Davide Livermore triunfó con la producción escénica que todos estábamos deseando ver: por completo fiel al libreto mas no por ello convencional, espectacular pero con los medios –abundantísimos: debe de haber costado una millonada– al servicio del drama, lujosa a más no poder sin caer en el recargamiento, y sobre todo cinematográfica, tremendamente cinematográfica. En el primer acto llegan a molestar, eso sí, los excesos de movimiento de las plataformas, aunque en contrapartida el Te Deum resulta impactante y ofrece una atmósfera mefistofélica –con referencia indisimulada al desfile de moda eclesiástica de Fellini– de lo más atractiva. En el segundo se agradecen el ensañamiento en el asesinato de Scarpia y la abundancia de sangre, mientras que del tercero queda para la memoria la terrible imagen de la protagonista y cayendo al vacío y gritando desesperada, en una resolución muy parecida a la de la muerte de Javert en el musical Los Miserables. Casualmente, ya escribí aquí que aquélla sería ideal para visualizar el suicidio de Floria Tosca: se ve que Livermore ha tenido la misma idea. El vestuario de Gianluca Falaschi, nada "historicista" pero lleno de significaciones, fue otro de los aspectos más singulares de la que, a la postre, creo que es la mejor producción escénica de este título que he visto.
Riccardo Chailly ofreció una dirección teatral a más poder, llena de fuego y de sinceridad, rica en las texturas y nada ampulosa, ni preciosista, ni amanerada. Eso sí, podía haber paladeado más algunas frases y haber subrayado los aspectos "góticos" de la partitura: ya se sabe que últimamente al maestro le ha dado por las prisas. Interesantísima, aunque no siempre para bien, el uso de una nueva edición de la partitura que recupera aquí y allá diversos compases amputados. Me gusta más así el apuñalamiento de Scarpia, más largo y feroz, mientras que extender considerablemente la coda solo puede funcionar con una escena como esta, en la que se puede ver a la protagonista cayendo lentamente al vacío. En una producción "normal", la dilatación de la música resultaría anticlimática.
Anna Netrebko, suntuosa de medios vocales, resultó en exceso impertinente y poco sensual en el primer acto, tanto en lo canoro como en lo escénico, echándose de menos matices psicológicos que hicieran un retrato más completo de la celosa diva. En el segundo estuvo magnífica –ofreció frases estremecedoras– y en el tercero estuvo absolutamente sensacional. Enorme.
Francesco Meli es un tenor "a la antigua", mucho antes para lo bueno que para lo menos bueno, que de todo hubo. Su canto fue cálido, valiente, brillante en el agudo y un tanto exhibicionista. En el primer acto se movió todo el tiempo desde el mezzoforte hacia arriba sin apenas atención al matiz, mejorando muchísimo en el resto de la ópera. Su "E lucevan le stelle" fue magnífico.
Luca Salci no tiene la voz más oscura posible. Tampoco precisamente la línea más depurada ni elegante. Pero compone con tanta inteligencia como convicción a Scarpia, sin necesidad de caer en truculencias ni de poner cara de villano de opereta. Los demás cantantes ofrecieron un nivel algo pobre para la ocasión, pero el conjunto funcionó.
Los aspectos negativos de la retransmisión estuvieron en una realización televisiva poco conseguida y en una gama dinámica considerablemente recortada. ¿Todavía no ha conseguido la tecnología emitir a los cines un sonido en condiciones? Ojalá que la filmación salga en Blu-ray, y que lo haga con las pertinentes correcciones audiovisuales, porque merece muchísimo la pena: una Tosca para el recuerdo.
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