miércoles, 9 de marzo de 2011

Urmana en Valencia: mucha voz, bastante emoción

Violeta Urmana es una de esas artistas que levantan pasiones entre los dos tipos de aficionados a la lírica: los que buscan ante todo voces y los que buscan (buscamos) emoción por delante de otras circunstancias. Desde el punto de vista vocal la mezzo lituana es un fenómeno, no tanto por el volumen (aun así, considerable) de su instrumento como por la solidez y extensión del mismo, poderosísimo en el agudo y confortable en el grave sin sufrir cambios de color, amén de riquísimo en armónicos en su centro sensual y carnoso; la Kundry que ofreció con Maazel (enlace) y las diversas que tiene grabadas, quizá las mejor cantadas de la historia, bastan ya para colocarla en una posición privilegiada en el universo canoro. Pero además la artista sabe también ofrecer calidez, sinceridad y comunicatividad en sus recreaciones, aun manteniéndose dentro de un cierto distanciamiento expresivo y quedando en este sentido un poco por debajo de lo que las posibilidades de su instrumento y técnica le permiten. De lo primero y de lo segundo dio buena cuenta en el recital que ofreció el pasado domingo 6 de marzo en el Palau de la Música de Valencia, con una primera parte dedicada íntegramente a Mahler y una segunda que combinaba Duparc, Rachmaninov y Richard Strauss.

Estuvieron bien, a secas, los cinco lieder de Des Knaben Wunderhorn (de los más célebres: “Des Antonius von Padua Fischpredigt”, “Das irdische Leben”, “Wo die schönen Trompeten blasen”, “Trost im Unglück” y “Scheiden und Meiden”), aunque el placer fue más puramente sensorial -su voz es una auténtica caricia- que emocional, porque aún le queda un cierto recorrido para ofrecer toda la variedad expresiva que demanda el universo mahleriano. Algo parecido se puede decir de sus Rückert Lieder, que no obstante -he repasado la grabación a posteriori- me han parecido más comprometidos que en su gélido registro junto a Pierre Boulez de 2003. Vocalmente, no nos cansamos de repetirlo, estuvo suntuosa, si salvamos algún puntual enturbiamiento de la emisión en los pianísimos -magnífico su trabajo a la hora de matizar la dinámica- que apenas empañan a su lección canora. Por otra parte el pianista Jan Philips Schulze evidenció algún despiste y midió con –digamos- exceso de libertad, pero estuvo acertadísimo a la hora de recrear los colores orquestales desde el teclado.

Estuvieron muy logradas las dos canciones de Henri Duparc, “Phydilé” y “Chanson triste”, pues aunque la Urmana no sea el colmo del decadentismo que se supone le conviene a esta música, sí supo ofrecer una buena dosis de sensualidad en el fraseo. Pero donde la mezzo rozó el cielo fue en las cuatro canciones (“Kak mne boln”, “Dissonans”, “Sdes horosho” y “Vesennie vody”) de Sergei Rachmaninov, gracias a la intensa carga emocional que supo aquí proyectar. Fueron tan excelsos los resultados que el Strauss que vino a continuación, siendo magnífico, supo a poco: “Ruhe, meine Seele”, “Heimliche Aufforderung”, “Morgen” y la inevitable “Cäcili”. Además, en la penúltima de las citadas aún flotaba por la sala el recuerdo de lo que hizo Waltraud Meier en mayo de 2009 (enlace): la alemana, con un instrumento no tan interesante y en condiciones vocales menos buenas, sí alcanzó ese más allá que con su elegante contención no vislumbró Urmana.

De propina la artista ofreció el primero de los Wesendonck Lieder de Wagner, “Der Engel”, dicho muy desde el más allá, y una “Zueignung” de Strauss no del todo emotiva. Los aplausos consiguieron arrancarle lo que todos estábamos deseando, esto es, ópera, y aunque nos quedamos sin admirar su pasmosa facilidad para la coloratura (¡qué tremenda Lady Macbeth verdiana ofreció hace años en Sevilla!) nos regaló una impactante recreación de “la Mamma Morta” de Andrea Chénier. El público, que no llenó la sala y regaló toses y politonos en los momentos más inoportunos, salió encantado. Gran recital.

PD: no se olviden de la crónica realizada por Atticus (enlace).

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