Tremendo gol del Maestranza a otros teatros de mayor categoría y muy superior
holgura presupuestaria haber ofrecido el debut en España de Pretty Yende. Debut
que se saldó anoche con un rotundo éxito en la primera de las funciones que se
ofrecen de La fille du régiment en la conocida y divertidísima producción de Laurent Pelly que comenté el otro día aquí mismo.
Había escuchado los dos discos de la soprano sudafricana, encontrando en ellos
importantes virtudes y también algunas insuficiencias. Tres entre estas
últimas: un instrumento más cerca de una ligera que de una lírica –lo que no
parece lo más adecuado para los papeles que esta chica tiene en su repertorio–, estridencias en los sobreagudos y cierta incapacidad para diferenciar
expresivamente figuras como Lucia, Rosina, Amina o la Elvira de I
Puritani, e incluso a un mismo personaje dentro de sus diversas situaciones
anímicas. Pero ganan los aspectos positivos. La voz, de una frescura radiante,
se encuentra maravillosamente timbrada. Se desenvuelve sin problemas en las
agilidades y eso le sirve para ornamentar con abundancia y fantasía, por ventura
sin desmelenarse y manteniéndose dentro del buen gusto. Aunque a mí lo que más
me gusta de ella es su precioso canto legato, basado en un perfecto control
de la respiración y en una admirable planificación de las grandes líneas
melódicas, abordadas con musicalidad exquisita y sensibilidad que sabe no caer
en lo lacrimógeno.
Por eso mismo, y aun admirando mucho la exhibición que hizo
de coloratura –esta vez sin tiranteces en la zona más alta de la tesitura– y también de imaginación en
los números más irritantemente banales de la partitura, lo que más me impresionó
de su actuación ayer sábado fue cuando llegó la música de verdad con “Il faut
partir”, en la que una difícilmente superable combinación entre depuración
canora, elegancia y emotividad hizo que el Maestranza alcanzara una de las más
altas cotas de belcantismo que haya conocido en su trayectoria. Para recordar
asimismo su “Par le range”. Por si fuera poco, demostró ser una estupendísima
actriz y logró que apenas echáramos de menos en la –en semejante terreno–
inalcanzable Natalie Dessay que popularizara esta misma producción. Y por si no
lo sabían: se trata de una señorita bellísima. Si termina de enriquecer su
técnica –no estaría mal que jugara un poco más con los reguladores– y de
profundizar en los pliegues expresivos, puede convertirse en una primerísima
figura en determinados repertorios.
La voz de John Osborn, sin ser tímbricamente atractiva, resulta en principio
más adecuada que la de su compañera para esta ópera: el norteamericano sí que es
un lírico de verdad. La carne de su instrumento se agradece en el rol de Tonio.
En los agudos resulta brillante: si en el remate de su dúo “Quoi! Vous m’aimez?”
resbaló de manera considerable, en esa exhibición circense que es el “Ah! Mes
amis” no solo ofreció los esperados nueve “does” sino que además ofreció de
propina un re que, aun breve y algo apurado, resultó efectivo. Ahora bien,
a la hora de ligar las notas resulta mucho menos convincente que la Yende, y
en general su sensibilidad parece poco desarrollada: hubo que esperar a su “Pour
me rapprocher de Marie” –tal vez lo mejor de este flojo título donizettiano–
para encontrar reguladores de gran clase que pusieron el listón a la altura de las
circunstancias.
En principio el papel de Sulpice, sin ningún aria propia, no presenta mayor
dificultad. Pero hay que saber cantar y saber ser gracioso sin caer en la
vulgaridad. Pienso ahora en el mediocre Bruno Praticò, mal cantante y peor actor
que estropeaba la filmación de Mariella Devia en La Scala. Por fortuna en
Sevilla hemos tenido al joven barítono catalán Carlos Daza, que lo ha hecho
francamente bien en todos los aspectos; sobre todo en el plano actoral, que no es
precisamente fácil de satisfacer en esta producción. La mezzo Marina Pinchuk
aportó elegancia escénica y solvencia vocal a su Marquesa de Berkenfield,
mientras que la veterana y siempre espléndida Vicky Peña tuvo su espacio de lucimiento teatral como la
Duquesa sin necesidad de caer en los excesos. Muy bien el resto.
Me sorprendió gratamente la batuta de Santiago Serrate. No tengo idea de cómo
dirige este señor las sinfonías de Beethoven o Brahms, que las tiene en
repertorio, pero en Donizetti ha demostrado no solo capacidad para que la
Sinfónica de Sevilla suene redonda y bien ajustada, sino también gran atención a
los cantantes y, sobre todo, buena sensibilidad para la delectación melódica. A
veces es necesario realizar comparaciones: su Fille me gusta menos que la
de Yves Abel en Viena en esta producción, pero bastante más que la de
Bruno Campanella en la filmación comercial de la misma realizada en el Covent
Garden. Aplausos también para Íñigo Sampil y el Coro de la A. A. del Teatro de
la Maestranza por su notable labor.
En cuanto a la producción, solo añadir a lo ya escrito anteriormente que
mantiene por completo su frescura y que la reposición sevillana ha ofrecido una
dirección de masas –complicadísimas coreografías, ejemplarmente seguidas por
cuantos se encontraban sobre el escenario– a la altura del original; es decir,
de auténtica matrícula de honor. Una gozada de principio a fin. Y una velada de
ópera para el recuerdo.
PS. Las soberbias fotografías me las ha cedido Julio Rodríguez de su blog.
Un cajón de sastre para cosas sobre música "clásica". Discos, conciertos, audiciones comparadas, filias y fobias, maledicencias varias... Todo ello con centro en Jerez de la Frontera, aunque viajando todo lo posible. En definitiva, un blog sin ningún interés.
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