Se abre el disco con Offenbach: canción de Kleinzack y “Allons! Courage et confiance…”. Ambas recreaciones ponen ya en evidencia esa emisión “muscular” –no sé cómo dicen los especialistas de la foniatría operística– que a mí me hace poca gracia, sobre todo cuando se trata de llegar al agudo; pero también esa enorme intensidad que caracteriza su arte, apartándolo del tópico de “lo francés” que a mí no me resulta imprescindible ni en este ni en casi ningún otro título del país vecino. En la primera de las dos piezas me ha molestado que cuando llega al pasaje “evocador” de los amores de Hoffmann, el artista se despreocupa de la dicción hasta el punto de que apenas se le entiende nada. Por el contrario, en la segunda he apreciado unos reguladores muy cuidadosos.
En “Recondita armonía” ofrece un Cavaradossi encendido y juvenil, también un punto verista, digamos que “a la Chénier”; esto no me parecía mal si no fuera porque matiza poco las dinámicas. Pero verismo del bueno, es decir, con su punto justo de sollozos, con absoluta sinceridad y con un ardor perfectamente controlado, es el que ofrece en “Mamma, quel vino” de la Cavalleria rusticana para obtener unos memorables resultados.
El aria de Martha de Flotow la canta en alemán, haciendo gala de una dicción que deja mucho que desear y tendiendo al exceso temperamental; lo siento, pero aquí echo de menos la morbidez con que, en italiano, cantaba esta pieza mi paisano Ismael Jordi. El “Jungfrau Maria” del mismo autor lo comienza de manera algo prosaica, mientras que en la sección final ofrece toda la religiosidad –sincera, en absoluto artificiosa– que es necesaria.
Maravilloso el “Kuda, Kuda…” del Eugenio Onegin: aquí el canto no solo es intenso a más no poder, sino que también rebosa belleza puramente canora. Un ejemplo perfecto de control y técnica al servicio de la expresión. Solo por este aria ya merece la pena el disco. Menos me ha interesado el aria del tenor italiano del Rosenkavalier, en cuyos pasajes más encendidos no se le entiende a Villazón ni un pimiento.
Auténtica italianidad es la que derrocha nuestro artista en “Forse la soglia attinse… Ma se m’è forza perderti”, joya del Ballo verdiano recreada con cantabilidad gloriosa y con valentía a la hora de lucir una voz que es una joya. Curiosamente, en la escena de Ernani que cierra el disco le encuentro algo incómodo.
Volviendo al orden de los tracks del CD, encuentro a Villazón algo fuera de tiesto entre las delicadezas que exige el “Com’è gentil” de Don Pasquale, lo que no significa que resulte ajeno a Donizetti: en el “Spirto gentil” de La Favorita está espléndido.
En el aria de la flor de Carmen se pone particularmente de relieve la deuda contraída con las maneras de Plácido Domingo, pero también la distancia que separa a los dos tenores. La sorpresa llega en el otro Bizet del disco: el aria de Nadir de Los pescadores de perlas, recreada con belleza suprema y un precioso regulador conclusivo.
La orquesta se comporta divinamente, y Michel Plasson se muestra más implicado que de costumbre. Notabilísimo disco, pues, que no dudo en recomendar.
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