miércoles, 21 de mayo de 2025

Sinfonía nº 4 de Shostakovich: discografía comparada

Dimitri Shostakovich escribió su Sinfonía nº 4 entre 1935 y 1936. Tras una primera idea pronto descartada –Rostropovich grabó la parte que llegó a escribir en el sello Andante–, completó una página de más de una hora de duración dividida en tres movimientos desiguales. Los impares son muy extensos y se componen de segmentos muy contrastados entre sí que se suceden sin articulación alguna; segmentos tan oníricos como desasosegantes en los que evocaciones de la infancia, aires de baile, juegos no siempre inocentes, sonoridades circenses, marchas fúnebres y pesadillas diversas que nos llegan a través de ese espejo deforme del paso del tiempo apuntan de manera indisimulada hacia el universo mahleriano, cosa que también hace una orquestación particularmente rica e imaginativa en la que no se regatean precisamente decibelios. Breve el movimiento central, un silencioso y atmosférico Moderato en el que los tic-tacs de la percusión nos relevan la terrible, inevitable figura que subyace detrás de los pentagramas. Y si que se alguna duda, ahí está esa coda de varios minutos de duración que cierra la obra: no sé si alguna vez se ha realizado una evocación más escalofriante de la muerte –porque de eso va el asunto, claro está– en todo el universo sinfónico.

Desdichadamente para el compositor, pronto llegó aquel artículo en Pravda amenazándolo por su ópera Lady Macbeth, así que hizo lo que no le quedaba más remedio que hacer: escribir la Quinta sinfonía y guardar la Cuarta en un cajón hasta que falleciese el monstruo. Bueno, en realidad esperó hasta 1962, cuando tuvo lugar el estreno mundial a cargo de Kirill Kondrashin. Muy probablemente cambió la percepción que hasta entonces se tenía de la creación de un autor que, tanto en Oriente como en Occidente era celebrado por la Quinta y la Séptima, pero al que aún no se le veía como un compositor profundamente nihilista capaz de dará luz algunos de los pasajes más desoladores de la escritura sinfónica del siglo XX. Su última etapa creativa, la que termina con esa escalofriante Sonata para viola, ya no dejará lugar a dudas sobre la verdadera personalidad de Shostakovich.

En la siguiente lista he omitido algunas grabaciones que, aun conociéndolas, necesito repasar antes de publicar mis impresiones; es el caso de las de Rostropovich/LSO, Rattle/Birmingham, Barshai, Jansons o Haitink/Chicago. Aun así, creo que las que se recogen son más que suficientes para dar una idea de las dos grandes líneas interpretativas de la página: una abiertamente expresionista y otra más lírica y atmosférica, no menos inquietante que la anterior pero sí menos explosiva, que se me ocurre podríamos calificar de “surrealista”. Por cierto: sí quieren ahorrar tiempo, prescindan de las líneas siguientes y vayan a por la filmación de Andris Nelsons con la Orquesta del Concertgebouw.


1.  Rozhdestvensky/Orquesta Philharmonia (BBC Legends, 1962). Impagable testimonio radiofónico procedente del Festival de Edimburgo: presentación en Occidente de la obra a los nueve meses del estreno mundial. Orquesta de lujo, la gloriosa Philharmonia de Klemperer cuyas ácidas maderas resulta ideales. Sobre el podio, un Rozhdestvensky de treinta y un años que se erige ya como enorme intérprete de una página sobre la que volverá repetidamente a lo largo de su carrera: su acierto es pleno en lo idiomático y en lo expresivo, sabiendo oscilar entre lo trágico, lo sarcástico y lo siniestro con enorme convicción. Quizá en el futuro podrá explorar mejor el final, aquí en exceso frío y seco, pero los resultados son ya de enorme altura. (9)


2. Kondrashin/Staatskapelle de Dresde (Profil, 1963). Interpretación sincera y militante, muy a tumba abierta, certera a la hora de poner de relieve el sarcasmo y la negrura de la obra y valiente a la hora de ofrecer pasajes de una fuerza realmente pavorosa –la “cabalgada del primer movimiento, por ejemplo–, aunque también es verdad que no todos los momentos están del todo bien aprovechados y que hay cosas por pulir. La toma sonora, monofónica y de relativa calidad –además de desplazada hacia la derecha– no ayuda al disfrute. (8)


3. Ormandy/Orquesta de Philadelphia (Sony, 1963). Parece mentira que solo catorce meses después del estreno mundial de la partitura, y sin contar con el menor referente fonográfico, el maestro húngaro lograse ofrecer una interpretación tan admirable desde todos los puntos de vista. No solo está soberbiamente planificada y ejecutada, sin altibajos de tensión ni puntos muertos en una sinfonía de desequilibrada estructura que sin duda se presta a ello, sino que además Ormandy acierta por completo en el meollo expresivo del asunto. Hay tensión dramática, rebeldía y aspereza, como también evocaciones oníricas a medio camino entre el recuerdo nostálgico y lo inquietante, sarcasmo, humor negro y un particular sentido de lo grotesco. Todo ello servido por una orquesta soberbia que suena a lo que tiene que sonar, a Shostakovich. Luego se pueden poner algunos reparos: los redobles de timbal en el primer movimiento en torno a 18:45 deberían sonar con más sentido de lo gótico, ser antes misteriosos y terroríficos que agresivos, mientras que el gran clímax final de la obra antes de la dilatadísima coda podría resultar más visionario. Pero globalmente es una lectura de absoluta vigencia, que además se conserva con una toma sonora de gran naturalidad en la tímbrica, buen sentido espacial y apreciable cuerpo y relieve; lástima que se grabara a un volumen algo elevado y no posea toda la gama dinámica necesaria en una partitura que exige extremos. (9)


4. Kondrashin/Filarmónica de Moscú (Melodiya, 1966). Otro testimonio de Kondrashin, esta vez la grabación oficial de su integral sinfónica: admirable, pero no la mejor de las suyas. (8)


5. Kondrashin/Orquesta del Concertgebouw (RCO, 1971). Intensísima, feroz, dramática y rebelde interpretación, llena también de sarcasmo –no tanto de atmósfera– que, vamos a reconocerlo, junto a momentos de una fuerza increíble ofrece pasajes algo precipitados que tenían que haber sido desmenuzados con más atención. Esta relativa insuficiencia la compensa una ejecución pasmosa por parte de la orquesta holandesa, muy superior a la Filarmónica de Moscú. Lástima que el registro circule de manera muy limitada. (9)


6. Previn/Sinfónica de Chicago (EMI, 1977). La gran aportación de este registro frente al de Ormandy es, amén de una ejecución aún más perfecta y asombrosa que la de Philadelphia, una dosis mayor de intensidad y compromiso expresivo. No es Previn maestro que bucee en subtextos ni ofrezca particular personalidad. Lo suyo es una perfecta mezcla de objetividad, control y pasión. Que se escuche todo lo escrito (¡qué increíble manera de atender tanto a la estructura global como al detalle en una obra tan increíblemente resbaladiza en su trazo!), y que lo haga con emoción sincera, es su principal objetivo: lo consigue plenamente. Lástima que nadie se decida a recuperar la toma cuadrafónica. (9)


7. Rozhdestvensky/Sinfónica de la BBC (DVD Medici Arts y CD ICA, 1978). Aunque la orquesta se queda algo corta, el maestro moscovita repite su visceral interpretación, llena de sarcasmo y humor negro pero no del todo atenta a la atmósfera, en un concierto en el Royal Albert Hall que el melómano puede conocer en dos ediciones diferentes. Una es el vídeo, que permite disfrutar de la impresionante gestualidad del maestro y de la manera en la que controla todo –se anticipa mucho a la hora de dar las entradas–, pero que sufre de un sonido monofónico que no hace justicia a la obra. La otra es el CD, que ofrece un estéreo de amplia gama dinámica con enorme potencia en las frecuencias graves. Usted mismo. (9)


8. Haitink/Filarmónica de Londres (Decca, 1979). Virtudes y limitaciones del maestro holandés quedan en evidencia en esta interpretación correctamente trazada, admirablemente clarificada, de musicalidad irreprochable y enorme honestidad intelectual, pero en exceso timorata a la hora de bucear en los subtextos de la música. Por muy tópico que resulte decirlo, Haitink resulta en exceso objetivo, cuando no distanciado e incluso frío. Que renuncie a la visceralidad no es reprochable, porque esta música también se puede explorar desde otros ángulos –aún tendrá que llegar de Rostropovich–, pero sí que es necesario un mayor sentido de los contrastes, de lo grotesco e incluso de lo vulgar, como también –y sobre todo– mayor intensidad emocional. Lo mejor es un primer movimiento muy bien planteado y resuelto, lo peor un tercero cuya marcha fúnebre arranca sin fuerza alguna y en el que luego Haitink deambula de un misterio a otro sin que se le mueva un pelo. En cualquier caso, el sólido trabajo con la orquesta –muy por debajo de la de Chicago con Previn– y las bondades de la toma de Decca terminan ofreciendo un producto de buen nivel que, en aquel momento, ayudó a revelar esta genial partitura a muchos discófilos. (8)


9. Rozhdestvensky/Orquesta del Bolshoi (Russian Disc, 1981). Esta toma en vivo de buena –en absoluto excepcional– calidad vuelve a dejar bien clara la perfecta sintonía de Rozhdestvensky con la partitura, siempre en una línea ante todo visceral, incisiva y expresionista, pero ahora atendiendo algo más a los aspectos atmosféricos de la obra. Aun así, no termina de convencer: hay más de un acento digamos “creativo” que no convence, y la marcha que abre el tercer movimiento no está del todo conseguida. La orquesta también tiene sus limitaciones. (8)



10. Rozhdestvensky/Sinfónica del Ministerio de Cultura de la URSS (Melodiya, 1985). Ahora sí. Partiendo del mismo enfoque dramático, tenso y virulento que en el estreno en Occidente que realizó 23 años antes, pero ahora haciendo uso de unos tempi más lentos que le permiten aportar una mayor dosis de carácter gótico a la partitura, Rozhdestvensky redondea así una interpretación tan intensa como poliédrica que nos deja con el corazón en un puño. La orquesta es muy particular: los metales resultan bastante discutibles, mientras que las maderas aportar incisividad y sarcasmo ejemplares. Una pena que la toma adolezca de los problemas habituales de los registros soviéticos de aquellos años. (10)


11. Rozhdestvensky/Sinfónica del Ministerio de Cultura de la URSS (Brilliant, 1987). Esta lectura se encuentra en la misma línea la anterior de los mismos intérpretes, aunque se pueden realizar algunas puntualizaciones. En el primer movimiento molesta algún resbalón de los metales –que se quedan cortos– y algún exceso de la percusión. El tercero resulta particularmente inspirado, y además el director aporta diversos detalles creativos de corte humorístico. La coda resulta particularmente siniestra, de fogonazos más inquietantes que nunca. Como la toma es muy pobre en lo tímbrico y corta en dinámica, el testimonio queda reservado a los muy interesados en la historia interpretativa de la página. (9)


12.  Ashkenazy/Royal Philharmonic (Decca, 1989). Todavía en su mejor etapa como director, el de Gorki ofrece una interpretación objetiva y ortodoxa, muy equilibrada en todos sus componentes, llevada con buen pulso –tempi ligeros–, gran atención tanto a las líneas globales como al detalle, desarrollado sentido del color, ausencia de efectismos y apreciable musicalidad. Falta mayor imaginación, implicación emocional, sea para aportar más visceralidad o para crear más atmósfera; en este sentido, parece claro que el final debería ser más lento y opresivo. Los ingenieros de Decca ofrecieron la mejor toma de sonido de las hasta entonces escuchadas. (8)


13. Neeme Järvi/Real Orquesta Nacional Escocesa (Chandos, 1989). Ignoro por qué el patriarca de los Järvi posee tanto prestigio como recreador de la música de Shostakovich, porque nunca pasó de ser un maestro de segunda que gracias a su despliegue de energía y decibelios logró ser vistoso en algunos repertorios. Aquí hay que reconocer que el primer cuarto de la obra se encuentra francamente bien planteado y construido, aun echando de menos sarcasmo y sentido de los contrastes. Luego se va perdiendo tensión interna y nos queda una lectura tan correcta como plana y superficial. Por si fuera poco, la orquesta presenta limitaciones importantes a la hora de abordar una obra de dificultad tan extrema como esta. (6)


14. Rostropovich/Sinfónica Nacional de Washington (Teldec, 1992). He aquí el más decisivo giro interpretativo hasta la fecha. Frente a la visceralidad expresionista con que hasta entonces era expuesta la obra, Slava propone una sucesión de fantasmagorías en la que se entremezclan inquietantes sombras del pasado, oscuras premoniciones y una profundísima tristeza en la que no hay apenas espacio para la rebeldía. Lo irónico y lo circense están ahí, pero vistos desde la distancia y velados por una cargadísima atmósfera que no permite que la burla sea válvula de escape. Una mirada intensamente gótica, pues, que parece apuntar hacia el último periodo creativo del autor y que Rostropovich materializa con tempi lentos, irreprochable cálculo de las tensiones –algo bien difícil en una obra de arquitectura tan deslavazada– y una impresionante inspiración expresiva. Lástima que la orquesta, aun rindiendo a excelente nivel, no sea de primera. (9)


15. Inbal/Sinfónica de Viena (Denon, 1992). El maestro israelí ofrece una lectura muy atractiva por su incisividad, su claridad y su fraseo nervioso e inquietante, pero a la que le falta algo de calidez y le sobra alguna caída en el efectismo; incluso en el último movimiento se precipita un tanto. Venturosamente, años después ofrecerá una realización más redonda de su propuesta. (8)


16.  Chung/Orquesta de Philadelphia (DG, 1994). Aun bien respaldado por una respuesta orquestal portentosa, evidenciando un elevado sentido del color y buscando siempre la claridad, a Chung se le escapa el sentido expresivo de la obra y la planifica de manera deslavazada, resultado precipitado la mayor parte del tiempo y cayendo de vez en cuanto en el efectismo. De misterio hay bien poco, así que a la postre la interpretación a ratos engancha y a ratos deja indiferente. Toda la sección conclusiva manifiesta bien las irregularidades: clímax muy flojo, coda inquietante. Que la ingeniería del sello amarillo sea extraordinaria sirve de poco. (6)


17. Gergiev/Orquesta del Mariinsky (Philips, 2001). No se le puede negar a Gergiev su amor por una partitura en la que demuestra conocimiento y compromiso, atendiendo muy bien a su atmósfera turbulenta, aportando rabia a sus clímax y renunciando al efectismo para atender a texturas y planos sonoros, siempre dentro de un enfoque a medio camino entre la visceralidad de un Kondrashin o un Rozhdestvensky y el carácter onírico de Rostropovich. Ahora bien, se echa de menos una planificación mejor construida de los grandes arcos de tensiones, un pulso mejor sostenido en los momentos más introvertidos –el final del primer movimiento se le viene abajo–, y contrastes expresivos más marcados; a la escalofriante coda del Finale, en exceso plácida, se le podría sacar mucho más partido. La orquesta realiza una labor digna para tratarse de la obra de la que se trata, pero queda en evidencia que no es de primera. Excelente trabajo el de los ingenieros de Philips a la hora de recoger la amplísima gama dinámica. (7)


18. Kitajenko/Gürzenich-Orchester Köln (Capriccio, 2003). El idioma, la arquitectura, la variedad expresiva y la ejecución son muy notables, pero en todos estos aspectos hace falta un poco más de nivel para que la versión, algo plana y aburrida, llegue a convencer. El final resulta plácido antes que inquietante. No hay que extrañarse: Kitajenko no suele dar para más. (7)


19. Bychkov/Sinfónica de la WDR de Colonia (Avie, 2005). La excepcional acústica de la Philharmonie de Colonia y la reproducción en SACD, multicanal y de extraordinaria gama dinámica, convierten a este disco en uno de los más satisfactorios desde el punto de vista técnico en una partitura nada fácil de llevar al formato doméstico. Interpretativamente funciona de manera no tan redonda: el maestro ruso maneja bien la masa orquestal, conoce el idioma –excelente tratamiento de las maderas– y se mueve dentro de unos parámetros expresivos irreprochables, pero no logra dotar a su lectura de toda la gama expresiva que demanda, mostrándose un tanto plano y falto de compromiso. En esta página hay más –aún más– de sarcasmo y visceralidad, como también de misterio y –aunque parezca lo contrario– de emotividad lírica. Tampoco la tensión sonora es con Bychkov la mayor posible: a ratos su interpretación resulta descafeinada. Decepcionante en este sentido, tras un clímax final algo hinchado y sin toda la rabia posible, la larga coda con que concluye la sinfonía, que el maestro hace más meditativa que desasosegante. (7)


20. Ashkenzy/Sinfónica de la NHK (Decca, 2006). ¿Para qué demonios vuelve al maestro sobre la página? No solo no tiene nada nuevo que decir, sino que ahora las cosas le salen peor. Y es que esta es una descafeinada versión que, a pesar de contener momentos hermosos, carece de aristas, tensión, sarcasmo y carácter siniestro. Aburrimiento supremo. (6)


21. Rattle/Filarmónica de Berlín (Digital Concert Hall, 2009). La ejecución es soberbia, la planificación irreprochable, la expresión es siempre certera y no hay la menor caída en el efectismo, pero la interpretación resulta en exceso objetiva, diríase que bastante abstracta, desprendiendo una sensación de distanciamiento e incluso frialdad que no termina de convencer. Necesita más compromiso expresivo, más imaginación, más matices. Lo mejor, el tercer movimiento. (8)


22. Raiskin/Filarmónica Estatal Renana y Filarmónica Estatal de Maguncia (SWR2, 2009). No deja de sorprender esta lectura, grabada con dos orquestas –suponemos que tocando juntas– en días consecutivos en Maguncia y en Coblenza, bajo la dirección de un director desconocido, Daniel Raiskin, que demuestra conocer a la perfección el lenguaje de Shostakovich –conseguido como con pocos directores en esta partitura, ahora libre de toda adherencia mahleriana– y acierta en el sentido expresivo de la partitura. Más que eso: traza el edificio con gran solidez en sus tensiones –cosa aquí extremadamente difícil dado lo deslavazado de la estructura-, hace que los solistas ofrezcan intervenciones cargadas de intención y, sin llegar a los extremos de acidez de un Rozhdestvensky, inyecta una tremenda dosis de amargor, también de humor negro. La coda pocas veces ha sonado tan inquietante y siniestra. Si el nivel baja un poco se debe a las relativas insuficiencias de la plantilla orquestal, por otra parte tratada con enorme atención a la claridad de líneas. Excelente la toma. (9)


23. Salonen/Filarmónica de Los Ángeles (DG, 2011). El maestro finlandés hace honor a su fama de director analítico con una recreación planificada de manera admirable en esos dos movimientos extremos tan difíciles de levantar –excepción es un pasaje resuelto de manera poco convincente en el tercero– e increíblemente bien diseccionada en sus planos sonoros y en cada una de sus líneas. Consigue Salonen, además, un admirable rendimiento de la que era aún su orquesta, a la que hace sonar de manera por completo adecuada para la música del autor sin necesidad de subrayar aristas. Y se implica en lo expresivo aportando la dosis justa de los componentes de esta música: atmósfera siniestra, virulencia, sarcasmo, humor negro y fuerza trágica se dan cita sin que ninguno de estos aspectos se ponga por encima del otro. ¿Qué falta? Pues subrayar un poco más la carga fantasmagórica de algún pasaje del primer movimiento, tensar más el segundo –sobresale el sugerente tratamiento de las texturas de las maderas– y aportar mayor grandeza opresiva, en el tercero de ellos, a la marcha fúnebre que lo abre y al gran clímax nihilista antes de la coda. En contrapartida, esta es una de las más misteriosas de toda la discografía. La toma sonora, realizada en vivo, no es la mejor posible. (9)


24. Gergiev/Filarmónica de Múnich (FM, 2011). Esta lectura es diferente de otras de Gergiev. Bastante lenta, mucho más certera a la hora clarificar el entramado orquestal, menos explosiva y bastante más atmosférica. También mejor tocada. El problema es que con los tempi escogidos la tensión pierde un fuelle a ratos, y la arquitectura de esta obra discontinua por naturaleza se viene abajo. Las intervenciones solistas poseen suficiente intención, aunque se pueden –y deben– acentuar más los contrastes expresivos, subrayar los aspectos caricaturescos y el humor negro que esta música alberga. En cualquier caso, uno de los trabajos más voluntariosos y menos de cara a la galería de Gergiev en este repertorio. Excelente la toma. (8)


25. Inbal/Sinfónica Metropolitana de Tokio (Exton, 2012). Audiblemente involucrado en la música –la mitad del tiempo se lo pasa canturreando–, el anciano Inbal construye una interpretación no solo sonada con la incisividad y el nervio pertinentes, sino también diseccionada de manera magistral, en la que cada una de las líneas del entramado orquestal –el maestro saca petróleo de una formación no muy allá– se encuentra expuesta con inmediatez expresiva, enorme vivacidad y muy certera expresión, sin cargar las tintas en los aspectos más corrosivos o siniestros pero evitando caer en lo superficial o descafeinado. Solo cabe reprochar que la marcha con que arranca el tercer movimiento está dicha con más premura de la cuenta –le falta grandeza– y que el cataclismo final resulte más decibélico que imponente. La toma sonora, en vivo y admirable. (9)


26. Gergiev/Orquesta del Mariinski (Mariinski, 2013). Vuelven el director moscovita y sus huestes del Mariinski, doce años después de su registro para el sello Philips, para ofrecernos una lectura muy certera tanto en el idioma como en la expresión, atenta tanto a la virulencia como a las atmósferas más o menos fantasmagóricas, comprometida en cuanto a la energía y sinceridad desplegadas, pero algo cruda a la hora de dejar en evidencia las limitaciones tanto de la orquesta como de su tosco director, que combina pasajes muy conseguidos con otros que dejan que desear. La escalofriante “aparición” en torno al minuto 20 del primer movimiento, por ejemplo, podría haber resultado mucho más terrorífica de haber trabajado más el peso de los silencios; la marcha que abre el tercero, lineal y dicha de pasada, apenas acumula tensiones. Tampoco el tremebundo clímax final resulta del todo apocalíptico. Además, hay algunas intervenciones solistas algo blandas y, en general, se puede avanzar más en claridad y depuración sonoras. La toma sonora en SACD multicanal ofrece la amplísima gama dinámica que demanda esta partitura, y recoge muy bien las no menos fundamentales frecuencias graves. (8)


27. Vasily Petrenko/Royal Liverpool Philharmonic (Naxos, 2013). El contrario que en otras entregas de su muy irregular integral sinfónica, al maestro de San Petersburgo esta vez no se le vienen las tensiones abajo y ofrece una lectura muy bien construida, de trazo sólido y decidido aun optando por unos tempi que le permiten, combinados con un apreciable sentido del color, diseccionar la partitura con meridiana claridad. Su estilo es irreprochable y se entiende muy bien negro trasfondo expresivo de esta poliédrica partitura. Eso sí, globalmente resulta un poco fría: se echa de menos un poco más variedad expresiva y de sentido teatral, también de imaginación –cuando la hay no convence: extraños portamenti en el tercer movimiento– y de personalidad. La toma sonora es a todas luces soberbia. (8)


28. Nelsons/Orquesta del Concertgebouw (Symphony, 2014). Al frente de una orquesta que es una locura en virtuosismo y musicalidad –si alguien dijera que parece la mejor del mundo difícilmente se le podría llevar la contraria–, el por entonces aún joven maestro letón realiza un soberbio, difícilmente superable análisis del intrincadísimo entramado sinfónico tejido por Dmitri Dmítrievich, al que hace sonar en su punto justo de incisividad sin necesidad de cargar las tintas “a lo Rozhdestvensky”. En cualquier caso, no son estas las cosas que más terminan impresionando, sino otras como la unidad del trazo global –un milagro otorgar coherencia a una página tan voluntariamente dispersa–, la capacidad para subrayar aristas sin perder belleza sonora, la fuerza que adquieren los pasajes más tremendos –una salvajada la fuga– o lo certero en la expresión de todas y cada una de las intervenciones de los primeros atriles. El segundo movimiento está bien paladeado, atendiendo más al misterio que al sarcasmo; alucinantes las maderas en el tercio final. El tercero, planteado con lentitud, comienza de manera magistral: ¡qué riqueza de matices agógicos y dinámicos en el fagot! En realidad, toda la marcha fúnebre resulta sobrecogedora, y a partir de ahí Nelsons se sumerge en la fantasmagoría abandonando al carácter implacable del primer movimiento y potenciando el misterio. El gran clímax, sin ser particularmente opresivo ni apocalíptico, ofrece una tremebunda grandeza trágica, y a partir de ahí la disolución se desarrolla con lentitud extrema, haciendo que la respiración de la cuerda grave se vaya extinguiendo poco a poco hasta dejarnos con el corazón en un puño. ¿Una referencia? Sin duda. Imagen y toma sonora son de enorme calidad en la plataforma Symphony, no tanto en la copia disponible en YouTube. (10)


29. Rattle/Filarmónica de Berlín (Berlin Philharmonic Digital Concert Hall, 2015). Como en la anterior ocasión con la misma orquesta, el maestro británico ofrece una notabilísima lectura a la que le falta ese plus de expresividad que transforma lo muy notable en excepcional. Con todo, hay que apreciar en esta tercera interpretación Rattle un magnífico último movimiento –interesante ritenuto en la marcha que lo abre– y la ausencia de todo efectismo. (8)


30. Nézet-Séguin/Filarmónica de Rotterdam (DG y Mezzo TV, 2016). El maestro canadiense acierta por completo al alcanzar un punto de equilibrio entre las dos maneras de entender esta música. El canadiense explora atmósferas, indaga en los pliegues expresivos y se adentra en lo siniestro, al tiempo que aprovecha la sonoridad descarnada de la orquesta –los metales algo pobres son aquí casi una ventaja a la hora de subrayar las voluntarias vulgaridades de la escritura– y da instrucciones para que los solistas intervengan con virulencia y recochineo. El trazo, además, es muy firme y seguro; no hay precipitaciones ni puntos muertos, lográndose incluso otorgar unidad a una obra que nace y quiere ser poliédrica. Y el sentido trágico, siempre enmascarado por un sentido del humor lleno de ironía y dolor, se encuentra plenamente garantizado. Solo falta una dosis adicional de rabia y de carácter combativo, así como un análisis todavía más minucioso de cada una de las frases musicales, para alcanzar lo excepcional. También, todo hay que decirlo, un primer violín de mayor calidad. La toma del CD editado por DG es de muy buena calidad, pero falta un poco de cuerpo, de relieve en las frecuencias graves, así como una mayor focalización en los detalles. El vídeo en Mezzo TV adolece de una molesta comprensión dinámica. (9)


31.  Michael Sanderling/Filarmónica de Dresde (Sony). Hay que admirar la atentísima, minuciosa y clarificadora labor de análisis que realiza el maestro, que va desgranando la partitura sin la menor prisa y sin intención alguna de epatar, poniendo de relieve la excelencia de la escritura y obteniendo el mejor provecho de una orquesta estupendamente recogida por una toma sonora de gran naturalidad tímbrica y de apreciable relieve (el HD otorga gran potencia a las frecuencias graves). A nivel interpretativo las cosas no funcionan con igual fortuna: es perfectamente válido que Sanderling hijo se aproxime a las fantasmagorías de Rostropovich, y por ende no es de reprochar que la tímbrica no sea particularmente incisiva ni se subrayen los aspectos más grotescos, pero lo cierto es que ni la atmósfera malsana está del todo conseguida, ni los momentos escalofriantes logran ponernos los pelos de punta, ni se aprecian los adecuados contrastes en una obra que está llena de ellos. Particularmente defrauda el tercer movimiento, llevado con excesiva lentitud y con unas tensiones que, sencillamente, no progresan como debieran; la escalofriante cola, que aquí alcanza casi los seis minutos, sí que está conseguida, aunque desde un ángulo antes misterioso que nihilista. (7)


32. Nelsons/Sinfónica de Boston (DG, 2018). Cuatro años después de su filmación en Ámsterdam, Nelsons repite pero no mejora los portentosos resultados de entonces. El cambio viene por parte de un primer movimiento ahora mucho más rápido, pasando de 28’50’’ a 26’43’’ para ganar de manera considerable en urgencia, nervio y conflicto sin perder claridad en la exposición (¡increíble, se escucha todo!), pero sí atención a la atmósfera y peso expresivo en los silencios. Habrá quienes lo prefieran así, menos gótico y más visceral; a mi entender, antes el enfoque era más plural y, por ello, más convincente. Los otros dos movimientos son conceptualmente muy parecidos a los de entonces. El Moderato no va tan despacio –de 9’38’’ se pasa a 8’24’’–, lo que permite alcanzar un clímax particularmente encendido. Una vez más, el maestro orienta de manera excepcional al fagot en el arranque de un tercer movimiento que, idéntico en los tempi al de la versión del Concertgebouw, vuelve a resultar magistral en todos los sentidos. La toma de sonido, absolutamente sensacional. Para los maniáticos de las puntuaciones: nueve a los dos primeros movimientos, diez al tercero. (9)


33. Noseda/Sinfónica de Londres (LSO Live, 2018). El maestro pone las cartas sobre la mesa desde el arranque: interpretación seca, hosca y violenta, más preocupada por buscar la aspereza que por explorar los muy inquietantes misterios que se esconden detrás de las notas. Hasta cierto punto sigue la línea de Rozhdestvensky, por tanto, pero sin ofrecer el sentido de lo grotesco, de la virulencia y del sarcasmo que sabía destilar el llorado maestro ruso en sus numerosos registros. Y no es solo cuestión de opción expresiva: Noseda se muestra un tanto lineal, matiza poco y en ocasiones se precipita. Solo al final del primer movimiento se toma las cosas con más calma y empieza a interesarse ya no tanto por lo que nos golpea el estómago, sino por lo que nos pone los pelos de punta. El Moderado con molto, ese movimiento que según acertadas palabras de Pérez de Arteaga hace que la obra se encuentre "genialmente desequilibrada", sufre algunas aportaciones de la batuta muy desafortunadas, se encuentra fuera de estilo y lega a hacer gala de mal gusto. La marcha del tercer movimiento arranca de manera despistada, sin misterio alguno, y culmina bastante peor: decibelios y brutalidad gratuita en lugar de rabia. A partir de ahí, Noseda empieza a deambular por las diversas fantasmagorías de manera unilateral, sin captar lo mucho que de mahleriano hay en la página. Alguna metedura de pata hay, y solo la faceta más angustiosa de la escritura parece interesarle. El gran clímax, menos mal, se encuentra muy bien planteado, y la larga coda está dicha con la lentitud y el carácter siniestro que aquí resultan imprescindibles. La toma no es óptima, y de hecho contribuye a reforzar la sensación de sequedad que desprende la interpretación; a cambio, ofrece la más amplia gama dinámica que haya conocido esta partitura en discos. (7)



34. Nézet-Séguin/Festival de Lucerna (YouTube, 2019). La vuelta de tuerca que le faltaba a Yannick en Rotterdam la ofrece en Lucerna para redondear una interpretación de referencia. ¿El problema? Actualmente solo se encuentra disponible el tercer movimiento. Tampoco la toma es del todo buena. (10)


35. Mäkelä/Filarmónica de Oslo (Decca, 2022). En el primer movimiento el joven maestro finés ya deja clara su plena comprensión del universo shostakoviano, tanto en lo que al lenguaje sonoro se refiere como al contenido tras las notas, pero da la impresión de que no se termina de lanzar en plancha frete a una música que necesita pleno compromiso: por momentos su lectura, de irreprochable trazo y momentos muy logrados –cabalgada en mitad del movimiento, justo cuando arranca el segundo track de esta edición–, resulta algo aburrida. La excelencia sí que la alcanza en el segundo momento, cuya fantasmagoría –alucinante juego de las maderas en el minuto seis– se encuentra por completo conseguida. El alto nivel prosigue en el tercero, planteado aquí no desde la rabia sino desde ese “más allá” que empezó a explorar Rostropovich; a destacar, en este sentido, el exquisito tratamiento tímbrico que resulta de dar las adecuadas indicaciones a los miembros de la orquesta, así como la lentitud de una coda que bajo la batuta de Mäkelä, antes que nihilista, suena particularmente misteriosa. (9)


36. Sokhiev/ Filarmónica de Berlín (Digital Concert Hall, 2023). Apostar por tempi muy lentos facilita alcanzar la claridad en páginas de densa escritura, pero también pone seriamente en riesgo el discurso horizontal si la batuta no posee técnica o comprensión de la arquitectura suficientes. Justo lo que le ocurre a un Tugan Sokhiev que sabe de qué va la cosa y ofrece acertadas indicaciones a los formidables solistas de la orquesta –algún despiste puntual importa poco–, pero por completo incapaz no ya de sostener, sino de generar tensiones. Y claro, en una obra tan necesitada de lógica, de electricidad y de fuerza, es profundamente aburrido. A destacar el interesante juego de texturas en el segundo movimiento; el resto, a olvidar. (6)



37. Nelsons/Orquesta de la Gewandhaus (Stage + y Arte TV, 2025). Vuelve Andris Nelsons, esta vez en el Festival Shostakovich de Leipzig. En el primer movimiento se han recuperado unos tempi sensatos: hay vigor, aristas y conflictos dramáticos, al tiempo que se deja que la música respire y no se permite que todo descanse en el frenesí. Algunos pasajes se les ha escuchado mejor a otros directores, si bien hay que reconocer que el maestro trabaja muy bien los planos sonoros; a destacar la tremenda fuga escrita para la sección de cuerda que termina en una terrorífica cabalgada, todo un ejemplo de soberbia técnica de batuta. Extrañamente, hay algunos ligeros fallos aquí y allá por parte de la orquesta. Lo más desconcertante: el primer violín se desmelena en una serie de narcisismos sin sentido. Segundo movimiento lentísimo, siniestro a más no poder e increíblemente bien trabajado en su polifonía, no solo en los que a claridad se refiere, sino también en matices expresivos; de las versiones comentadas no recuerdo ninguna que supere en este Moderado a la presente recreación, que por lo demás se beneficia muchísimo de las maderas sajonas. La marcha fúnebre con que se abre el tercer movimiento es lentísima y se encuentra cargada de pathos. A partir de aquí, Nelsons parece mirar antes gracia la negrura que al desgarro expresionista, desmenuzando muy bien la música hasta llegar a una coda especialmente lenta, densa y nihilista, de esas que dejan el corazón en un puño. O de las que podrían dejar, porque las toses del público molestan una barbaridad. (9)

No hay comentarios:

Temporada 2025/26 del Villamarta: pesimismo total

Ha sido anunciarse  – tardísimo, por cierto –  la nueva temporada del Villamarta ( descarga aquí ) y venirme abajo. Dirán ustedes que soy un...