Y es que el streaming se impone de manera inevitable, por muchas razones. El disco ya estaba agónico, pero ahora ha recibido la puntilla en forma de coronavirus, de encierro en casa y de todo lo que ello implica para el mercado. La piratería, asimismo herida de muerte por el streaming, retrocede de manera muy considerable. Muchas cosas van a ser diferentes en el mundo de la audición de música en ámbitos domésticos. Para lo bueno y para lo menos bueno, a mi entender más para lo primero que para lo segundo. Tendremos nostalgia de algunas cosas mientras que nos acostumbramos a las nuevas. Algunos se aferrarán con tozudez a lo que están acostumbrados hasta que la evidencia les haga ver que la mera acumulación de discos físicos ya hace tiempo dejó de tener sentido. Vamos a cambiar mucho, muchísimo nuestra manera de escuchar música, porque “lo siguiente que tenemos que escuchar” ya no va a ser el último disco comprado. Será lo que decidamos entre lo mucho que cada semana las plataformas nos sirven el mismito día que el disco sale a la venta.
No solo eso: tendremos que escoger entre casi todo el catálogo de DG, Philips, Decca, EMI, Sony, RCA, Naxos y multitud de sellos menores. No está todo ahí, en absoluto, pero sí que hay muchísimo. Cada día más. Y con frecuencia en nuevos reprocesados que mejoran las previas encarnaciones en CD. Ahora mismo yo no tengo por qué escuchar lo último que compré –lo digo como curiosidad: Mozart por Gulda y Abbado–, sino lo que me apetezca de una inmensa lista de grabaciones en la que hay repertorios que he frecuentado poco, discos de los que había oído hablar estupendamente pero a los que nunca había podido acceder, o viejos conocidos que ahora suenan mejor y con los que uno está deseando reencontrarse en mejores condiciones que nunca.
De todo ello me gustaría ir escribiendo poquito a poco a lo largo de las próximas semanas. De momento, el disco ha muerto. Ahora sí, y definitivamente. ¡Viva el streaming!
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