lunes, 21 de marzo de 2022

Andreas Scholl en Sevilla: decepción y aburrimiento

Acabo de regresar de Sevilla. Breves líneas para dejar constancia de mi decepción tras el concierto de Andreas Scholl y el grupo Divino Sospiro en el Espacio Turina en el marco de Festival de Música Antigua. Y eso que el programa no podía ser más hermoso: primero Vivaldi con la cantata Cessate, omai cessate RV 648 , la Sinfonia al Santo Sepolcro RV 169 y el motete Filiae mestae Jerusalem RV 638, luego J. S. Bach con dos sinfonías de cantatas con oboe solista (BWV 156 y BWV 21) más la conocida cantata Ich habe genug BWV 82, con oboe obbligato, escrita originalmente para bajo.

Siempre me ha gustado Andreas Scholl, pero esta vez –creo que la primera que le escucho en directo, ya la memoria me falla– me ha decepcionado relativamente. No solo la voz me ha parecido algo tocada –pérdida de esmalte, notas abiertas, cambios de color–, sino que le he encontrado algo distante en la expresión. Por descontado que su línea es elegante, como exquisito su gusto cantando –ni rastro de amaneramiento–, pero apenas me ha emocionado.

En cualquier caso, creo que el contratenor alemán ha realizado una buena, profesional y sensible labor. El problema para mí ha estado en el acompañamiento. Divino Sospiro me ha parecido una agrupación normalita, que toca con corrección y buen empaste –no me gusta la sonoridad de los violines–, pero con una considerable apatía expresiva. Quizá sea responsabilidad de su director Massino Mazzeo. Si la jornada anterior Giovanni Antonini nos deslumbró frente a la Barroca de Sevilla con unas Suites de Bach llenas de energía, entusiasmo y sentido de los contrastes –intentaré escribir otro día sobre este concierto que, lo anticipo ya, fue de más a menos–, este otro señor ha aburrido de manera considerable. Que sí, que la mayoría de las obras son religiosas y de espíritu recogido, pero una cosa es eso y otra distinta carecer de pulso, de sensualidad y de poesía. Tampoco ofreció la suficiente diferenciación estilística entre Vivaldi y Bach. La breve Sinfonia al Santo Sepolcro, flácida e inane, me pareció el colmo de la mediocridad. Y el Bach, dirigido con mera corrección, se vio seriamente lastrado por un oboe al que me costó trabajo aguantar. El bajo continuo de la formación, adecuado y eficaz.

El sublime Agnus Dei de la Misa en si menor bachiana fue, al menos por parte del contratenor, lo más interesante de un concierto que me tenía que haber ahorrado: una tremebunda tormenta eléctrica me lo ha hecho pasar francamente mal en una parte del trayecto de retorno en carretera. Pero bueno, ya estoy en casa y dispuesto a seguir viviendo el tiempo que Putin nos lo permita.

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