Sigue An American in Paris, esta vez con la New York Philharmonic “etapa Boulez”. Interpretación admirable, llena de nervio mas no de nerviosismo, que resulta interesante comparar con la no menos conseguida de Ozawa: la del nipón es más parisina –sensual, curvilínea, depuradísima–, mientras que Tilson Thomas acierta mejor con la frescura, el desgarro y chispa propiamente norteamericanas, algo que también se encontraban en la espléndida recreación con la misma orquesta y para este mismo sello de Leonard Bernstein. Lástima que los ingenieros de sonido se queden algo cortos: la toma es plana y carece de graves suficientes.
El disco se completa con seis oberturas de musicales, esta vez con la Buffalo Philharmonic: Oh, Kay!, Funny Face, Girl Crazy, Strike up the Band, Of Thee I Sing y Let’em Eat Cake. Es decir, una música absolutamente deliciosa y chispeante, estupendísimamente escrita y cuajada de melodías memorables, entre ellas las celebérrimas I Got Rhythm y Someone to Watch over me, servida en interpretaciones brillantes, dichas con desparpajo, cargadas de swing –en definitiva, por completo insuperables–, que además suenan de maravilla. Gozada total.
El otro CD cuenta con la participación de la Filarmónica de Los Ángeles y se grabó con sonido digital. Arranca con la Rhapsody in Blue, de nuevo en la orquestación original pero con Tilson Thomas al piano. Ya sin el pie forzado de antes, la obra le dura 15’50 (¡dos minutos más!), lo que significa que la música vuela con mayor holgura melódica y sin precipitaciones; como pianista, Tilson supera a Gershwin con creces en sentido orgánico del fraseo y en matices, lo que da como resultado una versión que podría calificarse como modélica si no fuera porque hubo un señor que llegó mucho más lejos en este obra tanto dirigiéndola como tocándola al piano: Leonard Bernstein, obviamente. Antes de cerrar estas lineas he vuelto a su grabación de 1959 y he quedado anonadado.
Resulta espléndida la lectura que recibe la Second Rhapsody –en su momento fue primera grabación mundial de la versión íntegra– por parte de Tilson Thomas, pero aquí hay que reconocer que la partitura es mucho menos buena. Sí que es una delicia Walking de Dog, la piececita compuesta para la película de Ginger Rogers y Fred Astaire Shall We Dance (Ritmo loco en España). Pero a todas luces lo mejor del disco, por música y por la interpretación, se encuentra en las piezas en la que escuchamos al maestro en solitario ante el piano: Short Story, Violin Piece, For Lily Pons, Sleepless Night –todas ellas reconstruidas y/o arregladas por el propio intérprete– y, muy especialmente, esa maravilla que son los tres Preludes for Piano de 1926. Escuchen estos discos, por favor.
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