En diciembre de 1968 (¡sólo le quedaba año y medio de vida, ay!) Sir John Barbirolli se fue a la capital de Francia para grabar al frente de la Orquesta de París dos de las obras cumbres de Claude Debussy: Nocturnes y La Mer. En disco compacto era una de las grabaciones tardía del maestro que peor sonaba. Pensábamos que era en parte por la peculliar acústica de la Salle Wagram, en parte por la impericia de los ingenieros. La restauración de 2020 ha revelado una toma sonora muchísimo más digna de lo que parecía y nos permite volver a valorar estos registros, para hacerlo decididamenta al alza.
Aunque el arte de Sir John nunca se caracterizó especialmente por su sensualidad o su carácter evocador –aunque ahí está ese increíble Peer Gynt–, sino más bien por su mezcla de sobriedad, incisividad y tensión dramática, lo cierto es que supo ofrecer una lectura dentro del más puro impresionismo francés. Ahora bien, no lo hizo tanto por la manera de tratar el sonido –no especialmente leve ni difuminado, lo que a mi entender es una suerte– como por la fascinación que es capaz de conseguir del más ambiguo y misterioso estatismo, por ese especial sentido de la abstracción, por esa capacidad para darle valor expresivo al peso armónico de cada acorde y a su relación con los silencios. En este sentido, no es el suyo un Debussy pictórico ni narrativo. Es más bien “música pura”, que al igual que el impresionismo pictórico abrió las puertas de la modernidad despegándose poco a poco del mundo del tema representado para apostar por los valores puramente plásticos en sí mismos, sin necesidad de que estos hagan referencia a nada, logra que el sonido despliegue toda clase de sugerencias sin necesidad de describir nada ni de expresar "sentimientos".
Por eso mismo, por apostar por el Debussy más moderno posible sin que eso signifique acercarse a la frialdad –le ocurría a Boulez–, el maestro roza el cielo en la página más atrevida de Nocturnos, esas Nubes que seguramente nunca han sonado más fascinantes que aquí. Por parecidas razones, a las que hay que sumar una depuradísima sensibilidad para las texturas –clarísimas sin que las pinceladas dejen de fundirse–, nos seduce por completo en Sirenas, expuestas con un trazo de una naturalidad y un sentido de lo curvilíneo impresionantes. Pero, como era de esperar dentro de semejante enfoque, en Fiestas se queda corto en electricidad y efervescencia; incluso, cosa bastante extraña, hay algún pasaje resuelto de manera poco convincente.
La versión de El mar la comenté en mi discografía comparada. Le puse un ocho de "nota" y escribí lo siguiente:
"Aunque en otras ocasiones se muestra como un director más bien dramático, aquí Sir John se toma las cosas con calma y ofrece una lectura madura, reposada, reflexiva y analítica, desde luego mucho antes atmosférica que brillante, en cualquier caso hermosa sin caer en el hedonismo. Por desgracia la tensión interna resulta algo irregular, por lo que se echa de menos un grado mayor de electricidad y carácter visionario en el final del primer movimiento y en determinados momentos clave del tercero. La toma es algo pobre y podría ganar con una nueva remasterización."
Felizmente, comprobamos ahora que ha ganado bastante. Añado ahora que el tratamiento de las texturas es mágico, y la poesía mucho antes abstracta que descriptiva que el maestro es capaz de extraer nos fascina de principio a fin. Pueden preferirse enfoques más vibrantes, con mayor electricidad y tensión interna, pero dentro de esta línea el resultado es digno de toda admiración. Creo que me quedé corto en "nota": se merece un nueve. ¡Qué grande fue Sir John!
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