jueves, 26 de abril de 2018

Séptima de Bruckner por Nelsons: jarro de agua fría

No había escuchado las dos primeras entregas, sinfonías Tercera y Cuarta, de la integral Bruckner que están grabando en vivo Andris Nelsons y su Orquesta del Gewandhaus de Leipzig para Deutsche Grammophon, así que puse en mi equipo el siguiente capítulo –lo encontrarán en las plataformas de streaming habituales–, nada menos que la Sinfonía nº 7 del compositor austriaco, en registro realizado hace tan solo un mes y medio, en marzo de este mismo año.


Comencé arqueando las cejas: sonoridad hermosísima y plenamente bruckneriana, cantabilidad maravillosa, construcción de tensiones y distensiones plena de naturalidad…. Pero todo ello dentro de un concepto místico en el más pobre de los sentidos, es decir, de una elevación espiritual en la que solo hay espacio para la contemplación más serena, apolínea y equilibrada, no así para la duda o para la inquietud.

Las peores sospechas se confirmaron en un Adagio de belleza suprema –más de la cuenta: la sonoridad de la cuerda resulta en exceso pulida– que se escucha sin la menor emoción, así hasta llegar a un clímax sin rastro de esa espiritualidad agónica ni de ese carácter visionario que necesita. Alguien me dirá que el concepto de Celibidache, para mí y para muchos el mayor recreador de esta partitura, era igualmente místico. Pues sí, pero con el rumano se apreciaban una desazón interna y una fuerza dramática, bien soterradas pero en todo momento presentes, que aquí no se dejan entrever. Y es que Nelsons no indaga en las notas: se limita a transfigurar los pentagramas creyéndose a pies juntillas eso del “buen Dios”.

Encontré más que correcto el Scherzo, sin que las puertas del infierno se intuyeran ni de lejos; pura rutina el trío. El Finale creo que era notable, pero a esas alturas un servidor ya estaba deseando que terminara la decepcionante y hasta aburrida la audición.

Como en las anteriores entregas, había complemento Wagner. En este caso, la Marcha fúnebre de Sigfrido. Mucha tela. Y es que con esta página no basta con dejar que la música respire. Hay que generar una atmósfera siniestra, administrar las tensiones con rabia y desesperación, alcanzar el gran clímax con una perfecta mezcla de carácter heroico y hondura trágica… Nelsons no solo no lo logra, sino que descuida relativamente el trabajo puramente orquestal: hay detalles, como las figuras del flautín en los grandes clímax hacia 5’05’’ y 5’40’’, que no se oyen como es debido. Claro que aquí parte de la culpa deberse a un ingeniero de sonido, Everett Porter, que tampoco ha sabido estar a la altura de las circunstancias.

A un servidor, firme partidario de que el maestro letón fuera sucesor de Rattle en Berlín, este disco le ha sentado como un jarro de agua fría. ¡Qué le vamos a hacer!

1 comentario:

Observador dijo...

Don Fernando:

Podría decirme, ¿cuál es su versión favorita, PERO EN ESTUDIO, de la séptima sinfonía de Bruckner? Muchas gracias.

Saludos cordiales,
Mario de República Argentina

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