martes, 27 de noviembre de 2018

Tocar Mozart con los pies

Hace diez años estuve por primera vez en Gran Canaria. Tuve entonces la oportunidad de escuchar a la estupenda OFGC en el Auditorio Alfredo Kraus, de lo que pude dar cuenta brevemente en este blog. El pasado viernes pude por fin pasarme nuevamente por la isla y repetir el rito de disfrutar a la Filarmónica en el soberbio edificio diseñado por Óscar Tusquets, esta vez con un programa dedicado a Haydn y a Mozart que estuvo bajo la batuta de Gérard Korsten, un señor al que solo conocía de una Elena Egipcíaca del sello Dynamic y del que, por tanto, podía esperarme cualquier cosa en un repertorio tan delicado como este.


Pues bien, lo resultados me parecieron dignos de admiración. Y por completo sobresalientes, yo diría que referenciales, en el caso de Franz Joseph Haydn: la interpretación de la Sinfonía n.º 73, “la caza”, me pareció superior a las dos que escuché previamente en disco, la muy digna de Adam Fischer y la más que notable de Neville Marriner. ¿Y cómo fue el Haydn de Korsten? Decir que, en el cinegético último movimiento –el que da título a la página– los timbales usaron baquetas duras mientras que se juntaron trompetas naturales con trompas de válvula, podría darnos una impresión inexacta. Porque este, al margen de semejantes decisiones organológicas –que encuentro acertadas, aunque habrá a quienes les parezcan incoherentes–, y también a margen de una reducción del vibrato y de una incisividad en la articulación bastante moderadas, fue un Haydn tradicional en el mejor de los sentidos. Es decir, de sonoridad densa y musculada pero en absoluto masiva, de fraseo ágil mas no aéreo (¡qué alivio!), de fraseo amplio y cantable, de expresión grave y cargada de pathos –tremenda la introducción– sin caer en lo protobeethoveniano, y lleno de encanto, de gracia, de sensualidad y de picardía sin confundir todo ello con lo trivial o lo insípido, que es lo que le pasaba en discos a los dos directores arriba citados. Korsten no quiso recrearse en delicadezas –aunque el trazo fue fino– y se decidió a impregnar la partitura, toda ella, de una gozosa rusticidad apropiadísima para el maravilloso universo de este compositor.

No me gustó tanto su labor en los Conciertos para trompa nº 3 y nº 2 –en este orden– de Wolfgang Amadeus Mozart. Por descontado que el ya veterano maestro siguió obteniendo un formidable rendimiento de una Filarmónica de Gran Canaria que parecía sentirse muy a gusto bajo su batuta, pero tengo la impresión, después de haber escuchado a Klemperer con Civil y a Zukerman con Baummann, que esta música ofrece más posibilidades poéticas: Korsten ofreció luminosa, amable y cálida belleza, sin más. El trompa Felix Klieser le secundó a la perfección en su concepto haciendo gala de un fraseo de enorme sensualidad que sedujo más por su capacidad para el canto que para los claroscuros. En cualquier caso, derrochó musicalidad por los cuatro costados. En lo puramente técnico su labor resultó admirable: que hubiera algún desliz sin importancia se puede explicar por el frío que esa noche en Las Palmas se colaba entre los dedos de nuestros pies. Ah, ¿es que no se lo he dicho? Klieser no tiene brazos y toca con sus extremidades inferiores, literalmente. Su éxito fue abrumador y estuvo plenamente justificado. Propina de Rossini.

Para terminar, Sinfonía nº 38 de Mozart. Es decir, ni más ni menos que la Praga. Palabras mayores. Sin llegar al nivel excepcional de su Haydn, Korsten triunfó a partir de una lúcida asimilación, aun sin necesidad de imitar al maestro berlinés ni de acercarse a sus excesos, de las mejores lecciones de Harnoncourt: teatralidad y claroscuros a tope, con enorme relevancia de metales y percusión –de nuevo trompetas naturales y baquetas duras– mas guardando el adecuado equilibrio con una cuerda bien nutrida y empastada, todo ello dentro de un concepto expresivo marcadamente operístico y muy alejado de preciosismos, ligerezas y coqueterías que siguen haciendo estragos en el universo interpretativo mozartiano. Gran concierto.

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