A lo largo de las últimas semanas he vuelto a degustar dos magníficas integrales de las sinfonías de Schubert que hacía años no escuchaba, la grabada por Daniel Barenboim entre 1984 y 1986 para CBS, hoy Sony, al frente de la Filarmónica de Berlín, y la registrada por Sir Colin Davis con la Staatskapelle de Dresde para RCA justo una década después, entre 1994 y 1996. La audición la he realizado al tiempo que escuchaba otra integral que desconocía, la de Riccardo Muti con la Filarmónica de Viena para EMI, espléndida pero no a la altura de las dos citadas, y haciendo comparaciones con algunas versiones sueltas de los ciclos más bien desiguales de Abbado, Harnoncourt y Brüggen. La comparación me ha confirmado que tanto Barenboim como Sir Colin no solo ofrecen recreaciones de altísima calidad, sino que son imprescindibles, por su carácter complementario, para obtener una clara visión de la aportación schubertiana al universo de la sinfonía.
La opción del veterano maestro británico es la más indiscutible de las dos dada la ortodoxia y sensatez de sus planteamientos. Es el suyo un Schubert muy de su tiempo, esto es, el del Clasicismo, deudor de Haydn (uno de los autores que mejor interpreta Sir Colin,) y paralelo en el desarrollo de su sinfonismo a Beethoven, quien sin duda, en sus geniales descubrimientos, le sirve de vigoroso estímulo. Nos encontramos por ello ante recreaciones de un carácter apolíneo bien entendido, esto es, elegantes, fluidas, luminosas y de un fraseo que respira con maravillosa naturalidad, en las que la vivacidad nunca se confunde con lo pimpante, ni la ligereza con la levedad, ni la elegancia con lo relamido. La orquesta, por su parte, no conoce rival en este repertorio, y menos aún con una batuta que la trabaja con asombrosa plasticidad y encuentra el punto justo entre transparencia y músculo.
Moviéndose en un universo expresivo muy distinto, Barenboim encuentra en la Filarmónica de Berlín (la de tiempos de Karajan, no lo olvidemos) a la orquesta ideal para sus planteamientos: un Schubert poderoso, rotundo y abiertamente dramático, de sonoridades densas y oscuras, que se aparta tanto de lo haydiniano y mozartiano para inyectarse de toda la potencia expresiva de un Beethoven y mirar decididamente hacia el futuro, más con concretamente a Bruckner. Una opción que no convencerá a muchos, pero que está llena de admirable riesgo, se encuentra llevada a cabo con irresistible convicción y nos termina descubriendo los aspectos más visionarios de la música de su autor. Obviamente estas maneras de hacer no van a funcionar por igual en unas sinfonías que en otras, así que tenemos que decir algo sobre los resultados en cada una de ellas.
De la Primera Sinfonía Sir Colin Davis ofrece una interpretación de maravilloso clasicismo, en absoluto grácil pero sí vivaz, risueña, cálida y tersa de sonido, sabiendo ser rotunda cuando debe y nada pesante en páginas como el Menuetto. El único reproche es que el enfoque es excesivamente clásico, más concretamente haydiniano, pasando un tanto de largo ante los acentos dramáticos del segundo movimiento. A esos sí que los atiende muy bien Daniel Barenboim en una recreación llena de fuerza expresiva que mira hacia el Schubert más amargo sin perder chispa, aunque sí algo de elegancia y transparencia. Siendo soberbios los dos primeros movimientos, el tercero queda un poco rígido, si bien el trío es de una calidez asombrosa. El cuarto no resulta todo lo ligero que debería ser, pero va acumulando una admirable energía hacia un rotundo final.
La Segunda del maestro británico es un prodigio de gracia, frescura, calidez y musicalidad. Todo está maravillosamente expuesto y el equilibrio entre lo apolíneo y lo dionisíaco está muy conseguido, lo que significa el alejamiento de la excesiva galantería pero también –de nuevo- la renuncia al drama. Deliciosamente mozartiano el Andante, y con mucha chispa aunque sin especial electricidad el Presto vivace. El argentino, por el contrario, ofrece una lectura dionisíaca y llena de fuerza, destacando en este sentido el poderosísimo primer movimiento, que algunas sensibilidades encontrarán en exceso robusto. El segundo es muy hermoso, destacando sensualísimo final. El tercero es de nuevo más corpulento de la cuenta, aunque el trío está cantado con gran elegancia. El cuarto carece de la fluidez rossinianas que le conviene, pero en cualquier caso está lleno de tensión y culmina en un final vibrante a más no poder.
Ya en la introducción de la Tercera Sinfonía, Barenboim deja claro que va a ofrecer una interpretación vigorosa, atenta a la atmósfera, de gran concentración y sutilmente matizada en la agógica. Así las cosas, el primer movimiento ofrece un cierto carácter heroico ; serenidad sin mucha elegancia el segundo; lentitud excesiva el tercero, si bien el trío está paladeado con una cantabilidad asombrosa; y fuerza más que electricidad el cuarto, en el que se han escuchado lecturas más espiritosas. Colin Davis, por su lado, roza el cielo con una combinación perfecta de vigor y cantabilidad, con un fraseo sutilmente matizado y de gran claridad. Su Allegro con brio es vigoroso, calidísimo el Allegretto –las intervenciones solistas son de asombrosa musicalidad-, resultando el Menuetto elegante antes que rústico, de humor más risueño que el de, por ejemplo un Muti. Y ya que hemos traído a colación al milanés, hemos de reconocer que el último movimiento de Davis no alcanza la electricidad de aquél, aunque sí ofrezca más transparencia y elegancia.
En la Cuarta Sinfonía, Trágica, llegamos a otro universo expresivo, aquel en el que Barenboim va a empezar a sentirse más cómodo. De ella el argentino nos ofrece una lectura poderosa y un tanto “gótica”, basada en los colores oscuros, de una tensión sin desmayo. La introducción, lenta y ominosa, ya paso a un magnifico Allegro vivace el que la robustez y el dramatismo no merman la elegancia. El Andante, lentísimo, sabe aunar la poesía con el regusto amargo y posee momentos muy rebeldes, y aunque al maestro no parezca interesarse mucho por la belleza sonora, asombra la plasticidad con que trata la orquesta. Poderoso más que elegante el Menuetto. Magnífico el Allegro conclusivo, donde logra ofrecer ese aliento dramático tan difícil de conseguir aquí sin dejar de atender a la claridad. Implacables los acordes finales.
La Cuarta de Sir Colin Davis se encuentra más en estilo, por alcanzar un mejor equilibrio entre lo apolíneo y lo dionisíaco. Se muestra así menos densa y oscura en las texturas, más luminosa y con menor pathos, pero no por ello liviana. Tras una irreprochable introducción, el primer movimiento resulta desasosegante y también algo precipitado. En el Segundo impresiona la cantabilidad con que está fraseado, logrando el milagro de atender a la belleza sonora sin descuidar los aspectos dramáticos. Muy bien el Menuetto, en absoluto pesante e incluso con encanto. Lo mejor llega –sorprendentemente- con el cuarto, que logra sintonizar con la tragedia sin necesidad de recurrir a sonoridades robustas, manteniendo en todo momento la transparencia, la elegancia y hasta la ligereza bien entendida.
De la Quinta Sinfonía del británico uno se podría esperar una versión otoñal, plácida y concentrada, pero Davis logra aunar el carácter apolíneo de su batuta con una buena dosis de tensión interna, no solo en el primer movimiento sino también en el segundo, donde no baja la guardia y ofrece tintes inquietantes de lo más atractivos. Magníficos los otros dos, ortodoxos pero nada rutinarios. Barenboim, en exceso dramático y sin mucho sentido del humor, defrauda aquí relativamente. Al primer movimiento le falta elegancia, mientras que el cuarto, más bien lento, resulta demasiado serio y poco ágil. Lo mejor de sí lo da en el Andante con moto, profundo y con un clímax doliente.
La peculiar Sexta recibe dos recreaciones muy distintas, y ambas espléndidas. La de Barenboim es una interpretación lenta, paladeada con concentración, atenta a los aspectos atmosféricos -impresionante introducción- y por ende poco chispeante y nada rossiniana. Los tres primeros movimientos consiguen un excepcional equilibrio entre los aspectos clásicos y los románticos de la partitura, entre los épicos y los líricos, amén de una gran claridad. Sólo pierde un tanto el último, de escaso sentido del humor. Colin Davis opta por un enfoque risueño, pero en absoluto frívolo, donde el colorido es sensual, hay un gran desenfado -haydiniano antes que rossiniano- y todo está fraseado con delectación sin perder de vista la tensión sonora. Una delicia, aunque se mire más al pasado que al futuro.
La Séptima sinfonía, esto es, la Inacabada según la nueva numeración, es en su aparente simplicidad una de las sinfonías más difíciles de interpretar de todo el repertorio (enlace). Sin ser lecturas redondas, las de los dos maestros alcanzan un gran nivel. La de Barenboim, poderosa y rebelde, descuida la parte lírica y evocadora. El primer movimiento, apremiante, resulta un tanto nervioso y no está muy paladeado, aunque el clímax central alcance una enorme garra. El Andante con moto es más bien atípico, poco contemplativo, y bastante más amargo de lo que suele. El enfoque de Davis, abiertamente trágico, es irreprochable, lo mismo que la muy cuidada arquitectura, pero la magia solo llega a hacer acto de presencia en el trascendental ascenso al clímax del desarrollo primer movimiento. En cualquier caso, la expresión es siempre sincera y se alcanza un muy alto nivel.
Nos queda La Grande. Admirable sin duda la recreación de Sir Colin Davis. Es difícil imaginar un fraseo más cálido, una arquitectura más sólida, un equilibrio más perfecto entre lirismo y fuerza dramática, un más desarrollado sentido del color y una ejecución más hermosamente sonada. El único reparo, además de una transición poco lograda en el primer movimiento, es que la visión del director es más luminosa que trágica, particularmente en el segundo movimiento, que resulta algo pimpante.
Lo de Barenboim va mucho más allá, porque nos encontramos ante una de las mejores lecturas de la historia del disco, Furtwaengler incluido. Una introducción muy paladeada y una transición de impresionante planificación (el maestro ha declarado en varias ocasiones que la dirección de orquesta se basa precisamente en el arte de la transición) conducen a una interpretación sanguínea al en la que todo está expuesto con una plasticidad asombrosa, además de con una flexibilidad sutil que para nada altera las líneas maestras de la partitura. El primer movimiento resulta adecuadamente épico al tiempo que ofrece un gran sentido del misterio. Genial el segundo, creativo a más no poder, lleno de detalles reveladores y de una claridad asombrosa; su clímax suena hiriente como pocos. El Scherzo conjuga fuerza, rusticidad y una enorme elegancia. El Allegro vivace es vibrante pero en absoluto retórico o descontrolado. A la excelencia de los resultados contribuyen los sensacionales solistas berlineses, sobresaliendo un trompa solista de matrícula de honor.
La integral de Barenboim ofrece como complemento una selección de Rosamunda en la que la obertura suena poderosa aunque no del todo transparente, echándose de menos mayor refinamiento y sentido del humor, al tiempo que los dos interludios se encuentran llenos de sensual serenidad, como también de vigor cuando es necesario, impresionando la sutileza de un tratamiento agógico lleno de matices. Sir Colin Davis no ofrece estos complementos en su registros para RCA, aunque en 1984 grabó junto a la Sinfónica de Boston para Philips una selección de la misma obra con óptimos resultados.
¿Mis versiones favoritas? Para Primera y Segunda me quedo con Muti, sobre todo en esta última. Para la Tercera, sin duda la de Colin Davis. La Cuarta de Giulini en Chicago (DG) sigue inalcanzada, lo mismo que la personalísima Quinta de Böhm con la Filarmónica de Viena (DG). La Sexta de Solti en DVD filmada en 1979 (enlace) es quizá la más interesante de todas, aunque yo no podría renunciar a la más clásica visión de Sir Colin. Para la acongojante Inacabada hay que conocer las realizaciones de Klemperer con la Filarmónica de Viena (antes en DG, ahora en Testament), de Böhm con la misma orquesta (DG) y la última de Günter Wand en DVD (enlace). Y para La Grande, además de esta de Barenboim, hay que escuchar alguna de las de Furtwaengler. Esa sería la quiniela.
En cualquier caso, insisto, las dos que aquí hemos repasado deben encontrar su sitio en la discoteca de un buen aficionado. La de Colin Davis, increíblemente bien grabada, ha sido reeditada a buen precio por RCA tras su reciente fusión con Sony Classical. La de Barenboim, descatalogada durante años, ha sido reprocesada por el sello nipón logrando mejorar el sonido de la anterior edición en compacto, que dejaba bastante que desear; como se vende baratísima, no hay excusa para no tenerla. Y si me permiten la recomendación, como la de Riccardo Muti se vende más barata aún (ha pasado a Brilliant Classics), no se priven de escuchar lo que hace el napolitano en este repertorio.
Un cajón de sastre para cosas sobre música "clásica". Discos, conciertos, audiciones comparadas, filias y fobias, maledicencias varias... Todo ello con centro en Jerez de la Frontera, aunque viajando todo lo posible. En definitiva, un blog sin ningún interés.
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3 comentarios:
Metidos en sutilezas, no se puede pasar por alto en lo que respecta a la Tercera por Colin Davis, lo mucho que hay de Haydn en ella, en particular el trio del tercer movimiento. Davis lo "huele" y lo subraya maravillosamente... JSR
Hay una integral muy poco divulgada de Yehuhi Menuhin en los años 60 para EMi muy valiosa en las primeras sinfonias.
Para las mayores, Klemperer, Krips,Furtwangler,Bohm/Dresde, Celibidache...y la octava de Mengelberg.
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