En cuanto al resto de las cuestiones musicales y escénicas, a lo que escribí en su momento me remito: las voces son muy desiguales y hay aspectos teatrales mejorables, pero el conjunto es sobrecogedor pese a su longitud. Solo añadir que la toma de sonido es soberbia –surround auténtico– y que, desdichadamente, no hay subtítulos en castellano. En cualquier caso, recomendabilidad absoluta.
Un cajón de sastre para cosas sobre música "clásica". Discos, conciertos, audiciones comparadas, filias y fobias, maledicencias varias... Todo ello con centro en Jerez de la Frontera, aunque viajando todo lo posible. En definitiva, un blog sin ningún interés.
domingo, 30 de julio de 2017
Purcell deconstruido: The Indian Queen en Blu-ray
Musicalmente atrevisísimo y muy discutible. Escénicamente ecléctico y personal a más no poder. Marcado por una ideología claramente progresista. Feminista por los cuatro costados. Muy religioso, pese a que algunos despistados hayan querido ver aquí un panfleto anticatólico. Y de una belleza sobrecogedora. Así es el espectáculo que Peter Sellars montó sobre la incompleta semi-ópera de Henry Purcell The Indian Queen, deconstruida en música y en libreto para ser rehecha de nuevo, en producción que pudimos ver en el Teatro Real de Madrid en 2013.
Acabo de terminar de ver el Blu-ray editado por Sony Classical, que pude comprar a muy buen precio, y me gustaría realizar algunas importantes apreciaciones. Lo que se ve, en principio, es lo que se filmó en la función a la que yo asistí, la del 15 de noviembre, y en las dos siguientes. Pero hay una importante diferencia: buena parte de los monólogos de Maritxell Carrero, sobre textos de Rosario Aguilar, han sido sustituidos por grabaciones en off a cargo de la misma actriz realizados en estudio. Y resulta un acierto, porque las declamaciones de cara al público que llenan un gran pueden resultar sobredimensionadas en la sala de estar; con el cambio los textos resultan más ágiles, y gracias a la excelente realización visual del propio Sellars –un día me paré a felicitarle cuando me lo encontré por la calle y me dijo que acababa de estar en Londres haciendo el montaje–, dichas palabras reflejan mejor aún que en la escena los pensamientos de las tres mujeres –española, india y mestiza– que conducen el hilo de la trama elaborada por el regista norteamericano. Por otra parte, esa misma factura fílmica realza el soberbio trabajo teatral que realizan todos los que se encuentran en el escenario, actores profesionales o no, y otorga una irresistible potencia dramática a los primeros planos de la citada Carrero, como también a los de las sopranos Julia Bullock y Nadine Koutcher.
En cuanto al resto de las cuestiones musicales y escénicas, a lo que escribí en su momento me remito: las voces son muy desiguales y hay aspectos teatrales mejorables, pero el conjunto es sobrecogedor pese a su longitud. Solo añadir que la toma de sonido es soberbia –surround auténtico– y que, desdichadamente, no hay subtítulos en castellano. En cualquier caso, recomendabilidad absoluta.
En cuanto al resto de las cuestiones musicales y escénicas, a lo que escribí en su momento me remito: las voces son muy desiguales y hay aspectos teatrales mejorables, pero el conjunto es sobrecogedor pese a su longitud. Solo añadir que la toma de sonido es soberbia –surround auténtico– y que, desdichadamente, no hay subtítulos en castellano. En cualquier caso, recomendabilidad absoluta.
Haitink y Faust en los Proms 2017
Tras la primera velada de Barenboim y la Staatskapelle de Berlín la noche anterior, el domingo 16 de julio los BBC Proms ofrecían sesión doble, añadiendo a la otra parte del díptico elgariano del de Buenos Aires un concierto a temprana hora (15:45) de Bernard Haitink e Isabelle Faust junto a la excelente Orquesta de Cámara de Europa. Mozart y Schumann en los atriles. Ya se encuentra disponible en YouTube (puede que por poco tiempo, así que aprovechen) y he podido revisar mi experiencia.
Comienza la sesión con la Sinfonía nº 38, Praga, del gran genio salzburgués. Le conocía a Haitink una grabación –en el sello Hänssler– frente a la Staatskapelle de Dresde del año 2002. Como en aquella oportunidad, nos ofrece un Mozart de inmejorable ortodoxia, perfecto en el trazo y en su arquitectura, que consigue un perfecto equilibrio entre tensión dramática, elegancia, músculo, ligereza, encanto y sentido de los claroscuros. El problema es que frente a dos movimientos extremos vibrantes, decididos, comunicativos a más no poder (¡incluso hay picardía en el finale, cosa rara en Haitink!), queda un segundo dicho sin la menor afectación pero bastante insustancial, sin hondura ni poesía. ¿Es el problema respetar el tempo Andante prescrito por Mozart y no hacerlo más lento? Me parece que no: simplemente, el maestro no sintoniza con esta página. Por lo demás, la orquesta de Cámara de Europa realiza una labor formidable, tratada por parte de la batuta con una articulación en absoluto historicista, pero ciertamente ligera –más que en Dresde, porque el tamaño influye–, transparente y alejada de cualquier planteamiento sonoro protorromántico
Curiosamente, Haitink recorta y aligera aún más la articulación en el Concierto para violín nº 3 del mismo autor, no sé si por tratarse de una obra mucho más temprana que la Praga o por llegar a un consenso con Isabelle Faust, que viene de grabar la obra con Giovanni Antonini. Oír para creer: a sus ochenta y ocho añitos de nada, dejándose influir –aunque sea ligeramente- por el historicismo más radical. ¿Y la Faust? En mi comentario de su referida grabación me preguntaba si moderaría sus planteamientos al estar junto a Haitink. Pues sí, lo hace. Pero solo un poco: ahí siguen los sonidos fijos, el fraseo blandengue y los detalles de cursilería, amén de su incapacidad para extraer poesía de los pentagramas. Que su técnica sea colosal –tremendo virtuosismo en las cadenzas, escritas por Andreas Staier– y su sonido llene la inmensa sala del Royal Albert Hall me parecen aspectos secundarios frente al despropósito. La orquesta contentísima, y Haitink más aún. Yo alucinando.
Sinfonía nº 2 de Robert Schuman en la segunda parte. Como en su registro discográfico de 1984 aquí comentado, una interpretación increíblemente bien expuesta y dicha en un perfecto estilo schumanniano, en ese punto justo de equilibrio tan difícil de lograr entre ligereza y densidad, entre elegancia y nervio, entre vuelo lírico y tensión dramática. Los movimientos extremos están llenos de fuerza y de grandeza sin retórica, y el segundo es un prodigio de virtuosismo: ¡qué lástima que las cámaras de la BBC nos regateen el maravilloso momento en el que Haitink lanza un beso volado a la orquesta por su asombrosa limpieza en la ejecución! ¿Y el Adagio? Como en la grabación con la Concertgebouw, sigo echando en falta sensualidad, ternura y poesía, pero ahora reconozco que el maestro sí ofrece –o quizá en esta ocasión haya estado un punto más inspirado– ese amargor generalizado que transpira el movimiento y esos acentos lacerantes que éste pide en sus clímax. Me emocioné mucho.
Una cosa más: la orquesta está sensacional en todo el concierto, rindiendo al máximo nivel técnico posible –increíble el timbalero, por cierto con baquetas duras– y ofreciendo bajo la batuta del veterano director una claridad y una depuración sonora fuera de serie. De hecho, la propina no es sino una excusa para lucir virtuosismo: solo con Klemperer –bueno, y con Harnoncourt también– he escuchado el Scherzo de El sueño de una noche de verano mendelssohniano mejor diseccionado.
Aunque hora y media después Barenboim aparecería sobre el podio, abandoné el concierto con tristeza: ¿volveré a escuchar a Haitink en directo alguna vez?
Comienza la sesión con la Sinfonía nº 38, Praga, del gran genio salzburgués. Le conocía a Haitink una grabación –en el sello Hänssler– frente a la Staatskapelle de Dresde del año 2002. Como en aquella oportunidad, nos ofrece un Mozart de inmejorable ortodoxia, perfecto en el trazo y en su arquitectura, que consigue un perfecto equilibrio entre tensión dramática, elegancia, músculo, ligereza, encanto y sentido de los claroscuros. El problema es que frente a dos movimientos extremos vibrantes, decididos, comunicativos a más no poder (¡incluso hay picardía en el finale, cosa rara en Haitink!), queda un segundo dicho sin la menor afectación pero bastante insustancial, sin hondura ni poesía. ¿Es el problema respetar el tempo Andante prescrito por Mozart y no hacerlo más lento? Me parece que no: simplemente, el maestro no sintoniza con esta página. Por lo demás, la orquesta de Cámara de Europa realiza una labor formidable, tratada por parte de la batuta con una articulación en absoluto historicista, pero ciertamente ligera –más que en Dresde, porque el tamaño influye–, transparente y alejada de cualquier planteamiento sonoro protorromántico
Curiosamente, Haitink recorta y aligera aún más la articulación en el Concierto para violín nº 3 del mismo autor, no sé si por tratarse de una obra mucho más temprana que la Praga o por llegar a un consenso con Isabelle Faust, que viene de grabar la obra con Giovanni Antonini. Oír para creer: a sus ochenta y ocho añitos de nada, dejándose influir –aunque sea ligeramente- por el historicismo más radical. ¿Y la Faust? En mi comentario de su referida grabación me preguntaba si moderaría sus planteamientos al estar junto a Haitink. Pues sí, lo hace. Pero solo un poco: ahí siguen los sonidos fijos, el fraseo blandengue y los detalles de cursilería, amén de su incapacidad para extraer poesía de los pentagramas. Que su técnica sea colosal –tremendo virtuosismo en las cadenzas, escritas por Andreas Staier– y su sonido llene la inmensa sala del Royal Albert Hall me parecen aspectos secundarios frente al despropósito. La orquesta contentísima, y Haitink más aún. Yo alucinando.
Sinfonía nº 2 de Robert Schuman en la segunda parte. Como en su registro discográfico de 1984 aquí comentado, una interpretación increíblemente bien expuesta y dicha en un perfecto estilo schumanniano, en ese punto justo de equilibrio tan difícil de lograr entre ligereza y densidad, entre elegancia y nervio, entre vuelo lírico y tensión dramática. Los movimientos extremos están llenos de fuerza y de grandeza sin retórica, y el segundo es un prodigio de virtuosismo: ¡qué lástima que las cámaras de la BBC nos regateen el maravilloso momento en el que Haitink lanza un beso volado a la orquesta por su asombrosa limpieza en la ejecución! ¿Y el Adagio? Como en la grabación con la Concertgebouw, sigo echando en falta sensualidad, ternura y poesía, pero ahora reconozco que el maestro sí ofrece –o quizá en esta ocasión haya estado un punto más inspirado– ese amargor generalizado que transpira el movimiento y esos acentos lacerantes que éste pide en sus clímax. Me emocioné mucho.
Una cosa más: la orquesta está sensacional en todo el concierto, rindiendo al máximo nivel técnico posible –increíble el timbalero, por cierto con baquetas duras– y ofreciendo bajo la batuta del veterano director una claridad y una depuración sonora fuera de serie. De hecho, la propina no es sino una excusa para lucir virtuosismo: solo con Klemperer –bueno, y con Harnoncourt también– he escuchado el Scherzo de El sueño de una noche de verano mendelssohniano mejor diseccionado.
Aunque hora y media después Barenboim aparecería sobre el podio, abandoné el concierto con tristeza: ¿volveré a escuchar a Haitink en directo alguna vez?
viernes, 28 de julio de 2017
Barenboim en los Proms de 2017 (I): Sibelius, Elgar
Ya dije que esperaría a escuchar las retransmisiones de la BBC para comentar los tres Proms a los que he asistido este año. Voy ahora al primero de los dos que ofrecieron Daniel Barenboim y la Staatskapelle de Berlín, el de la noche del sábado 15 de julio con el Concierto para violín de Sibelius y la Primera sinfonía de Elgar en los atriles, retransmitido solo en audio (el del día siguiente sí se llegó a filmar). Solista de lujo: Lisa Batiashvili.
La violinista georgiana repite su asombroso logro discográfico del año anterior junto al propio Barenboim, comentado por aquí, ofreciendo el máximo nivel posible dentro de una aproximación ante todo lírica y apolínea en la que impera una extraordinaria belleza formal, pero sin desdeñar en modo alguno las tensiones sonoras: el final del primer movimiento está lleno de frenesí controlado, el segundo rezuma amargor y la desesperación agónica de la coda del tercero (¡que algunos comentaristas quieren ver luminosa, menudo despiste!) se hace bien patente. Por otra parte, la comparación con la lectura que le escuché tan solo una semana antes a Janine Jansen en Granada resulta reveladora: Batiashvili no solo toca la obra bastante mejor que su colega, que en más de un momento se las vio y se las deseó a la hora de enfrentarse a los terribles escollos de la partitura, sino que canta las melodías de una manera mucho más sincera y emotiva. El público de los Proms supo reconocer su excelsitud, hasta el punto de que hubo amagos de aplaudir entre movimientos.
También interesa comparar a Barenboim con Rattle: el británico lo hizo estupendamente en lo expresivo, pero no terminó de cuidar el equilibrio con la solista y se soltó la melena a la hora de desplegar decibelios. El de Buenos Aires, por el contrario, mantuvo muy controlada a la bestia para no sepultar a Batiashvili –yo estaba detrás de la orquesta y aun así la escuché relativamente bien–, y además –esto me lo hizo ver un amigo en el intermedio– tuvo muy en cuenta la peculiar acústica del Royal Albert Hall a la hora de tratar los clímax sonoros. Todo ello, por descontado, con una perfecta comprensión del universo sonoro y expresivo de Sibelius. El resultado, una interpretación descomunal.
En cuanto a la Primera de Elgar, nada nuevo com respecto a lo que ya le había escuchado en disco y en vivo: una interpretación descomunal que alcanza su cénit en un tercer movimiento dicho con una cantabilidad, una plasticidad en el manejo de las masas orquestales y un aliento poético de altísimos vuelos. En cualquier caso, haber tenido la oportunidad de verle –por segunda vez en esta obra– desde detrás de la orquesta, es decir, de frente, me permite calibrar mejor hasta qué extremo Barenboim cuida todos los detalles de la exposición sonora, atiendo con una gestualidad precisa –y en absoluto de cara a la galería– a todos y cada uno de los matices: su dominio de la gama dinámica –increíblemente planificada–, de las tensiones orquestales, de las texturas –se escucha absolutamente todo pese a ofrecer un empaste redondo y sensual envuelto por brumas–, del sentido orgánico del legato... Verdaderamente estamos ante un director con una técnica magistral, además de ante un músico de una inspiración excelsa que hoy no conoce rival alguno en el podio.
La primera propina fue el Vals triste. Barenboim comete el error de comenzarlo con el auditorio aún armando jaleo, así que la orquesta se equivoca y a los pocos compases tienen que volver a comenzar. Importa poco: una espléndida –no genial– interpretación en la línea que ya le conocemos al maestro, no particularmente concentrada en el arranque ni en el final pero muy encendida en el clímax.
Para finalizar, la marcha nº 1 de Pompa y circunstancia: no me gustaron las secciones rápidas, en exceso lastradas por el nervio y la aparatosidad, pero el celebérrimo tema lírico fue desgranado por Barenboim con la mezcla de elegancia y solemnidad que le conviene. Y sin pizca de retórica. El público, arrebatado: juro que los que estaban a mi lado cantaban “Land of hope and glory”, como si estuvieran en the last night. Claro que lo tremendo vendría al día siguiente.
La violinista georgiana repite su asombroso logro discográfico del año anterior junto al propio Barenboim, comentado por aquí, ofreciendo el máximo nivel posible dentro de una aproximación ante todo lírica y apolínea en la que impera una extraordinaria belleza formal, pero sin desdeñar en modo alguno las tensiones sonoras: el final del primer movimiento está lleno de frenesí controlado, el segundo rezuma amargor y la desesperación agónica de la coda del tercero (¡que algunos comentaristas quieren ver luminosa, menudo despiste!) se hace bien patente. Por otra parte, la comparación con la lectura que le escuché tan solo una semana antes a Janine Jansen en Granada resulta reveladora: Batiashvili no solo toca la obra bastante mejor que su colega, que en más de un momento se las vio y se las deseó a la hora de enfrentarse a los terribles escollos de la partitura, sino que canta las melodías de una manera mucho más sincera y emotiva. El público de los Proms supo reconocer su excelsitud, hasta el punto de que hubo amagos de aplaudir entre movimientos.
También interesa comparar a Barenboim con Rattle: el británico lo hizo estupendamente en lo expresivo, pero no terminó de cuidar el equilibrio con la solista y se soltó la melena a la hora de desplegar decibelios. El de Buenos Aires, por el contrario, mantuvo muy controlada a la bestia para no sepultar a Batiashvili –yo estaba detrás de la orquesta y aun así la escuché relativamente bien–, y además –esto me lo hizo ver un amigo en el intermedio– tuvo muy en cuenta la peculiar acústica del Royal Albert Hall a la hora de tratar los clímax sonoros. Todo ello, por descontado, con una perfecta comprensión del universo sonoro y expresivo de Sibelius. El resultado, una interpretación descomunal.
En cuanto a la Primera de Elgar, nada nuevo com respecto a lo que ya le había escuchado en disco y en vivo: una interpretación descomunal que alcanza su cénit en un tercer movimiento dicho con una cantabilidad, una plasticidad en el manejo de las masas orquestales y un aliento poético de altísimos vuelos. En cualquier caso, haber tenido la oportunidad de verle –por segunda vez en esta obra– desde detrás de la orquesta, es decir, de frente, me permite calibrar mejor hasta qué extremo Barenboim cuida todos los detalles de la exposición sonora, atiendo con una gestualidad precisa –y en absoluto de cara a la galería– a todos y cada uno de los matices: su dominio de la gama dinámica –increíblemente planificada–, de las tensiones orquestales, de las texturas –se escucha absolutamente todo pese a ofrecer un empaste redondo y sensual envuelto por brumas–, del sentido orgánico del legato... Verdaderamente estamos ante un director con una técnica magistral, además de ante un músico de una inspiración excelsa que hoy no conoce rival alguno en el podio.
La primera propina fue el Vals triste. Barenboim comete el error de comenzarlo con el auditorio aún armando jaleo, así que la orquesta se equivoca y a los pocos compases tienen que volver a comenzar. Importa poco: una espléndida –no genial– interpretación en la línea que ya le conocemos al maestro, no particularmente concentrada en el arranque ni en el final pero muy encendida en el clímax.
Para finalizar, la marcha nº 1 de Pompa y circunstancia: no me gustaron las secciones rápidas, en exceso lastradas por el nervio y la aparatosidad, pero el celebérrimo tema lírico fue desgranado por Barenboim con la mezcla de elegancia y solemnidad que le conviene. Y sin pizca de retórica. El público, arrebatado: juro que los que estaban a mi lado cantaban “Land of hope and glory”, como si estuvieran en the last night. Claro que lo tremendo vendría al día siguiente.
jueves, 27 de julio de 2017
Penderecki para David Lynch
Seré rápido y claro: me está encantando la nueva temporada de Twin Peaks, y el a estas alturas ya mítico capítulo ocho me parece una verdadera obra de arte, amén de lo más atrevido que jamás se haya realizado en una serie de televisión emitida en prime time. Puro cine "de arte y ensayo", ciertamente, nada inhabitual en una galería de arte contemporáneo pero sí algo impropio de la pequeña pantalla. Obviamente no hay nada que comprender, porque toda la efectividad se basa en la pura fuerza plástica –visual y sonora– de la peculiar imaginería lynchiana.
Permítanme dejarles tres fragmentos que alguien ha subido a YouTube. Arriba tienen la tremenda actuación musical de The Nine Inch Nail, que precede al desmadre del capítulo tras los diez primeros minutos más o menos "normales". Abajo va el comienzo de la locura, sonorizada por Lynch con una obra temprana de Krzysztof Penderecki, Treno a las Víctimas de Hiroshima.
Finalmente... La verdad es que no sé qué decirles de esto. Pero me parece fascinante. Y terrorífico. Quedan aún siete capítulos por emitir. Estoy deseando que lleguen.
Permítanme dejarles tres fragmentos que alguien ha subido a YouTube. Arriba tienen la tremenda actuación musical de The Nine Inch Nail, que precede al desmadre del capítulo tras los diez primeros minutos más o menos "normales". Abajo va el comienzo de la locura, sonorizada por Lynch con una obra temprana de Krzysztof Penderecki, Treno a las Víctimas de Hiroshima.
Finalmente... La verdad es que no sé qué decirles de esto. Pero me parece fascinante. Y terrorífico. Quedan aún siete capítulos por emitir. Estoy deseando que lleguen.
miércoles, 26 de julio de 2017
Lujoso y magnífico homenaje: Ultimate Mancini
Recomiendo vivamente este disco no solo a los que ya son amantes de la música
de Henry Mancini, sino también a los que quieran realizar una primera
aproximación a la labor creativa de este gran compositor de música ligera. Lo registró Concord Records en octubre de
2003, y en él el veterano Patrick Williams se pone al frente de una orquesta anónima
para dirigir, con acierto estilístico y expresivo, un buen puñado de las
melodías más representativas escritas por el autor para la pantalla grande o
pequeña, desde La pantera rosa hasta El pájaro espino pasando por
Charada o Días de vinos y rosas pasando por otras menos conocidas
como Darling Lili o The Molly McGuires. La mayoría se ofrecen en
sus orquestaciones originales (¡qué maravilla escuchar el órgano Hammond en
Mr. Lucky!) o en arreglos posteriores del propio Mancini, mientras que
las demás reciben adaptaciones muy sensatas a cargo del citado Patrick Williams.
Solistas de auténtico lujo desfilan a lo largo de todo el disco. La parte del león se la lleva Monica Mancini, que recrea diez canciones de su padre de manera por completo convincente: no es la cantante más personal posible, pero resulta ser una artista de apreciable talento, desgranando las melodías con sensualidad, emoción y esa peculiar melancolía que desprenden los pentagramas; su dicción, sin ser la de Julie Andrews –imposible echar de menos a la esposa de Blake Edwards en Crazy World–, resulta de lo más cuidada. Pero también encontramos el saxofón de Tom Scott –sensacional en Peter Gunn–, el piano de Michael Lang –músico de larga filmografía– o la harmónica del mismísimo Stevie Wonder –no del todo convincente en Moon River–, entre otros artistas invitados para la ocasión. Todos juntos realizan un espléndido homenaje en el que prácticamente no hay fisuras.
La toma de sonido es excepcional, no tanto en la versión CD normal como en el SACD surround. En este hay uso abundante de los canales traseros, es decir, a través de ellos se escuchan instrumentos y no únicamente reverberación, pero la mezcla se ha realizado con buen gusto y se busca muchísimo antes la amplitud espacial que la espectacularidad. Por lo demás, el equilibrio entre orquesta y solistas se encuentra muy logrado –hay instrumentos en primer plano, a la manera en que lo hacía el propio Mancini– y la definición tímbrica es espectacular. Nunca esta música ha sonado técnicamente así de bien. Lo dicho, un disco por completo recomendable.
Solistas de auténtico lujo desfilan a lo largo de todo el disco. La parte del león se la lleva Monica Mancini, que recrea diez canciones de su padre de manera por completo convincente: no es la cantante más personal posible, pero resulta ser una artista de apreciable talento, desgranando las melodías con sensualidad, emoción y esa peculiar melancolía que desprenden los pentagramas; su dicción, sin ser la de Julie Andrews –imposible echar de menos a la esposa de Blake Edwards en Crazy World–, resulta de lo más cuidada. Pero también encontramos el saxofón de Tom Scott –sensacional en Peter Gunn–, el piano de Michael Lang –músico de larga filmografía– o la harmónica del mismísimo Stevie Wonder –no del todo convincente en Moon River–, entre otros artistas invitados para la ocasión. Todos juntos realizan un espléndido homenaje en el que prácticamente no hay fisuras.
La toma de sonido es excepcional, no tanto en la versión CD normal como en el SACD surround. En este hay uso abundante de los canales traseros, es decir, a través de ellos se escuchan instrumentos y no únicamente reverberación, pero la mezcla se ha realizado con buen gusto y se busca muchísimo antes la amplitud espacial que la espectacularidad. Por lo demás, el equilibrio entre orquesta y solistas se encuentra muy logrado –hay instrumentos en primer plano, a la manera en que lo hacía el propio Mancini– y la definición tímbrica es espectacular. Nunca esta música ha sonado técnicamente así de bien. Lo dicho, un disco por completo recomendable.
martes, 25 de julio de 2017
Encontrado en Zamora
Volví anoche de un largo periplo por la ribera del Duero en busca de dientes de sierra y puntas de diamante, es decir, de arquitectura en torno a la primera mitad del siglo XIII. Cumplí con creces mis objetivos. Musicalmente no he hecho nada destacable –la verdad es que también quería desintoxicarme un poco de tanta música–, pero lo cierto es que esta pintada que encontré ayer en una calle de Zamora me llamó poderosamente la atención. Y por eso la traigo aquí.
domingo, 23 de julio de 2017
Las sinfonías de Schumann por Haitink
Antes de acudir a Londres y escuchar, entre otras cosas, a Bernard Haitink interpretando la Segunda sinfonía de Robert Schumann, creí oportuno acercarme a la integral que el maestro holandés hizo junto a la Orquesta del Concertgebouw para Philips hace ya muchos años. Aquí les dejo mis impresiones, siguiendo el orden cronológico de grabación.
Fue la Renana la primera sinfonía que Haitink registró del ciclo, allá por noviembre de 1981. En ella quedan ya en evidencia sus maneras de hacer: control absoluto de los medios, apreciable depuración sonora, gran atención a la transparencia, pulso perfectamente sostenido y, sobre todo, esa objetividad de la que tanto se habla al calificar su arte. Esta no es otra cosa que un perfecto equilibrio entre forma y fondo, entre belleza sonora y expresión; una elegancia alejada de cualquier preciosismo, una brillantez ajena a la grandilocuencia; y también la renuncia a tanto a la espontaneidad y al arrebato puntual como a la tentación de subrayar unos aspectos determinados de la música con respecto a otros, evitando así que la visión propia de las cosas modifique la idea original del compositor.
Obviamente esto último implica un grado de distanciamiento, incluso de falta de riesgo, y por ende le mantiene habitualmente lejos de la genialidad de otros grandes directores. Pero hay que reconocer que en esta Renana, además de todo lo dicho, Haitink hace gala de una extraordinaria efusividad poética, particularmente en un primer movimiento lleno de grandeza y en un segundo hermosísimo, muy bien paladeado, que no se recrea en exceso en el balanceo de las olas pero tampoco se queda en la rigidez en la que caen otros directores importantes. El tercero no es el más sensual posible –este punto no fue nunca el fuerte de Haitink, precisamente por la susodicha objetividad–, pero el maestro consigue el milagro de ofrecer todas la delicadeza y finura que este complicado movimiento exige sin caer en en amaneramientos. Flojea el cuarto, carente de esa atmósfera inquietante –la Catedral de Colonia, se supone– y esa tensión dramática, por momentos visionaria, que se encuentra implícita en los geniales pentagramas. Irreprochable el movimiento conclusivo, entusiasta sin nerviosismo y, como en todo el ciclo, beneficiado por una orquesta en estado de gracia. Excelente la toma sonora, aunque a volumen bajísimo.
La Sinfonía nº 1 la registró en febrero de 1983. En ella vuelve Haitink a ofrecer su Schumann perfectamente delineado, elegante, de exquisito gusto y objetivo en el mejor de los sentidos, rehuyendo la visión esquizofrénica del compositor (Eusebius/Florestán), sin subrayar los contrastes que otros directores han marcado. No es el suyo un Schumann alado, efervescente y luminoso, pero tampoco resulta en exceso denso ni mirar hacia Brahms e incluso Bruckner: se encuentra en el punto justo de equilibrio. El problema es que esta sinfonía en concreto, no en balde “Primavera”, necesita una dosis adicional de frescura, de espontaneidad y de impulso juvenil –el experimento genial de Klemperer es un caso aparte– que el siempre un punto serio y distanciado maestro no logra conseguir, particularmente en un cuarto movimiento sin chispa suficiente. El Larghetto no parece el más profundo posible, pero está bellamente sonado y se encuentra fraseado con conmovedora cantabilidad.
En enero de 1984 grabó la Sinfonía nº 2. Hubiera sido una espléndida interpretación de no ser por el sublime Adagio espressivo, paladeado sin languideces y con amplia cantabilidad, pero dentro de un enfoque en exceso apolíneo que deja demasiado lejor precisamente eso, el carácter expresivo que pide a gritos. Expresivo y lleno de dolor. ¡Qué difícil olvidar la tensión lacerante que, haciendo gala de un increíble dominio de la agógica, Barenboim va construyendo en sus dos grabaciones discográficas y, más aún, la que algunos afortunados pudimos escucharle en directo ya hace años en el Teatro Real! El resto de la sinfonía la resuelve Haitink de manera notabilísima, encontrando ese complicadísimo punto de equilibrio entre ligereza y densidad –tanto sonora como expresiva– que demanda esta música, ofreciendo empuje bien controlado y culminando en un final vibrante, lleno de grandeza sin retórica. La de los Proms la comentaré en este blog cuando tenga la oportunidad de repasarla en el vídeo de la BBC.
Se cerró el ciclo en diciembre de 1984 con la la Sinfonía nº 4. De nuevo hay que admirar la excelsitud en la exposición de todos y cada uno de los planos instrumentales, la belleza nada meliflua que el maestro es capaz de extraer de su orquesta y el perfecto equilibrio entre agilidad y densidad sonora que necesita esta música. Pero lo cierto es que Haitink defrauda un tanto en la primera parte de la obra, quizá por adoptar unos tempi en exceso premiosos y optar por la extroversión y el empuje, sobrando algo de nervio en el primer movimiento y echándose de menos algo más de hondura, de calidez y de humanismo en el Andante. A partir de ahí las cosas funcionan a pedir boca, con un Scherzo vibrante, una transición irreprochable que culmina con la adecuada grandeza y un Finale de nuevo muy fogoso, pero sincero y muy bien controlado.
A la postre, un ciclo de muy alto nivel. ¿Otras posibilidades? Aquí he hablado de Szell y de Klemperer, integrales importantísimas aunque con sus desequilibrios. También de la de Paavo Järvi. A Kubelik, gran intérprete de Schumann, tengo que repasarlo. De momento quizá me quede con las dos integrales de Barenboim, aunque tampoco se encuentren exentas de desigualdades y su enfoque, para mi gusto, sea un punto más brahmsiano de la cuenta.
Fue la Renana la primera sinfonía que Haitink registró del ciclo, allá por noviembre de 1981. En ella quedan ya en evidencia sus maneras de hacer: control absoluto de los medios, apreciable depuración sonora, gran atención a la transparencia, pulso perfectamente sostenido y, sobre todo, esa objetividad de la que tanto se habla al calificar su arte. Esta no es otra cosa que un perfecto equilibrio entre forma y fondo, entre belleza sonora y expresión; una elegancia alejada de cualquier preciosismo, una brillantez ajena a la grandilocuencia; y también la renuncia a tanto a la espontaneidad y al arrebato puntual como a la tentación de subrayar unos aspectos determinados de la música con respecto a otros, evitando así que la visión propia de las cosas modifique la idea original del compositor.
Obviamente esto último implica un grado de distanciamiento, incluso de falta de riesgo, y por ende le mantiene habitualmente lejos de la genialidad de otros grandes directores. Pero hay que reconocer que en esta Renana, además de todo lo dicho, Haitink hace gala de una extraordinaria efusividad poética, particularmente en un primer movimiento lleno de grandeza y en un segundo hermosísimo, muy bien paladeado, que no se recrea en exceso en el balanceo de las olas pero tampoco se queda en la rigidez en la que caen otros directores importantes. El tercero no es el más sensual posible –este punto no fue nunca el fuerte de Haitink, precisamente por la susodicha objetividad–, pero el maestro consigue el milagro de ofrecer todas la delicadeza y finura que este complicado movimiento exige sin caer en en amaneramientos. Flojea el cuarto, carente de esa atmósfera inquietante –la Catedral de Colonia, se supone– y esa tensión dramática, por momentos visionaria, que se encuentra implícita en los geniales pentagramas. Irreprochable el movimiento conclusivo, entusiasta sin nerviosismo y, como en todo el ciclo, beneficiado por una orquesta en estado de gracia. Excelente la toma sonora, aunque a volumen bajísimo.
La Sinfonía nº 1 la registró en febrero de 1983. En ella vuelve Haitink a ofrecer su Schumann perfectamente delineado, elegante, de exquisito gusto y objetivo en el mejor de los sentidos, rehuyendo la visión esquizofrénica del compositor (Eusebius/Florestán), sin subrayar los contrastes que otros directores han marcado. No es el suyo un Schumann alado, efervescente y luminoso, pero tampoco resulta en exceso denso ni mirar hacia Brahms e incluso Bruckner: se encuentra en el punto justo de equilibrio. El problema es que esta sinfonía en concreto, no en balde “Primavera”, necesita una dosis adicional de frescura, de espontaneidad y de impulso juvenil –el experimento genial de Klemperer es un caso aparte– que el siempre un punto serio y distanciado maestro no logra conseguir, particularmente en un cuarto movimiento sin chispa suficiente. El Larghetto no parece el más profundo posible, pero está bellamente sonado y se encuentra fraseado con conmovedora cantabilidad.
En enero de 1984 grabó la Sinfonía nº 2. Hubiera sido una espléndida interpretación de no ser por el sublime Adagio espressivo, paladeado sin languideces y con amplia cantabilidad, pero dentro de un enfoque en exceso apolíneo que deja demasiado lejor precisamente eso, el carácter expresivo que pide a gritos. Expresivo y lleno de dolor. ¡Qué difícil olvidar la tensión lacerante que, haciendo gala de un increíble dominio de la agógica, Barenboim va construyendo en sus dos grabaciones discográficas y, más aún, la que algunos afortunados pudimos escucharle en directo ya hace años en el Teatro Real! El resto de la sinfonía la resuelve Haitink de manera notabilísima, encontrando ese complicadísimo punto de equilibrio entre ligereza y densidad –tanto sonora como expresiva– que demanda esta música, ofreciendo empuje bien controlado y culminando en un final vibrante, lleno de grandeza sin retórica. La de los Proms la comentaré en este blog cuando tenga la oportunidad de repasarla en el vídeo de la BBC.
Se cerró el ciclo en diciembre de 1984 con la la Sinfonía nº 4. De nuevo hay que admirar la excelsitud en la exposición de todos y cada uno de los planos instrumentales, la belleza nada meliflua que el maestro es capaz de extraer de su orquesta y el perfecto equilibrio entre agilidad y densidad sonora que necesita esta música. Pero lo cierto es que Haitink defrauda un tanto en la primera parte de la obra, quizá por adoptar unos tempi en exceso premiosos y optar por la extroversión y el empuje, sobrando algo de nervio en el primer movimiento y echándose de menos algo más de hondura, de calidez y de humanismo en el Andante. A partir de ahí las cosas funcionan a pedir boca, con un Scherzo vibrante, una transición irreprochable que culmina con la adecuada grandeza y un Finale de nuevo muy fogoso, pero sincero y muy bien controlado.
A la postre, un ciclo de muy alto nivel. ¿Otras posibilidades? Aquí he hablado de Szell y de Klemperer, integrales importantísimas aunque con sus desequilibrios. También de la de Paavo Järvi. A Kubelik, gran intérprete de Schumann, tengo que repasarlo. De momento quizá me quede con las dos integrales de Barenboim, aunque tampoco se encuentren exentas de desigualdades y su enfoque, para mi gusto, sea un punto más brahmsiano de la cuenta.
miércoles, 19 de julio de 2017
El discurso de Barenboim en los Proms: aislacionismo, cultura europea e integrismo religioso
Ya dije en mi anterior entrada que los dos conciertos de Barenboim y la Staatskapelle de Berlín que escuché en los Proms los comentaré más adelante, cuando los vuelva a disfrutar escuchando las correspondientes transmisiones de la BBC. Pero no quiero volver a salir de vacaciones –me voy unos días a Castilla a aprender más sobre la arquitectura del siglo XIII– sin dejarles a ustedes la traducción (¡gracias a los amigos que me la han mejorado de manera ostensible!) del valiente, memorable discurso que el maestro dio al final del segundo de ellos, el del domingo 16 de julio. Quizá hayan tenido noticias de él en algún lugar de la red y hayan podido leer alguna transcripción parcial. Aquí lo tienen en su integridad.
Huelga decir que estoy de acuerdo al cien por cien en su contenido. ¡Y cómo no voy a estarlo, yo que me dedico a la educación en humanidades y la investigación en la historia del arte, cuando defiende el conocimiento de la cultura europea como principal medio para combatir los graves problemas que nos rodean! Fue un discurso muy emotivo. No todo el público aplaudió sus palabras –lógico, aunque Londres votara de manera mayoritaria en contra del Brexit–, pero se notaba un ambiente especial. El remate de Pompa y circunstancia fue todo un atrevimiento: ¿se imaginan un discurso semejante en Barcelona tras el concierto de una orquesta madrileña, y que ésta tocara a continuación una sardana? Pues algo así. Barenboim, genio y figura.
El vídeo lo pueden encontrar completo en este enlace. Curiosamente ha conseguido más difusión el que circula en Youtube, que alguien filmó con su móvil apuntando a la cámara de la televisión y que fue difundido en Twitter por Renaud Capuçon, entre otros. A este último le falta el comienzo y se ve –lógicamente– mucho peor, pero en él se me reconoce con más facilidad: estoy en la tercera fila de los bancos de coro, a la izquierda sobre el hombro de Barenboim y sentado junto a una chica vestida con camiseta blanca, que es la amiga que me acompañó durante el viaje. Qué quieren que les diga, me hace mucha ilusión salir en él.
Señoras y caballeros, confío en que ustedes me permitan algunas palabras que me gustaría decir hoy, que me gustaría compartir con ustedes. No sé si todos estarán de acuerdo con ellas, pero realmente me gustaría compartirlas.
Pero antes que nada me gustaría darle las gracias a esta maravillosa orquesta [intensos aplausos] no por ser maravillosa, que lo es, sino por haber aceptado retrasar sus vacaciones una semana, creo, o más para que fuera posible venir a Londres, a los Proms, este fin de semana para tocar. Porque tocar para ustedes las sinfonías de Elgar es algo que les resulta muy importante. Ellos se han enamorado realmente de esta música, y realmente querían traerla a Londres. Así que les quedo agradecido por no irse de vacaciones hasta mañana [aplausos].
Me gustaría compartir con ustedes algunos sentimientos o reflexiones. No de carácter político [risas en el público, sonrisa claramente irónica de Barenboim: «les parece divertido», dice], sino sobre el ser humano. Cuando veo en el mundo tantas tendencias aislacionistas me siento muy preocupado. Y sé que no soy el único [asentimiento y aplausos intensos]. Ustedes saben que viví en este país durante muchos años. Me casé en este país, viví en él muchos años y se me mostró mucho afecto mientras viví aquí, lo cual me dio de alguna manera el valor, si podemos decirlo así, para decir lo que me gustaría decir.
Creo que el principal problema hoy día no son las políticas de este país o de aquel otro o del de más allá. El principal problema de hoy día es que no hay suficiente educación [asentimiento generalizado y aplausos intensos]. Que no hay suficiente educación musical es algo que sabemos desde hace mucho tiempo. Pero ahora no hay suficiente educación sobre quiénes somos, sobre qué es un ser humano y sobre cómo éste se va a relacionar con los de su misma especie. Lo que voy a decir no es una cuestión política, sino que hace referencia al ser humano. Si miramos a las dificultades que el continente europeo está atravesando ahora nos daremos cuenta de a qué se debe: a la falta de una educación común. Porque en un país no entienden por qué deben pertenecer a algo en lo que también hay otros países. Y no me estoy refiriendo ahora a este país…
¡Contaba con eso! [en referencia a las risas de un auditorio que captó sin problemas la clara ironía]. Estoy hablando en general. ¿Saben una cosa? Nuestra profesión, la profesión musical, es la única que no es nacional. Ningún músico alemán les dirá a ustedes «soy un músico alemán y solamente voy a tocar a Brahms, Schumann y Beethoven» [grandes aplausos]. Hoy hemos tenido aquí una buena prueba de ello [afirma señalando a la orquesta, que acaba de interpretar la Segunda Sinfonía de Elgar y Nimrod del mismo autor]. Si –permitámonos abandonar por un momento Gran Bretaña–, si un ciudadano francés quiere leer a Goethe, necesita una traducción. Pero, evidentemente, no la necesita para las sinfonías de Beethoven. Es por esto por lo que la música es tan importante. Y esas tendencias aislacionistas y ese nacionalismo en el sentido más estricto del término son cosas muy peligrosas contra las que solo se puede luchar con un verdadero y gran énfasis en la educación de las nuevas generaciones. Nosotros probablemente somos todos demasiados viejos para ello. Pero las nuevas generaciones tienen que comprender que Grecia, Alemania, Francia y Dinamarca tienen todos algo en común llamado ¡cultura europea! [grandes aplausos].
No solo el euro. ¡Cultura! Esto es realmente lo más importante. Y por supuesto que en esta comunidad cultural llamada Europa hay espacio para culturas diversas, para diferentes maneras de ver las cosas. Pero esto sólo se puede conseguir con educación. Y el fanatismo de trasfondo religioso que existe en el mundo solo se puede combatir igualmente con la educación [más aplausos]. Contra el fanatismo religioso no se puede luchar únicamente con las armas. Contra el auténtico Mal que existe en el mundo sólo se puede luchar con el humanismo que nos mantiene a todos unidos. ¡Incluidos ustedes! Y ahora les voy a enseñar qué es lo que realmente quiero decir [y se disponen a tocar de propina la Primera Marcha de Pompa y circunstancia de Elgar que pueden ver y escuchar a continuación].
Huelga decir que estoy de acuerdo al cien por cien en su contenido. ¡Y cómo no voy a estarlo, yo que me dedico a la educación en humanidades y la investigación en la historia del arte, cuando defiende el conocimiento de la cultura europea como principal medio para combatir los graves problemas que nos rodean! Fue un discurso muy emotivo. No todo el público aplaudió sus palabras –lógico, aunque Londres votara de manera mayoritaria en contra del Brexit–, pero se notaba un ambiente especial. El remate de Pompa y circunstancia fue todo un atrevimiento: ¿se imaginan un discurso semejante en Barcelona tras el concierto de una orquesta madrileña, y que ésta tocara a continuación una sardana? Pues algo así. Barenboim, genio y figura.
El vídeo lo pueden encontrar completo en este enlace. Curiosamente ha conseguido más difusión el que circula en Youtube, que alguien filmó con su móvil apuntando a la cámara de la televisión y que fue difundido en Twitter por Renaud Capuçon, entre otros. A este último le falta el comienzo y se ve –lógicamente– mucho peor, pero en él se me reconoce con más facilidad: estoy en la tercera fila de los bancos de coro, a la izquierda sobre el hombro de Barenboim y sentado junto a una chica vestida con camiseta blanca, que es la amiga que me acompañó durante el viaje. Qué quieren que les diga, me hace mucha ilusión salir en él.
BARENBOIM'S SPEECH
Señoras y caballeros, confío en que ustedes me permitan algunas palabras que me gustaría decir hoy, que me gustaría compartir con ustedes. No sé si todos estarán de acuerdo con ellas, pero realmente me gustaría compartirlas.
Pero antes que nada me gustaría darle las gracias a esta maravillosa orquesta [intensos aplausos] no por ser maravillosa, que lo es, sino por haber aceptado retrasar sus vacaciones una semana, creo, o más para que fuera posible venir a Londres, a los Proms, este fin de semana para tocar. Porque tocar para ustedes las sinfonías de Elgar es algo que les resulta muy importante. Ellos se han enamorado realmente de esta música, y realmente querían traerla a Londres. Así que les quedo agradecido por no irse de vacaciones hasta mañana [aplausos].
Me gustaría compartir con ustedes algunos sentimientos o reflexiones. No de carácter político [risas en el público, sonrisa claramente irónica de Barenboim: «les parece divertido», dice], sino sobre el ser humano. Cuando veo en el mundo tantas tendencias aislacionistas me siento muy preocupado. Y sé que no soy el único [asentimiento y aplausos intensos]. Ustedes saben que viví en este país durante muchos años. Me casé en este país, viví en él muchos años y se me mostró mucho afecto mientras viví aquí, lo cual me dio de alguna manera el valor, si podemos decirlo así, para decir lo que me gustaría decir.
Creo que el principal problema hoy día no son las políticas de este país o de aquel otro o del de más allá. El principal problema de hoy día es que no hay suficiente educación [asentimiento generalizado y aplausos intensos]. Que no hay suficiente educación musical es algo que sabemos desde hace mucho tiempo. Pero ahora no hay suficiente educación sobre quiénes somos, sobre qué es un ser humano y sobre cómo éste se va a relacionar con los de su misma especie. Lo que voy a decir no es una cuestión política, sino que hace referencia al ser humano. Si miramos a las dificultades que el continente europeo está atravesando ahora nos daremos cuenta de a qué se debe: a la falta de una educación común. Porque en un país no entienden por qué deben pertenecer a algo en lo que también hay otros países. Y no me estoy refiriendo ahora a este país…
¡Contaba con eso! [en referencia a las risas de un auditorio que captó sin problemas la clara ironía]. Estoy hablando en general. ¿Saben una cosa? Nuestra profesión, la profesión musical, es la única que no es nacional. Ningún músico alemán les dirá a ustedes «soy un músico alemán y solamente voy a tocar a Brahms, Schumann y Beethoven» [grandes aplausos]. Hoy hemos tenido aquí una buena prueba de ello [afirma señalando a la orquesta, que acaba de interpretar la Segunda Sinfonía de Elgar y Nimrod del mismo autor]. Si –permitámonos abandonar por un momento Gran Bretaña–, si un ciudadano francés quiere leer a Goethe, necesita una traducción. Pero, evidentemente, no la necesita para las sinfonías de Beethoven. Es por esto por lo que la música es tan importante. Y esas tendencias aislacionistas y ese nacionalismo en el sentido más estricto del término son cosas muy peligrosas contra las que solo se puede luchar con un verdadero y gran énfasis en la educación de las nuevas generaciones. Nosotros probablemente somos todos demasiados viejos para ello. Pero las nuevas generaciones tienen que comprender que Grecia, Alemania, Francia y Dinamarca tienen todos algo en común llamado ¡cultura europea! [grandes aplausos].
No solo el euro. ¡Cultura! Esto es realmente lo más importante. Y por supuesto que en esta comunidad cultural llamada Europa hay espacio para culturas diversas, para diferentes maneras de ver las cosas. Pero esto sólo se puede conseguir con educación. Y el fanatismo de trasfondo religioso que existe en el mundo solo se puede combatir igualmente con la educación [más aplausos]. Contra el fanatismo religioso no se puede luchar únicamente con las armas. Contra el auténtico Mal que existe en el mundo sólo se puede luchar con el humanismo que nos mantiene a todos unidos. ¡Incluidos ustedes! Y ahora les voy a enseñar qué es lo que realmente quiero decir [y se disponen a tocar de propina la Primera Marcha de Pompa y circunstancia de Elgar que pueden ver y escuchar a continuación].
lunes, 17 de julio de 2017
La condenación de Fausto de Solti en los Proms, ahora en Blu-ray
Ya he vuelto de Inglaterra. Se supone que ahora debería decir algo sobre el resto de los espectáculos musicales que he presenciado, a saber, la Turandot del Covent Garden y tres conciertos en los Proms, pero como todos ellos han sido registrados en audio o vídeo, iré escribiendo tranquilamente a lo largo de este verano a medida que los vaya repasando en sus respectivas grabaciones. Ahora prefiero dejar unas breves notas sobre un Blu-ray que he visto esta misma tarde, por pura casualidad perteneciente también a los Proms, concretamente a los de 1989: La condenación de Fausto por Sir Georg Solti, la Sinfónica de Chicago y el coro de la formación norteamericana, aquí reforzado por el de la Catedral de Westminster.
Mi interés ha sido ante todo técnico, porque este producto corresponde a una serie que acaba de lanzar Arthaus en la que se recuperan filmaciones televisivas con audio de altísima resolución: no viene con los 48 kHz habituales en un Blu-ray estándar de vídeo, ni tampoco con los 98 kHz de un Blu-ray pure audio, sino que alcanza nada menos que los 192 kHz. En principio, un verdadero lujo. ¿Y a la hora de la verdad?
Como me estaba temiendo, por muy fantástico que sea el formato no se pueden superar las limitaciones del original, lo que en este caso concreto significa que el disfrute del espectacular despliegue sonoro diseñado por Berlioz se vea constreñido por una gama dinámica estrecha –los fortísimos quedan "aplastados"–, como también por una definición tímbrica no del todo depurada y por un apreciable soplido de fondo. Dicho esto, es de suponer una mejoría muy considerable con respecto al correspondiente DVD del propio sello Arthaus, que yo no llegué a conocer en su momento porque lo que vi fue un VHS grabado de la tele. Y cuando se sube el volumen –obviamente haciendo uso del mando a distancia– en los momentos más espectaculares, se pueden disfrutar de unos graves muy apreciables con los que seguramente tienen que ver los referidos 192 kHz. Explicado de otra manera: lo que aquí se ofrece es lo que en su momento se filmó, ni más ni menos, con todas las insuficiencias del original, pero también con la máxima calidad que el mismo puede llegar a ofrecer. Y hay subtítulos en castellano.
¿La interpretación? Portentosa. La batuta de Solti ofrece brío, electricidad y brillantez a raudales; el maestro despliega un sentido teatral que aleja a esta partitura de lo oratorial para acercarla más que nunca a lo operístico; y hace gala de un virtuosismo que, en conjunción con las posibilidades de los conjuntos de Chicago, uno no puede sino quedarse con la boca abierta. Pero además Sir George paladea tanto los momentos líricos como los espirituales con una concentración, una naturalidad en el fraseo, una sensualidad y una elevación poética difícilmente superables, lo que permite que su aproximación, amén de soberbia en lo técnico, sea redonda en lo expresivo. Olvídense del Solti de la caja de los truenos: además de espectacularidad, aquí hay trazo finísimo y lirismo de la mejor ley.
El tenor neozelandés Keith Lewis no ofrece la voz más bella ni la línea vocal más voluptuosa para su parte, pero canta con buena técnica e impecable gusto. José van Dam, obviamente, compone un Mefistófeles insuperable: canto perfecto y fraseo intencionadísimo, lleno de ironía y distinción. Anne Sofie von Otter está todavía en un gran momento vocal y, con su instrumento lírico de color muy claro, ofrece una Marguerite antes inocente que sensual; delicadísima y tierna, pero sin asomo de narcisismo. Y estupendo el Brander de Peter Rose.
A la postre, recomiendo vivamente este producto, que he podido comprar en JPC por 10 euros más gastos de envío. No lo duden: disfruten de una enorme interpretación de una música maravillosa.
Mi interés ha sido ante todo técnico, porque este producto corresponde a una serie que acaba de lanzar Arthaus en la que se recuperan filmaciones televisivas con audio de altísima resolución: no viene con los 48 kHz habituales en un Blu-ray estándar de vídeo, ni tampoco con los 98 kHz de un Blu-ray pure audio, sino que alcanza nada menos que los 192 kHz. En principio, un verdadero lujo. ¿Y a la hora de la verdad?
Como me estaba temiendo, por muy fantástico que sea el formato no se pueden superar las limitaciones del original, lo que en este caso concreto significa que el disfrute del espectacular despliegue sonoro diseñado por Berlioz se vea constreñido por una gama dinámica estrecha –los fortísimos quedan "aplastados"–, como también por una definición tímbrica no del todo depurada y por un apreciable soplido de fondo. Dicho esto, es de suponer una mejoría muy considerable con respecto al correspondiente DVD del propio sello Arthaus, que yo no llegué a conocer en su momento porque lo que vi fue un VHS grabado de la tele. Y cuando se sube el volumen –obviamente haciendo uso del mando a distancia– en los momentos más espectaculares, se pueden disfrutar de unos graves muy apreciables con los que seguramente tienen que ver los referidos 192 kHz. Explicado de otra manera: lo que aquí se ofrece es lo que en su momento se filmó, ni más ni menos, con todas las insuficiencias del original, pero también con la máxima calidad que el mismo puede llegar a ofrecer. Y hay subtítulos en castellano.
¿La interpretación? Portentosa. La batuta de Solti ofrece brío, electricidad y brillantez a raudales; el maestro despliega un sentido teatral que aleja a esta partitura de lo oratorial para acercarla más que nunca a lo operístico; y hace gala de un virtuosismo que, en conjunción con las posibilidades de los conjuntos de Chicago, uno no puede sino quedarse con la boca abierta. Pero además Sir George paladea tanto los momentos líricos como los espirituales con una concentración, una naturalidad en el fraseo, una sensualidad y una elevación poética difícilmente superables, lo que permite que su aproximación, amén de soberbia en lo técnico, sea redonda en lo expresivo. Olvídense del Solti de la caja de los truenos: además de espectacularidad, aquí hay trazo finísimo y lirismo de la mejor ley.
El tenor neozelandés Keith Lewis no ofrece la voz más bella ni la línea vocal más voluptuosa para su parte, pero canta con buena técnica e impecable gusto. José van Dam, obviamente, compone un Mefistófeles insuperable: canto perfecto y fraseo intencionadísimo, lleno de ironía y distinción. Anne Sofie von Otter está todavía en un gran momento vocal y, con su instrumento lírico de color muy claro, ofrece una Marguerite antes inocente que sensual; delicadísima y tierna, pero sin asomo de narcisismo. Y estupendo el Brander de Peter Rose.
A la postre, recomiendo vivamente este producto, que he podido comprar en JPC por 10 euros más gastos de envío. No lo duden: disfruten de una enorme interpretación de una música maravillosa.
domingo, 16 de julio de 2017
Rattle y la LSO en el Barbican: Wagner, Bartók, Haydn
Aprovecho un hueco que tengo en Londres para dejar unas breves lineas sobre el concierto que el pasado miércoles 12 escuché en el Barbican Hall –segunda visita en mi vida a este recinto– a la London Symphony Orchestra bajo la dirección de quien en pocas semanas se va a convertir en nuevo titular, Sir Simon Rattle. Maravilloso programa integrado por obras de Wagner, Bartók y Haydn, ensombrecido por la cancelación de un Lang Lang que hubiera dado mucho más lustre al acontecimiento.
Comenzó la velada con el Preludio y la Liebestod de Tristan e Isolda. En su momento escribí que su interpretación desde el Met vista en cines me había gustado mucho, pero el miércoles me dejó un poco a medio camino: la construcción de las tensiones fue impecable, el fraseo de enorme cantabilidad, la belleza abrumadora, pero el maestro británico abordó estas dos paginas orquestales buscando mucho antes la suntuosidad sonora que esa tensión agónica que todos asociamos al inmortal titulo wagneriano. Todo fue hermosísimo, pero faltó la esencia.
El Concierto para piano nº 2 de Bartok lo dirigió de manera excepcional, como ya hiciera en su registro junto a Lang Lang: ofreció grandes dosis de dinamismo, de garra y de sabor folclórico, otorgó a la LSO un tratamiento tímbrico de lo mas adecuado y, además, supo bucear con enorme acierto en la vertiente lírica de la obra. El solista fue Denis Kozhukhin, joven protegido de Barenboim que está teniendo la oportunidad de sustituir al pianista chino en todas sus recientes cancelaciones. Días antes de venir a Londres le escuché varias grabaciones radiofónicas y terminé con la impresión de que su talento es grande, pero mucho antes para unas cosas que para otras: sin ser en modo alguno un mero mecanógrafo, tiene aún que bucear en las posibilidades expresivas de lo que se le pone por delante. Lo mejor que le he escuchado es el tremebundo Concierto nº 2 de Prokofiev, lo que anticipaba que en el de Bartók iba a estar muy bien. Así fue: Kozhukhin no solo puede con esta página terriblemente difícil de tocar, ofreciendo en ella potencia y limpieza digital en grado superlativo, sino que además la interpreta con mucho acierto. Pero claro, uno se pone a pensar en Lang Lang y no deja de advertir cómo en esta frase o en aquella otra podía haber matizado de otra manera.
En la segunda parte Rattle ofreció el viaje imaginario por la música de Haydn que comenté en la entrada anterior. Ninguna novedad: fue una verdadera delicia de principio a fin.
Una última cuestión. Como era de esperar, desde mi localidad en el primer piso la cuerda de la London Symphony me sonó más empastada que en el Palacio de Carlos V la semana anterior, pero curiosamente los metales no estuvieron tan espléndidos como en Granada. En cualquier caso, gran concierto.
Comenzó la velada con el Preludio y la Liebestod de Tristan e Isolda. En su momento escribí que su interpretación desde el Met vista en cines me había gustado mucho, pero el miércoles me dejó un poco a medio camino: la construcción de las tensiones fue impecable, el fraseo de enorme cantabilidad, la belleza abrumadora, pero el maestro británico abordó estas dos paginas orquestales buscando mucho antes la suntuosidad sonora que esa tensión agónica que todos asociamos al inmortal titulo wagneriano. Todo fue hermosísimo, pero faltó la esencia.
El Concierto para piano nº 2 de Bartok lo dirigió de manera excepcional, como ya hiciera en su registro junto a Lang Lang: ofreció grandes dosis de dinamismo, de garra y de sabor folclórico, otorgó a la LSO un tratamiento tímbrico de lo mas adecuado y, además, supo bucear con enorme acierto en la vertiente lírica de la obra. El solista fue Denis Kozhukhin, joven protegido de Barenboim que está teniendo la oportunidad de sustituir al pianista chino en todas sus recientes cancelaciones. Días antes de venir a Londres le escuché varias grabaciones radiofónicas y terminé con la impresión de que su talento es grande, pero mucho antes para unas cosas que para otras: sin ser en modo alguno un mero mecanógrafo, tiene aún que bucear en las posibilidades expresivas de lo que se le pone por delante. Lo mejor que le he escuchado es el tremebundo Concierto nº 2 de Prokofiev, lo que anticipaba que en el de Bartók iba a estar muy bien. Así fue: Kozhukhin no solo puede con esta página terriblemente difícil de tocar, ofreciendo en ella potencia y limpieza digital en grado superlativo, sino que además la interpreta con mucho acierto. Pero claro, uno se pone a pensar en Lang Lang y no deja de advertir cómo en esta frase o en aquella otra podía haber matizado de otra manera.
En la segunda parte Rattle ofreció el viaje imaginario por la música de Haydn que comenté en la entrada anterior. Ninguna novedad: fue una verdadera delicia de principio a fin.
Una última cuestión. Como era de esperar, desde mi localidad en el primer piso la cuerda de la London Symphony me sonó más empastada que en el Palacio de Carlos V la semana anterior, pero curiosamente los metales no estuvieron tan espléndidos como en Granada. En cualquier caso, gran concierto.
martes, 11 de julio de 2017
Rattle nos invita a viajar por Haydn
Se supone que cuando se publique esta entrada –escrita hace días– estaré en Inglaterra, y que mañana miércoles 12 tendré la oportunidad de escuchar a Sir Simon Rattle y la Sinfónica de Londres en el Barbican Hall con un programa que incluye en la primera parte obras de Wagner y Liszt, y en la segunda un curioso experimento que el maestro británico preparó para la que todavía es su orquesta, la Filarmónica de Berlín, con motivo de su visita al Festival de Lucerna de 2015: An Imaginary Orchestral Journey sobre la obra de Franz Joseph Haydn. En realidad, una ensalada en la que se escuchan fragmentos de La Creación, Las estaciones, L'isola Disabitata y las sinfonías nº 6, 45, 46, 60, 64 y 90, además de música que compuso para órgano mecánico. Disponible en la Digital Concert Hall, no tengo la menor duda a la hora de recomendarles a ustedes este maravilloso paseo.
Habida cuenta de que Sir Simon sintoniza de maravilla con la frescura, la luminosidad, las ganas de vivir y el sentido del humor que rebosa la labor creativa del genial compositor austriaco, uno podría pensarse que este viaje ofrece ante todo una visión lúdica de la misma. Pues no, y ahí está lo más interesante: aunque haya unas cuantas bromas más o menos previsibles, Rattle ofrece una selección muy equilibrada donde se pone bien de relieve la increíble capacidad del autor a la hora de ofrecer pathos, hondura reflexiva y fuerza dramática, incluyendo así páginas memorables como el arranque de La Creación, el terremoto de Las siete palabras, la introducción de El invierno o el Largo de la Sinfonía nº 64. Por supuesto, también hay espacio para la cantabilidad, la sensualidad y para la galantería, bien representada esta última por el tercer movimiento de su Sinfonía nº 6 Le matin, toda una oportunidad para que se luzcan los increíbles atriles de la Filarmónica de Berlín. ¡Y cómo lo hacen!
En cuanto a la interpretación propiamente dicha, nada nuevo con respecto a lo que ya le conocíamos del muy notable –aunque un tanto irregular– doble CD de sinfonías grabado con esta misma orquesta para EMI allá por 2007. Es decir, un Haydn a medio camino entre la tradición y el historicismo, mezclando de manera interesante la sonoridad musculada de la formación alemana con una articulación muy influida por los instrumentos originales, y más concretamente por Harnoncourt, aun sin adoptar radicalidad alguna y ofreciendo al mismo tiempo un sentido de la elegancia y la distinción británicas que desde siempre –recuerden a Colin Davis– le ha sentado muy bien al compositor. Por descontado, hay mucho de ese sentido del humor que es especialidad de Rattle, aunque este es más risueño que jocoso o sanamente rústico. El Finale de la Sinfonía nº 90, como en el disco antes citado o en su filmación de la obra completa también en la Digital Concert Hall, es un verdadero prodigio de electricidad, chispa y fuerza: del mejor Haydn que yo haya escuchado nunca.
Habida cuenta de que Sir Simon sintoniza de maravilla con la frescura, la luminosidad, las ganas de vivir y el sentido del humor que rebosa la labor creativa del genial compositor austriaco, uno podría pensarse que este viaje ofrece ante todo una visión lúdica de la misma. Pues no, y ahí está lo más interesante: aunque haya unas cuantas bromas más o menos previsibles, Rattle ofrece una selección muy equilibrada donde se pone bien de relieve la increíble capacidad del autor a la hora de ofrecer pathos, hondura reflexiva y fuerza dramática, incluyendo así páginas memorables como el arranque de La Creación, el terremoto de Las siete palabras, la introducción de El invierno o el Largo de la Sinfonía nº 64. Por supuesto, también hay espacio para la cantabilidad, la sensualidad y para la galantería, bien representada esta última por el tercer movimiento de su Sinfonía nº 6 Le matin, toda una oportunidad para que se luzcan los increíbles atriles de la Filarmónica de Berlín. ¡Y cómo lo hacen!
En cuanto a la interpretación propiamente dicha, nada nuevo con respecto a lo que ya le conocíamos del muy notable –aunque un tanto irregular– doble CD de sinfonías grabado con esta misma orquesta para EMI allá por 2007. Es decir, un Haydn a medio camino entre la tradición y el historicismo, mezclando de manera interesante la sonoridad musculada de la formación alemana con una articulación muy influida por los instrumentos originales, y más concretamente por Harnoncourt, aun sin adoptar radicalidad alguna y ofreciendo al mismo tiempo un sentido de la elegancia y la distinción británicas que desde siempre –recuerden a Colin Davis– le ha sentado muy bien al compositor. Por descontado, hay mucho de ese sentido del humor que es especialidad de Rattle, aunque este es más risueño que jocoso o sanamente rústico. El Finale de la Sinfonía nº 90, como en el disco antes citado o en su filmación de la obra completa también en la Digital Concert Hall, es un verdadero prodigio de electricidad, chispa y fuerza: del mejor Haydn que yo haya escuchado nunca.
domingo, 9 de julio de 2017
Isabelle Fausto y Mefistófeles Antonini
Tengo previsto escuchar en directo el próximo domingo en Londres el Concierto para violín nº 3 de Mozart interpretado por Isabelle Faust, Bernard Haitink y la Chamber Orchestre of Europe. Movido por una curiosidad no poco morbosa, he escuchado la interpretación de la misma obra recientemente registrada para Harmonia Mundi por la violinista alemana junto a Giovanni Antonini y sus chicos de Il Giardino Armonico, dentro de un doble compacto que ofrece la integral de los conciertos para violín del salzburgués.
¿Resultados? Ni más ni menos que los esperados. Un Mozart lleno de vida, de entusiasmo y de color; un Mozart efervescente y contrastado a más no poder que rehúye los tópicos del presunto equilibrio y el distanciamiento neoclásico para decantarse por los claroscuros y por la teatralidad apostando por una enorme valentía en el fraseo. Pero también (¡cómo no!) un Mozart trivial, en exceso lúdico, coqueto en el peor sentido de la palabra y repleto de detalles de no ya de amaneramiento, sino de abierta cursilería. Y muy alicorto a la hora de lanzarse al vuelo poético: el sublime Adagio no solo no emociona lo más mínimo, sino que está lleno de sonoridades insoportables por parte de la señora Faust, aquí dispuesta a imitar los peores defectos de quien hubiéramos esperado en este disco, no otro que el horripilante Enrico Onofri.
"Este chico sigue sin tener ni idea de interpretación históricamente informada y odia visceralmente los instrumentos originales", pensarán los lectores de la kale barroka que se pasen por aquí. Pues miren ustedes, la grabación de Andrew Manze de 2005 me parece más sensata que ésta, no tanto por su labor solista –más bien inexpresiva– como por su muy notable dirección frente a The English Concert. Y la ya antigua de Simon Standage con Christopher Hogwood la encuentro sencillamente espléndida: a despecho de alguna frase en exceso repipi en el primer movimiento por parte del malogrado Chris, he ahí un Mozart "de verdad", ciertamente mucho antes ágil, luminoso y risueño que otra cosa –imposible olvidar la hondísima poesía de la Mutter con Karajan–, pero lleno de musicalidad y sin el menor deseo de llamar la atención a base de presuntos hallazgos. Por descontado que Standage no renuncia a una articulación plenamente historicista, pero es la musicalidad personificada: él sí que vuela en el Adagio. Y el clave al continuo resulta muy bienvenido.
La cosa en realidad es más sencilla de lo que parece: se puede hacer un gran Mozart y un mal Mozart tanto desde la tradición como desde lo "históricamente informado". Lo que importa es lo voluntariosos e inspirados que estén los artistas de turno. Y aquí la señora Faust(o), en otras ocasiones enorme violinista, se deja arrastrar por ese singular Mefistófeles –simpático y seductor, materializador de mil placeres, pero demonio al fin y al cabo– que es Giovanni Antonini.
Y ahora, la pregunta del millón: ¿hasta qué punto cambiará la solista sus maneras de hacer para acomodarse a los radicalmente distintos planteamientos del veteranísimo Haitink? ¡Qué ganas de ver lo que ocurre!
PD. Por si a alguien se le ocurriera iniciar un debate sobre el tema, que sepa que mañana salgo de viaje a Inglaterra y desde entonces me limitaré a darle entrada a los comentarios, pero nada más. Dejo un par de entradas programadas para los días de mi ausencia.
¿Resultados? Ni más ni menos que los esperados. Un Mozart lleno de vida, de entusiasmo y de color; un Mozart efervescente y contrastado a más no poder que rehúye los tópicos del presunto equilibrio y el distanciamiento neoclásico para decantarse por los claroscuros y por la teatralidad apostando por una enorme valentía en el fraseo. Pero también (¡cómo no!) un Mozart trivial, en exceso lúdico, coqueto en el peor sentido de la palabra y repleto de detalles de no ya de amaneramiento, sino de abierta cursilería. Y muy alicorto a la hora de lanzarse al vuelo poético: el sublime Adagio no solo no emociona lo más mínimo, sino que está lleno de sonoridades insoportables por parte de la señora Faust, aquí dispuesta a imitar los peores defectos de quien hubiéramos esperado en este disco, no otro que el horripilante Enrico Onofri.
"Este chico sigue sin tener ni idea de interpretación históricamente informada y odia visceralmente los instrumentos originales", pensarán los lectores de la kale barroka que se pasen por aquí. Pues miren ustedes, la grabación de Andrew Manze de 2005 me parece más sensata que ésta, no tanto por su labor solista –más bien inexpresiva– como por su muy notable dirección frente a The English Concert. Y la ya antigua de Simon Standage con Christopher Hogwood la encuentro sencillamente espléndida: a despecho de alguna frase en exceso repipi en el primer movimiento por parte del malogrado Chris, he ahí un Mozart "de verdad", ciertamente mucho antes ágil, luminoso y risueño que otra cosa –imposible olvidar la hondísima poesía de la Mutter con Karajan–, pero lleno de musicalidad y sin el menor deseo de llamar la atención a base de presuntos hallazgos. Por descontado que Standage no renuncia a una articulación plenamente historicista, pero es la musicalidad personificada: él sí que vuela en el Adagio. Y el clave al continuo resulta muy bienvenido.
La cosa en realidad es más sencilla de lo que parece: se puede hacer un gran Mozart y un mal Mozart tanto desde la tradición como desde lo "históricamente informado". Lo que importa es lo voluntariosos e inspirados que estén los artistas de turno. Y aquí la señora Faust(o), en otras ocasiones enorme violinista, se deja arrastrar por ese singular Mefistófeles –simpático y seductor, materializador de mil placeres, pero demonio al fin y al cabo– que es Giovanni Antonini.
Y ahora, la pregunta del millón: ¿hasta qué punto cambiará la solista sus maneras de hacer para acomodarse a los radicalmente distintos planteamientos del veteranísimo Haitink? ¡Qué ganas de ver lo que ocurre!
PD. Por si a alguien se le ocurriera iniciar un debate sobre el tema, que sepa que mañana salgo de viaje a Inglaterra y desde entonces me limitaré a darle entrada a los comentarios, pero nada más. Dejo un par de entradas programadas para los días de mi ausencia.
Reseña mínima: Axelrod, ROSS y los pecados
Compré entrada y cogí el coche para acudir al concierto de la Sinfónica de Sevilla y su titular John Axelrod de la noche del pasado viernes 7 con un programa en torno al pecado. Por motivos personales, me limito a hacer una reseña mínima.
Adagietto de El paraíso perdido de Penderecki: obra breve tan fácil de escuchar como de olvidar, irreprochablemente interpretada.
Francesca da Rimini de Tchaikovsky: esta sí, una obra maestra del romanticismo musical en interpretación magnífica, dirigida por Axelrod no con pinceles finos, pero sí con mucha convicción y fuerza comunicativa, planificando bien el arco global de tensiones y haciendo sonar a la orquesta con una rusticidad muy adecuada; sin miedo al decibelio, pero sin confundir tampoco el desgarro dramático con el exceso ni la vulgaridad. Intensa y bien cantada la sublime sección central. A la postre, lo mejor que le he escuchado al director tejano. Tenía preparada una discografía comparada para este blog, pero no ha podido ser.
Los siete pecados capitales, de Kurt Weill y Bertold Brecht: obra muy de los autores, para lo bueno y para lo no tan bueno, magníficamente tocada por la ROSS y muy bien dirigida por Axelrod, aunque a mí me hubiera gustado un punto más expresionosta, con más mordiente y visceralidad, tal y como hizo Heras-Casado al redescubrirnos Mahagonny en el Real. Espléndida actuación vocal y escénica de la atractiva mezzo Wallis Giunta, aunque no muy personal y abordando su parte con más elegancia y patetismo que con ironía o con cierto espíritu canalla. Notable pero con desigualdades el cuarteto de voces masculinas del Coro de la A. A. del Teatro de la Maestranza.
No había sobretítulos, aunque sí traducción en el programa de mano, que solo pudimos seguir quienes estábamos cerca del escenario y recibíamos la luz del mismo.
Adagietto de El paraíso perdido de Penderecki: obra breve tan fácil de escuchar como de olvidar, irreprochablemente interpretada.
Francesca da Rimini de Tchaikovsky: esta sí, una obra maestra del romanticismo musical en interpretación magnífica, dirigida por Axelrod no con pinceles finos, pero sí con mucha convicción y fuerza comunicativa, planificando bien el arco global de tensiones y haciendo sonar a la orquesta con una rusticidad muy adecuada; sin miedo al decibelio, pero sin confundir tampoco el desgarro dramático con el exceso ni la vulgaridad. Intensa y bien cantada la sublime sección central. A la postre, lo mejor que le he escuchado al director tejano. Tenía preparada una discografía comparada para este blog, pero no ha podido ser.
Los siete pecados capitales, de Kurt Weill y Bertold Brecht: obra muy de los autores, para lo bueno y para lo no tan bueno, magníficamente tocada por la ROSS y muy bien dirigida por Axelrod, aunque a mí me hubiera gustado un punto más expresionosta, con más mordiente y visceralidad, tal y como hizo Heras-Casado al redescubrirnos Mahagonny en el Real. Espléndida actuación vocal y escénica de la atractiva mezzo Wallis Giunta, aunque no muy personal y abordando su parte con más elegancia y patetismo que con ironía o con cierto espíritu canalla. Notable pero con desigualdades el cuarteto de voces masculinas del Coro de la A. A. del Teatro de la Maestranza.
No había sobretítulos, aunque sí traducción en el programa de mano, que solo pudimos seguir quienes estábamos cerca del escenario y recibíamos la luz del mismo.
jueves, 6 de julio de 2017
Rattle y la London Symphony en Granada (y II): Berlioz, Sibelius, Brahms
Abriendo el segundo concierto en el Festival de Granada –del primero hablé en la entrada anterior–, Rattle y la London Symphony ofrecieron El carnaval romano de Berlioz, en interpretación ortodoxa y
sensata, dicha con pinceles finos, exquisito gusto y esa chispa juvenil que
caracteriza a Sir Simon. Magnífica, sin duda, aunque es cierto que ni en la segunda parte terminó de ser todo lo
bulliciosa que podría haber sido ni, sobre todo, en la primera logró destapar el tarro de
las esencias poéticas que tan maravillosamente supo destilar Sir Colin Davis con la misma orquesta en su memorable grabación de 1965. Magnífico el solo de corno inglés.
Me gustó mucho cómo dirigió Rattle el Concierto para violín de Sibelius, más que en los dos registros suyos que comenté en la discografía comparada. Fue la suya una dirección magníficamente sonada, de planificación impecable, poderosa cuando tenía que serlo y dotada de gran vuelo lírico. Y acertó estilísticamente en ese punto intermedio que la obra marca en la trayectoria del compositor, es decir, entre las deudas con el romanticismo y lo que iba a ser su estilo maduro. La orquesta rindió de manera soberbia, sin excesiva opulencia pero tampoco con la necesidad de marcar asperezas.
Janine Jansen era a priori una solista de lujo. El pasado lunes 3 de julio no tuvo su mejor noche en lo técnico: aparte de un ataque por completo gafado casi al final del primer movimiento, hubo vacilaciones e inseguridades varias. La violinista miraba de vez en cuando a Rattle como pidiendo disculpas, y éste le replicaba con infinita comprensión. Lógico: se trata de un concierto casi "intocable", y les aseguro que tengo una grabación radiofónica de la mismísima Anne-Sophie Mutter donde la violinista alemana desafina cosa mala. Miren, a mí estas cosas no me importan mucho, como tampoco valoro especialmente que el sonido de Jansen sea de una belleza increíble (¡qué registro grave, cielo santo!) y que, pese a los reparos expuestos, sorteara la mayoría de los terribles escollos técnicos de la obra de manera más que satisfactoria. Lo que más me interesa es eso que se llama interpretación.
Y aquí debo reconocer que la Jansen me dio una muy agradable sorpresa, porque ya le había escuchado la página en directo, con Mariss Jansons y la Orquesta del Concertgebouw en Murcia, allá por 2010, y no me había convencido. Escribí entonces que la holandesa "ofreció un sonido de gran belleza y un virtuosismo a prueba de bombas, pero su visión de la obra fue meramente contemplativa, muy tímida en el aspecto expresivo y, por ende, bastante superficial". Esta vez me ha gustado mucho más. Quizá haya influido que en aquella ocasión mi asiento estaba lejos del escenario y el violín de Jansen, no muy poderoso, quedaba un tanto en segundo plano; en el Carlos V estuve en fila 3 y pude escucharlo mucho mejor. O quizá es que un servidor acudiera a Granada ya preparado a lo que iba a ser el enfoque de la artista: efectivamente, mucho antes lírico que dramático. Pero también creo que los años no pasan en balde, y que la bellísima artista ha madurado su concepto, ha profundizado en las notas y ha sabido inyectar una mayor dosis de sinceridad y energía a su aproximación. Lo mejor del concierto estuvo en la propina: acompañada de algunos primeros atriles de la LSO, Jansen ofreció una Nana de Federico García Lorca para derramar lágrimas. Salí al intermedio acongojado.
"Por su carácter sencillo y luminoso, la obra ha sido conocida a menudo como la Pastoral de Brahms", afirma en sus notas al programa Pablo J. Vayón sobre la Segunda sinfonía del hamburgués. Los dos temas de la forma sonata del primer movimiento, afirma, "tienen un aire de serena cantabilidad, el segundo en exquisito ritmo de vals". El Allegro grazioso "es una danza ligera y de aire popular (...) que no pierde en ningún momento ni la elegancia ni la compostura clásica", concluyendo el autor que "la Sinfonía en re mayor es puro Brahms, un Brahms lírico y hasta juguetón".
Quien comparta semejantes valoraciones expresivas no tendrá duda a la hora de calificar la interpretación de Rattle como insuperable. Pero yo no las comparto. En absoluto. Queda claro que no estamos aquí en el terreno abiertamente trágico de las dos siguientes sinfonías brahmsianas, y el carácter afirmativo del último movimiento de la op. 37 parece fuera de duda; tampoco se puede negar que en la partitura existan elementos lúdicos y un socarrón sentido del humor. Pero mí me parece que lo que singulariza a Brahms es una muy particular mezcla de ternura, reflexión humanística, amargor y desgarro emocional, y que todo eso está por completo presente en esta partitura, al menos en sus dos primeros movimientos.
De los dos temas de la forma sonata del Allegro non troppo, el primero resulta no poco agitado, mientras que el segundo –melodía tan parecida a la celebérrima canción de cuna del mismo autor– posee un fortísimo sabor agridulce que se clava en el corazón como un verdadero puñal cuando recibe una interpretación de verdadera altura: si conocen lo de Giulini/Viena –uno de los más grandes discos sinfónicos que jamás he escuchado– saben bien de qué les estoy hablando. Todo el desarrollo del movimiento es, asimismo, una contraposición entre amor y dolor, entre vuelo lírico y dramatismo escarpado, alcanzando sus clímax una fuerza desgarradora. Además de la grabación antes citada, escuchen por ejemplo a Bernard Haitink con la propia London Symphony, como estoy haciendo yo ahora mismo. Rattle parece no ver nada de esto: se limita a ofrecer una traducción de enorme belleza formal sin fondo trágico, además de carente de ese particular sonido brahmsiano que solo unos pocos directores vivos (Haitink, Barenboim y Nelsons, quizá también Muti) son capaces de ofrecer hoy.
A mi modo de ver, un dolor intenso, por momentos intensísimo y con elevados picos de tensión, debe recorrer el Adagio non troppo de principio a fin. El maestro de Liverpool fraseó sus melodías con cantabilidad suprema (¡portentosa la cuerda de la LSO, mejor aún que el día anterior!) pero suavizando aristas tanto sonoras como expresivas, sin hurgar en el trasfondo de los pentagramas. En Granada, afortunadamente, no cayó en la tentación de ofrecer las sonoridades relamidas de las que hizo gala con la Filarmónica de Berlín en su filmación de 2016, disponible en la Digital Concert Hall. A partir de ahí, Rattle se encontró muchísimo más en su elemento expresivo, inyectando a los dos últimos movimientos una buena dosis de ese empuje, de esa frescura y de ese sentido del humor –antes risueño que jocoso– que caracterizan a su batuta, mas sin dejar de desplegar el músculo y el carácter dionisíaco que ambos necesitan. El aplauso del respetable fue grande.
De propina, ya cerca de la una de la madrugada, la Danza eslava nº 7 de Dvorák. Me pareció un prodigio de ritmo y chispa por parte del maestro y los miembros de una LSO entregadísima y venciendo el cansancio –había cola de músicos en la máquina del café durante el intermedio–, pero aquí la deficiente acústica de la planta baja del palacio diseñado por Pedro Machuca se hizo más evidente que en el resto de la noche: el desequilibrio de planos se hizo molesto. Ah, hubo firma de autógrafos por parte de una muy paciente, amable y educada Janine Jansen. Yo me compré su Prokofiev.
PD. Las fotos las he tomado del Facebook oficial de la LSO.
Me gustó mucho cómo dirigió Rattle el Concierto para violín de Sibelius, más que en los dos registros suyos que comenté en la discografía comparada. Fue la suya una dirección magníficamente sonada, de planificación impecable, poderosa cuando tenía que serlo y dotada de gran vuelo lírico. Y acertó estilísticamente en ese punto intermedio que la obra marca en la trayectoria del compositor, es decir, entre las deudas con el romanticismo y lo que iba a ser su estilo maduro. La orquesta rindió de manera soberbia, sin excesiva opulencia pero tampoco con la necesidad de marcar asperezas.
Y aquí debo reconocer que la Jansen me dio una muy agradable sorpresa, porque ya le había escuchado la página en directo, con Mariss Jansons y la Orquesta del Concertgebouw en Murcia, allá por 2010, y no me había convencido. Escribí entonces que la holandesa "ofreció un sonido de gran belleza y un virtuosismo a prueba de bombas, pero su visión de la obra fue meramente contemplativa, muy tímida en el aspecto expresivo y, por ende, bastante superficial". Esta vez me ha gustado mucho más. Quizá haya influido que en aquella ocasión mi asiento estaba lejos del escenario y el violín de Jansen, no muy poderoso, quedaba un tanto en segundo plano; en el Carlos V estuve en fila 3 y pude escucharlo mucho mejor. O quizá es que un servidor acudiera a Granada ya preparado a lo que iba a ser el enfoque de la artista: efectivamente, mucho antes lírico que dramático. Pero también creo que los años no pasan en balde, y que la bellísima artista ha madurado su concepto, ha profundizado en las notas y ha sabido inyectar una mayor dosis de sinceridad y energía a su aproximación. Lo mejor del concierto estuvo en la propina: acompañada de algunos primeros atriles de la LSO, Jansen ofreció una Nana de Federico García Lorca para derramar lágrimas. Salí al intermedio acongojado.
"Por su carácter sencillo y luminoso, la obra ha sido conocida a menudo como la Pastoral de Brahms", afirma en sus notas al programa Pablo J. Vayón sobre la Segunda sinfonía del hamburgués. Los dos temas de la forma sonata del primer movimiento, afirma, "tienen un aire de serena cantabilidad, el segundo en exquisito ritmo de vals". El Allegro grazioso "es una danza ligera y de aire popular (...) que no pierde en ningún momento ni la elegancia ni la compostura clásica", concluyendo el autor que "la Sinfonía en re mayor es puro Brahms, un Brahms lírico y hasta juguetón".
Quien comparta semejantes valoraciones expresivas no tendrá duda a la hora de calificar la interpretación de Rattle como insuperable. Pero yo no las comparto. En absoluto. Queda claro que no estamos aquí en el terreno abiertamente trágico de las dos siguientes sinfonías brahmsianas, y el carácter afirmativo del último movimiento de la op. 37 parece fuera de duda; tampoco se puede negar que en la partitura existan elementos lúdicos y un socarrón sentido del humor. Pero mí me parece que lo que singulariza a Brahms es una muy particular mezcla de ternura, reflexión humanística, amargor y desgarro emocional, y que todo eso está por completo presente en esta partitura, al menos en sus dos primeros movimientos.
De los dos temas de la forma sonata del Allegro non troppo, el primero resulta no poco agitado, mientras que el segundo –melodía tan parecida a la celebérrima canción de cuna del mismo autor– posee un fortísimo sabor agridulce que se clava en el corazón como un verdadero puñal cuando recibe una interpretación de verdadera altura: si conocen lo de Giulini/Viena –uno de los más grandes discos sinfónicos que jamás he escuchado– saben bien de qué les estoy hablando. Todo el desarrollo del movimiento es, asimismo, una contraposición entre amor y dolor, entre vuelo lírico y dramatismo escarpado, alcanzando sus clímax una fuerza desgarradora. Además de la grabación antes citada, escuchen por ejemplo a Bernard Haitink con la propia London Symphony, como estoy haciendo yo ahora mismo. Rattle parece no ver nada de esto: se limita a ofrecer una traducción de enorme belleza formal sin fondo trágico, además de carente de ese particular sonido brahmsiano que solo unos pocos directores vivos (Haitink, Barenboim y Nelsons, quizá también Muti) son capaces de ofrecer hoy.
A mi modo de ver, un dolor intenso, por momentos intensísimo y con elevados picos de tensión, debe recorrer el Adagio non troppo de principio a fin. El maestro de Liverpool fraseó sus melodías con cantabilidad suprema (¡portentosa la cuerda de la LSO, mejor aún que el día anterior!) pero suavizando aristas tanto sonoras como expresivas, sin hurgar en el trasfondo de los pentagramas. En Granada, afortunadamente, no cayó en la tentación de ofrecer las sonoridades relamidas de las que hizo gala con la Filarmónica de Berlín en su filmación de 2016, disponible en la Digital Concert Hall. A partir de ahí, Rattle se encontró muchísimo más en su elemento expresivo, inyectando a los dos últimos movimientos una buena dosis de ese empuje, de esa frescura y de ese sentido del humor –antes risueño que jocoso– que caracterizan a su batuta, mas sin dejar de desplegar el músculo y el carácter dionisíaco que ambos necesitan. El aplauso del respetable fue grande.
De propina, ya cerca de la una de la madrugada, la Danza eslava nº 7 de Dvorák. Me pareció un prodigio de ritmo y chispa por parte del maestro y los miembros de una LSO entregadísima y venciendo el cansancio –había cola de músicos en la máquina del café durante el intermedio–, pero aquí la deficiente acústica de la planta baja del palacio diseñado por Pedro Machuca se hizo más evidente que en el resto de la noche: el desequilibrio de planos se hizo molesto. Ah, hubo firma de autógrafos por parte de una muy paciente, amable y educada Janine Jansen. Yo me compré su Prokofiev.
PD. Las fotos las he tomado del Facebook oficial de la LSO.
miércoles, 5 de julio de 2017
Rattle y la London Symphony en Granada (I): Sexta de Mahler
Dos conciertos de Sir Simon Rattle y la London Symphony Orchestra en el
Palacio de Carlos V de Granada, dentro de la edición nº 66 del Festival de
Música y Danza. Tengo muchas cosas que decir, así que en esta entrada me limito
al primero de ellos: Sexta sinfonía de Mahler la noche del domingo 2 de
julio.
Para empezar, ¿cómo anda la orquesta de la que pronto Sir Simon se va a convertir en nuevo titular? Muy bien, gracias. Pero no es la Filarmónica de Berlín. La LSO puede presumir de ser la mejor orquesta británica, y sin duda se puede contar entre las diez mejores de Europa, pero no posee la altura de las tres más grandes, obviamente Concertgebow, Filarmónica de Viena y la citada formación berlinesa. No me refiero a tanto a una cuestión técnica como a la personalidad del sonido global y, sobre todo, a la musicalidad de sus solistas. Tengo la sensación de que la época del mediocre Gergiev ha dejado a sus miembros un poco descolocados, trabajando por inercia más que otra cosa; y también me da en la nariz de que con Rattle eso se va a arreglar pronto, de que el enorme entusiasmo de las ideas musicales y extramusicales del de Liverpool va a hacer que todos den lo mejor de sí mismos.
Dicho esto, se puede puntualizar un poco. En ambos conciertos estuve en la
fila tres del patio de butacas –no hubo manera de conseguir una entrada arriba,
que es donde mejor se escucha– y noté cierta falta de empaste en los violines,
circunstancia que podría deberse a la acústica desde mi posición: tengo previsto
escucharles la semana que viene en el Barbican Hall en mucho mejor ubicación,
así que ya les contaré si la impresión se confirma o desaparece. Ciertamente
hubo algún despiste en uno de los pasajes más tempestuosos del primer movimiento
de la sinfonía mahleriana entre los primeros violines, entiendo que por completo
disculpable. Y confieso que el serbio Gordan Nikolitch, según mi apreciado José
Antonio Cantón (leer
crítica) uno de los mejores concertinos del mundo, no me pareció nada del otro jueves. Sí
me gustaron mucho los violonchelos, de muy hermoso sonido, como también los
contrabajos. La madera me pareció francamente buena. Y por completo sensacional
el metal, con algunos solistas increíbles: trompa y tuba son para ponerles un
monumento. Aun con los reparos expuestos, escuchar una orquesta así en directo
supone un verdadero lujo para el oído.
Sexta de Mahler. A ver, hace poco puse por las nubes la interpretación del mismo director con la Filarmónica de Berlín. Esta me ha gustado un poco menos. Solo un poco. En parte por la, como digo, no tan increíble calidad de la orquesta. Y en parte porque en los últimos días he vuelto a escuchar interpretaciones o escuchado por primera vez algunas otras versiones discográficas. Y con todas ellas en mente puedo valorar con mejor perspectiva el acercamiento del maestro británico, irregular mahleriano que en este repertorio a veces fracasa –Segunda–, a veces se queda a mitad de camino –Quinta– y a veces triunfa, como es el caso de la obra que nos ocupa. Cierto es que Rattle raramente se interesa por el lado más dramático de la música, pero con esta obra parece tener una especial sintonía: trazo finísimo –imposible olvidar el bodrio de esta misma orquesta con Gerviev–, nada de ingravideces ni de amaneramientos, explosiones sonoras tan espectaculares como controladas y una enorme dosis de frescura y comunicatividad distinguen su acercamiento.
Así las cosas, Rattle ofreció un primer movimiento magnífico. No muy atmosférico ni ominoso, pero sí adecuadamente épico, sabiendo no confundir a este carácter con lo jubiloso –error de varios directores, entre ellos el mismísimo Bernstein en la más antigua de sus grabaciones– y dotándolo de un enorme sentido de la continuidad. El Andante moderato –en segunda posición– estuvo cantado y sonado con gran belleza; otra cosa es que a mí me gusten visiones más agónicas que líricas, y lo que hiciera Rattle fuera decantarse más bien por lo segundo. Por otra parte, su gran clímax me pareció más nervioso que intenso, vehemente más no muy visionario. Muy notable el Scherzo, poco personal y quizá no tan enérgico como el de Berlín –que estoy volviendo a escuchar mientras escribo estas líneas–, pero sí muy atento a la variedad expresiva que encierra. Además, estuvo impecablemente desmenuzado: el virtuosismo de las maderas de la LSO quedó bien en evidencia.
Lo mejor de la interpretación, en cualquier caso, vino con ese genial último movimiento que marca una de las cimas de toda la creación sinfónica universal. Aquí el maestro supo hacer gala de vehemencia, de empuje y de garra dramática bajo un perfecto control de los medios –su técnica de batuta es colosal–, sin caer en precipitaciones y haciendo gala de riquísimas e incisivas texturas bien remachadas por esos dos golpes de martillo que ningún subwoofer del mundo es capaz de reproducir. Únicamente, por poner una pega, me hubiera gustado un clímax final –ése donde iría el tercer golpe de martillo– un poco más tremendo, y una coda aún más ominosa. ¿Del uno al diez? Un nueve para esta interpretación. O sea, algo muy difícil de presenciar en directo. Éxito colosal.
Se me olvidaba: aunque para la acústica sea un problema, ¡qué gustazo tener a Rattle a solo unos metros y disfrutar de su bellísima, entusiasta y comunicativa gestualidad!
Para empezar, ¿cómo anda la orquesta de la que pronto Sir Simon se va a convertir en nuevo titular? Muy bien, gracias. Pero no es la Filarmónica de Berlín. La LSO puede presumir de ser la mejor orquesta británica, y sin duda se puede contar entre las diez mejores de Europa, pero no posee la altura de las tres más grandes, obviamente Concertgebow, Filarmónica de Viena y la citada formación berlinesa. No me refiero a tanto a una cuestión técnica como a la personalidad del sonido global y, sobre todo, a la musicalidad de sus solistas. Tengo la sensación de que la época del mediocre Gergiev ha dejado a sus miembros un poco descolocados, trabajando por inercia más que otra cosa; y también me da en la nariz de que con Rattle eso se va a arreglar pronto, de que el enorme entusiasmo de las ideas musicales y extramusicales del de Liverpool va a hacer que todos den lo mejor de sí mismos.
Sexta de Mahler. A ver, hace poco puse por las nubes la interpretación del mismo director con la Filarmónica de Berlín. Esta me ha gustado un poco menos. Solo un poco. En parte por la, como digo, no tan increíble calidad de la orquesta. Y en parte porque en los últimos días he vuelto a escuchar interpretaciones o escuchado por primera vez algunas otras versiones discográficas. Y con todas ellas en mente puedo valorar con mejor perspectiva el acercamiento del maestro británico, irregular mahleriano que en este repertorio a veces fracasa –Segunda–, a veces se queda a mitad de camino –Quinta– y a veces triunfa, como es el caso de la obra que nos ocupa. Cierto es que Rattle raramente se interesa por el lado más dramático de la música, pero con esta obra parece tener una especial sintonía: trazo finísimo –imposible olvidar el bodrio de esta misma orquesta con Gerviev–, nada de ingravideces ni de amaneramientos, explosiones sonoras tan espectaculares como controladas y una enorme dosis de frescura y comunicatividad distinguen su acercamiento.
Así las cosas, Rattle ofreció un primer movimiento magnífico. No muy atmosférico ni ominoso, pero sí adecuadamente épico, sabiendo no confundir a este carácter con lo jubiloso –error de varios directores, entre ellos el mismísimo Bernstein en la más antigua de sus grabaciones– y dotándolo de un enorme sentido de la continuidad. El Andante moderato –en segunda posición– estuvo cantado y sonado con gran belleza; otra cosa es que a mí me gusten visiones más agónicas que líricas, y lo que hiciera Rattle fuera decantarse más bien por lo segundo. Por otra parte, su gran clímax me pareció más nervioso que intenso, vehemente más no muy visionario. Muy notable el Scherzo, poco personal y quizá no tan enérgico como el de Berlín –que estoy volviendo a escuchar mientras escribo estas líneas–, pero sí muy atento a la variedad expresiva que encierra. Además, estuvo impecablemente desmenuzado: el virtuosismo de las maderas de la LSO quedó bien en evidencia.
Lo mejor de la interpretación, en cualquier caso, vino con ese genial último movimiento que marca una de las cimas de toda la creación sinfónica universal. Aquí el maestro supo hacer gala de vehemencia, de empuje y de garra dramática bajo un perfecto control de los medios –su técnica de batuta es colosal–, sin caer en precipitaciones y haciendo gala de riquísimas e incisivas texturas bien remachadas por esos dos golpes de martillo que ningún subwoofer del mundo es capaz de reproducir. Únicamente, por poner una pega, me hubiera gustado un clímax final –ése donde iría el tercer golpe de martillo– un poco más tremendo, y una coda aún más ominosa. ¿Del uno al diez? Un nueve para esta interpretación. O sea, algo muy difícil de presenciar en directo. Éxito colosal.
Se me olvidaba: aunque para la acústica sea un problema, ¡qué gustazo tener a Rattle a solo unos metros y disfrutar de su bellísima, entusiasta y comunicativa gestualidad!
lunes, 3 de julio de 2017
Janine Jansons y Antonio Pappano: Bartók sí, Brahms no tanto
Como esta noche actúa en Granada Janine Jansen haciendo Sibelius, traigo ahora –he escrito estas líneas hace días: ahora mismo debo de andar merodeando por la Alhambra– este disco del sello Decca en el que la violinista holandesa une sus fuerzas a las de Antonio Pappano para interpretar el Concierto para violín nº 1 de Béla Bartók y el Concierto para violín de Johannes Brahms, grabaciones de agosto de 2014 y de febrero de 2015 respectivamente, realizada la primera de ellas con la London Symphony y la segunda con la Orquesta de la Academia Nacional de Santa Cecilia de Roma.
La interpretación de la obra del húngaro es un triunfo, luciendo Jansen un violín de sonido y fraseo muy hermosos, pero también atento a ofrecer asperezas: lirismo de altos vuelos e intensidad dramática se conjugan a la perfeccin mediando una enorme sinceridad expresiva. Pappano se mueve como pez en el agua en este despliegue de ritmos y colores, sabiendo ser incisivo e inmediato pero también adecuadamente poético. Por desgracia los ingenieros de Decca realizaron la toma a un volumen excesivamente alto, por lo que ésta no ofrece toda la dinámica deseable al llegar a los grandes clímax del segundo movimiento. Gran interpretación, en cualquier caso, aun sin llegar al increíble nivel de Kyung-Wha Chung con Solti y la Sinfónica de Chicag.
Las cosas no funcionan igual de bien en Brahms. El maestro londinense ofrece toda esa dosis de vitalidad, de extroversión, de vehemencia bien controlada, de frescura digamos que juvenil, sincera y alejada de cualquier afectación, que caracterizan a su batuta. Lo hace, además, trabajando a su orquesta romana con pinceles finos y ofreciendo apreciables dosis de belleza sonora. Pero no termina de sintonizar con esta música. O quizá no soy yo el que conecta con su idea de la partitura: luminosa y algo ligera, epidérmica antes que reflexiva, carente de esa sonoridad atercopelada y ese color dorado un punto otoñal que necesita este repertorio. Tampoco es muy imaginativa a la hora de desplegar matices, e incluso resulta rutinaria en determinadas frases del primer movimiento en las que no aparece esa ternura agridulce, tan intensa como controlada, que es inconfundible en el compositor de Hamburgo.
Algo parecido le ocurre a Janine Jansen, dueña de un sonido increiblemente hermoso pero no el más adecuado –hace falta más carne– para Brahms, y de un temperamento lírico a veces un tanto liviano, de poesía antes contemplativa que doliente y no muy interesado por el enfrentamiento dramático con la orquesta. Justamente lo que le ocurrió cuando le escuché el concierto de Sibelius con Jansons en Murcia. Veremos qué hace esta noche.
La interpretación de la obra del húngaro es un triunfo, luciendo Jansen un violín de sonido y fraseo muy hermosos, pero también atento a ofrecer asperezas: lirismo de altos vuelos e intensidad dramática se conjugan a la perfeccin mediando una enorme sinceridad expresiva. Pappano se mueve como pez en el agua en este despliegue de ritmos y colores, sabiendo ser incisivo e inmediato pero también adecuadamente poético. Por desgracia los ingenieros de Decca realizaron la toma a un volumen excesivamente alto, por lo que ésta no ofrece toda la dinámica deseable al llegar a los grandes clímax del segundo movimiento. Gran interpretación, en cualquier caso, aun sin llegar al increíble nivel de Kyung-Wha Chung con Solti y la Sinfónica de Chicag.
Las cosas no funcionan igual de bien en Brahms. El maestro londinense ofrece toda esa dosis de vitalidad, de extroversión, de vehemencia bien controlada, de frescura digamos que juvenil, sincera y alejada de cualquier afectación, que caracterizan a su batuta. Lo hace, además, trabajando a su orquesta romana con pinceles finos y ofreciendo apreciables dosis de belleza sonora. Pero no termina de sintonizar con esta música. O quizá no soy yo el que conecta con su idea de la partitura: luminosa y algo ligera, epidérmica antes que reflexiva, carente de esa sonoridad atercopelada y ese color dorado un punto otoñal que necesita este repertorio. Tampoco es muy imaginativa a la hora de desplegar matices, e incluso resulta rutinaria en determinadas frases del primer movimiento en las que no aparece esa ternura agridulce, tan intensa como controlada, que es inconfundible en el compositor de Hamburgo.
Algo parecido le ocurre a Janine Jansen, dueña de un sonido increiblemente hermoso pero no el más adecuado –hace falta más carne– para Brahms, y de un temperamento lírico a veces un tanto liviano, de poesía antes contemplativa que doliente y no muy interesado por el enfrentamiento dramático con la orquesta. Justamente lo que le ocurrió cuando le escuché el concierto de Sibelius con Jansons en Murcia. Veremos qué hace esta noche.
sábado, 1 de julio de 2017
Una Sexta de Mahler diferente: Pappano en Roma
Mañana domingo es el gran día: si todo va bien en la carretera, podré disfrutar de la Sexta de Mahler por Rattle y la London Symphony en Granada. Al hilo de este evento, he querido traer aquí una interpretación de la genial página mahleriana que he descubierto ayer mismo y que me ha parecido interesante por ofrecer una visión distinta a la que estamos acostumbrados: Antonio Pappano y Orquesta de la Academia Nacional de Santa Cecilia, grabación en vivo –con abundantes toses y toma sonora no muy allá– realizada por el sello EMI entre el 8 y el 11 de enero de 2011.
Lo que distingue a esta lectura es algo que quizá tenga que ver con la trayectoria del maestro como director de foso: su desarrolladísimo sentido de la cantabilidad, entendida ésta no solo como delectación melódica, sino también como una mezcla de sensualidad, vuelo lírico y apasionamiento. ¿Mahler va a la ópera? Algo así. A la ópera italiana, para concretar: Pappano será londinense de nacimiento, pero como me confesó a mí mismo durante una firma de autógrafos, se le notan los genes. Y mucho. Obviamente es en un Andante moderato –colocado en tercer lugar– dicho con gran vuelo poético, aunque poco agónico y no todo lo intenso que podía haber sido, donde semejante circunstancia queda más en evidencia, pero no sólo en él. El maestro está atento a todos esos momentos de la partitura donde puede recrearse en la fuerza de la melodía, y lo hace sin caer en esos preciosismos ni esas ingravideces con que lo hacen otros directores. Muchos pasajes suenan casi nuevos bajo su batuta.
Hay otras virtudes importantes en esta lectura, como pueden ser la atención que se presta a la atmósfera en el primer movimiento o el desarrolladísimo sentido expresivo del color en las intervenciones de las maderas en el segundo, cuyo final está matizado de manera original y acertada. Pero se detectan también dos graves limitaciones. Una es la discontinuidad del discurso: el primer movimiento está dicho con considerable amplitud (24'33), y aunque eso le permite explorar mejor los referidos recovecos góticos, la arquitectura se ve lastrada por cierta discontinuidad en el discurso. En el resto de la interpretación, también tendente a la lentitud, las cosas funcionan mejor en ese sentido, pero ahí salta el otro problema: las limitaciones de una orquesta que en el último movimiento se las ve y las desea para estar a la altura. En él tampoco Pappano está muy inspirado: comienza con algunos efectismos y finaliza sin la suficiente garra dramática, intentando entremedias inyectar la frescura y el fuego que usualmente le caracterizan, pero sin terminar de dar unidad a la página.
En definitiva, una interpretación distinta que todo buen mahleriano debería conocer. Pero nada más. ¿Referencias? La de Barbirolli en EMI y la de Bernstein de 1988, aunque no podemos olvidar los vídeos del propio Bernstein y de Rattle.
Lo que distingue a esta lectura es algo que quizá tenga que ver con la trayectoria del maestro como director de foso: su desarrolladísimo sentido de la cantabilidad, entendida ésta no solo como delectación melódica, sino también como una mezcla de sensualidad, vuelo lírico y apasionamiento. ¿Mahler va a la ópera? Algo así. A la ópera italiana, para concretar: Pappano será londinense de nacimiento, pero como me confesó a mí mismo durante una firma de autógrafos, se le notan los genes. Y mucho. Obviamente es en un Andante moderato –colocado en tercer lugar– dicho con gran vuelo poético, aunque poco agónico y no todo lo intenso que podía haber sido, donde semejante circunstancia queda más en evidencia, pero no sólo en él. El maestro está atento a todos esos momentos de la partitura donde puede recrearse en la fuerza de la melodía, y lo hace sin caer en esos preciosismos ni esas ingravideces con que lo hacen otros directores. Muchos pasajes suenan casi nuevos bajo su batuta.
Hay otras virtudes importantes en esta lectura, como pueden ser la atención que se presta a la atmósfera en el primer movimiento o el desarrolladísimo sentido expresivo del color en las intervenciones de las maderas en el segundo, cuyo final está matizado de manera original y acertada. Pero se detectan también dos graves limitaciones. Una es la discontinuidad del discurso: el primer movimiento está dicho con considerable amplitud (24'33), y aunque eso le permite explorar mejor los referidos recovecos góticos, la arquitectura se ve lastrada por cierta discontinuidad en el discurso. En el resto de la interpretación, también tendente a la lentitud, las cosas funcionan mejor en ese sentido, pero ahí salta el otro problema: las limitaciones de una orquesta que en el último movimiento se las ve y las desea para estar a la altura. En él tampoco Pappano está muy inspirado: comienza con algunos efectismos y finaliza sin la suficiente garra dramática, intentando entremedias inyectar la frescura y el fuego que usualmente le caracterizan, pero sin terminar de dar unidad a la página.
En definitiva, una interpretación distinta que todo buen mahleriano debería conocer. Pero nada más. ¿Referencias? La de Barbirolli en EMI y la de Bernstein de 1988, aunque no podemos olvidar los vídeos del propio Bernstein y de Rattle.
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