Vi la última función, la del viernes 7 de noviembre, de las cinco programadas por el Palau de Les Arts. Qué valor, inaugurar la temporada con Parsifal y cerrarla con un Anillo sabiendo el poco aprecio que al sur de los Pirineos, salvando Barcelona, se tiene a Wagner. Así es como un teatro se forja un prestigio internacional.
Disfruté muchísimo, pues no en balde se trata de una de mis dos óperas preferidas (la otra es Falstaff), y escucharla con una orquesta tan formidable como la recién creada en Valencia y con un elenco canoro de semejante altura es toda una gozada. Semejantes resultados artísticos eran hasta ahora impensables en España. Ahora bien, poniendo muy alto el nivel de exigencia (batuta mítica, orquesta de primera, voces de gran calidad) se pueden realizar muchas matizaciones. Ahí van algunas.
Herzog. Un planteamiento escénico que en sí mismo no está ni bien ni mal. Respeta a Wagner por mucho que traslade la acción a otro planeta y que al final los personajes regresen a la Tierra volando en una nave idéntica al Palau de Calatrava: las situaciones y los personajes son los de Wagner, y eso ya es bastante hoy día. No se hizo hincapié en el presunto discurso conservador-panfletario de la obra. Desgraciadamente la dirección de actores no existía y lo cantantes deambulaban a su aire como si estuviesen en una mala producción de provincias. Hubo momentos muy mal resueltos y otros en los que se desatendió por completo a la música. Nadie hubo que resolviera el desaguisado producido por la monumental flojera intelectual de Herzog.
Maurizio Balò y Guido Levi. Notable escenografía del primero y sensacional trabajo de luminotecnia del segundo. Pocas veces he visto un Wagner de semejante belleza plástica. Lo mejor es que no se buscaron efectos meramente decorativos, sino que cada momento se planteaba en función de su contenido dramático. Un hallazgo ubicar a Klingsor en el interior de un volcán. Y a mí el vuelo final del "Palau"me pareció una preciosidad que, además, rimaba bastante bien con la música. Cuatro horas y cuarenta y cinco minutos de fascinación visual que sólo por la deplorable dirección de Herzog se hicieron reiterativos. Esta producción con un director de actores en condiciones podría arrasar en toda Europa.
Maazel. El director más irregular de los últimos cuarenta años hizo de... Lorin Maazel. Más que nunca. Del primer acto no se entera: aséptico, cuadriculado y rutinario a más no poder. La primera escena de la transformación se la pasó por el forro, y en la escena del Grial se quedó muy corto, aunque al menos no se puso en plan místico-almibarado. Comenzó el segundo acto con mucha garra para en la escena de las muchachas-flor destapar el tarro de las esencias y ofrecer una riqueza de colorido y una sensualidad formidables. ¡Magnífico! El dúo estuvo muy bien, pero aquí eché de menos la morbidez, el erotismo y el desgarro dramático de Barenboim en las tres funciones que le escuché en el Maestranza. El tercero acto Maazel lo llevó con unos tempi lentos, sin perder el pulso, aunque en los compases finales una incidencia en el foso le hizo pillar uno de sus célebres cabreos y aceleró un tanto. Le sonó magníficamente todo él, pero tanta belleza sonora no es suficiente: faltó "sustancia".
Orquesta y coros. Sensacionales. A la formación sinfónica se le puede sacar mayor partido en lo expresivo, pero eso ya es cosa de la batuta. Su virtuosismo es casi infalible. El coro no es el de Bayreuth, claro, ni tampoco el de la Staatsoper berlinesa, pero dudo mucho que en España haya uno sólo que sea cantar así esta obra tan peliaguda. Aún resuenan en mi cabeza los "Zu letztenmal". ¿Cuándo los volveré a escuchar así? Muy bien la escolanía.
Ventris. Pues una voz demasiado lírica pero, quizá por ello, bastante flexible. Llegó un poco cansado final de la última función, aunque en conjunto convenció bastante. Es buen actor.
Urmana. Increíble. Esta señora puede con terrorífica tesitura exigida por Wagner y con sus abismales intervalos. Pero además canta con una morbidez "belcantista" (se nota su conocimiento del repertorio italiano) que le sienta muy bien a Wagner. Y siente lo que dice. He escuchado Kundrys más matizadas y sensuales, también más desgarradas, y desde luego mejor actuadas sobre la escena, pero nunca una tan indiscutible por su asombrosa unión de virtuosismo vocal, estilo y sinceridad expresiva. De nuevo se ha perdido la oportunidad de grabar completa su encarnación del personaje, en este caso por la tacañería de Maazel. Qué lástima.
El resto. Notabilísimo Gurnemanz de Stephen Milling, algo monótono quizá, a ratos un poco engolado y sin la capacidad para matizar de un Pape, y no digamos de un Salminen; aun así, defendió muy bien el larguísimo y desagradecido personaje. Buen Amfortas de Evgueni Nikitin, aunque cosas más impresionantes se han escuchado aún. Apreciable Leiferkus, aun con esa línea de emisión vocal que tantos detestan (no me cuento entre ellos). Voz impresionante la de Alexánder Tsymbalyuk como Titurel, quien colocado desde la parte trasera de la sala parecía cantar desde ultratumba. Muy bien los escuderos y formidables las muchachas-flor. ¿Cuántos teatros hoy redondean un Parsifal como este, sin ninguna pifia en rol principal ni secundario?
Libreto. Buenísima presentación (papel, maquetación, ilustraciones). Incómodo el trilingüismo. Muy sensata la traducción, menos "wagneriana" pero también mucho menos rebuscada que la que ustedes y yo sabemos. Y encima es obra de uno de la casa, Anselmo Alonso, regidor de subtítulos. Sólo por ofrecer una nueva traducción al castellano de Parsifal ya este libreto sería imprescindible.
Ah, las fotos aquí colgadas son de Tato Baeza (C).
Un cajón de sastre para cosas sobre música "clásica". Discos, conciertos, audiciones comparadas, filias y fobias, maledicencias varias... Todo ello con centro en Jerez de la Frontera, aunque viajando todo lo posible. En definitiva, un blog sin ningún interés.
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