sábado, 19 de junio de 2010

Carmen por Mehta y Saura en Valencia: ni sí, ni no

Salí anoche con una sensación desconcertante de la reposición de la Carmen preparada por Carlos Saura para el Palau de Les Arts que en su momento estrenara Lorin Maazel y que yo pude ver en Florencia bajo la batuta de quien se ha encargado ahora de la dirección musical, Zubin Mehta. Tan desigual fue la mezcla de elementos positivos y negativos que aún no sé si lo vivido ayer viernes 18 de junio fue o no una buena noche de ópera.

Armado de una colosal técnica de batuta (lo que no impidió que se produjeran algunos desajustes), de un buen sentido del color, de una gran capacidad para mantener el pulso y de un innato sentido de la brillantez, el director hindú ofreció una dirección superficial y pensada de cara al galería, es decir, vistosa pero un tanto vulgar, sin muchos matices, con tendencia a la horterada (¡terrible desmadre del timbalero durante toda la noche!) y por completo ajena al drama. Aunque que Carmen no sea Tristán, no parece de recibo pasar aprisa y corriendo por todos los momentos que requerían densidad expresiva, empezando por las apariciones del “tema del destino”. Hubo aquí y allá aciertos propios del gran maestro que es Mehta, pero en conjunto su labor me pareció poco satisfactoria. Todo ello, claro está, al margen del portentoso nivel técnico exhibido por los cuerpos estables de la casa: la comparación de lo escuchado ayer con lo ofrecido por la Orquesta de Murcia, el Coro del Villamarta y José Miguel Rodilla el pasado enero(enlace) se me antoja imposible. Son, sencillamente, dos mundos distintos.

Disfruté muchísimo con Elina Garança, pese a que su concepción de la gitana, que un tanto tópicamente podríamos definir como “francesa”, no es para mí la ideal: creo que Carmen debe tener más “retranca” o, al menos, más pliegues expresivos. Pero en su línea me parece bien difíciles de superar la belleza de su canto (voz preciosa, dicción irreprochable, estupendos agudos, morbidez en el fraseo), su buen gusto y la finísima pero en absoluto cursi elegancia que sabe dotar a su creación. Incluso la crucial escena de las cartas, que como bien se podía adivinar fue donde su voz excesivamente lírica se mostró menos cómoda, la resolvió con un talento fuera de serie. De su increíble belleza física no pude disfrutar desde mi localidad, situada en lo más alto del recinto diseñado por Calatrava, pero sí que pude apreciar una portentosa manera de moverse por la escena.

Marcelo Álvarez evidenció problemas técnicos y una sensibilidad digamos que irregular, de tal modo que en su Don José hubo de todo: momentos muy bien cantados, momentos mal cantados, momentos de gran finura, momentos de evidente tosquedad... Su aria fue en este sentido de lo más desigual. En cualquier caso a mí me dejó un buen sabor de boca por los hallazgos de extrema delicadeza que mostró en sus últimas frases, justo después de acabar con la vida de la protagonista, y por ello no comparto la postura de quienes esa noche echaban de menos al tenor del segundo reparto, Jorge de León. Otra cosa es que Álvarez se moviese en la escena como le dio la real gana y que a la hora de saludar evidenciase unos gestos de divo completamente trasnochados.

Me gustó mucho Marina Rebeka, que canceló su Violetta aquí en Valencia pero al final hemos podido disfrutar como Micaela. Personalmente me importó poco que hubiese agudos gritados, porque la sensibilidad que derrochó en sus intervenciones (sin la menor ñoñería y sin dar lugar al narcisismo) estuvo fuera de lo común. Alexander Vinogradov ofreció hace poco un notable Timur en Sevilla (enlace), pero como Escamillo no lo ha hecho tan bien: su voz es estupenda y "puede" con la complicada vocalidad del torero, pero se mostró bastante tosco en su canto, aparte de evidenciar una deficiente dicción del francés. Los comprimarios rayaron a una magnífica altura, excepción hecha de la Frasquita de turno. La escolanía estuvo muy bien en el primer acto y se desmadró por completo en el último.

Queda por hablar de Saura. En Florencia estuve sentado en primera fila, donde se me hicieron muy evidentes las grandes insuficiencias de su propuesta: mediocre dirección de actores y masas al servicio de una concepción muy superficial del drama en la que los personajes y las situaciones no estaban analizados lo más mínimo. En Valencia, sentado a mucha distancia del escenario, he descubierto algunos valores, fundamentalmente plásticos: desde lejos lo que allí se ve son fotografías realmente hermosas, lo que puso en evidencia los orígenes artísticos de Saura. Eso sí, ofrecer bellas instantáneas no es dirigir bien una ópera.

Por otra parte el uso de los paneles translúcidos nos deparó un par de interesantes hallazgos: la pelea de las cigarreras "en off" y las sombras de Don José acechando a la protagonista en La Maestranza. La iluminación ha estado mejorada. Además el vestuario de Pedro Moreno es hermoso y la coreografía de Goyo Montero está muy conseguida. De ahí que, sin convencerme la producción escénica, los abucheos propinados desde Paraíso me parecieron algo exagerados: cosas mucho peores se han visto, empezando por el reciente bodrio de Emma Dante en La Scala (enlace). Al menos esta Carmen ha sido... pues eso, Carmen.

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