El pasado jueves 4 de noviembre el Maestranza se ha atrevido finalmente con el reto -decisivo para cualquier centro operístico que se precie- de ofrecer, en cuatro temporadas consecutivas, la genial tetralogía wagneriana Der Ring des Nibelungen. Y lo ha hecho contando, al menos en esta primera entrega, con la producción preparada por Carlos Padrissa y La Fura Dels Baus para el Maggio Musicale Fiorentino y el valenciano Palau de Les Arts. En estos breves apuntes que he escrito para acompañar el libreto editado por el teatro sevillano intento explicar por qué esta decisión es un absoluto acierto. Aprovecho las ventajas de la red para incluir desde YouTube el final del Oro del Rin en las dos producciones de las que se habla, la de Chéreau en Bayreuth y la de Padrissa en Valencia.
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VOLVAMOS A LO ANTIGUO…
La producción de El anillo del nibelungo procedente del valenciano Palau de Les Arts, admirable en su concepto y deslumbrante desde el punto de vista plástico, está llamada a marcar un antes y un después en la historia de las plasmaciones escénicas de la monumental tetralogía wagneriana, pues supone un giro copernicano con respecto a la mayor parte de lo que se ha venido haciendo al respecto desde un año muy concreto, el de 1976.
Por aquellas fechas en las que en el mundo occidental se respiraba una atmósfera progresista heredera del espíritu de mayo de 1968, el patriarca del Festival de Bayreuth Wolfgang Wagner -recientemente fallecido- decidió renovar de manera sustancial la estética musical y escénica de la Verde Colina encomendando la nueva producción del Anillo, la del centenario del estreno nada menos, a dos “enfants terribles” de la cultura francesa: el director y compositor Pierre Boulez (aún reciente su afirmación de que había que destruir los teatros de ópera) y el dramaturgo y cineasta Patrice Chéreau. En lo musical los resultados fueron bastante discutidos, considerándose demasiado frío, seco y analítico el Wagner que ofrecía Boulez, y eso que se contó con algunas buenas bazas canoras; fundamentalmente, el debut como Siegfried de un René Kollo de voz bellísima, aunque no debemos olvidar el descubrimiento, encargándose del rol de Flosshilde, de una joven de lo más prometedora llamada Hanna Schwarz, a la que treinta y cuatro años después -nada menos- tenemos en Sevilla en el breve pero decisivo rol de Erda.
En lo escénico el escándalo de aquel Anillo fue mayúsculo. Periclitada ya la vieja producción de Wieland Wagner que se había visto desde la reapertura del Nuevo Bayreuth hasta 1970, y no muy bien acogida la que el propio Wolfgang -una vez fallecido su hermano- había presentado entre 1971 y 1975, la propuesta del regista francés se presentaba como algo muy diferente. Era un teatro wagneriano nuevo, menos rígido, no tan distante, menos simbólico, más humano. Lo explicaba en una entrevista al autor de estas líneas el mismo René Kollo cuando hace pocos años se presentó en el Maestranza interpretando el Herodes straussiano. “Con Wieland Wagner todo se basaba en la luz, en la colocación de los personajes, etc. La aportación de Chéreau, que era un director fantástico, fue hacernos a los cantantes actuar realmente con nuestro cuerpo, es decir, hacer teatro de verdad. Con él por primera vez nos tocábamos en escena”. Claro que quizá no fue eso lo que no gustó a muchos aficionados (y a algún crítico famoso que presumía de haberse hartado de abuchear), sino el carácter marcadamente político de la producción, toda vez que Chéreau decidió basar su dramaturgia en algo que estaba latente en el libreto -no olvidemos que Wagner vivió en la era de la Revolución Industrial y fue amigo de Bakunin- pero hasta entonces no había sido explicitado: la crítica a la avaricia humana en general y al sistema capitalista en concreto como motores de la alienación del ser humano y la destrucción tanto de la naturaleza como de la civilización. Consecuentemente, escenografía y vestuario se ambientaban en el siglo XIX y Wotan se presentaba como un burgués capitalista. Demasiado para algunas (o muchas) de las mentes que por aquel entonces asistían con regularidad al célebre festival wagneriano.
El paso del tiempo ha puesto las cosas en su sitio. El ya maduro Patrice Chéreau, que por cierto lleva un tiempo afincado en su adorada Sevilla, disfruta de reconocimiento mundial en sus facetas de dramaturgo, actor y cineasta, mientras que su propuesta del Anillo ha pasado a convertirse en uno de los grandes hitos de la dirección operística de todos los tiempos. Claro que no todo lo que se ha desarrollado en los últimos lustros a partir de esa renovadora producción ha sido positivo. Ha habido, desde luego, algunos logros importantísimos dentro de esta línea que en lo ideológico se encuentra “políticamente comprometida” y en lo escénico apuesta por la fisicidad de la acción, singularmente el que ofreció Harry Kupfer (con Barenboim a la batuta) en el propio Bayreuth, pero también se han conocido sonados fracasos (no hace falta citar nombres) por parte de quienes han intentado dar una última vuelta de tuerca al libreto, llegando al punto de alterar, cuando no de destruir con muy malas intenciones, la propia dramaturgia wagneriana. Alguien dirá que esto no ocurre solo con el Anillo sino con todo el mundo de la lírica en general, y es verdad, pero no resulta menos cierto que este fenómeno se ha cebado especialmente con Richard Wagner, cuyo universo supone un verdadero caldo de cultivo tanto para la más admirable y desbordante fantasía como para los más perjudiciales disparates de los registas consagrados al narcisismo.
Y así han estado las cosas, completamente desmadradas, hasta la producción que ahora presenta el Maestranza, un proyecto de Zubin Mehta y Helga Schmidt para el Maggio Musicale Fiorentino y el Palau de Les Arts de Valencia que se pone en manos de los artistas de La Fura dels Baus capitaneados por Carlus Padrissa. Habida cuenta de la poderosísima personalidad del grupo catalán y de su carácter con frecuencia provocativo, se esperaba un escándalo de esos que hacen historia. Pues todo lo contrario. El resultado fue aplaudido por todo tipo de público, desde el más conservador hasta el marcadamente progresista, y los DVD y Bluy-Rays grabados en Valencia han conocido un monumental éxito de ventas, particularmente el que corresponde al Oro del Rin: la totalidad de los ejemplares correspondientes al prólogo de la Tetralogía volaron en un conocido centro comercial de la madrileña Puerta del Sol el mismo día en que se pusieron a la venta, por mero efecto del boca a boca. Y es que el prestigio de este Anillo es ya inmenso entre crítica y público, en gran medida por su enorme atractivo desde el punto de vista visual. Pero no radica ahí su importancia, sino en el hecho de que, como apuntábamos al principio, la propuesta de La Fura supone la más decisiva renovación del Anillo desde ya aquel lejano 1976. Y lo curioso es que, aun asimilando lo mucho positivo que desde entonces se ha hecho, lo han conseguido volviendo a planteamientos anteriores a Chéreau, como si quisieran aplicar el célebre dicho de Verdi: “Torniamo all'antico, sarà un progresso”.
De este modo la presente producción, aun sin olvidar el componente crítico presente en el libreto, no encuentra necesario realizar ninguna reinterpretación en clave socio-política. Su deseo es volver a la dramaturgia wagneriana original, pero haciéndolo con ojos de hoy, es decir, no desempolvando escenografías y vestuarios propios de tiempos pretéritos como se ha hecho en teatros de gustos más bien rancios (de nuevo no hace falta decir nombres), sino explotando hasta el límite todas las posibilidades que ofrece la actual tecnología, particularmente la videocreación, y apostando por una estética muy de principios del siglo XXI que centrifuga, con personalidad inconfundiblemente furera, una larga serie de influencias proveniente de los mundos artísticos más diversos, desde la ópera propiamente dicha hasta el cómic pasando por el cine, la televisión, la publicidad e incluso internet: uno de los más espectaculares recursos de este Anillo está directamente inspirado en el programa Google Earth.
Dejamos así el mundo de burgueses y proletarios deambulando en fábricas y oficinas para volver al universo original de dioses, gigantes y nibelungos moviéndose por los cielos y las entrañas de la tierra, pero haciéndolo con una iconografía que combina -fabuloso el diseño de producción- las ideas originales de Wagner con las de más rabiosa modernidad. Entre las primeras, las grúas que elevan a los cantantes por encima del escenario, una simple actualización de las que se utilizaban en Bayreuth en el siglo XIX. Entre las segundas, la concepción del Walhall (residencia de los dioses construida por los gigantes Fasolt y Fafner) no como un castillo o palacio, sino como la imagen de una persona en actitud meditativa (“El pensador de Rodin” lo llama el propio Padrissa) formada a su vez por una red infinita de otros seres humanos. Todo ello con una concepción de la teatralidad que prefiere el simbolismo a la explicitud, y que no se basa en la dirección de actores sino en el valor dramático de la visualidad pura, en la interrelación espacial entre los diferentes personajes y en la potencia expresiva de la iluminación. Un planteamiento que no es muy distinto del que practicó el mítico Wieland Wagner en el Nuevo Bayreuth durante los años cincuenta y sesenta del pasado siglo, y que está sentando las bases de una saludablemente renovadora manera de entender la Tetralogía: la excelente acogida del Oro del Rin “high-tech” a cargo de Robert Lepage que acaba de presentar el Metropolitan de Nueva York demuestra que el rumbo marcado por La Fura es el acertado.
Con todo lo dicho no pretendemos afirmar nos encontremos ante la mejor producción jamás realizada del Anillo del Nibelungo, ni que a lo largo de las catorce o quince horas en que se desarrolla la acción no existan momentos menos intensos que otros. Pero sí nos atrevemos a decir que nos encontramos ante una de las más logradas e importantes de las últimas décadas, y ante un punto de inflexión en la manera de abordar desde la escena la genial tetralogía wagneriana. Y que dentro de los cuatro capítulos que la conforma, el Oro del Rin es en sí mismo uno de los más asombrosos espectáculos visuales que se pueden disfrutar a nivel mundial dentro del género operístico. Precisamente el Rheingold que por primera vez sale de las dos ciudades que lo gestaron y que ustedes tienen el privilegio que contemplar esta noche en Sevilla.
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