lunes, 27 de noviembre de 2017

Pretty Yende protagoniza La Fille en Sevilla: gol del Maestranza

Tremendo gol del Maestranza a otros teatros de mayor categoría y muy superior holgura presupuestaria haber ofrecido el debut en España de Pretty Yende. Debut que se saldó anoche con un rotundo éxito en la primera de las funciones que se ofrecen de La fille du régiment en la conocida y divertidísima producción de Laurent Pelly que comenté el otro día aquí mismo. Había escuchado los dos discos de la soprano sudafricana, encontrando en ellos importantes virtudes y también algunas insuficiencias. Tres entre estas últimas: un instrumento más cerca de una ligera que de una lírica –lo que no parece lo más adecuado para los papeles que esta chica tiene en su repertorio–, estridencias en los sobreagudos y cierta incapacidad para diferenciar expresivamente figuras como Lucia, Rosina, Amina o la Elvira de I Puritani, e incluso a un mismo personaje dentro de sus diversas situaciones anímicas. Pero ganan los aspectos positivos. La voz, de una frescura radiante, se encuentra maravillosamente timbrada. Se desenvuelve sin problemas en las agilidades y eso le sirve para ornamentar con abundancia y fantasía, por ventura sin desmelenarse y manteniéndose dentro del buen gusto. Aunque a mí lo que más me gusta de ella es su precioso canto legato, basado en un perfecto control de la respiración y en una admirable planificación de las grandes líneas melódicas, abordadas con musicalidad exquisita y sensibilidad que sabe no caer en lo lacrimógeno.

Por eso mismo, y aun admirando mucho la exhibición que hizo de coloratura –esta vez sin tiranteces en la zona más alta de la tesitura– y también de imaginación en los números más irritantemente banales de la partitura, lo que más me impresionó de su actuación ayer sábado fue cuando llegó la música de verdad con “Il faut partir”, en la que una difícilmente superable combinación entre depuración canora, elegancia y emotividad hizo que el Maestranza alcanzara una de las más altas cotas de belcantismo que haya conocido en su trayectoria. Para recordar asimismo su “Par le range”. Por si fuera poco, demostró ser una estupendísima actriz y logró que apenas echáramos de menos en la –en semejante terreno– inalcanzable Natalie Dessay que popularizara esta misma producción. Y por si no lo sabían: se trata de una señorita bellísima. Si termina de enriquecer su técnica –no estaría mal que jugara un poco más con los reguladores– y de profundizar en los pliegues expresivos, puede convertirse en una primerísima figura en determinados repertorios.

La voz de John Osborn, sin ser tímbricamente atractiva, resulta en principio más adecuada que la de su compañera para esta ópera: el norteamericano sí que es un lírico de verdad. La carne de su instrumento se agradece en el rol de Tonio. En los agudos resulta brillante: si en el remate de su dúo “Quoi! Vous m’aimez?” resbaló de manera considerable, en esa exhibición circense que es el “Ah! Mes amis” no solo ofreció los esperados nueve “does” sino que además ofreció de propina un re que, aun breve y algo apurado, resultó efectivo. Ahora bien, a la hora de ligar las notas resulta mucho menos convincente que la Yende, y en general su sensibilidad parece poco desarrollada: hubo que esperar a su “Pour me rapprocher de Marie” –tal vez lo mejor de este flojo título donizettiano– para encontrar reguladores de gran clase que pusieron el listón a la altura de las circunstancias.

En principio el papel de Sulpice, sin ningún aria propia, no presenta mayor dificultad. Pero hay que saber cantar y saber ser gracioso sin caer en la vulgaridad. Pienso ahora en el mediocre Bruno Praticò, mal cantante y peor actor que estropeaba la filmación de Mariella Devia en La Scala. Por fortuna en Sevilla hemos tenido al joven barítono catalán Carlos Daza, que lo ha hecho francamente bien en todos los aspectos; sobre todo en el plano actoral, que no es precisamente fácil de satisfacer en esta producción. La mezzo Marina Pinchuk aportó elegancia escénica y solvencia vocal a su Marquesa de Berkenfield, mientras que la veterana y siempre espléndida Vicky Peña tuvo su espacio de lucimiento teatral como la Duquesa sin necesidad de caer en los excesos. Muy bien el resto.

Me sorprendió gratamente la batuta de Santiago Serrate. No tengo idea de cómo dirige este señor las sinfonías de Beethoven o Brahms, que las tiene en repertorio, pero en Donizetti ha demostrado no solo capacidad para que la Sinfónica de Sevilla suene redonda y bien ajustada, sino también gran atención a los cantantes y, sobre todo, buena sensibilidad para la delectación melódica. A veces es necesario realizar comparaciones: su Fille me gusta menos que la de Yves Abel en Viena en esta producción, pero bastante más que la de Bruno Campanella en la filmación comercial de la misma realizada en el Covent Garden. Aplausos también para Íñigo Sampil y el Coro de la A. A. del Teatro de la Maestranza por su notable labor.


En cuanto a la producción, solo añadir a lo ya escrito anteriormente que mantiene por completo su frescura y que la reposición sevillana ha ofrecido una dirección de masas –complicadísimas coreografías, ejemplarmente seguidas por cuantos se encontraban sobre el escenario– a la altura del original; es decir, de auténtica matrícula de honor. Una gozada de principio a fin. Y una velada de ópera para el recuerdo.

PS. Las soberbias fotografías me las ha cedido Julio Rodríguez de su blog.

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