El último concierto al que asistí en Viena fue el de
Daniel Barenboim,
Martha
Argerich y la
Staatskapelle de Berlín de la tarde del lunes 7. Me costó
disfrutarlo, por dos razones. La primera, una tremenda mezcla de cansancio y
saturación: llevaba dos días pegándome un atracón de arte y belleza en las
calles y los museos de la capital austriaca. Concretamente ese día había
quedado deslumbrado por la espectaculares colecciones del Museo Leopold, del
Tesoro Imperial y del Belvedere, de tal modo que al llegar a la Musikverein mi
capacidad de concentración había disminuido de manera apreciable. La segunda, y más
importante, fue mi pésima localidad. Esta vez no estuve de pie,
como días atrás
con
Daniel Harding, sino perfectamente sentado, pero de los pocos sitios que
quedaban libre escogí uno que resultó malo: fila dos, asiento uno,
lo que significa en el extremo derecho según se mira al escenario. Tenía morbo tal lugar, porque se encuentra en la parte del patio de butacas que se
ve constantemente en las míticas filmaciones en la Sala Dorada: uno estaba deseando saber “qué se siente” allí sentado. Pero a la
postre resulta que la acústica es problemática y que la visibilidad deja mucho
que desear. A la Argerich solo la vi cuanto entraba y cuando salía; mientras
tocaba, en absoluto. La orquesta solo se ve muy parcialmente pese a que el
escenario se encuentra escalonado.
En fin, a la espera de la grabación radiofónica o comercial del evento
–pusieron dos micrófonos en el piano que permiten asegurar que habrá testimonio
sonoro–, vayan algunos apuntes. Fue un concierto de alto nivel tanto de
ejecución como de interpretación, siempre en esta línea del Barenboim reciente
en la que el de Buenos Aires ha logrado una mágica síntesis entre su tendencia a
la densidad, a la vehemencia y a la garra dramática y, por otro lado, la
sensualidad, la levedad bien entendida y la ensoñación propias de “lo francés”. Ahora bien, hubo diferencias con respecto al
disco con la Orquesta de París. El
Preludio a la siesta de un fauno ha sido superior al de aquella ya lejana ocasión,
sobresaliendo la soberbia planificación del ascenso y descenso hasta una sección
central plena de voluptuosidad y apasionamiento, pero lo cierto es que la lectura que le escuché
en 2015 frente a la WEDO en Córdoba me pareció más poética e inspirada que esta de Viena.
Sobre
Gigues y
Rondes de printemps escribí a propósito del
disco que recibían “interpretaciones lentas, muy atmosféricas y sensuales,
paladeadas con mucho vuelo lírico, flexibles sin que decaiga el
pulso, admirables en definitiva, pero aquí es cierto que, quizá por la lentitud,
se puede echar de menos un punto de chispa y vivacidad”. Bueno, pues en Viena
han sido más rápidas, por lo que han perdido un poco en misterio y magia al tiempo
que han ganado ese nervio y esa extroversión que entonces se echaban en falta.
De
Iberia se puede decir lo mismo: ha habido menos “embrujo” pero más
“marcha” que en París, hasta el punto de que
Par les rues et par les
chemins jamás lo he escuchado (repito: jamás) tan entusiasta, tan lleno de
vitalidad, de luz y de extroversión, tan intensamente coloreado, amén de tan
rebosante de salero, de gracia y españolismo bien entendido, algo con lo que
han tenido muchísimo que ver las intervenciones de unas maderas en estado de gracia por su técnica, por su estilo y por su compromiso expresivo. Si
no fuera por una transición que me pareció mal resuelta por parte de la batuta,
diría que se trata de una interpretación de referencia.
En cuanto a la
Fantasía para piano y orquesta, ciertamente una obra
muchísimo menos inspirada que las del resto del programa, creo que
Barenboim fue de menos a más, como en la grabación pirata de 1983 que circula
en YouTube –solo audio– junto a nada menos que Sviatoslav Richter. Por lo demás,
cumplí con mi ilusión de escuchar en directo a Marta Argerich, formidable de
dedos e ideal para la obra por su toque agilísimo y efervescente. Solo una
propina, por supuesto que a cuatro manos: uno de los
Seis epígrafes
antiguos del propio Debussy, cuya partitura completa tocarían unos días
después en la misma sala los dos artistas. Pero mi estancia en Viena estaba ya
acabada: recogí las cosas en el hotel y marché para el aeropuerto. Quién sabe si
volveré algún día.
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