¿Resultados? Ni más ni menos que los esperados. Un Mozart lleno de vida, de entusiasmo y de color; un Mozart efervescente y contrastado a más no poder que rehúye los tópicos del presunto equilibrio y el distanciamiento neoclásico para decantarse por los claroscuros y por la teatralidad apostando por una enorme valentía en el fraseo. Pero también (¡cómo no!) un Mozart trivial, en exceso lúdico, coqueto en el peor sentido de la palabra y repleto de detalles de no ya de amaneramiento, sino de abierta cursilería. Y muy alicorto a la hora de lanzarse al vuelo poético: el sublime Adagio no solo no emociona lo más mínimo, sino que está lleno de sonoridades insoportables por parte de la señora Faust, aquí dispuesta a imitar los peores defectos de quien hubiéramos esperado en este disco, no otro que el horripilante Enrico Onofri.
"Este chico sigue sin tener ni idea de interpretación históricamente informada y odia visceralmente los instrumentos originales", pensarán los lectores de la kale barroka que se pasen por aquí. Pues miren ustedes, la grabación de Andrew Manze de 2005 me parece más sensata que ésta, no tanto por su labor solista –más bien inexpresiva– como por su muy notable dirección frente a The English Concert. Y la ya antigua de Simon Standage con Christopher Hogwood la encuentro sencillamente espléndida: a despecho de alguna frase en exceso repipi en el primer movimiento por parte del malogrado Chris, he ahí un Mozart "de verdad", ciertamente mucho antes ágil, luminoso y risueño que otra cosa –imposible olvidar la hondísima poesía de la Mutter con Karajan–, pero lleno de musicalidad y sin el menor deseo de llamar la atención a base de presuntos hallazgos. Por descontado que Standage no renuncia a una articulación plenamente historicista, pero es la musicalidad personificada: él sí que vuela en el Adagio. Y el clave al continuo resulta muy bienvenido.
La cosa en realidad es más sencilla de lo que parece: se puede hacer un gran Mozart y un mal Mozart tanto desde la tradición como desde lo "históricamente informado". Lo que importa es lo voluntariosos e inspirados que estén los artistas de turno. Y aquí la señora Faust(o), en otras ocasiones enorme violinista, se deja arrastrar por ese singular Mefistófeles –simpático y seductor, materializador de mil placeres, pero demonio al fin y al cabo– que es Giovanni Antonini.
Y ahora, la pregunta del millón: ¿hasta qué punto cambiará la solista sus maneras de hacer para acomodarse a los radicalmente distintos planteamientos del veteranísimo Haitink? ¡Qué ganas de ver lo que ocurre!
PD. Por si a alguien se le ocurriera iniciar un debate sobre el tema, que sepa que mañana salgo de viaje a Inglaterra y desde entonces me limitaré a darle entrada a los comentarios, pero nada más. Dejo un par de entradas programadas para los días de mi ausencia.
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