lunes, 14 de diciembre de 2020

Recital de Pogorelich, cosecha del 87

Recital de Ivo Pogorelich en el Castillo Racconigi –cercano a Turín– filmado en la primavera de 1987 y editado en DVD por Deutsche Grammophon. Programa Chopin, Haydn y Mozart. Las maneras de hacer del pianista croata, que por entonces contaba veintiocho años, quedaban por completo de manifiesto: virtuosismo extremo solo equiparable al de pianistas como Zimerman, Kissin o Lang Lang, talento descomunal a la hora de revelarnos cosas interesantísimas en partituras architrilladas y también, no precisamente en último lugar, una dosis considerable de narcisismo y pedantería. Suficiente para que el oyente oscile entre la fascinación y la irritación.

La primeras mitad de la filmación se dedica a Frédéric Chopin. Ya en la Polonesa op. 42 nº 2 logra deslumbrarnos con una técnica superlativa (¡increíble registro grave!) y con una alta tensión dramática, aunque por momentos nos preguntamos si los acordes no resultan un punto teatreros y si la elegancia con que frasea los pasajes líricos no resulta más parsimoniosa de la cuenta.


En el Nocturno op. 55 nº 2 se despiertan estas mismas sospechas, pero uno no puede dejar de asombrarse ante lo estudiadísima que está cada nota o ante los increíbles colores y acentos que logra extraer nuestro artista. El Preludio op. 45 es hermosísimo y despliega una delicadeza digamos que “viril”, nada frágil, que resulta de lo más atractiva.

Y llega la Sonata nº 3 del polaco. Una lectura extraña que se mueve en el filo de la navaja entre la creatividad y el narcisismo, entre la genialidad y el amaneramiento, con un enfoque más analítico que psicológico, pero lleno de fuerza expresiva. Ya desde el arranque del primer movimiento, extremadamente parsimonioso, queda claro que el divo pretende dejar claro que él es distinto. Poco a poco se aprecia como la espontaneidad brilla por su ausencia. Pero Pogorelich toca con absoluta limpieza, enorme control de los medios, apreciable elegancia e incuestionable poesía. El segundo movimiento le permite desplegar cascadas de notas total y absolutamente diferenciadas las unas de las otras: hay que oírlo para creerlo; el trío le queda más solemne de la cuenta, mientras que la transición de retorno al scherzo no es sino la de un grandísimo artista. Lentísimo, solemne y algo rebuscado, e incluso redicho, el tremendo Adagio. Pero claro, la sección central alcanza una magia poética tan elevada –pese a la lentitud, o quizá gracias a ella– que uno no puede sino caer de rodillas. En Finale está expuesto con tanta limpieza y control como decisión.

Joseph Haydn para continuar: su Sonata en La bemol mayor Hob. XVI: 46. En los movimientos extremos Pogorelich apuesta por la sonoridad y el espíritu del clavecín para el que fue escrita,pero venturosamente eso no se traduce como levedad sonora ni como rigidez en el fraseo: sí en agilidad, en efervescencia y en un toque duro, denso y bello al mismo tiempo. En el Adagio, el artista destapa el tarro de las esencias, logrando aunar profundidad con emotividad y enriqueciendo el fraseo con acentos lacerantes que convierten la audición en una conmovedora experiencia.


Nada menos que la Sonata para piano KV 331 de Wolfgang Amadeus Mozart para terminar. Ya desde la enunciación del tema del primer movimiento, que expone (¡una vez más!) de manera parsimoniosa y poco natural, queda claro que el artista quiere anteponer su personalidad frente a otras consideraciones, lo que no le impide desarrollar cada una de las variaciones con clásica belleza al tiempo que hace gala de un fraseo imaginativo, flexible y lleno de matices, de ricos colores y de una apreciable sensibilidad para los contrastes; Pogorelich deja bien claro que lo apolíneo no tiene que significar en modo alguno sosería ni frivolidad. El Menuetto, nuevamente muy personal, está expuesto con asombrosa depuración sonora, elegancia e incuestionable belleza, aunque resulta algo más serio de la cuenta, quizá incluso un punto frío: se echa de menos una idea clara de lo que la música quiere decir o su intérprete intenta transmitir. En la Marcha turca, interpretada con excesiva velocidad para ser eso, una marcha, los “redobles de tambor” están muy conseguidos.

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