sábado, 17 de abril de 2021

Vaughan Williams por Pappano: nihilismo en estado puro

Su apresurado nombramiento como nuevo titular tras la muy comprensible marcha de Sir Simon Rattle ha llevado a la Sinfónica de Londres a lanzar –ayer mismo– un SACD protagonizados por Antonio Pappano. El programa es ideal: la dos sinfonías más dramáticas de Ralph Vaughan Williams, Cuarta y Sexta para concretar. Yo lo he escuchado vía streaming de alta calidad y, antes que nada, debo constatar la fabulosa calidad de las grabaciones, realizadas respectivamente en 2019 y 2020: nada que ver con aquellos primeros lanzamientos del sello LSO Live. Las interpretaciones me han parecido de mucha altura.


Sin necesidad de acentuar en lo puramente sonoro los aspectos expresionistas, Sir Antonio nos ofrece una interpretación particularmente negra de la Sinfonía nº 4 (1935). Dramática, severa y sin concesiones. Ni a la brillantez orquestal ni tampoco al júbilo. Ni siquiera al posible humor negro del Finale. Tampoco al lirismo de un segundo movimiento que, bajo su batuta, genera una atmósfera de lo más inquietante. No diré que sea la versión de referencia, pero tampoco tengo claro si alguna me gusta más. Quizá la de Haitink (EMI, 1996), por decir algo.

Pasa algo parecido a la demoledora Sinfonía nº 6 (1948). Pappano no se interesa por la calidez y el humanismo del maravilloso tema lírico del primer movimiento –paladeado, no obstante, con admirable elegancia británica–. Tampoco le seduce especialmente esa mezcla de nervio, desparpajo jazzístico y mala leche que anida entre las notas. Lo que pretende el maestro londinense es subrayar el nihilismo de esta música. Y lo consigue, de nuevo sin verse obligado a subrayar los aspectos sonoros más combativos: lo que hace es trasmitir de maravilla la infinita desolación que recorre esta sinfonía de principio a fin, sobre todo en un movimiento conclusivo lentísimo –11’32’’ frente a los 10’17’’ de Previn o los 10’29’’ de Barbirolli, por ejemplo– y por decididamente nihilista, en el cual se ponen más que nunca en evidencia los lazos con los escalofriantes adagios de Dmitri Shostakovich. Gran versión, a la postre, aunque mi favorita sigua siendo la de Barbirolli (Orfeo, 1970).

A destacar el increíble rendimiento de una London Symphony que parece en su mejor momento. La perfecta planificación global de Pappano y el cuidadoso trazo en los detalles demuestran la categoría de una batuta que puede hacer grandes cosas como nuevo titular.

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