Lo primero, el asunto de la orquesta. Parece claro que con instrumentos que son copias de los de la época y la localización geográfica de Debussy esta música suena diferente. En algunos pasajes, muy diferente. Ahora bien, ¿lo hace de manera más adecuada? Es dudoso. Se pierde en peso y se gana en levedad, pero no estoy seguro de que semejantes ingravideces sean necesarias para desplegar la gama de sugerencias que tenía en mente Debussy. Tampoco estoy convencido de que directores tradicionales al frente de formaciones no adecuadas hayan sido incapaces de recrear con verdadera magia las texturas difuminadas y vaporosas del compositor. ¿Se acuerdan de Celibidache?
Ciertamente con estos instrumentos la tímbrica suena renovada, pero el que ésta sea más cercana a la que conoció Debussy no la hace siempre más atractiva. Sin ir más lejos, los trombones en el final de La mer pueden resultar agrios para el oyente actual. Tampoco el que se escuchen cosas nuevas significa que estas sean mejores, ni más interesantes que las que ya conocíamos y que ahora, tras el "proceso de restauración", han desaparecido.
Lo segundo, la interpretación. Porque una cosa es la sonoridad de la orquesta y otra el concepto que tenga la batuta. Y aquí Heras-Casado parece enfrentarse a lo que presuntamente piden los instrumentos: en lugar de subrayar los aspectos más sutiles y delicados de Debussy o de quedarse en su vertiente más contemplativa, o al menos más tópicamente francesa, apuesta por la vivacidad, la frescura y la extroversión, incluso por el arrebato más o menos espontáneo, lo que estaría muy bien si no fuera porque, una vez más, el granadino se muestra como un maestro de lo más irregular.
El arranque del concierto coincide con el del disco, un Preludio a la siesta de un fauno de nuevo correcto pero bastante frío. El clímax, que vuelve a quedarse corto en sensualidad, resulta con instrumentos originales en exceso ligero en su sonoridad, incluso un punto relamido. Ahora bien, me ha gustado más la flauta de Les Siècles que la de la Philharmonia.
Viene a continuación una obra recientemente reconstruida, la Première suite d’orchestre. Página temprana llena de tanteos y de hallazgos, que sin duda que puede deslumbrar por su orquestación, pero que a mí me ha resultado un tanto aburrida . La interpretación, eso sí, me ha parecido espléndida por encontrarse llena de vida, de color y de comunicatividad.
Justo en la misma línea el primer movimiento de Iberia: ¡qué desparpajo, qué jovialidad y qué salero! Qué sentido del ritmo. Y qué tímbrica más sugerente, por lo incisiva y ricamente coloreada. Claro que hace pocas semanas a un tal Barenboim le escuché con instrumentos inadecuados una recreación muy en la misma línea, y no precisamente menos espléndida. Me ha gustado “Les parfums de la nuit” por su carácter anguloso e inquietante, pero también pienso que hace falta una dosis muy superior precisamente de perfume, de atmósfera, de sensualidad. El descalabro llega, inesperadamente, con “Le matin d'un jour de fête”. ¿Qué demonios le pasa al maestro? La transición –que con esta orquesta suena muy distinta– la realiza a toda velocidad, desaprovechando todas las increíbles posibilidades de este pasaje, y a partir de ahí Heras-Casado, agitándose de manera convulsa –le caen chorreones de sudor–, se dedica a leer la partitura aprisa y corriendo, sin dejar respirar a la música, sin clarificar líneas y sin ofrecer sugerencias. Con grandes aciertos puntuales a la hora de subrayar la expresión de determinadas frases o intervenciones solistas, desde luego, pero en general haciéndolo todo muy vistoso, muy primario y muy de cara a la galería.
La interpretación de La mer es parecida a la del disco: rápida, extrovertida y llena de gancho, pero desigual en su desarrollo, alternándose momentos buenos –primer movimiento–, momentos extraordinarios –la mayor parte del segundo– y momentos malos –la coda del tercero–. A lo que escribí en su momento me remito, no sin dejar de reconocer que resulta fascinante ver cómo el maestro regula el vibrato para ofrecer efectos nuevos. Otra cuestión es que haya frases que ahora desaparezcan, al tiempo que otras parecen salir de la nada. Estoy convencido de que en parte se debe a los instrumentos y en parte a las ideas de un Heras-Casado que desea priorizar unas líneas frente a otras.
De propina, la Farandola de La arlesiana: comienza floja y termina festiva a tope. También resulta un poco basta, aun sin llegar en modo alguno a los extremos del señor Minkowski, también con instrumentos adecuados.
PD: les aconsejo que descarguen el vídeo de YouTube antes de que lo quiten.
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