jueves, 26 de abril de 2018

Plagiadores

El otro día le leía a un melómano en Twitter comentarios acerca de la lacra que supone la práctica del plagio en el mundo universitario. Le contestaba yo que la raíz del problema se encuentra en los institutos de enseñanza secundaria. En ellos llevo trabajando ya dieciocho años. Y me consta que muchos alumnos confunden hacer un “trabajo sobre tal tema” con “cortar y pegar textos tomados de internet”. Y ahí fallamos los profesores. Porque debemos enseñarles que no basta con buscar fuentes. Hay que seleccionarlas; haciéndolo críticamente, claro, valorando hasta qué punto la información que ofrecen resulta pertinente. Ordenar dicha información de una manera coherente para que el resultado se corresponda con los objetivos del trabajo en cuestión. Hacerlo con una expresión propia que evidencie la madurez del alumno. Y citar las fuentes, dejando claro de dónde se ha extraído cada uno de los argumentos y qué es cosecha propia.

Yo no me considero un profesor particularmente estricto ni cuadriculado, salvo en la cuestión del plagio. Ahí no consiento ni una. Cada vez que me entregan un trabajo, compruebo si hay “corta y pega”. En demasiados casos la respuesta es afirmativa. Suspenso automático, claro, aunque varias broncas me ha costado –y me seguirá costando– mantener semejante posición. Porque si seguimos aceptando como válidos trabajos realizados con un mínimo esfuerzo intelectual y que carecen de las citas pertinentes, estaremos enviando a la universidad a personas que verán como admisible y hasta adecuado mantener semejantes métodos en ella. Así las cosas, en este lugar tan corrupto llamado España se ha llegado al extremo de que un señor rector plagia con frecuencia obras de colegas suyos y, en la misma universidad, se considere que para obtener un máster no hace falta asistir a clase ni entregar nada: basta con tener buenos contactos políticos.

No creo que tal cosa ocurra únicamente en la Universidad Rey Juan Carlos (para quienes me lean desde fuera de España: me estoy refiriendo al “caso Cristina Cifuentes”, hoy jueves más noticia que nunca). Podría ocurrir en otras universidades más cercanas a mi domicilio, incluso con derivaciones en el mundo de la música. ¿Se imaginan ustedes que un catedrático recibiera continuamente encargos para elaborar notas al programa y escribiera con regularidad críticas de conciertos en periódicos de prestigio nacional, pero a la hora de la verdad parte de la información estuviera plagiada de aquí y de allá, y que incluso algunos párrafos de sus críticas se encontrasen literalmente copiados de las reseñas escritas por otras personas el día anterior en otros medios? ¿Y que esto ocurriera con frecuencia, año tras año, y no solo nadie hiciera absolutamente nada, sino que algunos siguiesen riéndole las gracias? Lo peor de este país no es que vivamos rodeados de completos sinvergüenzas, sino que lo consentimos.

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