Dice Rafael R. Villalobos (Sevilla, 1987) en referencia a su versión escénica del Winterreise schubertiano visto ayer en el Teatro Villamarta que se trata de “Un proyecto donde menos es más y se ve la esencia del poemario” (leer entrevista). Vale. Pero alguien debiera recordarle a Rafa –le conozco desde hace muchos años– que en el lied más es menos, y que todo añadido no hace sino convertir ese milagro consistente en narrar una historia partiendo de una estrecha relación entre música y texto desplegando sutilísimas inflexiones expresivas en algo redundante y excesivo. La genial obra maestra –otra más, las suyas son innumerables– de Franz Schubert no necesita que el cantante de turno, en este caso un contratenor, destroce irritado un ramo de flores, se emborrache sobre una silla, se eche el vino por el cuerpo, haga añicos la botella solo con la fuerza de sus manos, se corte las venas con un puñal, se arrastre por el suelo retorciéndose de dolor, muestre su pecho peludo (“por necesidades del guion”, ustedes me entienden) al cuervo que ronda sobre su cabeza, tire las sillas al suelo con un tremendo empujón y despliegue otra serie de aspavientos para demostrar que está sufriendo mucho. Eso no aporta absolutamente nada. Pero tal vez el sevillano, como tantísimos otros registas de la actualidad, piense que el público es tonto y hay que explicárselo todo. O tal vez, y eso es más probable, considere que este ciclo de lieder sea la excusa perfecta para desplegar su propia dramaturgia sobre el rechazo, la soledad y la alienación: da igual lo que quisiera el compositor, yo monto mi numerito que para eso soy la estrella. Lo de hacer que varias frases de la partitura las silbara –primero– y las berreara –después– el pianista me pareció una monumental gilipollez, amén de una falta de respeto al compositor y a los oyentes.
¿Hubo aciertos? Sin duda. Por ejemplo, el cristal fragmentado de la botella como hielo roto de la superficie del río, o la iluminación cenital para prestar facciones cadavéricas al protagonista cuando este se encuentra en el cementerio. Pero globalmente la propuesta sobra. Es una pena, pero después de haber visto sus lamentables Orfeo de Gluck en el teatro jerezano y Così en el Maestranza, me parece que este chico ha perdido por completo los papeles, si es que alguna vez, en su faceta de artista, los ha tenido. Se va mereciendo un buen abucheo que le ponga los pies en el suelo. Y más le vale al Maestranza cancelar la Tosca –inspirada en Saló de Pasolini, ay– que con él tiene concertada, porques los sevillanos no se merecen aguantar los caprichos de semejante narcisista.
No soy de los que piensan que la voz más adecuada para Winterreise tiene que ser la de barítono. Y confieso que he dejado de creer lo que siempre he pensado, que la obra acaba con la muerte, personificada en el tocador de zanfoña. Hace poco he escuchado la filmación de Christoph Prégardien y Michael Gees, que musicalmente me ha gustado mucho, y he quedado convencido por los argumentos que en la entrevista adjunta ofrece el tenor alemán: en realidad el caminante no logra el anhelado descanso de la tumba, sino que se encuentra con otro personaje solitario –único ser humano en la colección de poemas, nos recuerda– con el que puede seguir su condena por un recorrido en el que no hay mucho espacio para la esperanza. Ahora bien, me parece evidente que estamos ante una obra negra, muy negra, que necesita un cantante que sepa cargar las tintas sin caer en exageraciones, como también también evitar el exceso de sofisticación.
Para mi gusto, Xavier Sabata (Aviá, 1976) se quedó a medio camino. Que sea contratenor es para mí lo de menos. Su timbre, pese a los considerables cambios de color en el registro grave, es muy hermoso. Canta de manera impecable, con muy buena línea, luce una dicción del alemán bastante satisfactoria –aunque sin la incisividad en las consonantes de los nativos, claro está– y demuestra exquisito gusto. Evita languideces, narcisismos y afectaciones. Lo que ocurre esta música necesita más. Yo disfruté mucho con la belleza de su canto, pero no me emocioné lo más mínimo. Cuando uno escucha algunas de las no sé cuántas grabaciones de quien ustedes ya saben, o la de Peter Pears, la de Thomas Quasthoff, o la del citado Prégardien, encuentra una riqueza de matices expresivos que aquí no se hizo presente. Así las cosas, pareciera que en esta propuesta que ahora ha llegado a Jerez –se ha visto en otros lugares de la Península– se quisiese suplir con histrionismo escénico lo que falta en el canto. Y eso en este género no vale.
Del piano de Francisco Poyato me gustaron mucho la belleza de su toque y la cantabilidad de su fraseo, por lo general concentrado y sensible. No me gustó la escasez de contrastes tanto sonoros como expresivos: mucho me temo que su más bien plana lectura contribuyó a la insipidez de los resultados propiamente musicales.
Ah, que no se me olvide: felicitaciones el Villamarta por incluir sobretítulos con la traducción de los poemas.
2 comentarios:
Miguel Ángel
Me ha gustado mucho tu texto, Fernando. Yo soy un "loco" del lied y durante más de quince años estuve asistiendo puntualmente a los (entonces) soberbios Ciclos de Lied del Teatro de la Zarzuela. Fueron años esplendorosos, donde los mejores liederistas y pianistas acompañantes se sucedían uno tras otro en una cadena que parecía interminable. Pero no fue así. Con el tiempo empezaron a escasear los liederistas (y los grandes pianistas acompañantes) y fueron sustituidos poco a poco por cantantes muy buenos (o al menos muy conocidos), con gran dominio del arte del canto, pero que ignoraban por completo la prosodia, el estilo y, peor aun, la esencia última del universo del lied. Tú lo has explicado muy bien en el caso de Sabata y su pianista. Cantar o tocar bien un lied no es suficiente: es quedarse a mitad de camino. Y si alguien tiene dudas, que consulte los clásicos en las fonotecas y compare. En cuanto al señor Villalobos, solo me atrevo a pedirle que, por favor, consulte urgentemente con un psiquiatría y que se medique intensamente: está muy enfermo y nadie parece atreverse a deciŕselo. Bueno, tú sí. Pobre hombre..
Gracias por tu lúcida aportación, Miguel Ángel. ¡Ya me hubiera gustado a mí tener esa experiencia en La Zarzuela! Me temo que es cierto lo que dices. La cuestión es: ¿decae la lista de grandes cantantes de lied por culpa de los artistas, o más bien por la del público? Tal vez el personal no esté muy dispuesto a realizar la importante labor intelectual que demanda este repertorio, y precisamente por eso haya que dárselo todo hecho. Si no entra por los ojos, no gusta. Así que para este público poco dispuesto a hacer esfuerzos se preparan estas propuestas pueriles, y parecen gustar...
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