Realmente podría decirse que estas interpretaciones editadas por Deutsche Grammophon contienen a partes iguales los virtudes y las insuficiencias que caracterizaban a Karajan, y que por tanto también pueden ser consideradas como un magnífico compendio de sus maneras de hacer en general. ¿La clave? La fascinación por el sonido.
Valiéndose de una técnica de batuta suprema y con una fabulosa Filarmónica de Berlín a su servicio, Karajan construye interpretaciones increíblemente bien sonadas, empastadísimas y opulentas, también refinadas hasta el límite, de una claridad pasmosa, además de magníficamente construidas en su discurso horizontal, esto es, sin baches en su arquitectura de tensiones, pero….
Pero con frecuencia falta lo esencial: la emoción. O mejor dicho, la emoción profunda, auténtica y sincera, esa que nos hace estremecernos en lo más hondo y comprender exactamente qué nos ha querido decir el compositor en cada momento. Interpretaciones tan hermosas como brillantes en su superficie, pues, pero que no se encuentran acompañadas de una clara idea expresiva detrás, y que a la postre pueden resultar superficiales. En cualquier caso hay desigualdades en este ciclo, y por ello hay que matizar.
Lo mejor de esta integral es la Primera Sinfonía, una ortodoxa, bellísima, cálida y comunicativa lectura a la que le faltan electricidad en los clímax, magia en determinados pasajes líricos y en general mayor compromiso expresivo para ser genial. Siendo espléndida, encuentro preferible la que el mismo director ofreció en octubre de 1988 en el Royal Festival Hall (editada hace poco por Testament), no sé si más sincera pero desde luego más intensa que ésta, encontrándose además perfilada por una sonoridad escarpada y por un enfoque dramático -incluso rebelde- que nos demuestra que, cuando los hados era propicios, Karajan era capaz de traicionarse a sí mismo.
La Segunda de este doble compacto, siendo muy notable, presenta desigualdades. El Allegro no troppo comienza algo liviano, pero luego alcanza grandes cotas de electricidad, emoción y sinceridad. El Adagio non troppo es espléndido, no mostrándose en absoluto ajeno a la fuerza dramática, aunque quizá sea más voluptuoso y teatral que profundo. El tercero, ay, vuelve a resultar algo blando, mientras que el cuarto -cosas de Karajan- pocas veces se ha escuchado con semejante júbilo, brillantez, entusiasmo y rotundidad.
Floja la Tercera, una sinfonía que nunca se le dio bien al salzburgués. Todo suena maravillosamente, pero el vuelo lírico, la atmósfera ominosa y la garra dramática están ausentes dentro de una sensación general de trivialidad y rutina, con un particularmente mediocre Poco allegretto. La única excepción es la sección central del último movimiento, expuesta con intensidad y convicción.
Buena sin más la Cuarta, que aun siendo de alto nivel vuelve a preocuparse ante todo por la rotundidad y la opulencia el sonido y a mostrar cierta desafección a bucear en los pliegues expresivos. Creatividad hay más bien poca, aunque la sensatez y la ortodoxia se agradecen.
En resumidas cuentas, nos encontramos ante interpretaciones muy dignas de conocer, pero sin salirnos del sello amarillo y de los años setenta, las de Karl Böhm (enlace) resultan bastante más convincentes, por no hablar de las que a principio de la década siguiente ofrecerá Leonard Bernstein también en DG. Pero de esas nos ocuparemos en otra entrega.
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