miércoles, 26 de enero de 2011

Ifigenia en Táuride en el Teatro Real: canto puro

Si la gala de cumpleaños de Plácido Domingo del 21 de enero no me pareció que alcanzara la brillantez que demandaban las circunstancias (enlace), la Ifigénie en Tauride que presencié dos días después en el mismo Teatro Real, entre cuyos protagonistas se encontraba precisamente el cantante madrileño, colmó casi por completo mis expectativas. Y fue así porque a mi modo de ver funcionaron de modo admirable los dos cerebros que hay en toda función de ópera, esto es, el director musical y el escénico. Me encantó la propuesta de Robert Carsen, muy parecida a esos unánimemente aplaudidos Diálogos de Carmelitas que también pude ver en Madrid: escenario negro y desnudo, vestuario uniforme, tratamiento conceptual de la acción y fuerza expresiva basada exclusivamente en la coreografía de los personajes en el escenario y en la carga dramática de la iluminación. Daba igual que ninguno de los cantantes congregados fuera un gran actor, porque todo estaba cuidado hasta el mínimo detalle, particularmente el trabajo de los numerosos bailarines que sustituían sobre el escenario a los integrantes del coro, que en esta ocasión se encontraba situado en el foso.

Dentro del mismo, la Sinfónica de Madrid y el referido coro, el Intermezzo, mostraron evidentes insuficiencias a la hora de abordar el Clasicismo, pero por fortuna tenían frente a sí a un señor que sabe hacer las cosas bien: Thomas Hengelbrock. Yo le había visto en directo una sola vez, en Jerez, con un espectáculo maravilloso que se llamaba Carnaval Veneciano que anda por ahí circulando en CD y en retransmisión televisiva. En esta Ifigenia me ha encantado, aunque no me ha dejado de sorprender que quien ha dirigido Rigoletto con instrumentos originales (sí, han leído bien) haya ofrecido un Gluck tan escasamente historicista. Personalmente eché de menos un bajo continuo, pero daba igual porque su dirección estuvo llena de fuerza, teatralidad, concentración y garra dramática; nada que ver con la detestable blandura con que el olvidable -y ya afortunadamente olvidado- Jesús López Cobos abordaba el repertorio clásico. Mortier anuncia a Hengelbrock como una de las batutas que más va a frecuentar el foso del Real. ¡Gran acierto!

Susan Graham estuvo bien, muy bien, por voz y por sensibilidad, pero aún podría darle una vuelta de tuerca más a su interpretación. El Gluck maduro es canto desnudo, puro, ajeno a la ornamentación y al exhibicionismo, que exige a un intérprete ser capaz de inyectar a sus bellísimas melodías la mayor expresividad sin recurrir a truco alguno: a la gran mezzo norteamericana se le podría pedir una mayor variedad e intensidad en el fraseo. Justo lo que ofreció un inmenso Plácido Domingo en el rol de Orestes, quien por increíble que parezca estuvo mejor aún en lo vocal que hace dos años cuando le escuché el papel en Valencia (enlace). Su voz sigue siendo la misma, sin merma alguna en la tímbrica, y su canto -aun con alguna que otra limitación- resultó de una belleza, una sinceridad y una emoción incomparables. ¡Y qué decir de verle tirarse al suelo o trepar por las paredes -arrastrado por las furias- a sus setenta o setenta y tantos años, y encima teniendo aún reciente la superación de un cáncer! Lo de este señor podía calificarse ya hace tiempo de asombroso. A estas alturas solo cabe una palabra: milagro.

Paul Groves, mucho mejor aquí que en Lulu (enlace), cumplió de manera aceptable como Pylade, pero eché de menos a mi paisano Ismael Jordi, cuya voz será menos adecuada para el personaje, pero es más bella y contrasta mejor con la de Plácido; además, Ismael canta con mayor técnica y gusto. El Thoas de Franck Ferrari resulto más bien tosco, y entre el resto del elenco habría que destacar a la ascendente Maite Alberola (enlace) en el rol de Diana. En cualquier caso, con sus más y sus menos, fue una función fascinante para la vista, muy satisfactoria para los oídos y absolutamente gozosa para quienes llevamos mucho tiempo pensando que Plácido Domingo es uno de los mayores talentos de la lírica que se han conocido. Lástima que no se haya filmado en DVD.

2 comentarios:

Ariodante dijo...

¿No le convenció Susan Graham y le gustó Plácido, cuando su Oreste fue de lo más inadecuado, perdiéndose todo el contraste tímbrico en los dúos con Pylade, ya que Domingo no suena a barítono por más que se empeñe? Lo leo y no lo creo.

Fernando López Vargas-Machuca dijo...

Claro que sí me convenció la Graham, y bastante, pero aun así creo que le faltó una vuelta de tuerca para terminar de dar con el personaje.

En cuanto a Plácido, obviamente no es un barítono y se le podían poner reparos vocales, como también de estilo, pero me parece un artistazo. Cuando hay de por medio tanta sinceridad, tanta emoción a flor de piel, dejo esa clase de reparos en un lado. Eso sí, se equivocó al imponer a Groves como Pylades, porque como dije en la entrada su voz no termina de contrastar. Saludos.

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