mi equipo puedo reproducir los discos) y que permite que la toma sonora, de extraordinaria naturalidad tímbrica, luzca en todo su esplendor. Pues bien, y aunque resulta evidente que hay unas sinfonías más logradas que otras, la labor del argentino a mi juicio mantiene por completo su vigencia.
Por lo pronto es de admirar el trabajo realizado desde el punto de vista técnico. La Staatskapelle de Berlín, una orquesta un tanto fallona en directo pero impecable en estas grabaciones de estudio, se muestra aquí como la formación ideal para estas sinfonías, precisamente por ese sonido tradicional oscuro y noble, transmitido a través de los siglos, que tanto alabó en su momento Barenboim. Su batuta moldea el privilegiado instrumento con una plasticidad asombrosa, obteniendo el empaste adecuado pero atendiendo al mismo tiempo a ese particular colorido ocre (increíble el tratamiento de las maderas) que demanda este repertorio. Eso sí, no hay el menor regodeo en la pura belleza sonora ni la menor intención de epatar con grandes contrastes dinámicos, tentaciones a las que han sucumbido y siguen sucumbiendo directores tanto tradicionales como “renovadores”.
Desde el punto de vista expresivo la cosa está clara: frente a la ligereza –léase frivolidad, por no decir cursilería- de los planteamientos de Abbado y frente a la mirada hacia el pasado que ofrecen –con mayor o menor fortuna- los citados Rattle y Järvi, Barenboim reivindica un Beethoven dramático, grandioso pero no grandilocuente, musculoso y denso en su sonoridad, que se aleja del equilibrio del mundo del clasicismo para adentrarse en un universo de tensiones y claroscuros en el que el pathos se convierte en cauce de una profunda reflexión humanística. Un Beethoven que podríamos definir como “tradicional” e incluso “romántico” si no fuera porque algunas personas (incluso algunos críticos despistados) lo meterían en el mismo saco del espectáculo superficial desplegado por un Karajan o del soberbio ejercicio intelectual y antirromántico de un Klemperer.
Dicho esto, hay que reconocer que la unilateralidad del planteamiento de Barenboim puede hacer que en más de un momento se eche de menos una mayor dosis de frescura, de chispa y de desenfado; y también, por qué no, de encanto y hasta de amabilidad. Lo que hace grande a la música del de Bonn es su carácter visionario, y por ello el Beethoven de Barenboim resulta no ya interesante sino necesario, pero aun así no deberíamos renunciar a visiones bien distintas, sean o no de índole historicista o semi-historicista.
Nos toca concretar algo sobre estas interpretaciones. A la hora de recrear la Primera Sinfonía, Barenboim no olvida que se trata de una obra ya de madurez (su música pianística y de cámara ya se había adentrado en los senderos de un nuevo universo), y por ello adopta un enfoque que mira al futuro para ofrecernos una interpretación interpretación fogosa, robusta y dramática, sensacional en el análisis de planos sonoros y timbres, llena de fuerza expresiva y de teatralidad. Pocas lecturas conozco en disco que me gusten más que esta. Aun así, creo que le falta un poco de desenfado, incluso de humor, aunque este sea corrosivo, para alcanzar la excepcionalidad.
Pocos reparos le encuentro a la Segunda, que conoce aquí una versión enérgica y sanguínea, muy épica, llena de fuego y pasión pero en absoluto descontrolada. Es verdad que el segundo movimiento no alcanza la hondura contemplativa a la que llegó Karl Böhm al final de su vida, pero en contrapartida su clímax es aún más rebelde e hiriente. Otra lectura genial y difícilmente superable.
En la Tercera todo vuelve a ser extraordinario, desde el idioma de la batuta hasta la ejecución orquestal pasando por la arquitectura global, el análisis de texturas y colores, la efusividad del fraseo y la imaginación aplicada en la agógica, siempre dentro de un enfoque rebelde y dramático en el que, pese a todo, no hay merma de la belleza sonora. El último movimiento, revelador, resulta particularmente extraordinario. Una de las referencias discográficas de la obra, sin duda, aunque la versión del propio Barenboim frente a la Filarmónica de Berlín filmada en Versalles en 1997 no sea menos admirable.
Si muchos directores vuelven la mirada al pasado a la hora de abordar la Cuarta Sinfonía, Barenboim es consecuente con su planteamiento mucho antes dionisíaco que apolíneo y nos ofrece una interpretación rebosante de claroscuros, fogosidad y tensión dramática. Una introducción misteriosa y un punto ominosa da paso a un primer movimiento sanguíneo, vital y robusto, aunque no particularmente humorístico: al de Buenos Aires no le va lo del guiño haydiniano. El segundo movimiento está matizado con primor y desprende un interesantísimo regusto amargo. Los dos últimos se encuentran llenos de fuerza y músculo, sin que haya lugar para la pesadez o se pierda la claridad. Impresionante.
La Quinta no me terminó de entusiarmar la primera vez que la escuché, quizá porque tenía en mente la increíble realización frente a la Sinfónica de Chicago del año 1996 que en su momento grabé de la radio y que luego ha ido circulando entre los aficionados. Ahora me ha gustado bastante más, quizá porque me he mentalizado de que no voy a encontrar aquí la tensión indesmayable ni la locura visionaria (controladísima, pero locura al fin y al cabo) de la referida interpretación. En cualquier caso nos encontramos ante un magnífico ejemplo de interpretación beethoveniana. Los movimientos centrales son sin duda magistrales por su profundidad, calidez y elocuencia, así como por la pasmosa claridad que Barenboim extrae del entramado orquestal. El primero no es muy rebelde, fogoso ni apremiante, al contrario que su toma radiofónica en Chicago, aunque posee fuerza y rotundidad. El último es espléndido, aunque sin toda la fogosidad ni carácter visionario que podría tener, y con una coda no tan electrizante como lo esperado.
En la Pastoral ante todo asombra la plasticidad con que Barenboim modela sutilmente el sonido de la orquesta, dentro de una óptica en esta ocasión más bien apolínea que respira naturalidad, musicalidad y fluidez en su concentrado y muy estudiado fraseo. Eso sí, el primer movimiento no resiste la comparación con el milagro de Furtwaengler en estudio (EMI) y por momentos puede parecer algo distanciado. El segundo está muy bien dentro de esta visión más bien clasicista. Irreprochable aunque no del todo personal el tercero, al que sigue una tormenta no tan electrizante como podía haber sido. Lo mejor es el último movimiento, que alcanza poco a poco altísimas cotas de calidez y emoción.
Si en la Sexta Barenboim se muestra sorprendentemente clasicista, en la Séptima nos ofrece la lectura dionisíaca por excelencia, muy bien construida a pesar de moverse siempre al borde del descarrilamiento. A destacar la profundidad del segundo movimiento (que por descontado lleva a un tempo más lento de lo indicado por la partitura) y la manera en que triunfa en un cuarto verdaderamente sanguíneo y arrollador sin caer, como le ocurre a otros directores, ni en lo mecánico ni en el mero espectáculo sonoro. En cualquier caso no debemos olvidar la interpretación que Barenboim ofreció al día siguiente de la caída del Muro de Berlín, recientemente trasvasada a DVD por Sony, que es igual de buena o incluso superior a esta de la integral, como tampoco debemos desdeñar -son palabras muy mayores en esta sinfonía- a Furtwaengler y a Klemperer.
La Octava es un experimento radical, toda vez que Barenboim decide interpretarla claramente no como "retorno al pasado", sino a la sombra de las dos sinfonías que la flanquean, Séptima y Novena. No hay aquí nada la elegancia, la chispa y la gracia que se supone debe tener esta partitura junto a esa buena dosis de fuerza, tensión y garra dramática a la que sí atiende Barenboim. El problema es que se le va un poco la mano y ofrece un apasionamiento no del todo encauzado en una forma equilibrada, resultando los movimientos impares excesivamente musculosos y los pares algo más nerviosos de la cuenta. Su admirable interpretación de la misma partitura frente a la Filarmónica de Berlín filmada en 1998 (DVD en TDK, al igual que el anteriormente citado de Versalles) resulta, al ser mucho más ortodoxa, más adecuada para todos los paladares.
La Novena Sinfonía, teniendo en cuenta la genialidad de la gótica, sombría y por momentos terrorífica versión que frente a la misma orquesta grabó el propio Barenboim años atrás para el sello Erato, supone una relativa decepción. Y es que siendo irreprochables la sonoridad beethoveniana y lo dramático del enfoque adoptado, nos encontramos ante una versión muy “de estudio”, esto es, más atenta a la arquitectura -maravillosamente expuesta- que al contenido. Defrauda en este sentido un primer movimiento excesivamente austero, no muy flexible, poco arriesgado y escasamente creativo. Sin ser muy demoníaco, sí que resulta magnífico el scherzo, donde impresionan unos timbales verdaderamente implacables; no tan bien funciona el trío, falto de calor. El tercer movimiento está paladeado con concentración y hondo sentido humanista, pero falta un último punto de emoción en su fraseo. El cuarto movimiento está muy bien, y al final de la obra la batuta se anima bastante, beneficiándose por lo demás de la soberbia intervención del coro de la Staatsoper berlinesa. En el cuarteto solista sobresale un magnífico René Pape, aunque Robert Gambill se queda en lo discreto y se muestran solventes sin más Soile Isokoski y Rosemarie Lang.
Total, si sustituyésemos esta Octava por la del DVD antes citado y la Novena por la de Erato, o incluso por la reciente del West-Eastern Divan (igualmente maravillosa pero menos radical en sus planteamientos), estaríamos ante una integral de referencia dentro de su estilo. En cualquier caso su conocimiento es imprescindible y su vigencia, pese a los nuevos aires que soplan, parece indiscutible. Ahora bien, ¿son estas las versiones "definitivas" de Barenboim sobre el asunto? A tenor de lo que acabamos de escucharle en Jaén y Córdoba al frente de la West-Eastern Divan Orchestra, en conciertos que comentaremos más adelante en este blog, parece claro que no. De ahí que nos alegremos de que -la noticia ha saltado en la prensa cordobesa y nos la ha confirmado el propio Barenboim- el año que viene el artista y su orquesta multicultural vayan a filmar las nueve sinfonías. Mientras esperamos, seguiremos disfrutando de esta integral de Teldec.