miércoles, 27 de mayo de 2020

El disco ha muerto, ¡viva el streaming!

El día de hoy, miércoles 27 de mayo de 2020, ha marcado un antes y un después en la pequeña historia de mi vida de melómano y coleccionista de música grabada: he decidido guardar en cajones y de manera permanente una buena parte de mis discos compactos. La razón es obvia: una apremiante falta de espacio tras muchos, muchos años poniendo un CD junto a otro, o sobre otro, o donde se pudiese. Pero no me hubiera puesto manos a la obra –ya he empezado a reubicar– si no fuera porque una circunstancia decisiva me ha animado a ello: el cambio de Tidal a Qobuz como plataforma de streaming a la que estoy suscrito –buscaré tiempo para escribir sobre las diferentes opciones que ustedes pueden encontrar– me ha dejado bien claro que, salvando determinadas rarezas discográficas, para escuchar un disco determinado lo más rápido y sencillo es ponerlo a través de la red, puesto que a estas alturas el sonido puede llegar con tanta e incluso más calidad que con los consabidos compactos. Por ende, ya no tiene mucho sentido tener la colección accesible y bien ordenadita, más allá del morbo de la posesión física del objeto preciado y de la acumulación de tesoros cual Fafner dispuesto a custodiar todo lo que tenga forma circular, color plateado y un agujero en el centro, y luzca una bonita carátula.



Y es que el streaming se impone de manera inevitable, por muchas razones. El disco ya estaba agónico, pero ahora ha recibido la puntilla en forma de coronavirus, de encierro en casa y de todo lo que ello implica para el mercado. La piratería, asimismo herida de muerte por el streaming, retrocede de manera muy considerable. Muchas cosas van a ser diferentes en el mundo de la audición de música en ámbitos domésticos. Para lo bueno y para lo menos bueno, a mi entender más para lo primero que para lo segundo. Tendremos nostalgia de algunas cosas mientras que nos acostumbramos a las nuevas. Algunos se aferrarán con tozudez a lo que están acostumbrados hasta que la evidencia les haga ver que la mera acumulación de discos físicos ya hace tiempo dejó de tener sentido. Vamos a cambiar mucho, muchísimo nuestra manera de escuchar música, porque “lo siguiente que tenemos que escuchar” ya no va a ser el último disco comprado. Será lo que decidamos entre lo mucho que cada semana las plataformas nos sirven el mismito día que el disco sale a la venta.

No solo eso: tendremos que escoger entre casi todo el catálogo de DG, Philips, Decca, EMI, Sony, RCA, Naxos y multitud de sellos menores. No está todo ahí, en absoluto, pero sí que hay muchísimo. Cada día más. Y con frecuencia en nuevos reprocesados que mejoran las previas encarnaciones en CD. Ahora mismo yo no tengo por qué escuchar lo último que compré –lo digo como curiosidad: Mozart por Gulda y Abbado–, sino lo que me apetezca de una inmensa lista de grabaciones en la que hay repertorios que he frecuentado poco, discos de los que había oído hablar estupendamente pero a los que nunca había podido acceder, o viejos conocidos que ahora suenan mejor y con los que uno está deseando reencontrarse en mejores condiciones que nunca.

De todo ello me gustaría ir escribiendo poquito a poco a lo largo de las próximas semanas. De momento, el disco ha muerto. Ahora sí, y definitivamente. ¡Viva el streaming!

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