El primer movimiento, Nocturno: moderato, es una fantasmagoría que según el interprete de turno puede resultar lírica y evocadora o más bien doliente. Le sigue un Scherzo demoníaco, lleno de ese humor negro tan típico del autor, que pone verdaderamente a prueba la habilidad digital del violinista, quien si logra resolver el laberinto se tiene ganado ya en este momento al aplauso del respetable. La Passacaglia: andante es el corazón de la obra, una reflexión lírica llena de hondura trágica, de rebeldía y de potencia expresiva ante la que no resulta difícil caer en la tentación de interpretarla como una especie de memoria fúnebre por todas las víctimas del totalitarismo.
La transición al siguiente movimiento se realiza sin pausa a través de una larguísima Cadenza que se puede prolongar hasta cerca de minutos, según el solista. Es aquí donde el violín, solo y desnudo ante el público, tiene que demostrar que tiene mucho más que dedos: la dificultad para mantener la concentración (¡y la atención de la audiencia!), bucear en los significados ocultos (mención del DSCH incluida) e ir acumulando tensiones hasta el clímax resulta extrema. La rabia acumulada desemboca en un Burlesque: Allegro con brio que de nuevo exige virtuosismo en grado superlativo para solista, orquesta y batuta.
Por fortuna, no son pocos los que han logrado interpretar la obra a plena satisfacción, aunque hay un señor –Maxim Vengerov– que lo hace tan increíblemente bien que nos obliga a "rebajarle nota" a las numerosas grabaciones del admirable e imprescindible Oistrakh.
1. Oistrakh. Mitropoulos/Filarmónica de Nueva York (Sony, 2 enero 1956). Parece mentira, pero en la primera grabación de la obra se alcanzó ya un nivel deslumbrante gracias sobre todo a un solista que, luciendo un sonido de increíble densidad y solidez, inyectó una enorme dosis de tensión, sinceridad y fuerza expresiva a los pentagramas, sorteando de manera increíble todos los escollos técnicos sin la menor concesión al virtuosismo vacuo. La batuta comparte la visión incandescente y viril del solista añadiendo una buena dosis de virulencia e incisividad, siendo su gran aportación un tercer movimiento mucho antes rebelde que nostálgico o pesimista, si bien en los movimientos pares se precipita un poco y la claridad, quizá en parte debido a la grabación, no está del todo garantizada. (9)
2. Oistrakh. Mravinsky/Filarmónica de Leningrado (Praga Digitals, 18 de noviembre de 1956, según otras fuentes 18 de febrero o 30 de noviembre). Otra enorme recreación por parte del violinista, en este caso acompañado de un Mravinsky mucho más romántico que Mitropoulos, pero igualmente intenso, que frasea con enorme aliento lírico y gran hondura trágica en el tercer movimiento. Un pelín más rápido de la cuenta el segundo movimiento. Suena muy bien en SACD, aunque la reverberación final artificial canta demasiado. (9)
3. Oistrakh. Rozhdestvensky/Philharmonia Orchestra (BBC Legends, 1962). Esta toma realizada en Edimburgo por la BBC, en estéreo pero sin mucho acierto en el equilibrio de planos y con escaso relieve, nos trae a un Oistrakh nuevamente formidable, aunque quizá un punto menos intenso que en ocasiones anteriores, acompañado por un Rozhdestvensky tan incisivo y visceral como era de esperar en los momentos en que debe serlo, pero también muy valiente a la hora de plantear la Pasacagglia de manera desafiante e implacable, como si quisiera no tanto rendir un homenaje fúnebre como arrojar un guante a la cara del Régimen; arrollador el movimiento final, tanto por la batuta y el solista como por la formidable orquesta de Klemperer. (9)
4. David Oistrakh. Heinz Fricke/Staatskapelle de Berlín (YouTube, 1967). Esta filmación en blanco y negro de correcto sonido monofónico por fin nos permite disfrutar con imágenes el enorme arte de un Oistrak haciendo lo que mejor sabe –importan poco algún roce esporádico frente a tan descomunal dosis de virtuosismo e inspiración– con una obra que al fin y al cabo era suya. Sólida pero un tanto lineal la batuta frente a una orquesta de buen nivel. (8)
5. Oistrakh. Maxim Shostakovich/New Philharmonia (EMI, 1972). El violinista vuelve a dejar claro su inmenso talento y su sintonía con la obra, pero no está del todo bien de dedos ni tan comprometido como en otras ocasiones. Dirección solvente, muy centrada, pero no del todo tensa, ni visceral, ni poética, sino más bien algo mortecina y cuadriculada. ¡Y eso que Shostakovich padre vigilaba! La toma sonora podría ser mejor. (7)
6. Perlman. Mehta/Filarmónica de Israel (EMI, 1988). Violinista de sonido no carnoso, sino más bien delgado y afiladísimo, capaz de empequeñecerse hasta el límite sin merma alguna de su tremenda solidez, todo ello fraseando con una tensión interna, una garra dramática y una comunicatividad proverbiales, y haciendo gala además de un virtuosismo completamente alejado de lo mecánico; quizá le sobren algunos portamentos, pero Perlman termina siendo uno de los grandísimos recreadores de la partitura. Mehta no hace genialidades ni resulta todo lo virulento que pudiera, ni muy profundo, pero se encuentra muy centrado, no se precipita y sintoniza con el estilo. (9)
7. Mullova. Previn/Royal Philharmonic (Philips-Decca, 1988). Previn da buena cuenta de su conocida sintonía con el compositor con una dirección perfecta de estilo, sin romanticismos ni excesos expresionistas, muy bien planificada y comunicativa siempre. La Mullova está impresionante, de sonido muy sólido y afilado –no tanto como el de un Perlman– y una expresividad particular de “hielo ardiente”, sobria e intensa, sin el menor devaneo ni tentación circense a pesar de su virtuosismo extremo. En el primer movimiento empieza muy contenida para ir incrementando la tensión hasta una sección central desgarradora, intensísima, pero sin arrebatos. Espléndida en el segundo, y muy bien el tercero pese a no alcanzar la grandeza humanística de un Oistrakh. De nuevo sobrio y con empuje el violín en la enorme cadenza, para ofrecer un último movimiento arrebatador. (9)
8. Vengerov. Rostropovich/Sinfónica de Londres (Teldec, 1994). Ralentizando los tempi de manera considerable pero sin perder nunca el pulso, construyendo las tensiones (¡asombrosa la manera en que se asciende al clímax que abre la obra!) de manera pausada pero implacable, teñiendo de colores ocres –más que incisivos– el entramado orquestal y destilando una atmósfera densa y opresiva de un marcado pesimismo, pero también de una enorme hondura humanística, Rostropovich llega más lejos que nadie en la dirección de esta partitura; pueden preferirse enfoques más viscerales, extrovertidos e inmediatos, pero difícil es cuestionar esta aproximación sincera y emotiva a más no poder que demuestra hasta qué punto Slava sintonizó con lo más recóndito de la música del compositor. A su lado, un joven Vengerov llega también más lejos que nadie, tal vez incluso más que Oistrakh, haciendo que su técnica formidable –solidez del sonido, homogeneidad, afinación, agilidad, capacidad para tensar el fraseo, matización de las dinámicas– plasme con absoluta perfección un concepto que sintoniza con la batuta al mirar al mismo tiempo al pasado digamos que romántico –impresionante la cantabilidad– y al presente expresionista –su violín corta como un cuchillo–, y nos conmueve en lo más profundo por la intensísima congoja interna con que recrea la partitura; todo ello sin dejar precisamente a un lado el humor negro del segundo movimiento, el carácter elegíaco del tercero –de una emotividad demoledora– ni la desesperación de esa huida hacia delante –nada de mera pirotecnia– del movimiento conclusivo. Por si fuera poco, la toma sonora ofrece naturalidad y amplia gama dinámica. (10)
9. Midori. Abbado/Filarmónica de Berlín (Sony, 1997). Una pena que ofreciendo un sonido de increíble belleza, poseyendo un virtuosismo superlativo y siendo capaz de frasear con cantabilidad incomparable, la violinista se muestra tan despistada en esta lectura no lírica sino blanda, no reflexiva sino carente de tensión interna, incluso de sentido de la progresión en las tensiones, y en cualquier caso muy ajena al desgarro, el hondo dramatismo y la fuerza expresiva que demandan los pentagramas. Un Abbado tan solvente como aburrido, desganado y fuera de estilo, desaprovechando además el instrumento suntuoso que tiene a su disposición, contribuye en buena medida al fiasco. (6)
10. Gringolts. Perlman/Filarmónica de Israel (DG, 2001). Violinista de asombrosa agilidad digital, pero de sonido muy pequeño, bonito y algo dulzón, y expresividad en exceso lírica, poco viril, muy alejada de la tensión, la rebeldía y la garra dramática que exigen los pentagramas. Quien recreara de manera portentosa años atrás la parte del violín toma ahora la batuta para ofrecer una dirección rutinaria, aburrida, poco clara en el segundo movimiento. Solo en el último se animan los dos artistas. (6)
11. Hahn. Janowski/Filarmónica de Oslo (Sony, 2002). La violinista de Virginia posee un sonido no especialmente hermoso, pero sí muy firme y homogéneo, además de maleable y capaz de admirables sutilezas. Ahora bien, la Hanh no termina de profundizar del todo en la obra, quizá porque Marek Janowski se muestra ajeno al sentido de la misma, particularmente en un primer movimiento deslavazado, falto de continuidad y sin garra, aunque al menos resulte adecuadamente lúgubre. El Scherzo el veterano director lo resuelve con muchísima velocidad, haciendo que las maderas suenen incisivas y recortadas; el resultado es más vehemente, incluso angustioso, que sarcástico y demoledor. Tampoco termina de conseguir la hondura humanística del tercero, aunque aquí la Hanh sí que acierta por completo en el tono elegíaco y rebelde de su parte, resolviendo además de modo convincente, aunque sin la inspiración suprema de otros colegas, la dificilísima Cadenza. En el cuarto vuelve la vehemencia de la batuta y la solista ofrece una verdadera lección de virtuosismo. (8)
12. Chang. Rattle/Filarmónica de Berlín (EMI, 2005). En principio puede chocar escuchar esta obra a un violín con sonido pequeño, hermoso y aparentemente frágil –no lo es, en absoluto– y a una artista con un temperamento antes lírico que dramático, pero lo cierto es que la Chang lleva la obra a su terreno de manera admirable. De este modo, en el primer movimiento procura ser fantasmagórica y huidiza antes que hiriente, bien secundada por un Rattle que, al igual que ella, no olvida la negrura que anida en el fondo de la obra. El Scherzo no es –no puede ser– especialmente ácido, pero toda su esquizofrenia está puesta en sonidos sin que solista ni batuta se dejen llevar por el nerviosismo. La Passacaglia, intensa y emotiva, podía estar dicha con mayor hondura desde el podio, pero la Chang se muestra admirablemente sincera, para continuar con una Cadenza impresionante que va desde una aparente impotencia hasta la más espeluznante rebeldía, acumulando las tensiones de manera implacable sin olvidarse de ofrecer sutiles inflexiones expresivas. El Finale es un prodigio de virtuosismo y visceralidad por parte de solista y batuta, como también de una orquesta ideal para esta obra por su sonoridad grave y robusta. (9)
13. Khachatryan. Masur/Orquesta Nacional de Francia (Naïve, 2006). Uno no sabe qué admirar más del joven violinista armenio, si la belleza de su sonido –no particularmente robusto, pero de homogeneidad absoluta y afinación increíble–, la indesmayable tensión que inyecta en todos los compases o el perfecto equilibrio entre rebeldía y vuelo lírico –su aproximación no es tan desgarradora como la de un Vengerov, pero tampoco renuncia precisamente a las aristas– con que aborda esta obra que en su violín resulta tan bella como emotiva. Lástima que la dirección de Masur, en todo momento muy centrada, sea un tanto morosa y carezca de la suficiente fuerza interna. La toma sonora tampoco termina de convencer: la orquesta suena un tanto borrosa. (9)
14. Vengerov. Barenboim/Staatskapelle Berlín (toma radiofónica disponible en YouTube, 2006). El violinista ruso repite su absolutamente referencial acercamiento con Rostropovich haciendo gala de un sonido de solidez y homogeneidad absolutas, incandescencia perfectamente contenida y un profundo carácter humanístico, además de una riqueza de matices –incluido algún estupendo hallazgo- aún mayor que doce años atrás. La dirección de Barenboim, no es tan lenta y atmosférica como la de Rostropovich, quizá también algo menos profunda, pero sí igualmente poderosa y dramática. Esto último no le impide –y eso que apenas ha trabajado en su carrera el lenguaje de este compositor– hacer que los solistas de la muy entregada orquesta berlinesa maticen sus intervenciones con el adecuado carácter burlesco en unos movimientos pares, llevados con menos prisas de lo habitual pero certerísimos en la expresión; aunque se pueden abordar con mayor brillantez, pocas veces se habrán escuchado de manera más convincente, muy en especial el Scherzo, donde un imaginativo Vengerov se supera con creces a sí mismo mientras que el de Buenos Aires desmenuza la polifonía de las maderas de modo asombroso y hace sonar a éstas con un recochineo considerable. (10)
15. Sasha Rozhdestvensky. Rozhdestvensky/Capella Russian State Symphony Orchestra (Nimbus, 2007). El veterano maestro ruso ralentiza de manera apreciable los tempi –salvo en el último movimiento– para ofrecernos una interpretación más atmosférica, densa y paladeada que la suya de 1962, pero extrañamente el resultado, aun perfecto en estilo y expresión, no es todo lo intenso ni creativo en él esperable. Su hijo Sasha no posee ni la solidez del sonido de un Oistrakh ni la intensidad extrema de un Vengerov, pero toca con sinceridad, valentía y con perfecta comprensión del contenido de la obra. La toma sonora es algo borrosa, como suele ser habitual en Nimbus. (8)
16. Braunstein. Bychkov/Filarmónica de Berlín (Digital Concert Hall, 2009). La dirección resulta un tanto morosa y blanda en el primer movimiento y superficial en el Scherzo, convenciendo bastante más en el final, pero siendo en cualquier caso de brocha gorda y andando más bien escasa de claridad y atención al detalle. Puro Bychkov. Guy Braunstein, por esas fechas todavía concertino de la formación, está bien en los dos primeros movimientos, quizá sin la variedad de colores y la tensión de los grandes, pero resulta impresionante desde cualquier punto de vista en la Cadenza y en todo el final, haciendo gala de un compromiso y una expresividad extraordinarias sin mácula en lo técnico. Con ya hiciera con Abbado y Rattle, la Berliner Phiharmoniker aporta un sonido oscuro en la cuerda grave de lo más adecuado. (8)
17. Batiashvili. Salonen/Radio Bávara (DG, 2010). Dueña de un sonido dulce y delicado, aunque en absoluto frágil o pequeño, y en cualquier caso muy bello, así como de una espléndida afinación y un enorme virtuosismo digital, la violinista georgiana demuestra, siguiendo el camino que abriera Sara Chang, que es posible acercarse a esta obra desde una perspectiva eminentemente lírica, mucho menos visceral y desgarrada que lo acostumbrado, sin caer en la blandura ni perder la tensión interna y el carácter doliente que los pentagramas demandan. No es quizá la opción más adecuada, pero está admirablemente resuelta y, eso desde luego, en el último movimiento se ofrece una buena dosis de brillantez sin quedarse en la superficie de la obra. Salonen dirige con su habitual rigor arquitectónico y capacidad para analizar la obra alcanzando el adecuado punto de equilibrio entre el expresionismo shostakoviano y el enfoque más poético de la solista, sin necesidad de subrayar las aristas pero sabiendo mantener la tensión interna y el dramatismo necesarios. Solo se podía pedir algo más de grandeza en la passacaglia. (8)
18. Leticia Moreno. Temirkanov/Filarmónica de San Petersburgo (DG, 2013). La joven violinista madrileña toca con vertiginosa agilidad digital, ofrece colores y texturas de gran riqueza, canta con admirable vuelo poético la honda Passacaglia –se nota que su mentor fue Rostropovich– y sale indemne de la imposible cadenza tras esta última, pero hubieran sido preferible un sonido más robusto, una planificación más calculada de las tensiones internas y, en cualquier caso, una visión no tan lírica de la obra, aunque a la postre no es este el problema: a Sara Chang y Lisa Batiashvil sí que les funcionó. En este concierto en vivo Yuri Temirkanov dirigió en su línea habitual, es decir, con enorme solvencia pero sin particular inspiración. Tampoco la toma sonora acaba de convencer. (7)
8 comentarios:
Ya que tiene todo el aspecto de que le gusta la obra, si tiene oportunidad, procure escuchar en la misma a Leonid Kogan.
Gracias por la recomendación, Bruno.
En realidad, sí que tengo una grabación de Kogan. Tenía el comentario escrito, pero lo quité de la maquetación en el último momento porque vi que el DVD resulta hoy por hoy inencontrable. Yo lo localicé de manera corsaria en la red, pero ahora mismo no recuerdo dónde. Aquí va el comentario:
Kogan. Svetlanov/State Academic Symohony Orchestra of the URSS (DVD, 1976): impresionante Leonid Kogan, de sonido denso, poderoso, y una enorme intensidad emocional, simpre contenida, sin lugar para devaneos sonoros, blanduras o virtuosismos vacuos, y capaz también de resultar ácido sin excederse. Muy bien la batuta, centrada, perfecta en el idioma, a medio camino entre lo romántico y lo expresionista, con virulencia controlada y obteniendo de la orquesta un sonido robusto y denso, si ben se podría pedir en algún pasaje algo más de detallismo, impresión que puede deberse a la solo digna toma sonora monofónica. La calidad de imagen es muy buena para ser televisiva de esa época, pero el montaje no existe, limitándose a alternar planos larguísimos de tres o cuatro cámaras fijas, con la consecuencia de la monotonía. (9)
una obra formidable aunque no la escucho muy seguido, por eso de tanta negrura contenida. deja entrever un mundo donde la vida mas que transcurrir es un puro padecimiento matizado por amargas sonrisas. le pone mas valoracion a vengerov que a oistrakh? en una de esas me animo. muchas felicidades desde Argentina en este 2015 Fernando y como siempre excelente trabajo.
Sí, creo que Vengerov lo hace mejor que nadie, con diferencia, aunque a mi entender lo de Oistrakh tiene más mérito, porque tuvo que partir de cero. Vengerov ha podido estudiar la obra con Rostropovich y, sobre todo, escuchar una y otra vez lo que hizo Oistrak.
Gracias y un muy cordial saludo.
La primera vez que escuché esta obra fue precisamente a Leonid Kogan en una retransmisión de Radio 2. Año 1982, un concierto de la entonces llamada Orquesta Ciudad de Barcelona que en aquella ocasión dirigió Stanislaw Skrowaczecski.
Yo tengo la de Vengerov y la de Oistrakh-Mitropuolos en vinilo.
Alberto Ayas
Por cierto, del tándem Vengerov Rostropovich valdría la pena que don Fernando nos diera sus impresiones de su versión en EMI del Concierto de Beethoven.
Alberto Ayas
La versión que yo tengo es una edición de la marca Vergara de 1968. Acompaña Kondrashin con la Sinfónica de Moscú.
Vergara, como Belter, era una editora de discos de Barcelona, cuando ésta era una avanzada cultural. Pone "grabación original de la URSS" y "licencia de Melodía".
Kogan se come el violín y le da una intensidad acongojante al pasacalle y a la cadencia.
En youtube hay una entrada a la pasacaglia y a la cadenza y he visto una versión casi integral del concierto con algunos rellenos, me imagino que para trozos perdidos. El director me parece Kondrachin. Es de un conciero en directo. La interpretación del disco me parece la misma aunque aparenta ser una grabación de estudio para el disco.
Yo tampoco he visto reeditada esta versión ni el LP ni en CD. Cosas que pasan. Pero me imagino que algún día saldrá.
Jorge dijo...Las dos versiones de Vengerov a las que hace referencia son TAANNN melosas...; parece que interpretara a Tchaikovsky y no a Dimitri. Oistrakh o Kogan, en mi humilde opinión, reflejan mucho mejor el carácter de esta obra; son versiones más viriles, desgarradoras, especialmente la Passacaglia. Saludos y felicitaciones por tu blog.
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