Hay cosas que a los mayores nos resultan indiferentes pero
que a los niños les puede llamar poderosamente la atención. Seguro que ustedes
albergan en algún rincón de su memoria objetos de su infancia que por
algún motivo u otro ejercían sobre su mente un particular magnetismo. A mí me
pasó, siendo todavía muy pequeño, con la portada de un disco en la colección de
mi padre que ponía
Peer Gynt – Oivin Fjeldstad – Orquesta Sinfónica de
Londres. Cuando aprendí a leer los dos primeros nombres me quedaba contrariado
por resultarme impronunciables, pero lo que realmente me atraía era la imagen de
la portada, precisamente una ilustración de la obra de Ibsen en la que se ve al
protagonista en la corte del Rey de la Montaña. No sabía de que iba el rollo, claro, pero la combinación de esa imagen con el contenido del disco, que en
casa se ponía bastante, me debió dejar huella.
El vinilo aún lo conservamos, y precisamente lo tengo en este momento a mi lado.
La portada es muy parecida a la que he tomado de internet, solo que la edición
es española –discos Columbia– y de sonido monofónico, aunque el original fuera
estéreo. La grabación, para ser concretos, se realizó en el hoy desaparecido
Kingsway Hall de Londres entre el 17 y el 19 de febrero de 1958, con una toma
digna para la época pero también un punto distorsionada y estridente incluso
en la edición que he tenido la oportunidad de escuchar ahora, la realizada en
Japón reprocesando el original a 96 kHz/24-bit. Se tuvo a bien incluir más
música de la habitual: además de las
Suites nº 1 y 2, se añadieron el
Preludio y la
burlesca
Danza de la hija del Rey de la Montaña, aunque ésta colocada al final.
Lo que no hay son solistas vocales ni coro.
¿Qué he ha parecido la interpretación? Pues desde luego no llega a la altura
de aquella con la que muchos años más tarde de conocer el referido vinilo
aprendí a amar esta música, la de Barbirolli para el sello EMI, pero aun así me ha parecido muy
notable. La mayor virtud del maestro noruego es que su Grieg suena precisamente
a eso, a Grieg, con toda su sana rusticidad y evitando pulir en exceso las
texturas y ofrecer narcicismos sonoros. Pero tampoco es que se trate de una
interpretación basta, en modo alguno: la música está bien paladeada en lo
melódico, el fraseo es muy natural, se revelan detalles interesantes en la
orquestación –en la
Danza árabe, por ejemplo- y la celebérrima
Cueva del Rey de
la Montaña está tratada con adecuada sorna y planificando un amplísimo
accelerando desde el arranque hasta su apoteósico final.
Un disco recomendable, desde luego, y muy superior al tan cacareado de Thomas
Beecham, quien quitando su muy británico sentido del humor ofrece una recreación
más bien pesadota y prosaica, dicho sea de paso. Eso sí, Barbirolli sigue siendo
para mi gusto el número uno en esta música maravillosa. ¿El problema? La del Baronet se encuentra por todas partes, pero las de Fjeldstad y Barbirolli son difíciles de localizar.
2 comentarios:
Me va a obligar a volver a escuchar a Oivin Fjeldstad en el concierto de Sibelius con Ricci, del que tengo muy buen recuerdo.
Me imagino que ya no está en trance de muerte. Suele pasar, uno no puede estar muerto y escribiendo a la vez.
Pues no sé si estoy muerto ya, pero la verdad es que las cosas se han complicado por las secuelas de la epidural: el dolor de cabeza es espantoso. Uf.
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