Un verdadero bálsamo en estos tiempos de encierro de que la Filarmónica de Berlín siga tocando a puerta cerrada para los suscriptores de la Digital Concert Hall. Más aún para los alemanes, que viven sus peores momentos de la pandemia: su orquesta sigue ahí y nos recuerda que la “normalidad” no está perdida por completo. El concierto que acaba de terminar lo iba a ofrecer Iván Fischer, pero este ha cancelado “por motivos personales” y le ha sustituido Andris Nelsons, es decir, quien debería ser –estuvo a punto de conseguirlo– el titular de la formación si los integrantes de la misma no hubieran cometido el mayor error de su historia optando por un cursi pretencioso.
El Concierto para violín de Stravinsky ha recibido una interpretación digamos que poco stravinskiana: pierde en sequedad, aspereza y angulosidades lo que gana en carnosidad, calidez y variedad expresiva, sin perder un sentido del humor que, eso sí, debido a semejante óptica resulta antes risueño que sarcástico. Baiba Skride, no una artista genial pero sin duda una violinista de muchos quilates, ha sintonizado a la perfección con el planteamiento del maestro –su batuta más habitual– y se ha olvidado de cualquier distanciamiento para, por el contrario, recrearse en la belleza tímbrica y melódica de la partitura, atender a sus pliegues expresivos y emocionarse –sí, emocionarse– con la música stravinskiana. Las maderas, impresionantes.
La Primera de Gustav Mahler se ofreció sin dejar intermedio; mejor así. Notabilísima recreación, basada en tres pilares de increíble solidez. Primero, la sonoridad rutilante de la orquesta: redonda, de empaste perfecto, prieta en la cuerda, brillantísima en los metales sin que ello signifique desequilibrios, y con unas maderas que sabían no perderse dentro del maremágnum sonoro mahleriano. Segundo, la perfecta planificación de una batuta técnicamente impresionante, atenta a cada plano sonoro, a cada línea y diríase que a cada nota, y también capaz de tensar la arquitectura para que el pulso no se viniera abajo. Tercero, la tremenda convicción de un Nelsons que apuesta por el empuje y la fuerza expresiva sin que eso suponga arrebatos, caprichos ni estiramientos (¿se acuerdan de Abbado con la misma formación?), hasta el punto de que triunfa casi por completo en lo más difícil de todo, ese cuarto movimiento que sin una lectura tan perfecta en lo técnico y con tanta garra resulta un verdadero ladrillo.
Repárese en que antes he escrito “casi”: en la primera sección lírica del Finale, Nelsons baja la guardia y se pone a mirar (¡oh, no!) al adagietto de la Quinta. También se descuidaba en el trío del Scherzo: qué quieren que les diga, a veces es mejor luchar contra la partitura –lo que hizo Klemperer en la Séptima– antes que aceptar ciertas cursiladas. Tampoco me ha convencido el solo de contrabajo en la marcha fúnebre. Un ocho para la interpretación, ya que nos gusta poner nota. El diez se lo queda la misma orquesta por su grabación en vivo con Giulini.
Ah, la imagen en 4K sigue siendo soberbia, pero esta vez el sonido ha estado mejor que en otras ocasiones: se ha transmitido a bajo volumen y se ha evitado la compresión dinámica.
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