Doble reparto para la reposición de la Turandot que el Maestranza le compró hace años al Teatro La Fenice. Entradas agotadísimas: se nota que hay ganas por escuchar a Puccini. ¿Quién dijo crisis? Estuve en la última función, la del viernes 26: Janice Baird, Marco Berti, Norah Amsellen. No pude escuchar al primer reparto, con Guleghina, Armiliato y Desí. En el foso, la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla bajo la dirección de su titular.
A mi modo de ver fue la dirección de Pedro Halffter, lenta y más “romántica” que “expresionista”, lo más desigual de la función, pero también lo más interesante. Desigual porque no logró tensar lo suficiente el hilo dramático ni levantar una arquitectura convincente, desembocando su lectura en una yuxtaposición de escenas que en unos casos resultaron muy logradas y en otros estuvieron ayunas de fuerza interna; en este sentido, todo el final del primer acto resultó flácido y deshilachado. Interesante porque el madrileño se mostró muy atento al análisis de texturas –la claridad fue muy notable-, y más interesante aún porque Halffter optó por una visión atmosférica de la partitura, menos aristada que de costumbre pero muy sensual y con una buena dosis de carácter onírico; incluso subrayó las conexiones con el Impresionismo (la invocación a la luna en el primer acto, que su batuta hizo sonar de modo fascinante) y hasta por momentos reveló paralelismos con Bartók.
La Real Orquesta Sinfónica de Sevilla y el Coro de la A. A. del Teatro de la Maestranza realizaron una digna, esforzada y muy competente labor (la partitura se las trae) y no merecen sino elogios, pero aun así hay que mantener los pies en la tierra: la Orquesta de la Comunitat Valenciana y el Coro de la Generalitat que la acompaña en el Palau de Les Arts me parecieron el año pasado abiertamente superiores bajo la dirección de Patrick Fournillier (no pude asistir a ninguna de las funciones de Maazel). Por cierto, que en mi localidad del Maestranza (fila 7 del patio de butacas) en ningún momento se evidenció que los solistas vocales fueran sepultados por coro y orquesta. Bastante bien la escolanía.
La voz de Janice Baird empieza a sonar un tanto agria, pero dio las notas. Y las dio –al menos en la función que me tocó escuchar- sin graves desigualdades y sin evidenciar particular esfuerzo. Como además ofreció –en lo escénico y en lo expresivo- un perfil de la princesa menos feroz y monolítico que de costumbre, su recreación de Turandot me pareció, en conjunto, bastante plausible. Aparte de esto, la Baird me cae muy bien desde que he leído que ella y su esposo residen desde hace años en mi tierra, más concretamente en la localidad de Rota. Pero esa es otra historia, claro.
Marco Berti, pues ya se sabe: unos agudos fabulosos, esmaltadísimos, emitidos con insolente seguridad, que en muchos momentos no logran disimular una línea de canto sin duda valiente, pero muy parca en calidez y matices expresivos. Sus limitaciones para cantar por debajo del mezzoforte son tan grandes como su mediocridad escénica. El “Nessun Dorma” distó de convencer.
Nora Amsellen me gustó mucho como Mimí en el Teatro Real. Como entonces no le noté ningún problema en cuanto al caudal de su voz, en esta ocasión me ha sorprendido esta limitación. En cualquier caso es una cantante de mucha clase y ha ofrecido una Liú de muy buena línea, sensible pero no sensiblera, segura en los filados (nada que ver en este sentido con mi por otra parte muy admirada Gallardo-Domas) y muy amplia en el fiato, lo que no le vino nada mal para hacer frente a los tempi de Halffter.
Alexander Vinogradov, joven promesa de la factoría Barenboim (le escuché un flojo Daland en el Real hace años con el de Buenos Aires) me ha convencido más aquí que en otras ocasiones: un Timur de apreciable nobleza expresiva. Me parecieron muy dignos Manuel Esteve, Javier Palacios y Gustavo Peña: cosas bastante peores se han escuchado en las tres máscaras en teatros de primera. Flojito el mandarín de Mario Bellanova. Y no me gustó nada Josep Ruiz: un emperador con demasiados años a cuesta.
La producción era vieja conocida para todos los que hemos sido fieles al Maestranza, pues el teatro sevillano se la compró hace años a La Fenice cuando la llevó a su escenario bajo la dirección de Alain Lombard. Por cierto que pertenecía a un gran amigo de éste, el enorme Jean-Pierre Ponelle. Una decepción para venir de quien viene: hay razones para pensar que su antigua asistente, Sonja Frissel, se ha limitado a reproducir los movimientos del maestro (justo eso es lo que ocurrió cuando la londinense ofreció en Sevilla la Italiana en Argel de Ponelle, idéntica a la que ahora ha sido editada en DVD por Deutsche Grammophon). Virtudes e insuficiencias son pues del director escénico francés, que diseñó el mismo una gigantesca cabeza femenina que en el segundo acto giraba para mostrar un reducido pero vistoso palacio imperial. Todo funcionó con corrección, sin salidas de tono y con bastante sensatez, pero sin ese plus de magia escénica que la función hubiera necesitado.
Se aplaudió mucho, muchísimo. Todo el teatro en pie y palmas por sevillanas. ¿Triunfo exagerado? Si es por la interpretación, quizá. Si es por Puccini, no: se merece eso y mucho más.
PS. No tengo fotos de las oficiales, pero las hay maravillosas en este enlace.
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