lunes, 9 de junio de 2025

Kubelik y Barenboim hacen Mozart en Múnich

Había escuchado este disco hace tiempo, pero he querido volver a él: Conciertos para piano nº 22 y 23 de Mozart por Rafael Kubelik, la Sinfónica de la Radio de Baviera y Daniel Barenboim, tomas radiofónicas realizadas respectivamente el 6 y el 5 en ese orden de junio de 1970 en la Herkulessaal de Múnich.

El asunto tiene su morbo, porque Barenboim y Kubelik, sin ser en modo alguno opuestos, sos artistas que se mueven dentro de parámetros artísticos diferentes. ¿Quién se lleva el gato al agua? Kubelik, sin la menor duda. No hay más que comparar estas grabaciones con las realizadas para EMI por el artista nacido en Buenos Aires tocando y dirigiendo al mismo tiempo, la del KV 488 tres años anterior y la del KV 482 un año posterior. En ese justamente celebrado ciclo Barenboim ofrecía un Mozart particularmente severo y hondo, no solo en lo que a la dirección se refiere, sino también al teclado. Y uno no dejaba de preguntarse hasta qué punto el maestro tocaba así por las limitaciones expresivas que son de esperar en un artista aún muy joven o más bien por voluntad propia. Pues bien, aquí está la respuesta: aunque sea completamente cierto que su toque pianístico se irá enriqueciendo de manera considerable a lo largo de los años ochenta y noventa, en estos conciertos ofrecidos a la audiencia bávara en 1970 se pliega a las maneras de hacer de ese enorme músico que fue don Rafael y destila todo ese sentido del encanto, la coquetería, la efervescencia y la chispa que cuando le toque a él dirigir serán relegadas para dar paso a un Mozart más "serio".

¿Realmente esa "seriedad" es necesaria para hacer un Mozart más convincente? No, en absoluto. De hecho, cuando Barenboim vuelva sobre estas obras con la Filarmónica de Berlín en la década de los ochenta admitirá que su postura inicial pecaba de radicalidad, que en Mozart hay muchas más cosas y que el retrato certero de este increíble universo musical que son los conciertos pianísticos de Wofgang Amadeus pasa por integrar todas las posibles facetas expresivas, y no por quedarnos con aquellas que más nos gustan o nos parezcan más profundas. Si con la English Chamber se fue hacia un extremo es porque en aquel momento era necesario; necesario para enfrentarse con una tradición que se empeñaba en ver a esta parte de la producción mozartiana como una música inequívocamente amable y risueña en la que el puro goce sensual de las melodías era el fundamento de la expresión; música en la que la belleza sonora del piano debía ser un fin en sí mismo. Barenboim quiso negar todo esto, y bien que lo consiguió, pero cuando le tocó ponerse a las órdenes de Kubelik se plegó a los deseos de la batuta.

No me resulta fácil concretar sobre cada una de las interpretaciones. El Concierto nº 22 recibe una dirección rápida, ágil y efervescente a más no poder, más sanguínea y menos equilibrada de lo que es habitual en Kubelik, quien por otra parte ofrece su habitual mezcla de fluidez y elegancia. Y aunque por lo dicho se podría pensar que acierta antes en los movimientos extremos que en el central, lo cierto es que en este último sabe atender al regusto amargo que desprende la partitura. Quizá le podría sacar más partido a la sección central del Allegro conclusivo, si bien el canto de las maderas bávaras resulta admirable. Barenboim se muestra igual de efervescente, sabe aportar lo intenté explicar arriba desenfado y luminosidad, pero no por ello renuncia a un toque denso y valiente cuando ello es preciso. ¿Menos matizado que en otras ocasiones? Podría ser, pero su comunicatividad es muy apreciable.

En el Concierto nº 23 la dirección de Kubelik es hermosa y de enorme naturalidad. Como era de esperar, resulta más fresca y vitalista, mucho menos severa que la de Barenboim de 1967, pero curiosamente no posee el extremo grado de depuración sonora que el joven artista consiguió con la English Chamber. El sublime Larghetto se encuentra muy ampliamente cantado, no sé si con algún pasaje algo más coqueto de la cuenta. El Allegretto que cierra esta obra maestra posee menos fuerza, pero al mismo tiempo más efervescencia, que el de la grabación del de Buenos Aires, quien a su vez ofrece aquí un toque pianístico más suelto y variado que en la anterior ocasión.

Resumidamente, un disco no genial pero si interesantísimo. Y qué música, oigan.

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